Atrapados en Bundi, ese pueblo…

Casi cuatro días. Voy justa de tiempo y me he tenido que quedar cuatro días en un pueblo perdido del Rajastán porque no había trenes para continuar hacia mi siguiente destino. Y eso que estamos en temporada baja… Es lo que tiene encontrarse en un país con tantísima gente: que todo está lleno siempre.

El pueblo perdido se llama Bundi y me animé a visitarlo después de escuchar de varias bocas expertas que es un remanso de paz, un lugar para conocer la verdadera India y relajarse lejos del tráfico, las motos, los pitos y la contaminación. Estoy de acuerdo a medias. He de confesar que cuando llegué lo maldije con todas mis ganas. Entré por la puerta del hostal a eso de las once de la noche después de un camino en rickshaw desde la estación lleno de baches y de casi orinarme encima con cada uno de ellos; todo era oscuridad y aún así seguían pasando docenas de motos y rickshaws por delante de la puerta de ese sitio donde iba a dormir. Me fui al catre rendida después de haber viajado durante cuatro horas en otro tren cafetera, esta vez acompañada por una familia con tres niños pequeños que no pararon de gritar y revolverse durante casi todo el camino. Gracias, dioses, por haber inventado los auriculares…

Noches de tren. (Pincha para ver a mayor tamaño) / (C) Lola Hierro

En fin, que mi idea de un Bundi en plan Aldea del Arce se me hizo añicos nada más llegar, pero me fui a la cama pensando que al día siguiente lo vería todo más claro… Pues no. El día siguiente fue peor: la única calle que conocía era un no parar de motos pasando a toda leche y pitando sin parar, el calor -unos 38 grados de media- me freía las ideas y las ganas de ir a cualquier parte, y no importa dónde posara la vista: todo tiene las mismas toneladas de mierda por metro cuadrado que el resto de India. A todo esto hay que sumarle que mis riñones dijeron «ola ke ase» y he tenido que volver a abonarme a los antibióticos, con el consiguiente bajón de energías. Y maldije, maldije mucho.

Ricksahws por calles demasiado estrechas. / (C) Lola Hierro.

Calles de Bundi. / (C) Lola Hierro.

Vaca comiendo basura. Menos mal que son sagradas. / (C) Lola Hierro.

Esa misma mañana supe que me iba a tener que quedar por narices dos noches más, así que decidí reponerme por mi bien y el de mi pobre compañero de viaje, que me aguanta lo inaguantable. ¿Qué se puede hacer en este poblacho perdido? Opciones: ver el fuerte, el palacio, los lagos, los templos perdidos y buscar por las calles esa presunta vida local tan idílica y auténtica. La cosa fue así:

Primer día: Quiero morir

Solo pude dar un par de paseos hasta un pequeño lago, el Nawal Sagar, que es muy lindo si lo miras así desde lejos. Pero como te fijes en la orilla, la has liado, porque tiene más basura que los vertederos de Madrid. En el paquete vino incluido un señor con turbante rojo plantando un pino como si tal cosa. Este día también sirvió para descubrir que aquí también hay havelis reconvertidos en hostales que ofrecen «rooftop restaurants» igual que en Udaipur. La mitad están cerrados porque aquí tampoco hay apenas turistas. Normalcon este calor. Este fue el magnífico día en que encontramos un garito con wifi, ya que nuestro alojamiento no tiene porque están haciendo obras.

Havelis bonicos. / (C) Lola Hierro.

Señor a punto de plantar un pino en el lago Nawal Sagar. / (C) Lola Hierro.

La calle de los hostales Lonely Planet. / (C) Lola Hierro.

También me di cuenta de que en las horas centrales del día es mejor quedarse tranquilita bajo una buena sombra y, a ser posible, con el aire acondicionado cerca. Y dejar las salidas para primera hora de la mañana o última de la tarde. Por eso no vimos el palacio Garh, famoso en todo el país.

Segundo día: Hay un palacio molón aquí

Madrugando que es gerundio fui a ver ese palacio que se distingue en lo alto de una montaña y que vigila a todo el pueblo de Bundi. El Garh Palace se llama, y fue construido durante el reinado de Rao Raja Ratan Ji Heruled, entre 1607 y 1631. Este sí que deja sin aliento. Su pobre estado de conservación, unido a que no había nadie más que el guardia y un barrendero, me hizo sentir como Indiana Jones cuando descubrió el templo maldito.

Detalles del palacio, y la puerta de los elefantes. (Pincha para ampliar) / (C) Lola Hierro.

Palacio medio en ruinas de quitar el sentío. / (C) Lola Hierro.

Otro patio lindo. / (C) Lola Hierro.

De este lugar dijo Kipling que parecía construido por duendes más que por hombres. Después de contemplar el inmenso trabajo realizado en pura roca, entiendo sus palabras.

