Morir y resucitar

Interrumpí mis relatos viajeros por India de manera precipitada, sin preaviso y sin explicaciones. Así fue como me pilló la vida, así me dio un revolcón inesperado. No he tenido ganas ni energías para entrar en este blog y contar aventuras como si nada. Durante este mes, he estado evitando ponerme delante de este cuadradito blanco del editor de textos porque sabía que ese día tendría que realizar un ejercicio de introspección, preguntarme qué ha pasado, volver a los momentos dolorosos y auto analizarme para averiguar si estoy bien o si estoy mal. Y me daba miedo llegar a la conclusión de que estoy mal. Hoy, después de varios días pensándomelo, me dispongo a correr el riesgo. No tengo por qué dar explicaciones en esta bitácora a la vista de cualquiera. De hecho, no pienso hacerlo, no pienso soltar mis mierdas interiores. Pero escribir, aunque sea en clave para que nadie adivine mis vergüenzas, me ayuda a procesar sobre la marcha.

¿Qué ha pasado? Cuando fui a India no sabía que todo podía cambiar tan deprisa. He de reconocer que el viaje fue un poco infernal. En las entradas del blog doy la impresión de que todo iba sobre ruedas, pero la triste y anodina verdad es que India pudo conmigo. Es un país muy duro, mucho. He llegado a la conclusión de que hay que visitarlo con mucho dinero o con mucha energía. Yo no tenía ninguna de las dos cosas. Llegué en la época máximo calor -no bajábamos de 39 grados y en Varanasi llegamos a los 45-, arrastrando una anemia que no sabía que tenía pero que me tuvo en baja forma todo el tiempo, y con mucho estrés porque estaba pendiente de que me confirmaran la fecha en la que tendría que volver a España a trabajar. No sabía si podría estar un mes o solo diez días. También sentía una tristeza y un desasosiego por dentro derivado de asuntos más personales que no hay por qué contar. Todo esto me hizo muy susceptible: no aguantaba el calor, me cansaba en seguida, me ponía de mal humor con el ruido, con las muchedumbres, con el tráfico, con los indios que te miran fijamente sin vergüenza…

Y así las cosas, me puse enferma. Pero enferma de cojones. En pleno trayecto entre Agra y Varanasi en un tren asqueroso que olía a pis, comencé a vomitar comida y sangre. Al llegar a la estación, con un calor de escándalo y una flojera tremenda, mi cuerpo dijo «basta» y me desmayé ahí en medio de todos los indios que iban de un lado para otro. Recuerdo que justo antes intentaba subir las escaleras desde el andén a la planta principal y el macuto me pesaba como tierra aunque mi compañero Joan, detrás de mí, lo empujaba desde abajo para aliviarme la carga. Pues me parecía que un gigante me había puesto las manos sobre los hombros para tirarme al suelo. Fue un mal rato. No sé ni cómo llegamos al hostal. Sé que no podía andar sin apoyarme en alguien.

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Amaneceres sobre el Ganges, en Varanasi. Desde mi cama, con mucha tristeza. / (C) Lola Hierro

 

Me vi tan mal que decidí volver a casa inmediatamente. Saqué un billete de avión para cuatro días después y, ese tiempo, reposé mucho e intenté no morir de calor pese a que casi nunca había aire acondicionado por los constantes cortes de electricidad de una ciudad que no tiene infraestructura para toda la población que acoge. Con las poquitas fuerzas que acumulé pude ver Varanasi por encima, aunque esta es otra historia. Baste decir que a los cuatro días me despedí de Joan con el corazón en un puño y muy débil físicamente, y me metí 36 horas de viaje hasta llegar a casa. Ni que decir tiene que, según aparecí por Barajas, ingresé en el hospital.

He estado nueve interminables y aburridos días, conectada a tubos que me alimentaban por vía intravenosa y que me suministraban medicamentos. Ya perdí la cuenta de todos los que me metieron y además me acuerdo de pocas cosas porque me dieron algo que me provocaba somnolencia. Resumiendo, llegué con infección de riñón, gastroenteritis y colitis aguda, deshidratación, anemia y heridas en el tracto digestivo. Entonces mi vida se convirtió en un capítulo de House porque los médicos no sabían qué bacteria o virus me había causado todo eso. Me hicieron cultivos, endoscopias, ecografías y análisis de sangre, pero las pruebas no revelaban nada. Estuve muy mala, en cinco días no pude ni mojarme los labios con agua porque al instante sentía un dolor intestinal inenarrable. Tenía la boca seca y lo único que podían hacer conmigo era humedecerme los labios con un algodón. Así de bestia.

