Roadtrip à France IX: Omaha Beach

Escribo desde un camping cercano a Omaha Beach. Solo tengo una silla de plástico el ordenador sobre mis rodillas. A mi alrededor hay una pila de gallinas peludas o gallinas cheewaca que están matándose a picotazos por los restos de una manzana que les he tirado. Pero, a pesar de este entorno altamente rural, tengo wifi. Viva la tecnología.

La cosa ha sido como sigue. Nos llamaron ayer del seguro con dos opciones: buscarnos un vuelo a Santander o darnos un coche de cortesía, pero nos recomendaban ir primero al taller para ver si el coche arrancaba por sí solo, que a veces pasa, parece ser. Eso hicimos y voilà!, funcionó el maldito. Así que lo cogimos y largamos de Caen a toda prisa, antes de que volviese a estropearse.

Nunca sabremos qué pasó con él; estos dicen algo de que se ahogó el motor. El caso es que al final no nos ha salido tan mal la cosa, porque hemos tenido un día de descanso, de conocer más Caen y todo con una noche de hotel por la cara.

Acantilados. / ©Lola Hierro

Con nuestro querido Roberto ya recuperado de su avería, nos fuimos a conocer las playas del desembarco de Normandía Visitamos el cementerio americano y Le Point du Hoc, todo en la llamada Omaha Beach.

Entrada al cementerio. / ©Lola Hierro

Explico: el desembarco se llevó a cabo en una extensa parte de la costa normanda: Omaha Beach, Juno Beach, Utah Beach… Pero la Historia, la miráis en la Wikipedia o donde sea, yo me centro en mi experiencia personal. El sitio es impresionante: la playa es kilométrica, no tiene fin. Y los alrededores son tan verdes y frondosos como Cantabria. Vamos, una maravilla.

Cruz de un soldado desconocido. / ©Lola Hierro

El cementerio americano es solo uno de los tres que hay (otro es alemán y otro canadiense). En él hay 1.557 cruces blancas, de todos los que cayeron en el combate entre marzo y agosto de 1944, y especialmente el 6 de junio, el D-Day o día D, vamos, el día qué más jarana se armó. De ellas, 300 son de soldados desconocidos. Me llamó la atención que algunas son judías y tienen forma de estrellas de David.

Cruz de un soldado judío. / ©Lola Hierro

Es el cementerio más raro que he visitado. Está tan limpio, tan blanco, tan cuidado, con ese césped tan perfecto, todo tan simétrico y precioso… La sensación de calma, no obstante, podría ser mayor si no hubiera tanto turista pululando entre las lápidas, pero aun así, es tan grande que uno puede encontrar sitios de paz y tranquilidad. Yo me di una buena vuelta por todo el recinto y pude pensar un poco en lo que este sitio simboliza.

Mensaje importante. / ©Lola Hierro

Precisamente por eso tuve un debate con Germán. A él le apesta todo lo americano y todo lo que la bandera representa (ni que decir tiene que toda esta zona está plagada de banderas de los EE. UU., y no solo el cementerio sino también muchas casas). Germán despotricaba y estaba incómodo, sobre todo cuando sonó el himno americano de repente. Él dice que los cementerios debían haberse hecho juntos, sin distinguir nacionalidades.

Cementerio americano. /©Lola Hierro

Yo estoy de acuerdo en eso y estoy de acuerdo en que EE. UU. tampoco es mi país favorito por muchas y variadas razones que no vienen a cuento. Pero en ese cementerio creo que no hay lugar para cagarse en ellos o para criticar que pongan banderitas en algunas cruces. Para mí son muertos y eso lo respeto muchísimo, son chavales en su mayoría que tendrían familia y amigos que les esperaban. Y no empezaré con el rollo de que dieron la vida por su patria y tal y cuál. Simplemente pienso que en muchos casos ni siquiera sabrían muy bien en el jaleo en el que se estaban metiendo. Y acabaron sus días tirados de cualquier manera, totalmente despanzurrados por una bala o una bomba o lo que fuera.

Mapa de las estrategias del Día D. ©Lola Hierro

A mí me da pena y rabia que haya guerras y que haya muertes. Y cuando ves tantas y tantas cruces juntas y te das cuenta de cuánta gente la palmó allí y la palma cada día en otras guerras, para mí la cosa va más allá de banderitas o de nacionalidades. Da que pensar, igual que en Bosnia. Es una tragedia, la tragedia del ser humano. Y si ahora los americanos gustan de ir a ese cementerio a colocarle unas flores y una enseña estadounidense al antepasado de turno, pues yo no tengo nada que decir. Personalmente no soy tan patriótica, pero si ellos son felices así, no seré yo quien lo critique. Cada uno que viva como quiera mientras no haga daño a su alrededor. Hakuna Matata.

Miles de cruces. / ©Lola Hierro

Es más, quizá por el pasado militar de mi abuelo en la II Guerra Mundial, pienso que si él tuviera un recuerdo así en algún lugar de Europa, a lo mejor yo también iba y le rendía un homenaje de alguna forma.

