Son las 11:40 de la noche del 28 de marzo, quedan 20 minutos para el inicio de la huelga y la calle Preciados y la Puerta de sol están desiertas. No hay más gente que una noche de fin de semana normal. Contrasta con la imagen del paro del 29 de septiembre de 2010, cuando la plaza estaba hasta arriba de huelguistas y se montó un escenario enorme desde el que los líderes de CC.OO y UGT, Toxo y Méndez, arengaban a los asistentes… Un par de patrullas de la policía nacional se aburre en los accesos a la plaza por Preciados y Montera. Saben que Sol es un punto caliente, pero ahora la acción se concentra en la plaza de Santa Ana, Tirso de Molina y Cibeles, desde donde va a arrancar una marcha de piquetes. Les informan de que en Mercamadrid y en varias cocheras de transporte municipal hay altercados y no están saliendo los autobuses. A ellos les toca quedarse quietos un rato más.
Un cartel atado entre dos farolas, a bastante altura del suelo, baila por la acción del viento, solitario y provocador, proclamando su eslogan “Quieren acabar con todo”. Pero es el único que protesta. Solo hay inmigrantes vendiendo cerveza y algunos grupos de jóvenes sentados de charla en la fuente de la plaza.
Las proximidades de Huertas no están tampoco en huelga. Un grupo de estudiantes alemanes, de veintipocos y con bastante licor en el cuerpo, se declara absolutamente ajeno y desinformado acerca de sus posibles efectos. Los bares están abiertos, dan cerveza, ponen música. La gente se ríe y se divierte. La vida es bella para los guiris y no cambia el 29M. Dos relaciones públicas de las discotecas Mona Lisa y Mandala reparten flyers como cualquier otro día. Sus jefes les han dicho que, en principio, no van a cerrar. Y creen que otros bares de copas tampoco.
Según se avanza hacia Cibeles se ven más octavillas tiradas por el suelo, pintadas en los muros, pegatinas por todas partes… pero hay comercios que siguen abiertos. A lo lejos se escuchan muchas voces lanzando consignas, y también pitidos y bocinazos. El helicóptero de la policía que sobrevuela nuestras cabezas también aporta su dosis de ruido.
“No queremos quitarles sus trabajos, pero tampoco pueden pasar por encima de nosotros”. Carlos, miembro de un piquete de CC.OO se queja de la gestión del Gobierno de Mariano Rajoy. El haber llegado a hacer una huelga es un fracaso, asegura, porque significa que no ha sido posible llegar a un acuerdo mediante el diálogo. Lamenta que Rajoy no haya querido ni siquiera reunirse con los líderes sindicales para negociar la reforma laboral. Sabe que es muy posible que no se consiga nada, pero añade que quedándose en casa no se hubiera sentido a gusto. “Hay que defender los derechos que a nuestros antepasados les costó tanto esfuerzo conseguir”, remacha.
Carlos se encuentra en la sede de CC.OO en Madrid, en la calle Lope de Vega, casi en la esquina con el paseo del Prado. Aquí sí hay gente: de la nada van surgiendo grupos de piquetes informativos con banderas del sindicato que poco a poco forman una masa nada despreciable, de unas 1.000 personas, quizá más. Se disponen a recorrer Madrid. Suben por el paseo del prado hacia Cibeles y cortan parcialmente el tráfico. Un grupo de chicos jóvenes, algunos con estética punk, se enfrenta a un taxi, obligado a parar para no atropellar a nadie. Insultan, llenan los cristales de pegatinas y golpean varias veces el vehículo. Un señor de barba blanca y su mujer, que también van con la marcha, les reprenden por su comportamiento y les animan a continuar de forma pacífica.
Es la una y media de la madrugada y los mil y pico almas suben por la Gran Vía bajo una fuerte presencia policial. Se cuentan lecheras en cada esquina, hay agentes antidisturbios y policía municipal siguiendo muy de cerca a los manifestantes. Estos van cerrando los comercios que encuentran a su paso. En una cafetería se produce un pequeño enfrentamiento entre un camarero y un piquete. El primero se ríe con provocación y les saca fotos con su móvil, apoyado en la puerta del negocio. Un chico joven se planta muy cerca de él y le hace lo mismo. Mientras, el resto de empleados recoge las mesas y sillas de la terraza a toda prisa, para echar el cierre y evitar conflictos.
En el Burger King también hay roces entre la encargada del establecimiento, unos clientes que acababan de entrar y los piquetes. La primera les dice a gritos que se vayan y la dejen en paz porque ya están cerrando. Los segundos se quejan por ser expulsados del local nada más llegar e increpan a los manifestantes. Y estos últimos también insultan a todos los demás. Son las recriminaciones clásicas en estos casos: “vagos”, “gamberros” por un lado y “esquiroles” y “pijos de mierda” por el otro.
