ANDANZAS POLACAS IV: VARSOVIA RENACE, PERO NO OLVIDA

Camino mucho hasta llegar al casco viejo. Varsovia me encanta, pero sus enormes distancias, que siempre recorro a pie, ya no tanto. Recién llegada a la capital de Polonia, me cae el cielo sobre la cabeza: llueve, truena, está oscuro como si fuera una noche de invierno. Y yo, tan lista, me he olvidado el chubasquero y he salido con bambas de tela. Me mojo toda.

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Varsovia tras la lluvia. /© Lola Hierro

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Varsoviana. /© Lola Hierro

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Una de las sirenas protectoras de Varsovia, en el casco antiguo. /© Lola Hierro

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El casco antiguo ha sido reconstruido. /© Lola Hierro

Hago tiempo en el museo de Marie Curie, a ver si escampa, y me parece muy básico y muy sin más. Contiene objetos que pertenecieron a la científica y muchos paneles con textos sobre su vida y su carrera profesional. Se me hace raro porque, hasta donde he visto, los polacos son verdaderos artistas en el arte de coleccionar cosas. Volviendo al tiempo: llueve muchísimo, pero el cielo y la luz siguen siendo una maravilla. Cuando el museo se acaba espero a que amaine en una cafetería cercana a la columna de Segismundo, en pleno centro de la ciudad. A pesar del agua, veo gente que va y que viene. Varsovia no se detuvo por una guerra, se va a detener porque llueva…

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Paseos por las silenciosas calles del centro. /© Lola Hierro

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Luces y sombras. /© Lola Hierro

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Callejones de la ciudad. /© Lola Hierro

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Un músico callejero. /© Lola Hierro

El 90% de los edificios quedaron en ruinas tras la II Guerra Mundial, entre 1939 y 1945. El casco antiguo ha sido reconstruido hasta su último ladrillo, y si un extraterrestre llegase hasta aquí por casualidad, jamás adivinaría que un día todo eso fueron escombros y cenizas. Pero la guerra sobrevive en varios rincones. No escondida, no con vergüenza… Con orgullo y dignidad, como recuerdo doloroso pero necesario de lo que una vez ocurrió y no se quiere repetir más. Así, una cenefa metálica sobre el suelo señala el trazado exacto por donde un día discurrió el infame muro que bordeó el célebre gueto de Varsovia. Por eso, los escasos pedazos de ese fuerte que aún siguen en pie son frecuentados en silencio monacal, tienen placas en memoria de algunas víctimas y hasta flores que depositan anónimos visitantes con, quizá, penas secretas.

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Pedazo del muro que rodeaba el gueto de Varsovia y que hoy luce placas conmemorativas y flores. /© Lola Hierro

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Otro pedazo del antiguo muro del gueto. /© Lola Hierro

El de Varsovia fue el mayor gueto judío establecido por la Alemania nazi en Europa durante la guerra. Lo implantaron en pleno centro en 1940 y llegó a albergar a 400.000 personas, un 30% de la población total en un espacio que no daba para más del 2,4% de esos ciudadanos. Cuando derribaron los muros, tres años después, quedaban apenas 50.000 supervivientes hacinados, famélicos y traumatizados. Los demás murieron de hambre, enfermedades o fueron deportados a campos de exterminio como el de Treblinka.

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Una flor en el muro del gueto. /© Lola Hierro

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Mural que recuerda la II Guerra Mundial. /© Lola Hierro

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Calles bonitas y vida cotidiana. /© Lola Hierro

Una de las calles del antiguo gueto permanece tal cual era en 1944, pues es de las pocas que sobrevivieron al destrozo de los nazis. La puerta de un garaje se ha convertido en lugar de peregrinaje de todo turista que se precie. Un photocall viajero. Están rodando un anuncio/película/serie y un señor con walkie talkie habla y gesticula de manera abrupta a los viandantes. Algo de no hacer fotos hacia el set, parece que masculla. Y en general es ignorado porque, yo creo, ningún extranjero tiene intención de fotografiar un rodaje corriente y moliente cuando pueden inmortalizarse en un portón tan histórico y testigo de tantas batallas.

