Agra, el Taj Mahal y las moscas

No sé cuáles son las 10 cosas más mejores que hacer en Agra o las 10 atracciones turísticas más chachi pirulis, ni sus hoteles con más encanto ni sus restaurantes más auténticos. De momento, lo que sí sé es que en Agra hay más moscas por metro cuadrado que en cualquier otra parte del mundo. ¿Por qué? Es un misterio sin resolver.

Después de esta categórica afirmación, subjetiva e indocumentada como pocas, me reafirmo en otra cosa: que las recomendaciones de otros viajeros no deben tomarse al pie de la letra. Que cada uno somos un mundo y cada uno vivimos de manera diferente las experiencias viajeras, los lugares visitados… Me pasó con Bundi, que me decepcionó al principio porque en mi cabeza me había imaginado una Alcarria hindú y no era tal. Con Agra, me ha pasado al contrario: esperaba una ciudad insoportable de la que salir huyendo lo antes posible y, vaya, al final sí he salido pronto por exigencias del guión, pero de buena gana me hubiera quedado unos días más para conocerla a fondo, con moscas y todo.

Un sueño hecho realidad.

Con casi un millón y medio de habitantes, se puede decir sin temor que Agra es una ciudad grande. Debido a su tamaño tiene más caos, más coches, más gente y más todo, por lo que lo lógico era pensar que iba a agobiarme más. Pero ha sido al contrario: no sé si porque el tiempo ha dado un pequeño respiro, porque los claxon de las motos y rickshaws han estado un poco menos activos o porque las calles son más anchas que en Bundi, el caso es que la sensación de agobio descendió y he podido disfrutar mi día y medio en la ciudad que acoge el Taj Mahal, el edificio más bonito del mundo, el que llevaba soñando visitar desde que soy una enana.

La llegada esta vez ha sido poco accidentada porque el tren ha tardado solo cuatro horas en llegar hasta aquí. No hubo tiempo para volverse loco. Me acompañó todo el camino un precioso atardecer y una brisa vespertina que me ahorró esos malos momentos de calor extremo que he vivido en días anteriores.

Una vez en la ciudad, es bastante fácil encontrar un alojamiento económico: las puertas este y sur del Taj Mahal están rodeadas de pequeños hostales económicos. Esta vez he elegido muy mal, y lo mismo que no me importa hacer publicidad explícita en este blog de los sitios que me gustan, tampoco me tiembla el pulso para lo contrario. El hotel Shanti Lodge, recomendado en la Lonely Planet, es el lugar más inhóspito y sucio de toda India, estoy segura. No vayáis. No lo piséis si no queréis quedaros sin agua en la cisterna y en la ducha de repente (en los grifos sí había, qué cosas). No vayas si no quieres ver telarañas y churretones de mugre por todas partes, especialmente en el baño. No vayáis si no quieres que se te caigan en la cabeza trozos de pintura del techo cuando más tranquilo estás. No vayáis si no quieres que el camarero del rooftop restaurant (para variar) pretenda cobrarte el doble por una cerveza cuando sabe perfectamente que ese precio no existe en ninguna parte. Pues sabré yo lo que vale una cerveza a estas alturas… En fin, un desastre.

Vistas desde mi hostal. Lo único bueno.

Pero pasando a asuntos más agradables, tengo el honor de afirmar que por fin me he perdido por el Taj Mahal. Y que es más bonito y majestuoso de lo que me esperaba. Y que no sé qué más decir de este mausoleo porque se ha escrito ya mucho y muy bueno, y no me siento con autoridad. Todo el mundo sabe que está situado a orillas del río Yamuna (lo que no dicen las guías es la cantidad de mierda que hay en sus márgenes), que fue construido entre 1631 y 1654 por orden del emperador Sha Jahan. Y que este tiró la casa por la ventana para hacer un mausoleo a la altura del amor que sentía por su esposa Mumtaz Mahal, quien murió al parir su decimoquinto hijo. Cuentan que para levantarlo empleó a 20.000 esclavos.

Es mucho más grande de lo que parece.

Sintiendo el Taj Mahal.

Taj Mahal super expuesto en una intentona de mostrar los detalles decorativos.

El Taj Mahal abre con el amanecer y cierra con el atardecer. La entrada son 750 rupias (casi diez euros) y solo da derecho a acceder una vez. Cuando sales, ya no puedes volver a hacer otra visita, como en la mayoría de lugares. Entonces el dilema es: ¿vengo a ver la salida del sol o la puesta? En mi caso, elegí la puesta porque las mañanas en Agra están siendo muy brumosas. Y creo que acerté de pleno. Es verdad que hay más turistas pero el recinto es tan grande que no molestan, se ven como hormiguitas. Además la visita está organizada de tal manera que puedes ver todo como si se tratara de un circuito cerrado, así que todo va a buen ritmo y no te dejas ningún rincón por escudriñar.

Relieves.

Familia india muy linda.

Todo el mundo se hace fotos en el Taj Mahal.

Me ha maravillado la solemnidad del Taj Mahal; se respira reverencia y recogimiento. La cúpula es descomunal, no recuerdo una mayor, y redonda y perfecta en su mármol blanco. Los relieves con motivos vegetales, las flores de colores, las celosías, la caligrafía con versos del Corán… Todo se ejecutó de manera exquisita y se mantiene intacto con el paso de los años. El interior, donde no está permitido hacer fotos, es de traca. Es muy pequeñito para todo lo grandote que parece el mausoleo desde fuera, y contiene los dos féretros vacíos del Sha Jahan y de su esposa rodeados por una pantalla de mármol calado con incrustaciones de piedras preciosas. Hay que verlo para hacerse una idea. Los cuerpos del emperador y su emperatriz se encuentran allí mismo, pero un piso más abajo, por lo que no están a la vista del público.

Celosías del interior.

Una niña, a través de la celosía del Taj Mahal.

Acerté en elegir la puesta de sol porque el cielo estuvo despejado y pude hacer algunas fotos a contraluz. Un fotógrafo de verdad hubiera hecho maravillas, yo me limité a entretenerme un rato inmortalizando a las familias de turistas hindúes pasando la tarde allí, posando para que les hicieran fotos, dejando que los niños jugaran sueltos un rato… Allí dentro no parece que estés en India porque ni hay mucho ruido ni hay mucho caos. Los jardines son grandes y están bien cuidados; aunque haya mucha gente, no da sensación de multitud.

Atardecer sobre el Yamuna.

Turistas hindúes…

…Y turistas guiris. Atención a las zapatillas de papel que te obligan a usar. Con razón el suelo está tan limpio.

Di dos vueltas a todo el recinto: una para verlo bien, otra para hacer fotos aprovechando que el sol caía y que todo se ponía con una luz muy bonita. De paso intenté entrar en la mezquita pero tuve un follón con unos señores que había dentro: no sé si es que yo no podía entrar por ser mujer, o era porque me acerqué demasiado con los zapatos puestos y se enfadaron, el caso es que me pegaron un montón de gritos en un idioma que desconozco y no pude entrar a la primera. A la segunda, cuando estaban despistados, sí que accedí.

La mezquita.

La mezquita y los señores que se enfadaron conmigo, aún no sé por qué.

Tiramos fotos hasta que el sol se ocultó y dejó de estar tan bonita la tarde. Nos fuimos cansados pero contentos, sabiendo ambos que ya podíamos tachar una renglón más de la lista de lugares que ver antes de morir.

Paseos.

Contraluces…

Al atardecer.

8 respuestas a «Agra, el Taj Mahal y las moscas»

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