El día siguiente a nuestra visita al Taj Mahal, en Agra, era el de mi marcha hacia el siguiente destino: Varanasi. Aún así, tenía toda la mañana para hacer un poco más el guiri. Mi compañero de viajes, Joan, y yo, nos decantamos por el Fuerte Rojo, aunque no teníamos ni idea de qué era exactamente. Yo me imaginaba recorriendo una fortaleza roja en plan la Muralla China, pasando calor y penurias. Pero ¡qué va! El Fuerte Rojo es una maravilla arquitectónica de mil años de antigüedad. Es el más grande de India y no es solo un fuerte, es que es un palacio inmenso y precioso, casi todo hecho en mármol blanco también, aunque se llama «rojo» porque el exterior y parte del interior es de arenisca de ese color. Eso sí, el calor lo he pasado igual.
Fue palacio de los emperadores mogoles, y se construyó en menos de diez años, entre 1566 y 1573, aunque luego los sucesivos emperadores que lo habitaron fueron poniendo y quitando y modificando el complejo, que está rodeado por un foso de nueve metros de profundidad. Está en el margen derecho del río Yamuna, a pocos metros del Taj Mahal, que se observa perfectamente desde muchas de las ventanas de la fortaleza. Ventanas por las que el pobre Sha Jahan pasó los últimos ocho años de su vida contemplando el mausoleo que él mismo había ordenado construir. Cuentan que su propio hijo, el emperador, le mantuvo preso en esta fortaleza para poder reinar en su lugar. Desagradecido…
Podría perderme hablando de la arquitectura, relieves y bellas filigranas del fuerte rojo y de su interior blanco, pero todo eso ya está muy explicado. Igual que con el Taj Mahal, creo que no aportaría nada. A toro pasado, desde mi escritorio de Madrid, puedo extraer algunas fotos de mi memoria: recuerdos que, supongo, son los que más me llegaron. No son más que flashazos de un recorrido entre patios, estancias de mármol, columnas con relieves muy trabajados… Todos salpicados por mujeres en saris de brillantes colores y grupitos de turistas. Creo que en esos momentos debía estar sufriendo los primeros síntomas de la enfermedad que me obligó a volver a casa antes de tiempo y a permanecer diez días ingresada en un hospital de Madrid. La verdad sea dicha: no guardo muchos recuerdos y no escribí nada en esos días porque me sentía muy débil y desganada. Ahora tengo las fotos para ayudarme a recordar, pero soy incapaz de saber qué sentí o de qué me gustó más y menos, de si viví alguna anécdota divertida con Joan, de si nos cansamos o nos pasó algo fuera de lo común.
Llevo un buen rato intentando rellenar esta entrada; contar cómo fue la visita a este maravilloso Fuerte Rojo, pero es que no me sale. Miro mis fotografías y recuerdo estar sentada en unas estancias muy bonitas que luego he sabido que forman el llamado Palacio Jazmín por la cantidad de flores esculpidas con las que esta decorado. Sé, porque lo he leído, que la emperatriz vivía en estas dependencias y que el suelo que yo -y miles de turistas más- pisamos con las chanclas sucias, se rociaba a diario con agua perfumada en aquellos tiempos. Recuerdo haber visto las piedras semi preciosas con la que se decoró la filigrana, y haber hecho una foto de la mano cubierta de dibujos de henna de una india con sari amarillo.
Sigo mirando fotos y recuerdo que me pareció inverosímil lo bien conservados que están los pilares, las columnas y capiteles del Palacio de Jahangir, que es de estilo hindú y musulmán a la vez para honrar a las dos esposas de este tal Jahangir, ya que cada una era de una religión. Las fotografíe muy de cerca porque no daba crédito. Recuerdo a una parejita asiática descansando a los pies de estas columnas, y que eran los únicos que estaban allí, ademas de nosotros. Reinaba el silencio. El azul del cielo y el rojo de los muros quedaron muy bien en las fotos.
Recuerdo vagamente pasear por el jardín cuadrado que hay en lo que yo creo que era el centro del recinto, y pensar en lo simétrico y limpio que era todo, nada que ver con la idiosincrasia india, la verdad. Recuerdo que me sacaron un poco de quicio los rebaños de turistas porque rompían el silencio y la paz. También sé que me hice unas fotos absurdas en una de las galerías blancas, y aunque no parezco enferma porque salgo haciendo el tonto, quien me conozca si notará que mi cara no es de la siempre. Recuerdo que, al salir del recorrido, llegamos a unos soportales cuya techumbre era sostenida por docenas de finísimas columnas colocadas de dos en dos, y parecía eso un bosque de piedra. Además daba la sombra y corría un pelín de brisa. Sí, ahora recuerdo que hacía mucho calor y que me senté un ratito en unos escalones para descansar. Recuerdo que Joan, por su cuenta, escuchaba música en el móvil, pero no acierto a adivinar la canción…
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