11. MADRE E HIJA MANO A MANO EN MOSCÚ

Nota para el lector: Este es el décimo primer episodio de una serie de apuntes que escribí en septiembre de 2018 durante un recorrido por Letonia y Rusia en compañía de mis padres. No se trata de un relato viajero corriente, sino de la transcripción de un diario personal de aquellos días que estuvieron marcados por la pérdida de nuestra mascota. Es, por tanto, una serie de textos muy subjetivos, alejados en muchas ocasiones de descripciones de los lugares que visitaba y más centrados en emociones, sentimientos, estados de ánimo y anécdotas sin importancia. Salvo los datos históricos y prácticos relacionados con algunas visitas turísticas, todo lo que se cuenta en los siguientes capítulos es puramente opinativo, y como tal deben tomarse.
Estos son todos los capítulos:
1. Un viaje que comienza regular
2. Una vuelta por Riga
3. Viajar con padres es surrealista
4. San Petersburgo, rebonica del tó
5. Al encuentro de la princesa Anastasia
6. En busca de la pierna incorrupta del abuelito
7. Pánico en el Hermitage
8. La ansiedad que se borra con un atardecer
9. Moscú a vista de tour guiado
10. Como Vilma y Pedro Picapiedra por Moscú
11. Madre e hija mano a mano por Moscú
12. Despedida de un viaje agridulce

Moscú, 8 de septiembre de 2018

Este ha sido el único día que me he podido escapar un poco, pero solo me ha durado un par de horas la libertad. Aprovechando que mis padres se iban a tomar el consabido segundo café de la mañana, me he escaqueado para ir por mi cuenta al edificio principal de la universidad Lomonósov y a la colina de los gorriones, donde hay muy buenas vistas panorámicas de Moscú, pues no en vano es uno de los puntos más elevados de la ciudad.

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Vista a la izquierda desde la colina de los gorriones. / © Lola Hierro
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Vista hacia la derecha desde la colina de los gorriones. / © Lola Hierro
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El alcantarillado deja claro dónde estás. / © Lola Hierro

Esto último no mola tanto: al salir del Metro por la parada de Luzhnikí sabes que tienes que subir por una montañita, pero no te dicen por dónde. Y, tras dar unas cuantas vueltas por un bosquecillo y subir chiquicientas escaleras, llego a una vía peatonal, asfaltada, camino siguiendo grupos de asiáticos con cámaras y sombrillas (claro…) y doy con el mirador, pero no me impresiona gran cosa, la verdad. Dando media vuelta se encuentra lo bueno: el edificio de la universidad, otra de las llamadas Siete Hermanas. Esto es un conjunto de siete rascacielos que Stalin ordenó construir en 1947 porque Moscú cumplía ocho siglos desde su fundación. Iban a ser ocho con el Palacio de los Soviets, pero este nunca llegó a construirse (aquí lo cuento).

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Turistas felices frente a la universidad. / © Lola Hierro
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Es muy grande la universidad… / © Lola Hierro

La universidad es el mayor de las siete hermanas; un monstruo de construcción que parece que se te viene encima: son 33 kilómetros de pasillos y 5.000 habitaciones metidas en una mola de 240 metros de altura coronada por una aguja de 57 metros. Por supuesto, con la hoz y el martillo en lo alto y la estrella de cinco puntas, que pesa 12 toneladas. Pero no es nada fea, de hecho está considerada una de las diez universidades más bonitas del mundo.

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Toda esta explanada se ve cuando llegas a la puerta del edificio. / © Lola Hierro
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Hay muchas estatuas, supongo que de intelectuales y así. / © Lola Hierro

Lo paseo y fotografío un poco y, entonces, cambio los planes. Quiero ir al Mausoleo de Lenin en la Plaza Roja, que es donde tienen embalsamado al líder comunista desde que se murió en 1924. Y también quiero ir a ver el edificio que ocupa el Ministerio de Asuntos Exteriores, otra de las hermanas, porque también es tremebundo (me molan las monstruosidades arquitectónicas, qué pasa) pero mi madre deja caer por WhatsApp que también está viniendo a la universidad. Me da remordimiento de conciencia que esté sola, así que le digo que la espero.

