Los trenes de Bombay son un engaño. Me vendieron algo terrible y no es para tanto. Acostumbrada a ver fotografías de ferrocarriles hasta la bandera de indios, pensaba que subirme a uno iba a ser una misión imposible. Yo observaba a toda esa gente de las imágenes saliendo por las puertas y encaramados a los techos y me imaginaba India entera como una especie de Gran Vía un domingo de navidad en hora punta. Pero he descubierto el truco: los indios se asoman por las puertas pero no porque no quepan, sino porque así les da el fresquito. Si uno se fija bien en un tren, verás que todos van con la cabeza y medio cuerpo fuera (lo que hace no tener puertas en los vagones, claro) pero el interior está bastante vacío y la mayoría de las veces hasta encuentras un lugar para sentarte.
Más que los trenes, las que sí son caóticas son las estaciones. En la de Victoria, o rebautizada Chhatapatri Shivaji Terminus, nunca se encuentra un momento de paz. Indios e indias van y vienen, suben y bajan de los trenes, compran billetes, esperan familiares, pasan el rato, se toman un tchai en el santo suelo… Siempre hay algo que hacer. Luego están los puestos de ropa gitana, los limpiabotas, los que te ofrecen drogas cuando te ven con pinta de turista perroflauta, los de los puestos de comida… Es un no parar.
Comprar un billete es un poco complicado en la estación de Chhatapatri, pero con ayuda y buena voluntad, se consigue. No vale ir a la misma ventanilla que el resto de mortales, no. Tienes que ir a una especial para extranjeros, algo que supone una ventaja porque casi nunca hay colas. Los trenes indios siempre tienen un número de plazas reservadas para turistas, por eso hay que ir a esta ventanilla especial. En ella piden una serie de datos, como el número de pasaporte y, en seguida, te dan el billete.
Si aún quedan ganas, es muy recomendable echar un vistazo al edificio en de la estación de Chhatapatri, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2004. Tanto la fachada como el interior son una maravilla de arte gótico victoriano mezclado con influencias hindúes que le dan un aspecto más de catedral europea exótica más que de estación de ferrocarriles. Su cúpula de piedra, sus arcos y agujas y sus gárgolas bien merecen unos minutos de atención.
Luego hay otro falso mito: el de la gente en el techo de los trenes. Los trenes de Bombay son eléctricos, lo que quiere decir que si alguien se subiera al techo se quedaría frito al instante. Esto, en Bombay, claro, donde es muy fácil y muy civilizado viajar en tren para hacer un trayecto cortito.
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Otra cosa es coger un tren de larga distancia. He experimentado un viaje de casi 24 horas en la clase sleeper (la de pobres) desde Bombay hasta Udaipur.
De 10 de la noche a seis de la mañana la cosa fue medio bien en el tramo Bombay-Ahmedabad. Pese a ir en la clase más humilde y con una familia de 12 personas (incluidos bebés) de polizones, los ventiladores funcionaban y entre eso y la ausencia de cristales en las ventanas la temperatura era bastante agradable y se podía dormir. Pueden dificultar el sueño los gritos y chácharas incesantes de los indios, que nunca paran de hablar y de discutir por cualquier estupidez. O los comedores improvisados que se montan en los pasillos y que impiden que nadie vaya al baño salvo que quiera pisotear docenas de platitos con salsas, verduras y arroces varios. La familia polizón ha hecho lo mismo que muchos indios que se quedan sin billete cuando todo va lleno: compran uno a mitad de precio que les da derecho a subir al tren. Si tienen suerte y ha habido alguna cancelación, pillan el sitio y, si no, pueden viajar en el hueco que encuentren. Por eso los trenes siempre van a tope.
