Ya casi acaba el día, y yo voy en un tren desde Baia Mare a Dej Calatori, donde haré un transbordo de dos horas para coger otro ferrocarril nocturno hacia Suceava, mi destino final, en el este de Rumanía. Qué bien hice hoy en ponerme mi ropa más fresca y estrujar todo lo demás en la maleta. Hace un calor infernal, esto parece India, y el aire acondicionado no funciona. Voy hecha un asco, chorreando de sudor y sin apenas agua. Suerte que viajo junto a una familia y la que parece ser la matriarca lleva un abanico maravilloso y me está dejando usarlo. Hasta me ha abanicado ella al principio. Yo creo que debo tener cara de que me va a dar un pampurrio.
Estoy preocupada por mi destino en las próximas horas. La estación de trenes de Dej está, según Google Maps, en medio de la nada. Llegaré sobre las diez de la noche, ¿qué voy a hacer ahí sola dos horas? Cuando alcance Suceava, a eso de las cinco de la madrugada, tengo contratada una excursión a las nueve de la mañana para ir a visitar los monasterios pintados de Bucovina, que por lo visto son una joya del arte sacro y hay que verlas sí o sí. Y con estos cálculos veo que me pasaré otras cuatro horas sin tener donde ir, porque en el hostal donde he reservado no abren 24 horas.
Por lo menos ha merecido la pena el día de hoy porque he visitado lugares de toda la región de Maramures mucho más bonitos y variados que los de ayer. Y muy únicos, no creo que tenga otra oportunidad en la vida. La excursión de hoy me ha servido para conocer los modos de vida tradicionales de esta región campesina anclada en el pasado del norte de Rumanía, algo muy pertinente porque es su mayor atractivo.
Muy temprano me he tenido que ir a por mi ropa a la lavandería, donde me la han planchado y todo. Me han recogido a las ocho de la mañana, muy puntuales. Hemos ido juntos los mismos viajeros de ayer, salvo la amiga de María, la chica rumana que ayer hizo de traductora. También se han apuntado un señor gigante con mujer e hija, y tres marujas de las cuales una era muy maja, otra era sin más y la última me empujaba para hacer fotos.
La primera visita ha sido al pueblo de Sarbi, donde el tiempo se detuvo hace dos siglos. Allí queda una casa que todavía conserva una máquina que sirve para moler grano por un sitio y lavar la ropa por otro. Toda ella es de madera, movida por la fuerza del agua, y se sigue usando aún hoy. También tienen otra invención muy rústica para destilar alcohol autóctono de 54 grados. Nos han dado un chupito y un viejete ataviado con un sombrero de paja ha cantado y tocado el tambor para nosotros. Más tierno…
En una de las viviendas todavía habitadas de esta aldea de la campiña hemos conocido a una familia entera que nos ha invitado a entrar. El salón, todo forrado de alfombras y tapices: suelo, techo y paredes. Da la sensación de que hace mucho frío por aquí en invierno. Una señora nos ha mostrado el traje tradicional de mujer con todos los bordados que ella misma y otras vecinas aún cosen a mano. Y fuera, en el patio, otra anciana sonriente me ha sonreído y con gestos me ha pedido que le hiciera una foto, algo a loque no me he negado. En el patio estaba también otros señor, supongo que de la familia, arreglando algún tipo de máquina. Todo como muy hogareño, cotidiano.
Luego hemos visitado el famosísimo Monasterio de Bârsana, que data de 1371 y es todo de madera. Que vaya buen sitio para vivir. De aquí son las fotos famosas de la región. Es un lugar de cuento, parece sacado de algún sitio del Tirol. Todas las casas, que son unas cuantas, están hechas de madera, con balcones, barandillas, adornos, artesonados y cientos de geranios colgando de todas partes. Los jardines están muy cuidados, todo son parterres de rosas y otras flores. Hay un puentecito de madera, un estanque donde echar monedas de la suerte, un museo al que no entro porque voy saturada de iconografía religiosa y dos capillas: una en el exterior y otra en la iglesia, con frescos del siglo XX.
En este monasterio viven once monjas ortodoxas y llevan una vestimenta que nunca había visto hasta ahora: como una normal, toda de negro, pero con una especie de tapa de cola cao entre la cabeza y la toca, en la coronilla. Ellas gestionan el monasterio, viven ahí en los casoplones (así yo también me hago monja) y se encargan de la tienda de recuerdos también. Qué, por cierto, vaya suvenires más feos los de Maramures, no ha habido manera de comprar nada. Mejor, así ahorro.