Las llamadas puertas de los elefantes, con dos gigantescos paquidermos tallados en lo alto dando la bienvenida, abre la visita a una serie de estancias de quitar el hipo. La mayoría están cerradas y sus únicos inquilinos hoy en día son los murciélagos –el olor a guano o caca de estos bichos acompaña durante toda la visita– pero las que se pueden ver son fabulosas. Algunas lucen pinturas murales dorados y turquesas, otras muestran finos trabajos de mármol, como la galería donde se celebraban las audiencias públicas, que aún conserva un trono hecho en este material en el que se sentaba el Rajá. Otra habitación está enteramente decorada con espejos y cristales de colores, dándole un aire muy oriental… Los balcones gozan de minuciosos trabajos de filigrana y los patios están profusamente decorados: desde capiteles con elefantes hasta preciosas pinturas sobre las paredes.

Estancia a la japonesa. / (C) Lola Hierro.

Capiteles de elefantes. / (C) Lola Hierro.

Sillón del maharajá. / (C) Lola Hierro.

La visita no acaba en este palacio, que era el destinado a los hombres. Un poco más a la derecha se encuentra el que fuera palacio de las mujeres o Chittrasala, un recinto del siglo XVIII construido por Rao Unmed Singh que recibe al visitante con un exquisito jardín colgante desde el que hay unas vistas de escándalo de todo Bundi y unos cuantos monos dando por saco aquí y allá. De todo el complejo, que parece grande, solo están abierta al público una estancia profusamente decorada con pinturas en tonos azules que describen la vida y milagros de Krishna. Al fondo se encuentra una estancia cerrada con candado pero que se puede visitar, solo hay que pedirle a algún empleado que la abra. Es la joya de la corona, la llamada Sheesh Mahal: un cuarto abovedado y totalmente cubierto por pinturas con miles de detalles. Lo triste es que este también está muy dañado y, si los indios no hacen algo al respecto, en unos años las pinturas habrán desaparecido.

Detalles de la sala Sheesh Mahal (Pincha para ampliar) / (C) Lola Hierro.

Chittrasala. De todo esto solo se puede ver una estancia. / (C) Lola Hierro.

Espejos hechos trizas. / (C) Lola Hierro.

Todo está pintado. / (C) Lola Hierro.

Precisamente sobre el asunto de la conservación pregunté al guardia que corta las entradas junto a la puerta de los elefantes. Me explicó que la propiedad es en un 90% privada y en un 10% del Gobierno (no sé si del Estado o del país) y me dio la razón en que habría que acometer trabajos de restauración en todo el complejo pero reconoció que no hay nada en pie. “En el futuro, quizás…” dejó caer. Es una pena, el sitio es m-a-r-a-v-i-l-l-o-s-0 pero lo tienen completamente abandonado a su suerte.

Pinturas en el pabellón Chittrasala. (Pincha para ampliar) / (C) Lola Hierro

Pinturas de Krishna y Rada. / (C) Lola Hierro.

La excursión puede extenderse hacia el imponente fuerte Targarah, cuya entrada se compra en la misma taquilla del palacio. Yo me lo he saltado porque no he encontrado en ningún momento ánimos para subirme ahí arriba con tanto calor. Las únicas opciones posibles eran que la temperatura bajase 20 grados o que me pusieran un ascensor, y no ha ocurrido ni una cosa ni la otra.

Desde aquí se ve Bundi entero. No hace falta subir más. / (C) Lola Hierro.

A la salida del palacio me encontré a estos niños. / (C) Lola Hierro.

Las horas centrales del día en estos meses en el Rajastán son para pegarse a un cacharro de aire acondicionado y no hacer nada más. Como mucho, echarse una siesta. Y eso mismo hice. A las seis de la tarde, con un tiempo más decente, encontré que era un buen momento para hacer una excursión al lago Jait Sagar. De este me habían dicho que era grande y prístino, que uno se podía bañar en él incluso. Con ese ánimo emprendí la marcha ayudada solamente por una foto de un mapa cutre que no estaba a escala.

Esta pequeña excursión me ha permitido descubrir dos cosas: que el lago en sí es una mierda pinchada en un palo y que la vida de Bundi es mucho más que la calle ruidosa de las motos que tanto odio.

En cuanto a lo primero: no gastaré palabras en esa charca. Es grande, sí, mucho, pero lo de limpio… ni en broma. Si es que se me olvida que estoy en India. El lago en sí es una mole de agua sucia y llena de nenúfares gigantescos sobre los que se acumula basura, sobre todo en las orillas. Los hoteles de la carretera que lo rodea ofrecen como actividad de ocio el avistamiento de aves sobre estas aguas, pero no tengo yo muy claro cómo irá esto…

La cara más amable del lago Jait Sagar. / (C) Lola Hierro.

