ANDANZAS RUMANAS XIV: SOSPECHOSA DE EXPLOSIVOS

Casi he terminado mi viaje, igual que casi he terminado este diario en el que he escrito todas mis peripecias por Polonia, Eslovaquia y Rumanía del último mes. Escribo desde el avión que me lleva a Málaga, donde me esperan. Qué ganas tengo de llegar, de ir a la playa, salir a cenar… Tengo ganas de casa.

Durante mis últimas horas en Rumanía no he hecho nada reseñable. Llegué a Cluj Napoca con media hora de retraso y canina porque no había cogido más comida que un plátano y un yogur pensando en recurrir a una hipotética cafetería del tren cuando me entrase hambre. Bien, no había vagón restaurante. Un viaje de Bucarest a Baia Mare, que deben ser como 14 horas —yo hice un tramo de ocho desde Brasov a Cluj Napoca— y no se puede comprar ni agua.

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Llegué a Cluj desmayada, pero por suerte cogí un Uber muy rápido y en poco más de media hora ya estaba acomodada en el hostal, el Iron Hostel, que está estupendo. Por cierto, se encuentra en la planta superior de un edificio con un supermercado abierto 24 horas muy oportuno. Justo al lado hay un restaurante llamado The Old Friends que el dueño del hostal, Sergio, me recomendó. Allí me zampé a las cinco y media de la tarde una crema de champiñones con bacon y unas costillas de cerdo con salsa agridulce un poco picantes y una limonada. Todo estaba buenísimo, y me quedé llena para los restos.

Después de pagar me subí al hotel y ahí  me he quedado hasta las cuatro de la madrugada, cuando me he ido al aeropuerto. Lo único que no me ha gustado, aunque no es culpa del hostal, es que había un tipo, un tal Joao, que me daba miedo. Le sorprendí dos veces mirándome a través de la ventanita de mi habitación que da a la terraza de la suya. Un mal rollo… Luego ya fue cuando me enteré del atentado en Barcelona y claro, ya no me despegué del teléfono más que para ducharme. En la habitación hacía un calor de mil demonios, así que  me ha costado dormir. Luego vinieron otros huéspedes a lo largo de la noche, yo he soñado que el atentado era un golpe de Estado y que lo habían hecho los militares ante el riesgo de una cataluña independiente. Bueh, una paranoia.

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El caso es que no he dormido apenas; a las tres ya estaba despierta, así que me he vuelto a duchar y luego ya me he ido. Había quedado a las cuatro de la madrugada con el conductor de Uber que me llevó el día anterior pero, como me temía, no ha venido, y yo me he puesto un poco nerviosa porque estaba a las tantas a oscuras en una calle de la zona de marcha con chavales borrachos y un poco pasados. De hecho, uno ha venido a pedirme que le llamara a un taxi porque una tía le había bloqueado la tarjeta Sim de su móvil y él no podía llamar. No ha hecho falta porque justo entonces han llegado dos y yo he desaparecido de allí en el primero. Pero claro, al no ser Uber he tenido que pasar primero por un cajero pues ya no me quedaba dinero, y he sacado más de la cuenta. Lo que me sobraba lo he invertido en unos souvenirs en el aeropuerto. Qué manirrotismo el mío…

Sibiu-111

Y aquí tengo que contar mi última (y espero que no haya más) peripecia viajera. Me he llevado un susto de muerte porque he pitado en el arco de seguridad del aeropuerto de Cluj Napoca y, al hacer la prueba de detección de restos de explosivos, he dado positivo. Me he asustado un montón. No entendía por qué esa máquina decía que había esos restos en mis manos, no sabía cómo me iba a tratar la policía  y si iba poder volar. Sobre todo me preocupaba eso.

Sighisoara-79

Por suerte, el agente que me ha tocado era amable y me ha tranquilizado, me ha hecho preguntas como que dónde trabajo y qué he hecho en Rumanía, si ha sido mi primera vez en el país… Mientras, dos mujeres policías me han registrado a arriba a abajo, me han sobado entera y me han vuelto a hacer la prueba, que ha salido ya normal. Luego han abierto mi maleta y han registrado todo, pero no han encontrado nada raro. Me han pedido mi DNI y la tarjeta de embarque, han apuntado mis datos y me han dejado ir. Mi cara cuando me ha preguntado si había manipulado material explosivo ha debido ser un poema. Luego, el agente me ha preguntado si me había echado alguna crema corporal, y le he respondido que sí, que me había duchado antes de salir hacía una hora escasa y que me había puesto la Nivea de toda la vida. Pues bien, me ha explicado que algunos componentes de las cremas hacen que la máquina de detectar explosivos pite. O sea, que al final la culpa va a ser mía por hidratarme la piel.

