Me he cambiado de país, así sin despeinarme. Nunca mejor dicho porque después de un día entero de periplo viajero llevo un moño muy digno. He pasado la noche en un autobús entre Varsovia y Bratislava, capital de Eslovaquia. Había leído críticas muy malas en Internet: retrasos de horas, exigencia de pasaporte so pena de no viajar… Pero ha ido todo bien, salimos puntuales, hemos llegado media hora antes y, como el autocar iba medio vacío, he dormido bien ancha en dos butacas.
Ahora estoy esperando el desayuno en una cafetería de estilo francés muy cuqui llamada Mmmondieu; en los sobres de azúcar viene dibujada Coco Channel (Coko Sanel en eslovaco) junto a un globo de texto en el que pone: «Mmmondieu, milujem sladke», que significa «Dios mío, amo el dulce». Y la carta es de escándalo, quiero comérmelo todo, pero me he decidido por un bol de porridge de mijo con coco, almendras y fresas, y un capuccino con chocolate. Un día es un día. Esta es mi parada para desayunar dentro de la excursión que voy a hacer hoy: una ruta hipster que he encontrado en una web muy completa sobre esta ciudad. Así veo algo diferente porque estoy harta de iglesias barrocas y palacios. Quiero modernidad. Esto me llevará, espero, hasta después de comer. Luego, pretendo ir a un lago a bañarme, me parece un planazo. A ver cómo se me da…
No puedo entrar aún en el hostal porque el registro es a las dos de la tarde y yo he llegado a las siete de la mañana pero, muy amablemente, me han dejado entrar, ducharme y guardar mis trastos en su almacén. Es lo que me gusta de los hostales de mochileros, que son menos estrictos que los hoteles y no suelen tener problema en que uses una ducha o que te eches la siesta en uno de los sofás cuando aún no te han dado el dormitorio. El camino desde la estación de autobuses hasta aquí ha sido largo, más de media hora con dos mochilas a cuestas, pero lo he disfrutado: a las siete de la mañana de un día de agosto las calles aún están desiertas, la luz es muy clara y hace fresquito. Las afueras de Bratislava son más bien feas, pero alberga murales estupendos que ocupan fachadas enteras. ¡Qué suerte he tenido! A estas alturas, ya puedo declararme fan absoluta del arte urbano, especialmente de la pintura y los grafitis currados. Y Bratislava es una mina…
Unas horas después…

Restaurante Urban House, muy adecuado para comer/merendar/desayunar/cenar… Y trabajar. /© Lola Hierro
Ya he parado a comer una deliciosa hamburguesa vegetariana con pesto, setas, queso frito, cebolla morada y rúcula en Urban House, un restaurante hipster que recomiendan en la ruta ídem que estoy recorriendo. Y que no lo es tanto, en realidad. De hecho, voy improvisando, pero tan contenta. Hace un calor aplastante y no se puede apenas caminar por la calle, por eso he decidido que, en cuanto acabe de comer, me voy a poner a remojo en el lago aquel que he fichado.
Por ahora, esta ha sido mi ruta:
-Ruta de las estatuas: Por la Plaza Mayor, alrededores del casco viejo y el Parque Hulezdoslaw. Bratislava es hogar de un sin fin de esculturas de bronce muy originales, y yo he visto estas:
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- Čumil: Está en el cruce entre las calles Panska y Rybarska Bran, en pleno centro, y representa a un señor que sale de una alcantarilla, un trabajador, se entiende. Se supone que desde su posición observa a los viandantes en su ir y venir, pero las malas lenguas afirman que, en realidad, trata de escudriñar bajo las faldas de las señoras. Debe ser la estatua más fotografiada de Bratislava y dicen también que ponerle la mano sobre el casco da buena suerte, así que lo tiene muy reluciente de tanto que se lo han sobado.
