Una vida recogiendo mierda

Hace dos semanas escribí y publiqué en El País un extenso artículo sobre la recogida manual de excrementos en India. Dicho de manera más llana: sobre cómo los más pobres, sobre todo las mujeres de la casta de los intocables, la más baja en el sistema tradicional de división de clases, a son obligados a limpiar letrinas con la única ayuda de un cubo y sus manos. En India, hay prohibiciones constitucionales y legislativas sobre la  recolección manual de desperdicios. Sin embargo, miles de mujeres y hombres continúan dedicándose a la limpieza de forma manual de excrementos humanos depositados en letrinas secas (sin cisterna, no olvidemos que la mitad de la población en el país carece de retrete). Por lo general, se embarcan en la recolección manual debido a que la pertenencia a una casta tan baja les dejan pocas, o ninguna, opciones de empleo alternativas. Se trata de una situación perpetuada por la mala aplicación de las leyes y políticas que prohíben esta práctica.

Más allá de los chistes escatológicos, es un asunto muy triste que revela la profunda desigualdad y la discriminación que aún existe en India. La denuncia acerca de las condiciones de trabajo de estas mujeres, que rozan la explotación laboral y que son de todo menos dignas, venía de la mano de la organización de defensa de los derechos humanos Human Rights Watch con un informe titulado Cleaning Human Waste. Manual Scavenging, caste and discrimination in India. Hoy no voy a volver a escribir sobre el informe, quién esté interesado en esta triste realidad puede leerlo en Planeta Futuro, la sección con la que colaboro en El País.

Lo que sí quiero hacer es recopilar aquí una serie de testimonios de estas mujeres que se quedaron fuera del artículo por cuestiones de espacio y que me gustaría destacar porque, al final, lo más valioso y lo que más penetra en nuestras conciencias son las experiencias personales por encima de los datos y los números, ¿verdad? Son historias realmente duras que descubren unas condiciones de vida paupérrimas y miserables. Espero que el Gobierno indio y las organizaciones internacionales sigan luchando para eliminar esta práctica degradante que miles de mujeres son obligadas a realizar. Por supuesto, todos los nombres que se aportan son ficticios.

Mujeres recogedoras. / HRW

  • «Tenía que trabajar con un velo sobre mi cabeza. Cuando llovía, mi ropa se manchaba con excrementos. No se secaba a tiempo y la casa olía mal. Empecé a sufrir problemas de piel e incluso se me cayó el pelo». Badambai, distrito de Neemuch, Madhya Pradesh. Enero de 2014.
  • «Las casas en las que trabajaba me daban chapatis (una clase de pan) y sobras; me las tiraban a las manos desde la distancia. Supuestamente iba a cobrar 10 rupias (25 céntimos de euro) al mes por cada casa. Algunas veces no me pagaban en meses».  Rekhabai, de Devgarh, distrito de Dewas, Madhya Pradesh.
  • «No sabía que tendría que limpiar letrinas. En Nepangar, de donde provengo, mi familia no realiza este trabajo. Mi padre me dijo que la familia de mi marido tenía un gran jagir en el que trabajaban 100 familias, pero no me dijo en qué consistía el trabajo. Comprendí lo que tendría que hacer cuando llegué a Bhonrasa… Un jagir es el trozo de tierra que te pertenece. Yo fui llamada maitarani (reina de excrementos). ¿Para qué? Mi trabajo era limpiar las heces de la gente por una o dos rupias al mes. Nos dijeron que tenámos que hacerlo, nadie lo impidió». Sevanti Fatrod, de Bhonrasa, in el distrito de Dewas, Madhya Pradesh.
  • «El primer día, cuando estaba limpiando las letrinas, me resbalé y metí la pierna en un montón de excrementos que me llegaba hasta la pantorrilla. Grité y me fui corriendo. Cuando llegué a casa lloré y lloré. Mi marido me acompañó al día siguiente y me obligó a repetir el trabajo. Sabía que solo existía este trabajo para mí». Sona, de la ciudad de Bharatpur, en Rajasthan.
  • «Limpio 20 casas en Sandawli cada día. Ellos me dan rot is. No me dan nunca más de dos, pero al menos nos dan algo. Mi marido trabaja en el campo, pero no tiene empleo todos los días. Si yo hago esto, al menos nos aseguramos algo que comer». Shanti, de Nagla Khushal, en el distrito de Mainpuri, Uttar Pradesh.