Existe un dato curioso sobre este conjunto monumental: que la iglesia principal no está ubicada en su lugar primigenio, y esto es algo que pocos saben. Todo el monasterio está en el pueblo del mismo nombre, Bârsana, a algo más de 100 kilómetros de la ciudad de Sighetu Marmatej y cuya existencia se documentó por primera vez en 1326. La villa pertenecía desde aquel entonces al príncipe Stanislau Bârsan y descendientes hasta que en 1717 la invaden los tártaros, que se dedican a quemar otros importantes templos de madera. Para proteger este de la destrucción y la profanación, los habitantes de la localidad lo movieron más cerca de su aldea, en 1806, que es donde se encuentra ahora. Hoy en día se considera un monumento de gran valor histórico y cultural, entró en la lista de edificios patrimoniales de la UNESCO y la idea es devolverlo algún día a su sitio original, junto al resto del complejo.
Para saber cómo se vivía antaño y aún hoy nos hemos ido al Museo Etnográfico, que es una población conservada en plan tradicional, como un museo al aire libre. Vemos casitas por dentro y por fuera, con sus muebles y sus cosas, algunas con almacén. Todo es de madera, incluso los tornillos; prensas de aceite, un pozo, la simbología de las puertas… Existe muchísima información de todo lo que se puede ver en este lugar, y a Internet remito, pues las guías de viaje lo cuentan mejor que yo.
Me hubiera quedado más, igual que en el Museo de las Víctimas del Comunismo de Sighetu Marmatej. Nos han dejado solo 45 minutos para una visita que hubiera requerido dos o tres horas. Este es un recordatorio y homenaje a cientos de miles de víctimas del régimen de Ceaucescu (1944-1989), un dictador tiránico que acabó ejecutado por su pueblo.
Una de las cosas que aprendes en el interior de esta cárcel-museo es que Ceaucescu aprobó una ley por la que cualquier cosa era considerada delito (me refiero a cualquier mínima queja contra el Gobierno o el sistema, me recuerda un poco a nuestra ley mordaza…) Envió a unos 200.000 personas, creo, a campos de trabajos forzados a una de las muchas prisiones infames que habilitó. Es una tragedia como la del Holocausto o tantas otras, pero de la que no se conoce mucho o nada en España.
El edificio de la prisión fue construido en 1897 por las autoridades austro-húngaras y desde 1918 se destinó a delincuentes comunes. Desde agosto de 1948 se convirtió ya en el lugar de encarcelamiento de estudiantes, alumnos y campesinos de Maramures y en 1950, más de cien dignatarios y miembros de la élite intelectual de todo el país fueron trasladados allí (ex ministros, académicos, economistas, oficiales militares, historiadores, periodistas, políticos), la mayoría mayores de 60 años. Algunos fueron condenados a penas de por vida y otros ni siquiera fueron juzgados. Antes de que acabara ese años, unos 50 obispos y sacerdotes católico y greco-católicos también fueron a parar allí, a un lugar que se llamaba eufemísticamente “unidad de trabajo especial” pero en realidad era un centro de exterminio. Los prisioneros vivían en terribles condiciones, sin apenas ser alimentados, sin calefacción… No se les permitía ni mirar por la ventana y se les sometió a torturas físicas y psicológicas.
A partir de 1955, tras la Convención de Ginebra y la admisión de Rumanía en la ONU, se liberaron algunos presos políticos y otros permanecieron bajo arresto domiciliario. De los 200 prisioneros que había, 52 fallecieron y varios acabaron en hospitales psiquiátricos. En 1977, la cárcel se cerró.
El complejo, que quedó abandonado tras la caída del régimen comunista, fue convertido en museo en 1993 con la idea de honrar el recuerdo de quienes estuvieron encarcelados allí, y para ello hubo que sacarlo de las ruinas arreglar humedades… La rehabilitación concluyó en el año 2000 porque hasta hubo que reconstruir los cimientos. Fue nutrido de información gracias al Centro de Estudios sobre el Comunismo, fundado por Romulus Rusan en ese mismo año, desde donde se han recopilado archivos de audio con testimonios, fotografías, documentos, cartas, periódicos de época, estadísticas y libros, y ha organizado numerosos eventos y reuniones entre las víctimas e historiadores de Rumanía y otros países para documentar la resistencia anticomunista y su represión. Hasta la fecha, existen más de cinco mil horas de grabaciones y se han publicado 35.000 páginas en forma de libro, amén de otros miles de documentos sueltos, incluso de vídeo.
El museo tiene muchísima información escrita en paneles, y las salas son las celdas donde hasta hace dos días se moría la gente. Cada una de ellas recoge en orden cronológico los principales asuntos relacionados con la represión, la destrucción del estado de derecho y su sustitución por un sistema totalitario. Una de las obras artísticas más visitadas dentro del complejo es el grupo de estatuas a gran escala llamado “El cortejo de las víctimas de los sacrificios”, o algo así, de Aurel Vlad. Son las figuras de 18 personas que caminan hacia una pared que les impide el paso, del mismo modo que el comunismo impidió el paso a millones de vidas humanas.