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- El soldado de Napoleón: Está apoyado en un banco de la plaza de Hlavné Námestie y apenas ve nada porque lleva el sombrero calado hasta los ojos. Dicen que representa a un militar herido que se enamoró de una enfermera y se quedó allí a vivir. Napoléon atacó Bratislava en dos ocasiones e incluso estuvo allí en 1809. Frente a este soldado, en el lado opuesto de la plaza, hay otro militar que está de pie y metido en una garita, pero no conozco su historia.
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- Schöne Naci: La historia de este señor es muy triste. Se llamaba Ignác Lamar y le llamaban el bello Ignacio, y nació en esta ciudad en 1897. Lo que no tengo muy claro es si era un mendigo o no, porque he oído ambas versiones. El caso es que se hizo famoso en la ciudad porque siempre estaba en la calle, vestido con un frac muy elegante, saludando a las damas con una elevación de su sombrero de copa y regalándoles flores. Dicen que perdió la cabeza por culpa de un amor no correspondido. Se le puede encontrar en la calle Rybarska Bran, junto a la plaza mayor.
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- El hombre desnudo: Cuesta encontrarlo, pero es tan gracioso que merece la pena dar con él. Se encuentra junto a una óptica llamada Fokus, en la calle Panská, 29. En la parte superior, bajo los balcones de la primera planta, hay un señor pequeñajo y desnudo medio asomado por un agujero. Se dice, se cuenta, que fue esculpido ahí para ridiculizar a un antiguo propietario del edificio que tenía por costumbre espiar a los viandantes desde un ventanuco.
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- Las estatuas de la plaza Hviezdoslav: No sé por qué se llama plaza porque en realidad es más bien un bulevar flanqueado por árboles, bancos para sentarse y muy adecuado para pasear. En este recorrido destacan las del poeta Hviezdoslav, que es uno de los más importantes de Eslovaquia, la del escritor Hans Christian Andersen en compañía de varios animalillos.
–Catedral de San Martín: Es de las más bonitas que he visitado en este viaje, aunque me he perdido las catacumbas porque están cerradas. Data del año 1100, cuando era una simple parroquia. Tras sucesivas ampliaciones, hoy es el edificio religioso más importante de la ciudad. Aquí fueron coronados algunos de los reyes húngaros entre 1563 y 1830, cuando Bratislava pertenecía a Hungría y se llamaba Pozsony. De ese pasado relacionado con la realeza da fe la corona apoyada sobre un cojín que remata la torre principal, de 83 metros de altura. Las tumbas de antiguos monarcas y las vidrieras de colores son lo mejor que tiene, igual que el órgano, que fue renovado en 2010.
–Puerta y torre de San Miguel: Y el museo de armas de su interior repartido en cada uno de los pisos que atraviesas cuando vas subiendo al mirador. Es muy curioso porque exhibe armas de lugares remotos como India, Argelia, Sudán… Y objetos medievales como armaduras, cascos y guanteletes. Yo los miro y me pregunto cómo podrían soportar tanto peso los guerreros de aquellos tiempos. Una vez arriba, las vistas son maravillosas, a las fotos me remito. La puerta es una de las cuatro que se conservan para acceder a la ciudad amurallada, es del siglo XIV y de planta cuadrada. Tiene 51 metros y está coronada por una estatua de San Miguel con el dragón. La muralla ya no existe, pero estas puertas marcan la separación entre el casco viejo de la ciudad y la ciudad nueva. Esta, en concreto, se abre hacia la calle Michalska, una de las principales arterias de la zona antigua, peatonal y repleta de tiendas y cafés. Justo en el acceso, bajo los arcos de la torre, se puede ver en el suelo el kilómetro cero, una rosa de los vientos que marca la distancia a 29 capitales de todo el mundo, entre ellas, Madrid.
–Tiendas hipsters: Como Slowatch, Slávica y Kompot, las tres en la calle Laurinská. Tienen artículos muy originales, sobre todo ropa y accesorios. Yo iba con intención de adquirir algún recuerdo pequeño y asequible: unos pendientes, una camiseta… Y a punto he estado de pillarme una camiseta «atemporal» (eso me ha dicho el dependiente) pero no me ha acabado de convencer, sobre todo por el precio. No son tiendas para bolsillos modestos pero, quien pueda hacer un dispendio sin agobiarse, que se pase por estas, que molan.