Trincheras. / ©Lola Hierro

En fin, esta interesante discusión sirvió para entretenernos un rato y para que una señora llamara estúpido a Germán así por la cara, porque sí, encontramos el típico grupo de viejucos españoles de la Inserso; voy a hacer un grupo en Facebook que se llame Señoras que van al Cementerio Americano e insultan a Germán o Señoras que ponen la oreja hasta cuando van de vacaciones a otro país.

Antiguas instalaciones de guerra. / ©Lola Hierro

Bueno, y tras esto, nos fuimos a Pointe du Hoc, a unos veinte kilómetros del cementerio, todo por la costa. Resultó ser espectacular en sí mismo. Es un prau que da a unos acantilados preciosos, pero no un prado cualquiera. En la II Guerra Mundial debía haber allí un punto estratégico alemán, con sus búnkeres y de todo. Punto estratégico que los aliados bombardearon a diestro y siniestro. Ahora, está reventado entero, solo quedan cuatro estructuras destrozadas, alambre de espino oxidado por todas partes, hierros retorcidos y sobre todo unos boquetes en el suelo más grandes que la planta de mi piso. Difícil de explicar… a mí se me hace raro estar en sitios así. Sabes positivamente que estás pisando tierra sobre la que murieron muchos de una forma muy trágica. Es entrar en contacto con la Historia de forma muy directa, pero a la vez te queda un poco de mal cuerpo, como cuando visité el campo de concentración de Sachsenhausen en Alemania.

Antiguas instalaciones. /©Lola Hierro

En fin, que con tanta excursión se nos hizo tarde de pelotas, así que el viaje a París ha tenido que ser pospuesto. Como no queríamos abusar más de la confianza y la hospitalidad de la pobre Typhaine, que nos ha ayudado tanto en Caen, decidimos quedarnos en un camping cercano a Omaha. Y ha sido una buena decisión. El sitio es una maravilla en lo que se refiere a entorno. El complejo en sí es un asco, pero para una noche, más que suficiente.

Atardecer. / ©Lola Hierro

El camping tiene un caminito que lleva a la playa, y por ahí nos fuimos con algo de beber, comer, fumar, la guitarra de Germán y mi whistle. Nos subimos los tres a una especie de saliente en una roca desde la que se veía todo el mar, el muelle, acantilados y una luna alucinante. Y nos hemos pasado nuestra segunda celebración de San Juan ahí subidos al peñasco, haciendo una especie de Jam muy cutre guitarra-flauta irlandesa que no quedó ni tan mal después de todo.

Perroflautas.

Luego ya tuvimos hambre y decidimos comer algo caliente. Y sobrevino la tragedia: nadie sabe lo que jode estar muerto de frío durante media hora preparando una sopa de fideos en un camping gas para que justo antes de servirla vaya la tía y se caiga al suelo y se desparrame por todo el césped. Genial… Se cayó de repente el hornillo y todo fue a parar al pie de Germán. Escenario dantesco: Javi cagándose en “zuh muertoh”, Germán pegando saltos con el pie lleno de fideos y yo tirada en el césped –que por cierto estaba mojado- con un ataque de risa histérica y descontrolada que me duró como diez minutos. Y mientras, un amigo que nos habíamos hecho, Eric de Holanda, mirándonos estupefacto con cara de “estos españoles son unos perroflautas y dan pena”.

Germán y la sopa derramada. / ©Lola Hierro

En fin, que al final cerramos espaguetid a la parmesana de sobre, así que ni tan mal. Tras la heroicidad del día, Germán se fue a hacer fotos de larga exposición a la playa. Yo quería, pero el cansancio pudo conmigo, así que me fui a la piltra. Y aquí debía haberse acabado la historia, pero no. Estábamos Javi y yo ya medio groguis cuando de repente se empezaron a oír unos ruidos de pisadas muy cerca de nosotros. A mí me parecía que eran humanos rondando por nuestra tienda, y Javi decía que eran ratas o gatos. No sé, pero me cagué de miedo, no sabía si prefería ser mordida por una rata o secuestrada por un mendigo/maleante normando.

El caso es que este pegó un grito del carajo y aquello que fuera que perturbaba nuestro sueño se alejó. Salimos de la tienda y vimos la bolsa de la basura olvidada en la parte de atrás, y estaba removida y con cosas fuera, pero no mordisqueada. La llevamos al contenedor y nos volvimos a meter en el sobre, y nunca sabremos quién o qué nos asustó esa noche. De hecho, yo pensaba que no iba a poder dormir, no dejaba de imaginarme sucesos truculentos en la primera página de todos los periódicos con nosotros como protagonistas, en plan: “Tres jóvenes españoles aparecen devorados dentro de su tienda de campaña. Se desconoce qué criatura provocó las muertes”. Bueno, al final me dormí. Es lo que tiene ser tan marmota.
Y ahora, ya con el coche listo… ¡¡¡¡¡On va à Paris!!!!!

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Una respuesta a «Roadtrip à France IX: Omaha Beach»

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