En el Café y Té de la misma Gran Vía se produce una situación desagradable. Un grupo de cuatro chavales de unos 20 años, insultan repetidamente al encargado de la cafetería, que custodia la entrada del local, cerrado ya a cal y canto. Los chicos le acusan de no luchar por los derechos de sus descendientes, pero también le llaman “hijo de puta”, “aprovechado” y “sudaca de mierda”. Este hombre se llama David y se declara socialista y de izquierdas de toda la vida. Ya más tranquilo después de los insultos, asegura que está a favor de la huelga, “pero una que hagamos todos, y no de cuatro que van montando jaleo e imponiendo sus ideas”. Le indigna que le acusen de que el día de mañana sus hijos no van a poder comer, y que se lo digan chicos tan jóvenes que “seguro que no han trabajado en su puta vida”. Dice que prefiere trabajar ahora para poder seguir dando de comer a su familia de momento, porque si se queda sin empleo, entonces sí que no va a comer ninguno.
En el Palacio de la Prensa el piquete no tiene éxito. La discoteca que abre cada noche en este histórico edificio madrileño cuenta con fuertes medidas de seguridad. Al menos diez gorilas custodian el acceso y la integridad de los asistentes, que son unos cuantos, por cierto. Miguel, jefe de seguridad de la discoteca, está absolutamente en contra de hacer huelga “en un momento tan malo para el país”. Ahora es el momento de trabajar más y arrimar el hombro. Él asegura que prefiere colaborar con su jefe todo lo posible porque, dice, si la empresa quiebra, el primer perjudicado va a ser él. Por eso y por la magnífica relación de amistad que mantiene con su superior. Horas más tarde se produciría una carga policial contra un piquete en el mismo acceso del Palacio.
A estas alturas de la noche, el pavimento de la Gran Vía está cubierta de octavillas, y sus muros y escaparates enterrados bajo pintadas y pegatinas. Algunos miembros de la marcha no disimulan delante de la policía y, aprovechando la nocturnidad y el revuelo, vacían sus esprays sobre las paredes. Las sucursales bancarias y los cajeros son los más dañados, igual que los escaparates de tiendas de moda y de grandes marcas: Loewe, Zara, H&M… quedan completamente cubiertas.
En medio de la agitación, aparece como salido de la nada un Álex de la Iglesia que intenta, sin éxito, pasar desapercibido. Asegura el director de cine que va a hacer la huelga, pero no se une al piquete. “Ahora intento llegar a mi casa”, dice antes de llegar a la acera Gran Vía con la plaza de Callao. Allí, un grupo de chicas empieza a perseguirle sin piedad a pesar de los intentos del cineasta por desaparecer.
El piquete, ya a la altura de la calle Alberto Aguilera, es algo menor, contará con unas 700 personas. El muro de ladrillo de ICADE —una de las universidades privadas mas exclusivas de España— luce una descomunal pintada que reza “Niños de papá, huelga general”. En San Bernardo, una señora se asoma a un balcón y reprende a un grupo que toca una bocina. Les recrimina que hagan ruido porque “hay niños durmiendo” y les llama gilipollas. Unos metros más adelante, otra señora, en bata y zapatillas, se encara con otro piquete y les lanza insultos de todo tipo, pero nadie le sigue la corriente y al final la señora se queda sola en medio de la calle pegando gritos al vacío.
Un poco más lejos, en pleno Paseo del Prado, un grupo de jóvenes de Juventud sin Futuro hace una rápida asamblea espontánea. Se ponen de acuerdo para ir en coches compartidos hacia las cocheras de autobuses de la EMT, y se levantan muy rápido porque temen los furgones policiales aparcados a unos 100 metros de ellos.
Son las tres y media de la madrugada y los piquetes de CCOO han vuelto a la sede del sindicato, que ha habilitado unos puestos de alimentación donde se reparten bocadillos, refrescos, agua y café de manera gratuita para todo el que lo pida. Está llena de gente la sede. A estas horas se nota el hambre, y el cansancio empieza a hacer mella. El salón de actos acoge a unas 400 personas, la mayoría hablan entre ellos o descansan, o incluso echan una siesta antes de espabilarse para ir a las cocheras de autobuses, donde van a continuar con su labor informativa.
Según datos de la organización, se han comprado 4.000 bocadillos, y 6.000 refrescos. Echando un vistazo detrás de las barras, se adivina que ya se han repartido al menos 2.800 bocatas. Eso da una idea de la cantidad de gente —sindicalistas o huelguistas que se han unido a sus piquetes— que se mueve por Madrid esta noche.
