Hoy inauguro un nuevo ciclo de entradas en este blog, que va a ir sobre películas que hablan de periodismo, o donde salen periodistas, o cuya trama está relacionada de alguna manera con este oficio.
Ausencia de Malicia (1981) es un largometraje dirigido por Sidney Pollack y protagonizado por Paul Newman y Sally Field. Trata sobre las consecuencias que una mal entendida libertad de prensa puede acarrear a personas inocentes.
En el filme, Newman es Michael Gallagher, un empresario corriente y moliente de Miami salvo por un detalle: que su padre fue un conocido malhechor. Este vínculo familiar crea suspicacias en la policía y decide convertirle en el chivo expiatorio por el asesinato de un líder sindicalista. Una oportuna filtración a una ambiciosa periodista pone el rostro y el nombre de Gallagher en la primera plana de los periódicos, lo que le acarrea una serie de importantes desgracias desde ese momento.
La película juega con el término «ausencia de malicia», utilizado en el ámbito jurídico de Estados Unidos para exonerar de responsabilidad a los periodistas que publican informaciones falsas sin saber que lo eran. Lo que hace Pollack es una crítica muy acertada hacia la ausencia de responsabilidad de los medios de comunicación, personificados en este caso en una redactora muy poco profesional. En este caso, la publicación de unas filtraciones sin contrastar arruinan la vida a un hombre inocente. Gracias al poder de influencia de la prensa, el principio de que uno es inocente hasta que no se demuestre lo contrario cambia a justo lo contrario: que uno es culpable hasta que no demuestre que no lo es.
Ninguno de los personajes se salva de la horca, pero el de la periodista Megan Carter es el peor parado.Es una mujer joven y adicta a su trabajo, que busca el reportaje de su vida, y que aparentemente no cae en la cuenta de las consecuencias que puedan traer sus actos. Comete errores sin malicia, pero imperdonables: revela fuentes, no investiga las filtraciones que recibe creyendo todo a pies juntillas y no respeta el deseo de una fuente a que su nombre no salga publicado. Y cada uno de estos fallos trae consecuencias terribles. En este caso, la libertad de prensa pasa por encima de la presunción de inocencia, algo que a todas luces es un error.
El final de la película es muy adecuado porque no hay ganadores, sino que todos pierden algo, todos tienen una mancha en su expediente personal y profesional. Enseña que los errores, aunque se hayan hecho sin querer, se acaban pagando, y que el poder de los medios de comunicación a la hora de desprestigiar a una persona o una empresa es enorme, por lo que hay que ser muy prudente al publicar cualquier información. A pesar de que el filme tiene más de 30 años, esta reflexión sigue plenamente vigente hoy en día, especialmente ahora, cuando además de la televisión, la radio o la prensa escrita también hay que tener cuidado con Internet, con toda su inmensidad y la rapidez de propagación de noticias que conlleva.
No me puedo ir sin decir, que pese a que la película fue nominada a tres Oscars, tiene claroscuros. La historia de amor, si se puede llamar así, entre los dos protagonistas es cutre y está muy mal traída, no pinta nada en la trama. Eso sí, siempre es un placer tener a Paul Newman en la pantalla.