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Un estudiante, tras la puerta principal. Sí, me colé dentro un poco. / © Lola Hierro
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El campus. Cuando hice esta foto estaba yo buscando a mi madre. / © Lola Hierro

Lo que iban a ser 20 minutos que empleo en escribir en un banco del parque se convierte en hora y media, y encima no logra encontrarme. Dice que no le han permitido cruzar el campus y tiene que bordearlo, que se lo han dicho. Me pregunto cómo, si no habla inglés. Ella está justo de la parte trasera del edificio principal, que es tan grande, pero como no logra orientarse, se vuelve al Metro y yo también, para vernos allí. Dos horas perdidas, a lo tonto. Qué desastre de familia somos…

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Calles de Moscú un día de sol. / © Lola Hierro
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Esta fiesta no sé de qué iba. / © Lola Hierro

Por la hora que es ya no da tiempo a hacer mis planes, así que cambio a Lenin por un trozo de tarta del restaurante Grably, ese chulo del centro comercial de niños. Este sábado ya está Moscú metida de lleno en las celebraciones por el 871 aniversario de la ciudad, y moverse es un infierno. Todo está cortado, pero no hay mal que por bien no venga ya que la obligación de tener que callejear me permite conocer calles comerciales muy bonitas que no había visto.

Conociendo el Moscú soviético

A todo esto, vamos con el tiempo medido porque a la una y media tenemos otra excursión, esta vez sobre el Moscú soviético, con María, nuestra guía del metro de unos días atrás. Qué alegría volver a estar con ella. Nos lleva al parque VDNH (o Centro Panruso de Exposiciones) para hablarnos de la carrera espacial y la URSS. Las siglas VDNH significan Exposición de los Logros de la Economía Nacional, y vaya si lo es. Ocupa una extensión de 235 hectáreas dedicadas a engrandecer la ideología soviética a través de la arquitectura y el arte de la época en forma de un poco de todo: pabellones para alojar ferias de exposiciones, museos, esculturas de la etapa comunista, parques, jardines, áreas deportivas, fuentes, restaurantes, teatros y hasta un acuario. Para visitarlo por libre, lo mejor es hacerse con un mapa como este, porque si no es imposible ubicarse. Y visitar la web para planificar un poco.

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A punto de entrar en el parque VDNH. / © Lola Hierro
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Valentina Tereshkova, la primera mujer que fue al espacio. / © Lola Hierro

En este parque se aborda, por supuesto, la exitosa carrera espacial soviética. Y gracias a María, que nos pasea de un punto a otro del altísimo Monumento a los Conquistadores del Espacio y del Callejón de los Cosmonautas. Entre bajorelieves, bustos y placas conmemorativas aprendemos mucho de Yuri Gagarin, de Titov, de Valentina Tereshkova (la primera mujer que fue al espacio), de la perrita Laika… Es alucinante lo que han montado en ese parque, que también está atestado por la gente, por la fiesta. Este tour me mola, pero se me hace muy corto. Echo de menos saber más y más, pues la historia de la URSS me está fascinando. Necesitaría tener a María un mes entero contándome historias. Proseguimos y me doy cuenta que no me va a quedar tiempo para visitar el Museo de la Cosmonautica y me da mucha rabia porque era una de mis prioridades.

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Hay edificios enormes por todas partes. / © Lola Hierro
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Una alegoría de la carrera espacial. / © Lola Hierro

Nos adentramos en el parque cruzando un pórtico con varios arcos. Sobre el superior hay una estatua dorada de una pareja que sostiene un martillo y una hoz. El nombre es Obrero y koljosiana y fue esculpida en 1937 por Vera Mujina para la Feria Mundial de París de ese año. La mujer, dice nuestra guía, representa las granjas. Dentro ya, nos adentramos por la avenida principal, custodiada por una estatua de Lenin que nos mira inquisitivo. Nos aproximamos a los preciosos pabellones de las antiguas república soviéticas (los más bonitos, los de Ucrania, Karelia, Bielorrusia, Kazajistán…) y también admiramos las fuentes. Para mí la más bonita es la llamada Fuente de la Amistad de los Pueblos, que luce estatuas de 16 mujeres cubiertas de pan de oro y representadas con ropas típicas de las 16 repúblicas soviéticas…