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Abuelito dando comida a las palomas. /© Lola Hierro

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Tardes de terraceo. /© Lola Hierro

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El portón más fotografiado de Varsovia, intacto desde antes de la guerra. /© Lola Hierro

En medio de la barbarie surgió la lucha por la libertad, porque este lugar también fue protagonista del llamado levantamiento de Varsovia, la mayor acción de resistencia contra el genocidio. Fue el principio de las revueltas contra los nazis en toda Europa. De este episodio histórico se ha creado un museo entero, el Museo del Alzamiento. Es genial, está súper completo y cuidado, bien ambientado, decorado, documentado, variado e interactivo. Aunque es oscuro y claustrofóbico, como oscuras y claustrofóbicas debieron ser las vidas de los que pasaron la guerra. El problema, por llamarlo de alguna manera, es que tiene tanta información que no da tiempo a verlo y leerlo todo en unas horas. Es un lugar para perderse durante un día entero, para bucear en la Historia, conmoverse, enfadarse, reflexionar y aprender.

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Un vecino toma el fresco. /© Lola Hierro

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Sale el sol en una calle cualquiera. /© Lola Hierro

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Un sacerdote. He visto muchos durante mis paseos. /© Lola Hierro

No todo en Varsovia es recordar la guerra mundial. También hay un curioso recuerdo del comunismo: la torre que regaló Stalin a la ciudad, un monstruo tan horrible como inmenso: con 137 metros, es el segundo más alto del país y el noveno de Europa. Hoy se llama Palacio de la Cultura y la Ciencia. Alberga muchísimos pisos y alas con oficinas, teatros, exposiciones, museos y, lo mejor, un mirador a unos 110 metros de altura que da la vuelta a la torre entera y desde el que se ven los rascacielos de la parte financiera como si de un bosque de cristal, cemento y metal se tratara.

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Zona financiera de Varsovia. /© Lola Hierro

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Este edificio enorme fue el regalo de Stalin a la ciudad. /© Lola Hierro

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Unos visitantes hacen fotos desde el piso superior del edificio de Stalin. /© Lola Hierro

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Vistas desde lo más alto de Varsovia. /© Lola Hierro

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En la terraza hay hamacas para tumbarse tranquilamente. /© Lola Hierro

Lo mejor que se puede hacer por Varsovia es pasear y admirar el trabajo de restauración realizado tras la guerra. Las fachadas de colores, los monumentos, los palacios e iglesias, los músicos callejeros… Es precioso. Hay ambiente, pero sin agobiar. De hecho, algo que me llama la atención de Polonia es su tranquilidad. Las calles nunca se abarrotan, nunca hay ruido excesivo ni apenas tráfico. No pegan el civismo y la modernidad que veo (en serio, hasta pasos de cebra pintados como las teclas de un piano y puntos de alquiler de bicis públicas que funcionan con placas solares) con los hooligan polacos que salen en la tele y su fama de violentos. Como suele pasar, los estereotipos se abren paso en nuestras cabezas con excesiva facilidad. Nada como viajar y conocer para desmontar esta clase de prejuicios.

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Atardecer en Varsovia. /© Lola Hierro

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Paseos junto a las antiguas murallas defensivas que rodean el casco viejo. /© Lola Hierro

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La avenida de nombre impronunciable, una delicia para recorrerla en bici porque tiene un buen trecho solo para peatones y ciclistas. /© Lola Hierro

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Globos en la plaza de la columna de Segismundo y, detrás, el palacio real. /© Lola Hierro

Pensando en esto recorro una larguísima avenida de aire señorial que comienza donde la citada estatua de Segismundo y que se llama Krakowskie Przedmiéscie. Súper fácil. En ella me topo con una carrera popular de 10 kilómetros y rabio por no haberme enterado antes y no haber participado. Aplaudo a los atletas cuando giran en la curva del hotel Bristol, muy elegante. Y, sobre todo, animo a los competidores en silla de ruedas, algunos sin piernas y veloces como liebres. En contraposición a esta muestra de vida sana y deportista, me encuentro con unos cuantos borrachines: uno que baila como un loco pese a tener como 104 años, otro que se pasea con una cartulina que dice algo de una nave espacial que nos va a rescatar…

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Carrera popular. /© Lola Hierro

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Este hombre hablaba solo. /© Lola Hierro

Por la avenida de nombre impronunciable se llega a la estatua de Copérnico, a la elegante universidad (igualita que la Complutense…) y , ya de vuelta, a los espectáculos callejeros nocturnos bajo la omnipresente columna de Segismundo. El mejor, el de la bailarina que danza con antorchas.