Lo segundo ha sido una de las mejores experiencias en Bundi: he descubierto la vida local de verdad, la que está más allá de lo que se ve a primera vista. Paseé durante un buen rato por las intrincadas callejuelas de la ciudad buscando el dichoso lago y me topé con docenas de escenas cotidianas de lo más pintorescas con las vacas y los vecinos como protagonistas. Entre una y otra descubrí algunos de los antiguos baoris o pozos de agua. Hay unos 60 en la ciudad pero ya no se usan, en parte porque se han secado y en parte porque la basura ha sustituido al agua. El más famoso, llamado Ranij ki Baori o pozo de la reina, pasa casi desapercibido porque está oculto tras una valla de metal cerrada con candado. Tiene 46 metros de profundidad y está decorado con muchos relieves, es una preciosidad en estado de descomposición.

Templos y vacas en Bundi (Pincha para aumentar) / (C) Lola Hierro.

Vaca interactuando con señora. / (C) Lola Hierro.

Descubriendo otro Bundi… / (C) Lola Hierro

Vida local en torno a los templos. / (C) Lola Hierro.

Los templos también abundan en Bundi, están por todas partes y, aunque no sepas el nombre ni a quién se ha dedicado, es muy bonito y entretenido meter un poco las narices y ver quién reza y cómo reza. En uno de los que me encontré había un señor acompañado de una cría de dos o tres años y ambos daban vueltas al recinto e iban tocando campanas, y luego se inclinaban ante algunas estatuas, tocaban más y rezaban algo que no se entendía. Bueno, todo esto lo hacía el hombre, la niña tenia pinta de aburrirse como una ostra mientras seguía a su –presunto- papá de campana en campana.

Este señor siempre está en el templo. / (C) Lola Hierro.

El templo de las campanas. / (C) Lola Hierro.

Tercer día: me voy cuando me empieza a gustar

Bueno, pues al final, sí. Al final, después de tres días sin más remedio que aguantarme con lo que hay, le he encontrado el encanto a Bundi. Empecé con mal pie pero bueno, de sabios es rectificar (aunque sigo odiando a muerte los pitos y la mierda).

Mi último día ha sido muy apacible; me dediqué a comprar pulseras (bangles en jerga de por aquí) en el bazar, donde observé un poquito más de la caótica vida de los indios. Me llama mucho la atención que la entrada de cada comercio disponga de unas colchonetas cubiertas con una tela que un día debió ser blanca. Entiendo que ahí se sienta el cliente con el dueño y realizan transacciones comerciales. Funciona así en las tiendas de cacharrería y en las de comida o de zapatos. Todo igual.

Vendedoras de pulseras. / (C) Lola Hierro.

Señoras de casquera en el bazar. / (C) Lola Hierro.

Plancha que te plancharas. / (C) Lola Hierro.

Friendo samosas. / (C) Lola Hierro.

Esperando a los clientes con el periódico. / (C) Lola Hierro.

No puedo acabar este post sin contar que incluso he dado una clase de cocina!! Lo he hecho en mi hostal, que se llama Hadee Rani guesthouse y es EL MEJOR del mundo. El único lugar limpio de toda India, me atrevo a decir, y el que tiene LA MEJOR cocinera del mundo. Ella es Sashi, esposa de Chintu, dueño del haveli. Son una familia encantadora aunque tienen dos niñas que lloran mucho y te despiertan por la mañana. Por todo lo demás, son perfectos; durante estos cuatro días nos hemos sentido en familia y nos hemos puesto hasta arriba de comer platos frescos y caseros de Shashi.Tan ricos están que por eso el último día nos animamos a aprender alguna receta: curry de patatas Joan y arroz biryani yo. Si alguien pasa por Bundi, debe alojarse con esta familia obligatoriamente, son lo mejor de la ciudad. Lo prometo.

Sashi, dueña del Hadee Rani. Enorme cocinera y mejor persona. / (C) Lola Hierro.

 

Información práctica para visitar Bundi

  • Cómo llegar: Hay trenes desde Udaipur (400 rupias o 4,5 euros) y otras ciudades como Agra, Jaipur, New Delhi…
  • Desplazarse: La estación está a 4 kilómetros de Bundi city, así que hay que tomar un rickshaw para desplazarse que cuesta entre 80 y 100 rupias. Después, siempre me he movido a pie por la ciudad.
  • Dónde dormir: Recomiendo totalmente la Hadee Rani Guesthouse, en la calle Sadar Bazar. Nos costó 300 rupias (casi 4 euros) la habitación doble con baño. En temporada alta, el precio se multiplica por dos.
  • Compras: Hay muchas tiendas de sarees y en el bazar también se encuentran puestos de pulseras y otros abalorios, pero todo está orientado al comprador local, no he visto apenas tiendas como reclamo turístico. Hay que saber buscar.
  • Comer: una vez descubrimos la cocina de Shashi, nos abonamos a sus recetas, así que no hemos explorado mucho. En el bazar hay muchos restaurantes locales, para indios. Cerca del fuerte y del palacio hay multitud de hostales para turistas con restaurantes de comida continental, wifi, vistas, etc, pero siempre son más caros.

 

5 respuestas a «Atrapados en Bundi, ese pueblo…»

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