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Mi único contacto con el exterior durante nueve días. / (C) Lola Hierro

 

Al final, por descarte y por sintomatología, los doctores llegaron a la conclusión de que un bichito llamado giardia lamblia debía estar okupando mi duodeno. Me pusieron un tratamiento empírico y funcionó. Tres días después me dieron el alta. Había perdido solo tres kilos, pero emocionalmente estaba hecha una mierda; pasar tantos ratos de soledad en el hospital me hizo comerme el tarro más de la cuenta.

El trabajo, como siempre, me ha salvado. Al día siguiente me fui a currar. No por obligación, sino por cabezonería. Yo sé cuál es mi mejor medicina, y sé que tener la mente ocupada ayuda. Desde entonces, la balanza se ha ido inclinando del estado de ánimo mierdoso al estado de ánimo aceptable, y a volver a sonreír, a volver a tener ganas de hacer planes, viajes, locuras… Por el camino me encontré manos tendidas que no esperaba, y eso hace mucha ilusión. Poco a poco, vuelvo a ser yo. He dejado atrás lo que me hace infeliz. Sin algodones, sin medias tintas. Radical. Las heridas físicas y las emocionales van curándose. Por eso ahora escribo de nuevo en este blog. Es la prueba del algodón.

Hace unos días me escapé de viaje con Greenpeace. Durante tres días conviví con otras 30 personas en el Rainbow Warrior, el buque insignia de esta organización, con el que viajamos de Valencia a Ibiza para ver con nuestros propios ojos el rechazo frontal de la sociedad a las prospecciones petrolíferas que una empresa escocesa quiere realizar en el Mediterráneo y para conocer sus riesgos para el medio ambiente y la economía de la zona. Ha sido una inyección total de alegría, adrenalina e ilusión; he conocido personas fantásticas, he compartido momentos inolvidables y he vuelto reconciliada con el mundo.

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A puntito de embarcar, ¡sana como una manzana! / Foto cortesía de mi compañero grumete Óscar

 

Ahora volveré a contar historias como la reportera nómada que intento ser. Hablaré de lo que me quedó por contar de India, del Rainbow Warrior y de lo que vaya surgiendo. ¿Volveré a India? Claro que sí. He odiado mucho el país, pero al mismo tiempo sabía que no estaba siendo objetiva porque me encontraba muy chunga. Creo que debo darle otra oportunidad; será dentro de bastante tiempo porque aún me trae recuerdos muy  tristes, pero lo haré mejor preparada, con más dinero, sin anemia y cuando no haga tanto calor.

11 respuestas a «Morir y resucitar»

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  6. sinewan

    Los viajes hablan y por algo India te rechazó. Tendrás que volver para averiguarlo, supongo. Duro relato, enhorabuena por no dejar este espacio en blanco y compartir también los malos momentos.

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  7. Wladimir

    Existen profesiones apasionantes como es la de periodista, profesiones que dan luz a huecos y situaciones oscuras que nadie quiere ver. Dentro del periodismo mi querida amiga elegiste la rama más compleja, imagino que la vida como a todos te traerá momentos de reflexión y enfermedad, momentos de alegría y superación. Tu fortaleza hizo que la enfermedad remitiera para que en breve tus palabras vuelvan a ser luz y esperanza para muchos.
    Cuídate mucho.

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  8. Patricia

    Ánimo guapa! Me imagino que has pasado un calvario… pero como toda ave Fénix has renacido de tus cenizas y seguro que estás más que preparada para seguir comiéndote el mundo.

    Un abrazo grande

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  9. rocio

    Todos tenemos nuestros momentos bajos y es nornal lok hay que hacer es como hiciste tú, lor mucho que cueste salir al dia siguiente y recordar las cosas de fuera y no la mierda de tu cabeza, pues pocas veces dice la verdad

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