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En fin, ya he salvado todos los obstáculos, creo. Cruzo los dedos para llegar sana y salva a casa y pasar unos días tranquilos en la playa para despedir las vacaciones. Me voy de Rumanía contenta y satisfecha. Su oferta turística es quizá algo humilde, pero muy honesta, eso sí, y sus gentes me han mostrado un gran cariño a la hora de contarme su país, de explicarme su historia, su pasado, su futuro. Eso ha sido lo más bonito que he vivido en estas tres semanas de andanzas por estas tierras, que son preciosas, vaya por delante. Menudo legado tienen los rumanos.

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El único trago amargo ha sido el comportamiento de algunos hombres. En ocasiones me he sentido insegura, más que en otros viajes. Como en el incidente en el apeadero de Dej Calatori, primero con los adolescentes pesados y luego con el hombre que me quería llevar a una pensión. Luego con el tipo vestido de rojo de la catedral ortodoxa de Bucarest, y también con la pelea de malotes en Sibiu. En ningún viaje había asistido a tantos altercados, pero pienso que han sido fruto de la casualidad y que lo mismo me podía haber ocurrido en cualquier otro lugar del mundo. Mala suerte, vaya.

Polonia me ha fascinado. Su pasado, su historia, sus vestigios, su gente y sus costumbres y su Patrimonio. Me he sentido más cómoda y no me importaría volver. En cuanto a Bratislava, me ha parecido monísima pero con un día en tu vida ya vale. ¿La verdad? Regreso a casa un poco saturada de ciudades cuquis europeas y de iglesias.

Sin título

MISANTROPÍA

Y luego estoy yo. ¿Cómo me he visto durante mi viaje en solitario? Bien y mal. Bien porque he estado tranquila y contenta, no me he sentido sola ni depre como me pasó en Etiopía en aquel primer viaje africano de 2014.  Me he notado actuando con más sosiego cuando ha ocurrido algo que no me ha gustado. Cuando me he comenzado a estresar ante la la posibilidad de perder un transporte, por ejemplo, automáticamente me he dicho: “¿Y qué más da? Habrá solución”.

Me ha relajado tener tiempo y espacio para mí, para hacer las cosas a mi manera. Cosas tontas como saltarme la cena por haberme hinchado a palomitas mientras leía un libro en un parque, o comprarme caprichos, o saber que no fastidio a nadie si me equivoco haciendo planes y me retraso más de la cuenta o gasto dinero imprevisto.

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Y ahora voy con la parte menos buena: soy una huraña, una misántropa y una ermitaña. No me he integrado para nada con los otros viajeros de los hostales, por ejemplo. No he hecho ni un plan con gente nueva, no he hecho apenas amistades. Han sido los menos aquellos con los que he llegado a tener cierta relación cordial y algo de conversación (María, Cristina, Eric…). Y porque eran realmente majos, no porque yo les fuera detrás. No he salido de fiesta, he preferido quedarme leyendo en la cama, dormir pronto y levantarme al alba para aprovechar al máximo las horas de luz.

Confieso que he renegado mucho de mis compañeros de habitación en los hostales. Por ruidosos, por molestarme, por alterar mi paz. Me siento una cascarrabias, y no sé si es normal ser tan cerrada. Allí me decía que total, es mi tiempo de descanso y necesitaba desconectar pero, con sinceridad: soy así, simplemente vivo largas etapas en las que no me gusta relacionarme. No sé si debería esforzarme más en socializar.

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En cualquier caso, todos los viajes enseñan algo, y este me ha mostrado que cuando una se va por ahí de aventuras no todo tiene que ser chachi y bonito siempre, que no hay que hacerse expectativas o ideas demasiado altas. Pero que un viaje no sea perfecto no significa que no se aproveche. Me he vuelto a poner a prueba y he salido airosa, aunque con muchos euros menos.