Las tiendas de la perdición. Recomendación para los manirrotos y débiles de voluntad No ir con tarjeta de crédito. /© Lola Hierro

Escaparate de una tienda de souvenirs donde me compré unos imanes diminutos, mi única adquisición. /© Lola Hierro
–Palacio del primado: He pagado tres euros por ver un suntuoso palacio al estilo de Sissí Emperatriz, con muebles lacados en oro, tapices del siglo XVIII y la famosa sala de los espejos, que está llena de sillas de plástico dispuestas en hileras porque ahora se hacen conciertos allí dentro. Quedan fatal, claro, se han cargado todo el ambiente. También cuelgan de sus paredes seis tapices gigantes de origen inglés y creados en el siglo XVIII y es posible asomarse a un palco para ver desde ahí arriba una capilla muy recargada, de estilo barroco. Aquí se firmó la paz de Pressburg entre los emperadores austriacos y franceses después de la batalla de Napoleón en la batalla de Austerlitz. Hoy es la sede de la alcaldía de Bratislava.

La famosa sala de los espejos del Palacio del Primado, afeada con las sillas de plástico. /© Lola Hierro
–Palacio Real de Bratislava: Fue la sede de los gobernantes de la ciudad y hoy se ha convertido en símbolo de Bratislava y sede del museo de Historia. Para llegar hasta él toca pegarse una buena caminata cuesta arriba con todo el calor y el sol en lo alto para llegar hasta aquí. En la cima, vistas impresionantes de la ciudad y un palacio de príncipes y princesas, pero yo no he pagado la entrada de ocho euros, no me apetecía visitar más museos. Eso sí, comprarla permite subir a lo alto de su torre, de 47 metros, para obtener una vista que, dicen, permite ver más allá de las fronteras de Eslovaquia. Yo, por el contrario, he encontrado un parque con césped y árboles que dan buena sombra y bajo uno de ellos me he apalancado un buen rato para descansar y pensar si me iba a visitar Slavín, el mega monumento a los revolucionarios caídos durante la II Guerra Mundial tras luchar contra los nazis. He desistido porque me suponía caminar al menos media hora más cuesta arriba y con este calor. Paso.
–Galería Nedbalka de arte contemporáneo: Una delicia. Cuatro plantas, arquitectura que recuerda al Guggenheim de Nueva York y uno de mis lugares favoritos en Bratislava. En sus 1.529 metros cuadrados divididos en cuatro plantas, cada una de un período histórico, se exponen obras rarísimas: su colección consta de más de mil piezas y en exposición permanente se muestran 200 pinturas y estatuas de 56 artistas eslovacos. y se hace muy fácil saber de ellas porque al entrar te prestan una tablet en la que viene toda la información sobre estas. La he disfrutado una barbaridad, sin ser una entendida en Arte.
La noche
No puedo con mi vida. No puedo ni escribir bien. Estoy tirada en la cama de mi hostal, que tiene sábanas de franela pese a que hoy hemos superado los 35 grados. Escribo por hacer algo de tiempo mientras se carga el móvil. Sospecho que mis otros compañeros de habitación son chicos. Hay uno blanco, guapete, que mira el móvil, hay otro negro y musulmán que acaba de terminar de rezar. Cuando he llegado estaba sobre una alfombrita, de rodillas y en dirección a la Meca, supongo, pero no parecía molestarle que hubiera más personas en el cuarto. ¿Viajará con la alfombra a cuestas? Me ha hecho gracia que, mientras él rezaba, yo he estado estirando, arrodillada también pero con los brazos hacia adelante y la frente en el suelo, y en la misma dirección que él. A lo mejor, el chico del móvil se ha creído que yo también estaba orando.
