2. UNA VUELTA POR RIGA

Nota para el lector: Este es el segundo episodio de una serie de apuntes que escribí en septiembre de 2018 durante un recorrido por Letonia y Rusia en compañía de mis padres. No se trata de un relato viajero corriente, sino de la transcripción de un diario personal de aquellos días que estuvieron marcados por la pérdida de nuestra mascota. Es, por tanto, una serie de textos muy subjetivos, alejados en muchas ocasiones de descripciones de los lugares que visitaba y más centrados en emociones, sentimientos, estados de ánimo y anécdotas sin importancia. Salvo los datos históricos y prácticos relacionados con algunas visitas turísticas, todo lo que se cuenta en los siguientes capítulos es puramente opinativo, y como tal deben tomarse.
Estos son todos los capítulos:
1. Un viaje que comienza regular
2. Una vuelta por Riga
3. Viajar con padres es surrealista
4. San Petersburgo, rebonica del tó
5. Al encuentro de la princesa Anastasia
6. En busca de la pierna incorrupta del abuelito
7. Pánico en el Hermitage
8. La ansiedad que se borra con un atardecer
9. Moscú a vista de tour guiado
10. Como Vilma y Pedro Picapiedra por Moscú
11. Madre e hija mano a mano por Moscú
12. Despedida de un viaje agridulce

Riga, 31 de agosto de 2018

Nuestro primer y único día en Riga ha sido agotador, pero muy provechoso. Hemos visto todo lo que hemos querido y más. La capital de Letonia, situada en la desembocadura del río Daugava al mar Báltico, es la ciudad más habitada del país, pues en ella viven casi 700.000 personas, un tercio de la población total. Fue fundada en 1201, esto significa que tiene un casco histórico antiguo, digno de visitar porque es bonito y está bien conservado. También es el mayor centro cultural, político, económico, financiero, industrial, etc de la región báltica. Vamos, que merece una visita que nosotros hemos cuadrado en nuestra agenda viajera haciendo una escala larga —de más de 24 horas— en nuestra ruta hacia Rusia, que es el destino final de este viaje familiar.

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La plaza del Mercado de Riga, con sus puestos de artesanía. / © Lola Hierro
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Los músicos de Bremen. / © Lola Hierro

Lo bueno de Riga es que es mini, y todo queda muy cerca. Así, ya antes de comer habíamos visitado casi todo. Me llama la atención el gusto por la artesanía que tienen aquí: nada más llegar a la plaza del Mercado ya encuentras varios puestos de joyería con ámbar colocados en torno a la famosa estatua de bronce de los músicos de Bremen.

Cuando hemos dado con la oficina de información turística, cerca de la Plaza del Cuadrado, he pedido un mapa que señala un recorrido muy chulo. Primero pasa por la sinagoga, donde, por despiste, mi padre se ha colocado tres kipás en la cabeza, una encima de otra.

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¡En la sinagoga! / © Lola Serrano
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Mi padre, en la sinagoga, con las tres kipás sobre la cabeza. Todo bien. / © Lola Hierro

Luego hemos entrado en la iglesia más antigua de Riga, la de San Pedro, que se menciona ya en textos de 1209. Después hemos caminado junto al río y hemos intentado dar un paseo en barco. Pero sin éxito, porque el barquero quería llevar como mínimo a seis personas y no hemos encontrado a nadie más que se animara.

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Torre del Reloj en la Plaza del Cuadrado. / © Lola Hierro

Muy cerca del río está el castillo de Riga, uno de esos que tardas tanto en ver que a mí me da toda la pereza entrar, así que hemos pasado de largo. Es de 1330, construido por una orden militar parecida a la de los caballeros templarios. Ha sufrido muchas reformas y hoy, además de atracción turística, alberga las oficinas del presidente letón. Aunque estas dependencias no se pueden visitar, imagino.

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Iglesias antiguas en Riga. /© Lola Hierro
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Toda Riga es empedrada…/ © Lola Hierro

Detrás de esta fortaleza está otro de los enclaves más fotografiados de la ciudad: los tres hermanos de la calle Mazā Pils. Son tres fachadas de tres viviendas diferentes unidos por dentro y de tres estilos distintos: gótico-renacentista, manierista y barroco. El lugar es para hacer una foto y adiós, salvo si te topas con unos músicos que tocan el himno nacional mientras un señor lo canta y todo es muy patriótico. Entonces te quedas un poco más por la gracieta.

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Los músicos junto a los tres hermanos. / © Lola Hierro
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Los tres hermanos en la única foto que tengo, y encima hecha de mala manera con el móvil. No sé por qué. / © Lola Hierro

En Riga se camina y camina por vías empedradas no muy cómodas para los pies del viandante. En nuestro trajinar hemos visto desde fuera la iglesia de San Jacobo, pero ya no entramos. La atención se nos ha ido más a otra ermita contigua (Riga tiene muchas) donde se acababa de celebrar una boda. Los novios se encuentran a las puertas del templo y los invitados hacen cola para decirles cosas. Cosas que no llego a oír y tampoco entendería porque hablarán en letón. Es como el pésame, pero imagino que al revés, en plan bien. O no…

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El centro histórico de Riga, con sus terrazas y edificios bonitos. / © Lola Hierro

Que no se me olvide contar la visita al Museo de la Guerra, que va sobre diversos conflictos bélicos en los que Letonia ha estado o está de algún modo involucrado. Desde el siglo catapún hasta hoy. Las primeras salas son prescindibles porque no están en inglés y no te enteras de nada. Las de las I y II Guerra Mundial son mucho mejores porque hay cientos de objetos que documentan la vida de muchas personas y lo que sufrieron.