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La entrada con El obrero y la koljosiana en lo alto. / © Lola Hierro
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La fuente de las mujeres de oro. / © Lola Hierro
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Casa de los Pueblos de Rusia. / © Lola Hierro

Al fondo está la Casa de los Pueblos de Rusia, que es el edificio más importante del parque. Nos enrollamos tanto con explicaciones que salimos casi a las cinco de la tarde y sin comer. Y, por supuesto, sin haber visto más que una minimísima parte de este súper parque. Ni el teatro verde, ni el parque Ostankino (Ostankino es la televisión pública y al fondo de este recinto verde está la aguja de radiotransmisión), ni el Centro de Oceanografía, ni la Plaza de la Industria ni lo que hay dentro de todos esos pabellones tan bonitos. Y en todos hay algo. De verdad, hay que venir aquí con muchísimo tiempo.

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Pabellones de las repúblicas soviéticas. / © Lola Hierro
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Otro de los pabellones. / © Lola Hierro
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Y otro pabellón más. Ya sé que la foto está torcida. / © Lola Hierro

Estamos caninas, así que aceptamos la invitación de María para almorzar con ella en una cadena de restaurantes de revival soviético donde, otra vez, todo está riquísimo. Carne Strogonoff, un pollo no sé cómo y una sopa fría de frambuesa de chuparse los dedos. También se vienen las otras personas que nos acompañan en el tour: una pareja con un niño de cuatro años muy bueno y un chileno muy majo. Al principio venia también una rubia tatuada con resaca, pero se hizo un bomba de humo. No decir adiós fue algo que a mi madre le ha parecido fatal. Le he tenido que explicar en qué consiste eso de la bomba de humo.

Volver a casa, misión imposible

Con tanto rollo nos ponemos casi en las siete de la tarde, y no queda más remedio que despedirse de María apresuradamente porque iba a llegar tarde a otra visita guiada que le tocaba. Nosotras decidimos irnos a ver el edificio dichoso del Ministerio de Exteriores, pero me confundo de línea de metro y perdemos mucho tiempo, así que al final desisto y propongo a ir de compras, a por regalos para la familia. Este es un plan al que mi madre siempre dice sí, y más ahora que está agobiada por no tener casi nada aún, en nuestro último día ruso. Así que vamos al centro comercial de los niños por tercera vez, y caminando desde un poco lejos, pero qué bien viene para seguir conociendo Moscú paso a paso. Llegamos de milagro, con todo esto de las fiestas.

Tras comprar esto y aquello, nos disponemos a volver a nuestro hotel, pero ¡oh, cielos!, hay fuegos artificiales en la Plaza Roja. Aunque ya es de noche y al día siguiente madrugamos, le pido ir, y aunque estamos agotadas después de todo el día andando, para allá que vamos, sin saber muy bien por dónde. Moscú está llenito de gente, hay ambientazo, las terrazas están llenas y la temperatura es inmejorable.

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Los GUM de noche, última visita. / © Lola Hierro
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Ambientazo en la Plaza Roja justo al acabar los fuegos artificiales. / © Lola Hierro

Seguimos el ruido de los fuegos y nos metemos por una galería con tiendas lujosísimas, no recuerdo el nombre, pero lo más barato es Alexander McQueen. De esta desembocamos en otra calle peatonal repleta de más gente, tiendas y fiesta. A duras penas la atravesamos para desembocar en la Plaza Roja luego de colarnos por uno de los controles de acceso. Pero ya ha acabado el espectáculo. Aun así, es bonito verla iluminada.

Y aquí es donde comienza la verdadera aventura: volver a casa. ¡Qué misión imposible! todo está cortado porque el ejército prohíbe el paso por casi todas partes, así que descartamos utilizar un taxi y, como el metro también se ve abarrotado, comenzamos una andadura que en teoría tenía que durar media hora y se convierte en hora y media. Para ir de la Plaza Roja al hotel solo hace falta subir la avenida Tveerskaya, pero en esta hay conciertos y no se puede pasar, por lo que toca ir subiendo por callecitas paralelas, caracoleando y adivinando por dónde proseguir. Al cabo de hora y media llegamos, por fin. Ha sido nuestro último paseo moscovita, y bueno, por lo menos Rusia nos ha despedido con una fiesta.

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