Tengo que ducharme y preparar el equipaje para mañana. Tengo muy pocas ganas, de paso, estoy clavada en la cama y me dormiría ahora mismo, hecha un asco y con todo sin recoger. Ha sido un día agotador este de Bratislava, pero ha merecido la pena porque me ha cundido. Después de comer he probado con éxito el servicio de Uber de este país. He llegado a un lago inmenso que parecía una playa: se llama Zlaté Piesky y estaba lleno de gente tomando el sol sobre el césped o las piedrecitas de la orilla, bañándose, haciendo piragüismo, cable surf… Había familias con niños, colchonetas y barcas hinchables, voley playa, bares con música y copazos, todo el mundo en bikini o bañador… Me he pasado aquí tres horazas y me he bañado como seis veces. Cuando no estaba a remojo, tomaba el sol y me dormía la siesta hasta que me volvía a entrar el calor. Y otra vez al agua.
Luego he vuelto en otro Uber que ha tardado media hora en encontrarme porque el conductor estaba empanado y no sabía casi inglés. Entra una cosa y la otra, no lograba entender dónde estaba yo, y debe ser que tampoco entendía el GPS de la aplicación. Pero al final ha dado conmigo y a mí se me ha pasado el enfado porque el chaval era muy amable. Me ha llevado hasta una iglesia azul, la de Santa Isabel, que tenía ganas de visitar porque su estilo es muy llamativo, nada que ver con otros templos cristianos. Está enterita pintada en blanco y añil, y tiene un órgano de estilo Art Noveau. Y aquí he sacado mi vena más rancia porque he llamado la atención a un grupo de chavales asiáticos (me parece que chinos) porque estaban riéndose y de cachondeo ahí dentro, mientras los fieles rezaban. Yo no soy creyente y menos cristiana, pero no me parece bien que la gente no guarde respeto en un templo, sea de la religión que sea.
He dado por concluido este día agotador con una visita a UFO, una torre modernísima de 110 metros de altura situada sobre el Danubio. Parece un ovni, la verdad. Me han clavado ocho eurazos en la entrada por subir (el ascensor tarda 45 segundos en completar todo el recorrido) y, bueno, al menos he disfrutado la panorámica. Las vistas son increíbles, en días sin niebla se alcanzan hasta los cien metros de visibilidad, y con el atardecer merece la pena. Es precioso ver a los barcos surcar el río, que es tan ancho y tan caudaloso, y dibujar estelas brillantes sobre el agua. Además, oh sorpresa, he encontrado la estatua que me faltaba, la del paparazzi. Este se encontraba originalmente entre las calles Laurinská y Radnicná, en el centro de Bratislava, y pertenecía a una cafetería llamada Cafe Paparazzi, pero cuando el dueño cerró, el Ayuntamiento se llevó la escultura hasta la cafetería del UFO. Aquí lo encontré, con su cámara y su postura de ir a tomar una foto desde un extremo de la barra. Ah, una advertencia: si vas a comer al restaurante, no te cobran entrada.
He tomado muchas fotos y luego me he vuelto a mi hostal arrastrándome. Y he hecho el tonto porque tenía sed y me he comprado una botella de agua, la más barata que había en el 24 horas que he encontrado. Pero tenía gas y no me he dado cuenta hasta que la he abierto. Mierda, no soporto el agua con gas. Como estaba tan sedienta, he vuelto al mismo sitio y he comprado otra, esta vez sin gas. pero solo tenían Evian, y me ha costado 3,30 euros. Este y el de los imanes han sido mis gastos en souvenirs en Bratislava.
En fin, voy a ver si encuentro fuerzas para ducharme y organizar el equipaje. Mañana me tengo que levantar a las cinco de la mañana para coger un avión a Rumanía, el país donde voy a viajar durante tres semanas.
Puedes ver en esta galería el resto de fotos de Bratislava
Relatos sobre Polonia, Eslovaquia y Rumanía
POLONIA
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- Andanzas polacas V: Praga, aquel peligroso barrio de hipsters
ESLOVAQUIA
RUMANÍA
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- Andanzas rumanas VI: ¡Por fin Bucarest!
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