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Paneles en el Museo de la Guerra. / © Lola Hierro
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Detalle de una fotografía expuesta en el Museo de la Guerra. / © Lola Hierro

Seguimos recorriendo calles y llegamos a una que es la más bonita, o eso dicen los entendidos. Se llama Troksnu y está junto a lo poco que aún se conserva de las murallas de la ciudad, del siglo XII. Merece la pena recorrerla fijándose en las casas, las tiendas, el ambientillo… Se sale de ella por la Puerta Sueca, la única que queda en pie de todas las que había en la fortificación. Al atravesarla, sales muy cerca de la Plaza Livu, que es un sitio muy adecuado para apoltronarse a comer en cualquier restaurante. Por aquí también está la Casa de los Gatos, que se llama así porque en su tejado hay tres mininos. El juego es encontrarlos y hacerles una foto. Muy de turista.

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La preciosa Plaza Livu. / © Lola Hierro
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Dicen que esta es la calle más bonita de Riga. / © Lola Hierro

A todo esto: antes hemos visto la Hermandad de los Cabezas Negras, una asociación de comerciantes solteros de la época medieval que hoy es un edificio muy mono, reconstruido porque durante la II Guerra Mundial se fue al carajo. Sin más. Riga es una ciudad para pasear, sus grandes éxitos artísticos son de dar un poco igual, la verdad.

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La puerta sueca, en lo que queda de muralla. / © Lola Hierro

En busca del Art Noveau

Después de comer, helado de chocolate en mano, hemos seguido caminando. Qué novedad. La idea era visitar el barrio más Art Noveau atravesando el famoso parque de Bastejkalns, que es donde antiguamente estaban los baluartes defensivos de la ciudad antigua. Al atravesarlo se encuentra fácilmente el monumento a la libertad, un pináculo de 42 metros tallado con pasajes de la historia del país que fue inaugurado en 1935 en honor a los soldados caídos durante la guerra de la independencia de Letonia de la URSS. También por allí está la Ópera Nacional, el puente de los enamorados, la fuente de las ninfas, la colina del bastión con sus saltos de agua y el Ministerio de Interior. Muy cerca están las placas conmemorativas de los disturbios de Bastejkalns. Ocurrieron en enero de 1991, cuando fuerzas especiales soviéticas dispararon y mataron a un niño, dos policías y dos periodistas durante un asalto al Ministerio. Más pacífico, también hay por aquí un canal rodeado de árboles y vegetación que invita a navegarlo cuando hace buen tiempo. Mide tres kilómetros de longitud y bordea todo el casco antiguo, así que el paseo debe ser muy bonito. Pero en ese momento llovía a mares, así que mi padre se ha cansado del percal, se ha cogido un taxi al hotel y adiós muy buenas.

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Sorpresas así encuentras en Riga. / © Lola Hierro
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El río Daugava, por el que no pudimos navegar. / © Lola Hierro

Mi madre y yo hemos pasado por delante de la catedral de la Natividad, de 1884 y, bueno, aunque yo ya voy bien harta de iglesias, hemos entrado porque esta es muy importante. De estilo bizantino, ha sobrevivido a guerras mundiales y a eventos de todo tipo. Durante los años sesenta, en plena época soviética, la cerraron al culto y la convirtieron en planetario, y no fue reabierta hasta 1991. Una curiosidad es que sus 12 campanas fueron un regalo del zar Alejandro II de Rusia. En fin, lo bueno de esta parte del paseo es que hemos podido subir el ritmo de la caminata, porque cansa más andar despacio para seguir a mi pobre padre. La catedral por fuera es más impresionante en mi opinión, con esas cúpulas de oro refulgente que tiene. Por dentro, me ha parecido otra más.

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Callecitas solitarias de Riga. / © Lola Hierro

Sabes que has llegado al barrio del Art Noveau porque los edificios molan todo. Debe ser una maravilla vivir en uno de ellos. Son pocos, pero preciosos, con sus ventanas ovaladas, sus relieves y estatuas de mujeres, sus líneas estilizadas, flores… Muy al estilo de Martin Mucha. No es una cosa anecdótica: en la ciudad hay alrededor de 750 construcciones de estilo modernista, y en las calles cercanas a la catedral se encuentran muchos de ellos. Quien quiera ver los ejemplos más bonitos, he aquí una lista de calles a visitar: Strēlnieku iela, Albert iela, Vīlandes iela, Rūpniecības iela, Pulkveža Brieža iela y Elizabetes iela (entiendo que iela significa calle).

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Art Noveau en Riga. A partir de aquí, mi cámara de fotos murió. / © Lola Hierro

Casi sin lluvia, nos hemos dirigido al edificio donde está la Academia de las Ciencias. Es una construcción de aire soviético clavado al que vi en Varsovia el año pasado y, como allí, un regalo de Stalin a la ciudad. Yo quería subir porque se supone que es el mejor sitio para ver la puesta de sol, y ciertamente sí lo es. Las vistas son tremendas, pero las nubes me lo han tapado todo y no he visto nada. Bueno, miento: se distinguía un poco de cielo naranja muy al fondo. Pero se agradece; me gusta mucho subirme a las alturas.

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