  • «Cuando dejé el trabajo, mi suegra se negó a darme de comer. Daba comida a mi marido, pero no a mí ni a mi hija. Ella dijo que si no trabajaba, no comería». Tarana, del distrito de Ujjain, en Madhya Pradesh.
  • «Quería dejarlo, pero nuestra supervivencia era más importante, necesitábamos la comida que me daban a cambio así que mi familia no me dejó abandonar». Kannijbi.
  • «Dos o tres días después de haber dejado el trabajo no teníamos nada que comer, solo un roti dividido en  cuatro pedazos. Fue entonces cuando sentí mucha presión por parte de la familia de mi marido. ¿Qué vamos a comer?, me preguntaron». Sushilabai, de Gandharvpuri, en el distrito de Dewas, Madhya Pradesh.
  • «Estudiaba hasta las ocho de la tarde, pero aquí no hay otro trabajo, no importa dónde lo intentas encontrar. Si iba a un hotel a buscar empleo, me preguntaban por mi casta. Un día les dije que era una Valmiki, y lo único que me ofrecieron fue limpiar los retretes. Yo quería hacer otra cosa, sé que esto es discriminatorio pero, ¿qué podía hacer?» Bablu, de la ciudad de Bharatpur.
  • «Me di cuenta de que mis hijas estaban haciendo las labores de limpieza en la escuela porque yo las enviaba bañadas pero volvían sucias, con polvo en el pelo. Fui al colegio y pregunté que por qué las obligaban a limpiar. Me respondieron: ¿qué esperabas? Tu casta es responsable de este trabajo». Aastha, del distrito de Sehore, en Madhya Pradesh.
  • «Empecé a limpiar letrinas con mi cuñada cuando teníamos 15 o 16 años, limpiábamos en unas 100 casas. Yo llevaba una cesta sobre la cabeza con todos los excrementos y cuando llovía, el contenido me resbalaba por todo el cuerpo. Se me empezó a caer el pelo a mechones pero nadie me ayudó, todo el mundo me ridiculizaba». Baby, de Jharda, en el distrito de Ujjain, Madhya Pradesh.
  • «He realizado este trabajo durante tres años. Por culpa d esto mi salud se deterioró, comía muy poco porque el trabajo es muy sucio y tenía dolor de estómago por llevar cestos tan pesados». Rajubai, ciudad de Kusumba, en el distrito de Dhule, Maharashtra.
  • «Estaba embarazada de tres meses y nadie me ayudaba a transportar los pesados cestos. Teníamos que recoger las heces, llevarlas sobre nuestras cabezas y tirarlas por ahí, en otro parte. Debido a este esfuerzo, perdí al bebé que esperaba». Kiran.
  • «No recibimos nada del Gobierno; ni máscara, ni guantes. Nada para prevenir enfermedades cuando los excrementos entran en contacto con nuestras manos y piernas. Hace diez años comencé a trabajar en esto y me encontraba más saludable. Ahora, a menudo me siento enferma». Neha, de la ciudad de Bharatpur, en Rajasthan.
  • Un día no fui a limpiar los baños. Vinieron a mi casa y  me dijeron: ‘Si no vienes, te echaremos del pueblo. No tendrás a dónde ir». Anita, de Kasela, en el distrito de Etah, Uttar Pradesh.
  • «Después de dejarlo, uno por uno mis ex patronos vinieron y me dijeron que tenía que seguir haciendo ese trabajo. Me dijeron: ‘Si no lo haces tú, nos llevaremos a tu marido. Si no l hace tu marido, nos llevaremos a tu hijo, pero alguien de tu casa lo hará. Sushilabai, de la aldea de Jeevajigarh, en el distrito de Dewas.
  • «Cuando lo dejé, una de las personas para las que había estado limpiando fue a buscarme y me advirtió: ‘Como entres en mis tierras a partir de ahora te cortaré las dos piernas». Rekhabai.

5 respuestas a «Una vida recogiendo mierda»

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