El avión acaba de tocar tierra en el aeropuerto de Málaga y los primeros rayos de mi sol andaluz me acarician la cara a través de la ventanilla. ¡Estoy en casa!. Los pasajeros han aplaudido al aterrizar: otra señal de que estamos en España. Y ya se levantan corriendo todos para quedarse atascados en el pasillo, en posiciones imposibles, hasta que abran las puertas.

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Y aquí acaba este viaje, se acaba mi diario y se acaban las aventuras e historias de esta expedición por Polonia, Eslovaquia y Rumanía. Sé que en esta larga crónica viajera han faltado muchísimos datos de interés general que ayudarían a comprender mejor los países que he recorrido. Pero esto no ha sido más que un relato personal de una chica que viaja sola y tiene mucho tiempo para pensar y escribir tonterías. Nos veremos en otro cuaderno, en otro país, otro día.

 

Lola, aeropuerto de Málaga, 18 de agosto de 2017.

 

LISTA RANDOM DE UNAS VACACIONES

 

  • Países visitados: Tres.
  • Ciudades visitadas: 12 por lo menos.
  • Iglesias ortodoxas visitadas: Docenas.
  • Dinero gastado: Demasiado (algún día escribiré al respecto).
  • Kilos perdidos: Dos.
  • Kilos de masa muscular perdidos: Seguramente los mismos dos.
  • Deportes practicados: Uno. ¿Andar cuenta?
  • Amigos nuevos con los que mantener contacto: Ocho
  • Helados de chocolate: Incontables, más de 20 seguro.
  • Cuadernos escritos: Uno, con 121 páginas completadas.
  • Fotos tomadas: Más de 3.000.
  • Años cumplidos durante el viaje: 34.
  • Enfermedades contraídas: Cero.
  • Picaduras de mosquito sufridas: Más de 50.
  • Reacciones alérgicas desconocidas sin consecuencias: Una.
  • Mares en los que me he bañado: Dos.
  • Trenes utilizados: 11.
  • Autobuses cogidos: Cinco.
  • Aviones: Tres.
  • Alcohol consumido: un mojito el día de mi cumpleaños.
  • Imanes nuevos para la nevera: Nueve.
  • Veces que he acudido a la policía: Dos.
  • Peleas de rumanos encabronados: Uno.
  • Acosadores que me han puesto nerviosa: Tres.
  • Hostales en los que he dormido: 12.
  • Hostales en los que he dormido bien: Uno.
  • Borrachos que me han vomitado al lado de la cama: Uno.
  • Borrachos que me han despertado, pero si vomitar: Diez.
  • Compañeros viejunos de habitación que se han despelotado ahí en medio: Dos.
  • Libros leídos: Cuatro.
  • Series y pelis vistas: Una.

 

Y ya sí, este cuento se acabó.

 
 

Relatos sobre Polonia, Eslovaquia y Rumanía

POLONIA

  1. Andanzas polacas I: Wroclaw en tres actos
  2. Andanzas polacas II: Las tres tentaciones de Cracovia
  3. Andanzas polacas III: Auschwitz, lección no aprendida
  4. Andanzas polacas IV: Varsovia renace, pero no olvida
  5. Andanzas polacas V: Praga, aquel peligroso barrio de hipsters

ESLOVAQUIA

  1. Andanzas eslovacas: Bratislava en alegre soledad

RUMANÍA

  1. Andanzas rumanas I: Cluj Napoca es imbatible
  2. Andanzas rumanas II: Maramures, la última tierra campesina
  3. Andanzas rumanas III: Prisiones tristes, cementerios alegres
  4. Andanzas rumanas IV: No vayas sola a Dej Calatori
  5. Andanzas rumanas V: La chica del autobús
  6. Andanzas rumanas VI: ¡Por fin Bucarest!
  7. Andanzas rumanas VII: Bomba de humo en Bucarest
  8. Andanzas rumanas VIII: Bucarest alternativo
  9. Andanzas rumanas IX: Vama Veche y los sentimientos encontrados
  10. Andanzas rumanas X: Brasov a pedazos
  11. Andanzas rumanas XI: En Sighisoara se me fue Paco Salvador
  12. Andanzas rumanas XII: Lluvia y pandilleros en Sibiu
  13. Andanzas rumanas XIII: Teleférico y realeza en Sinaia
  14. Andanzas rumanas XIV: Sospechosa de explosivos

EXTRA

 

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