En la quinta planta se reúnen miembros de la organización. Saben que la página de la Red Eléctrica Española es un excelente y fiable medidor para conocer el seguimiento de la huelga. En esta web se pueden consultar unos gráficos actualizados en tiempo real que muestran el consumo previsto de electricidad y el consumo que de verdad se ha hecho. Otros días van prácticamente a la par, mientras que hoy, y desde las 10 de la noche, es en este momento un 20%, inferior a lo estimado, lo que significa que sí se están parando fábricas que secundan la huelga. La sensación entre los organizadores y responsables de CC.OO. es de satisfacción.
Uno de ellos se indigna con las acciones violentas de algunas personas durante los piquetes. Insiste en que hay algunas personas que no pertenecen al sindicato pero que se unen a sus grupos y provocan disturbios. Se queja de que la prensa transmita una mala imagen de ellos, como si fueran los violentos.
Son las cuatro y media de la madrugada y Rafa, miembro de CC.OO., está haciendo viajes entre la sede del sindicato y las cocheras de Carabanchel con su Citroën gris. Realiza una labor solidaria llevando de un punto a otro a chavales que quieren estar en el piquete y no tienen medio de transporte. Como hay muchos voluntarios yendo y viniendo con sus vehículos, Rafa calcula que con un par de viajes de cada uno bastará para recoger a la treintena de jóvenes que aún esperan en la esquina entre la calle Lope de Vega y el Paseo del Prado.
Son las cinco y los autobuses que cumplirán los primeros servicios mínimos este 29M comienzan a salir de las cocheras de Carabanchel. Les esperan unas 400 personas, separadas del recorrido de los vehículos por un cordón policial. Hay una gran hoguera encendida, el frío se nota a estas horas. Casi todo el mundo viene bajo la bandera de CC.OO, pero también se cuenta algún miembro de CNT y una cincuentena de jóvenes del 15M.
La presencia del cuerpo de caballería del Cuerpo Nacional de Policía impone miedo. Se nota porque los caballos se encabritan a pesar de que en el momento de la salida nadie está gritando ni armando escándalo. Tras unos segundos de cierto temor por el comportamiento de los animales, los agentes dominan la situación y posicionan al menos ocho caballos frente a los piquetes.
Los minutos pasan sin incidentes salvo por algún huevo volador e insultos a los conductores que emprenden la marcha. Un miembro de CC.OO coge un megáfono y pide a sus compañeros que no se insulte porque estos trabajadores cumplen servicios mínimos pactados. Algún autobús vuelve a cocheras por incidentes menores: una luna lateral rota, un cristal delantero completamente embadurnado con pintura de espray rosa…
Son las seis de la mañana, casi ha terminado la misión del piquete informativo, pero es ahora cuando suceden los incidentes. Lo sorprendente es que no coincide con la salida de ningún autobús municipal, contra los que no se registra ninguna acción violenta.
El enfrentamiento se produce entre policía y huelguistas por razones poco concretas, por la tensión del ambiente, que parece aumentar cuando un autobús intenta acceder a cocheras atravesando toda la masa de gente, situada en frente de la puerta principal del complejo. Es raro que haya terminado allí porque los vehículos suelen entrar y salir por la izquierda y derecha del edificio. La gente se revuelve.
Pocos minutos después, se registra un rifirrafe entre un grupo de personas y los agentes que tienen delante. Hay dos detenidos, un chico y una chica, los dos jóvenes. Un policía asegura que ha sido por “lo de costumbre”: desorden público y resistencia a la autoridad. Estas detenciones elevan la tensión y acaba produciéndose un nuevo choque, esta vez más violento. Las primeras filas de huelguistas intentan romper el cordón de seguridad. La policía carga con las gomas, un chico joven recibe un fuerte golpe con el mango de una porra en la cabeza y sangra abundantemente. Es asistido por una ambulancia medicalizada del SAMUR. Entra la caballería para intentar frenar el avance de los huelguistas, pero estos se enfrentan sin miedo a los animales. Se producen momentos de mucha violencia entre unos y otros. Unos pasos por detrás del cordón, un agente sostiene muy dispuesto un artefacto para lanzar pelotas de goma, pero no llega a utilizarlo.
Finalmente la fuerza policial se impone sin causar más heridos ni detener a más personas. Hay un par de amagos más de enfrentamientos, la gente insulta a los agentes, un señor bajito se encara con uno porque le ha empujado cuando él “estaba quieto sin meterse con nadie”. El incidente no pasa de cuatro insultos y cuatro amenazantes advertencias del policía para que se calle.
Son ya las siete y media de la mañana y la muchedumbre comienza a disolverse. Nacho, miembro del comité de huelga de CC.OO y encargado de corroborar que se han cumplido los servicios mínimos en las cocheras informa de que sí, de que se ha cumplido todo a la perfección. La gente se dispersa, la policía también se va retirando. Ahora comienza el día de huelga en Madrid.
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