Bangkok ha sido mi primera imagen de Asia y me ha decepcionado un poco. Es modernísima, ruidosa, llena de atascos, de centros comerciales gigantescos que ofrecen marcas que en España aún no podemos adquirir. Su sofisticado aeropuerto, el Skytrain y los rascacielos contrastan con la pobreza de sitios como Chinatown o la ribera del Nam Chao Phraya, que está llena de casuchas de madera con tejados de uralita.
El barrio donde me alojo, Banglamphu, está atravesado por calles dignas de Benidorm o Ibiza, con cientos de turistas que buscan el entretenimiento fácil: alcohol, masajes, peces que te mordisquean los pies, mercadillos occidentales y comida barata. Esto es lo primero que he visto y me ha defraudado porque la esencia asiática no se respira por ninguna parte. Me alojo en una guest house bastante maja llamada Lamphu House, con habitaciones por 390 bath que, aunque se salían un poco de presupuesto, he aceptado; No he encontrado nada mucho más barato e ignoro si aquí uno puede regatear también en los hoteles. Para quien lo busque, está en la Soi Ram Buttri, una calle paralela a la Khao San Rd, reconocida calle de turisteo occidental. El ambiente, como digo, es igualito al de Ibiza en el mes de agosto, sólo que con mucha gente de ojos rasgados y sin playa. Tenemos los mismos mercadillos abarrotando cada callejuela, los mismos guiris enrojecidos por el sol borrachos como cubas, el mismo bullicio de discotecas y música en vivo noche y día, los mismos establecimientos y carteles luminosos con ofertas hoteleras y excursiones destinadas a turistas. Repito que no me gusta mucho; como me han dicho en la Oficina Económica y Comercial de España, eso no es Bangkok.
Por esta delegación he pasado para conocer a su directora, María Simó y a los becarios españoles que están ahora trabajando allí. Me ha contado que Tailandia no es un país que ponga las cosas fáciles a los extranjeros para conseguir trabajo, pero aún así no me cierro a ninguna oportunidad. ¡Quién sabe si a lo mejor termino trabajando aquí como una thai más! Lo bueno de esta visita es que he conocido a unas personas muy simpáticas a las que intentaré visitar cuando vuelva por la ciudad, en un par de meses. ¡Desde aquí les mando un saludo!
No ha sido hasta que he salido de Banglamphu cuando ha empezado lo bueno. Una de las cosas que más me llaman la atención son los olores. Yo nunca había percibido tantos, tan diferentes, y en tan poco espacio a la vez. Bangkok es un hervidero de puestos de comida callejeros donde ofrecen de todo, desde fruta fresca recién cortada hasta platos de fideos con verduras y pollo, pescados a la brasa un tanto extraños, comida china de ingredientes indescifrables, bollería… Bangkok huele mucho a dulce, pero a veces ese olor es bueno, sobre todo cuando te llega algo más picante a la vez, mientras que en otras ocasiones tiene un tufillo a comida podrida bajo al sol que da verdaderas nauseas. De todo lo que he comido, me quedo con los fideos con pollo, huevo y verduras hechos en una especie de paellera y aliñados con varias salsas y con cacahuete picado. Se llama Pad Thai.
También me ha encantado todo lo que he comido en unos puestos escondidos en los cimientos de los rascacielos de la zona moderna. No me entendía nadie, fue imposible averiguar los nombres de los platos y mucho menos sus ingredientes… por ahí seguro que nunca han ido turistas. Al final dejé a la cocinera que echara lo que le diera la gana en mi plato y acertó de pleno, aunque casi se me desintegra la boca de lo picante que era todo. La expresión de mofa del cocinero, un señor gordo y lleno de mugre que se reía desde la mesa de al lado, me hizo entender que mi cara en ese momento debía ser un poema, una oda a todas las cosas rojas y llorosas del mundo.
De ríos y templos
No se puede hablar de Bangkok sin mencionar el río Mae Nam Chao Phraya, que vertebra y da vida a esta ciudad de rascacielos. Por 14 baht recorres las aproximadamente 20 paradas existentes a lo largo del mismo.
Mi primera experiencia con los barcos me llevó a Ko Ratanakosin, una zona amurallada repleta de templos budistas. En ella se encuentra el Wat Phra Kaew o Templo del Buda esmeralda, que cuesta 350 baht, y que dentro tiene también el Gran Palacio.
No entré a verlo por falta de presupuesto, decantándome en este caso por una visita al llamado Wat Pho, que sólo cuesta 50 baht. Se trata de un complejo espectacular donde se encuentra el Buda yacente más grande del país, con 15 metros de alto por 45 de largo.
Desde Ko Ratanakosin hay un barco que por tan solo 3 baht cruza el río hasta Wat Arm Un, un templo impresionante de influencia khmer con escaleras dignas de Spiderman. Cuesta 50 baht. Aquí pensé que me moría, y es que sólo se me ocurre a mí, con el vértigo que tengo, subirme la interminable escalinata, casi vertical, que conduce a uno de los niveles más altos de la construcción. El sacrificio mereció mucho la pena, pero aún estoy preguntándome cómo conseguí bajar sin que me diera un ataque de nervios.
Otro barrio a tener muy en cuenta es Chinatown, especialmente para quienes amen u odien la cultura china. Para los últimos: que no pongan ahí un pie. Y para los primeros: va a ser vuestro paraíso particular. El Chinatown de Bangkok está formado por un conglomerado de calles atestadas de comercios que está cercano a la estación de trenes de Hualangpong.
Ha sido mi primera vez en un barrio así y a mí, personalmente, no me ha encantado. Me he agobiado un poco con tanto puesto callejero, tanta suciedad y tantos olores, no siempre agradables. Es un auténtico hervidero de actividad, ya estemos de día o de noche. Se venden objetos de todo tipo, se prepara comida con ingredientes de cualquier origen.
He de reconocer que es, cuanto menos, un lugar muy curioso. Me ha llamado la atención la costumbre de los chinos de tener su casa abierta de par en par a la calle. De este modo, cualquiera puede ver lo que hay dentro. Parece que no existiera la propiedad privada, todo está mezclado y alborotado. Una farmacia puede ser un garaje, el salón de una casa puede ser una tienda.. es muy raro, creo que yo no podría vivir así.
Ahora me enfrento al desafío de encontrar la manera de llegar en tren a Malasia, al que será mi primer destino serio: Cameron Highlands. Veremos si llego…
Pingback: MEMORIAS DE ASIA I: ¿OTRA VEZ BANGKOK? | Reportera nómada
Pingback: Crónicas de periolistas, cap. IV: El fin