EL CEMENTERIO MÁS FELIZ DEL MUNDO
Ya con muchas prisas y más calor nos hemos ido al Cementerio Alegre de Sapanta, que yo tenía muchas ganas de ver. Está a solo ocho kilómetros de la frontera ucraniana y es una locura. El artesano que tallaba las cruces le dio por ser creativo y las hacía azules y con dibujos y epitafios divertidos sobre la vida del muerto. El camposano no es muy grande, pero si sabes rumano te puedes pasar días allí leyendo las cruces. El hombre murió en el 97, pero su taller se ha convertido en un museo y sus ex aprendices han recogido el testigo.
Este es un ejemplo de los epitafios que una se encuentra allí:
Aquí descanso,
Stefan es mi nombre.
Mientras vivía, me gustaba beber.
Cuando mi esposa me dejó,
bebí porque estaba triste.
Entonces bebí más
para volver a ser feliz.
Así que no fue tan malo
que mi esposa me dejara,
Porque pude beber
con mis amigos.
Bebí mucho,
y ahora, todavía estoy sediento.
Tú que vienes
a mi lugar de descanso,
Deja un poco de vino aquí.
¡Lo gordo del caso es que me he topado con un entierro! Estaba yo tan pancha haciendo fotos cuando empiezo a notar a mi alrededor un número creciente de ancianas vestidas enteramente de negro y con pañuelo en la cabeza. A pocos metros, veo a dos obreros habilitando un nicho; las señoras ahí al lado murmurando. De súbito, otro hombre hace redoblar las campanas, que no están en lo alto sino a pie de calle, junto a la iglesia. (La iglesia de la Asunción, por cierto, merece un capítulo aparte, qué lujo y qué belleza, toda de mosaico y pan de oro).
En esto, se aproxima la marcha fúnebre: Primero, los religiosos, luego un tipo sujetando el retrato de un militar apuesto —el finado, de joven—. A continuación, otros señores con la tapa del féretro a cuestas… Y detrás, el féretro, con el finado a cara descubierta, mucho más viejo y gris que en el cuadro, claro. Cerrando la comitiva, señoras llorando primero y un reguero de familiares, amigos, conocidos y curiosos por ese orden, supongo. Me llama la atención ver a un cámara de vídeo, pero me voy, no quiero ir en plan turista a cotillear. A mi salida suenan tres salvas que hacen volar todas las palomas. Luego he sabido que el muerto fue un alcalde de esta localidad.
Nuestra última parada ha sido en el monasterio Peri de Sapanta, que también es muy bonito y pintoresco, con una torre en punta que la hace la iglesia de madera más alta del mundo, con 78 metros. Viven seis monjas ortodoxas en este complejo.
Aún nos quedaba una parada en la carpintería del señor que tallaba las cruces del monasterio alegre pero yo no he ido. Me he quedado almorzando a la sombra, descansando y resguardada del calor infernal. Y menos mal que he comido allí, porque las horas siguientes sí que han sido un infierno. Menos mal que me han pillado alimentada…
Relatos sobre Polonia, Eslovaquia y Rumanía
POLONIA
- Andanzas polacas I: Wroclaw en tres actos
- Andanzas polacas II: Las tres tentaciones de Cracovia
- Andanzas polacas III: Auschwitz, lección no aprendida
- Andanzas polacas IV: Varsovia renace, pero no olvida
- Andanzas polacas V: Praga, aquel peligroso barrio de hipsters
ESLOVAQUIA
RUMANÍA
- Andanzas rumanas I: Cluj Napoca es imbatible
- Andanzas rumanas II: Maramureș, la última tierra campesina
- Andanzas rumanas III: Prisiones tristes, cementerios alegres
- Andanzas rumanas IV: No vayas sola a Dej Calatori
- Andanzas rumanas V: La chica del autobús
- Andanzas rumanas VI: ¡Por fin Bucarest!
- Andanzas rumanas VII: Bomba de humo en Bucarest
- Andanzas rumanas VIII: Bucarest alternativo
- Andanzas rumanas IX: Vama Veche y los sentimientos encontrados
- Andanzas rumanas X: Brașov a pedazos
- Andanzas rumanas XI: En Sighișoara se me fue Paco Salvador
- Andanzas rumanas XII: Lluvia y pandilleros en Sibiu
- Andanzas rumanas XIII: Teleférico y realeza en Sinaia
- Andanzas rumanas XIV: Sospechosa de explosivos
EXTRA
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