Toda esta familia iba de boda a un pueblo a dos paradas de Ahmedabad y una de las chicas mas jovencitas nos ha invitado a acompañarles, pero se nos salía mucho de los planes. Como me han visto cara de pena por perderme algo así ella me ha invitado a su propia boda: el 9 de noviembre en Bombay. Para esas fechas me gustaría andar de vuelta por aquí, así que si lo logro intentaré ir. La familia era un encanto, pero no sé cómo han hecho para dormir todos en huecos que han ido encontrando dado que no tenían plaza asignada. Unos cuantos se han tumbado en el suelo, otros en camas que les han dejado otros pasajeros (a mujeres con bebés), otros compartiendo sitio… Yo me he sentido poco solidaria pero no podía, simplemente no podía, ponerme a dormir con una india al lado en una colchoneta de 70 centímetros de ancho así que me he subido a mi sitio, el de arriba del todo, y he intentado pegar ojo. No me ha costado mucho; tenía un micro mundo bajo mis espaldas pero me he evadido rápido, supongo que del cansancio.
El segundo tramo Ahmedabad-Udaipur, de 12 horas (7 de la mañana, 7 de la tarde) ha sido un infierno porque los ventiladores no han funcionado hasta dos horas antes de llegar a nuestro destino, casualmente cuando se ha puesto a llover y ya no hacían falta. Como en el otro, no había cristales, pero entraba un aire abrasador que nos ha tenido a todos medio muertos dentro de esta destartalada cafetera. Nos hemos quedado sin agua durante tres horas que hemos tardado en llegar a una estación con quiosco. En casi todas solo aparecen niños cargados de mangos y otras frutas que no identifico. Pero de agua, nada de nada.
Este viaje interminable se ha hecho algo más llevadero por la familia que nos ha tocado en suerte y porque hemos estado solo con ellos, no muy apretados. Padre, madre e hijo de unos 10 años, muy amigables pese a que no hablan inglés ni nosotros su idioma, cualquiera que sea este. La mujer, vestida con un sari amarillo y azul, llevaba un bindi y muchas joyas: pendientes, brazaletes, collares y anillos en los dedos de los pies y de las manos. Dice Joan, mi compañero de viaje, que esta mujer se ha enamorado de mí, y a lo mejor sí era cierto porque no dejaba de mirarme con una súper sonrisa, darme frutos raros y plátanos para comer y pedirme fotos. Durante un rato también nos ha acompañado una señora mayor de sari rojo acompañada de otro niño y dos gatitos bebés que nos han tenido un rato entretenidos.
La suciedad de estos trenes es tal y como dicen: tremenda. Al principio no sabía ni dónde apoyar la cabeza o la espalda, todo me daba asco, pero a estas alturas, ya me he rebozado en la mugre pero bien, me da igual. Solo quería llegar, pillar un hostal con agua fría y darme la ducha más abundante de mi vida. Acabo de hacer todo esto, por cierto, justo antes de escribir estas líneas.
El paisaje de Ahmedabad a Udaipur es bastante feo: secarrales y arbolitos enclenques aquí y allá. Cuando hay presencia humana o animal, es miserable: vacas esqueléticas y hombres mujeres y niños viviendo en condiciones más que humildes. Chabolas, construcciones de cemento y uralita, suelo de tierra… Hace tanto calor que la gente saca sus somieres a la calle y duerme a la intemperie, a la vista de quienes vamos subidos al tren. También a la vista adultos y niños se ponen a defecar con total desparpajo. Ya he perdido la cuenta de las personas que he visto plantando un pino a dos metros de mi ventanilla.
Mirando por la ventana durante 20 horas me ha dado tiempo a ver también camellos, un mono corriendo y saltando distancias alucinantes y un pavo real rebuscando en la basura algo de comer. En la basura también comen las vacas, ¡y he visto una de ellas con una corona de flores!
Los dioses indios nos han premiado nuestra paciencia tras un viaje tan agotador: ha llovido. Ha sido de repente: una gota, dos gotas, tres gotas… Millones de gotas entrando por las ventanillas del tren justo cuando hemos parado en el sitio de comprar agua. Nos hemos bajado como locos para que nos mojaran esos goterones gruesos que caían sin parar del cielo. Gracias, dioses indios, por esa lluvia tan oportuna. ¡El resto del viaje ha sido muchísimo más llevadero!
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