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Estatua de Copérnico. /© Lola Hierro

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La universidad, que me parece preciosa. /© Lola Hierro

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El centro de Varsovia, al caer la noche. /© Lola Hierro

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La bailarina del fuego. /© Lola Hierro

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Turistas, varsovianos y la columna de Segismundo a la izquierda. /© Lola Hierro

Cae la noche y en la fuente multimedia se agolpan cientos o quizá mil personas para ver el espectáculo de luces y música que comienza a las nueve y media. La idea ingenua y feliz es acomodarse en un banco o en el mismo césped, bocata en mano para cenar, y verlo con toda la tranquilidad del mundo. La realidad es que hay más gente que en un concierto de Lady Gaga y toca quedarse de pie entre la multitud porque hasta las colinas circundantes están a reventar. Pero se entiende: es una maravilla. Cuenta la historia de una lucha entre un dragón que convierte personas y cosas en piedra, y una chica gimnasta que baila fenomenal. El mal contra el bien. No entiendo nada, pero deduzco que el dragón atacaba Varsovia y la chica se enfrentaba a él, vencía y todos eran felices. Esto se narra con música (entre ellos el tema principal de Forrest Gump, el único que reconozco), imágenes, en 3D a veces, proyectadas en el agua vaporizada que suelta la fuente: todo luces y chorritos: hasta 30.000 litros de agua por minuto. No sé describirlo mejor.

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Palomitas vespertinas. /© Lola Hierro

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El dragón de la fuente multimedia. /© Lola Hierro

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Otro momento de la fuente. /© Lola Hierro

La búsqueda de un buen restaurante para cenar sirve de paseo turístico: el barbacán, el monumento al pequeño insurgente, que es una estatua dedicada a los menores soldado que participaron en el Levantamiento y las murallas defensivas. Allí las refriegas del pasado han sido sustituidas por parejas de la mano, turistas haciendo selfies, niños jugando, ancianos tirando migas de pan a las palomas y hasta por una pareja de novios vestida con los trajes de boda tomándose fotos románticas.

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Las murallas defensivas, hoy lugar de paseo y esparcimiento. /© Lola Hierro

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La tranquilidad. /© Lola Hierro

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Sesión de fotos de novios en la muralla. /© Lola Hierro

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Tardes de juegos. /© Lola Hierro

La cena, finalmente, cae en un restaurante inmejorable: sopa de setas y unas costillas de cerdo con miel y cacahuetes picados por encima. El sitio es muy auténtico, con un cuarteto de acordeón, violines, etc, tocando música alegre, jarras enormes de cerveza y mucha alegría y color. Porque Varsovia no olvida, no creo, pero hoy es eso: alegría y color

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La noche. /© Lola Hierro

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El homenaje a los menores que participaron en el levantamiento de la ciudad. /© Lola Hierro

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La noche y el silencio. /© Lola Hierro

 

Relatos sobre Polonia, Eslovaquia y Rumanía

POLONIA

  1. Andanzas polacas I: Wroclaw en tres actos
  2. Andanzas polacas II: Las tres tentaciones de Cracovia
  3. Andanzas polacas III: Auschwitz, lección no aprendida
  4. Andanzas polacas IV: Varsovia renace, pero no olvida
  5. Andanzas polacas V: Praga, aquel peligroso barrio de hipsters

ESLOVAQUIA

  1. Andanzas eslovacas: Bratislava en alegre soledad

RUMANÍA

  1. Andanzas rumanas I: Cluj Napoca es imbatible
  2. Andanzas rumanas II: Maramureș, la última tierra campesina
  3. Andanzas rumanas III: Prisiones tristes, cementerios alegres
  4. Andanzas rumanas IV: No vayas sola a Dej Calatori
  5. Andanzas rumanas V: La chica del autobús
  6. Andanzas rumanas VI: ¡Por fin Bucarest!
  7. Andanzas rumanas VII: Bomba de humo en Bucarest
  8. Andanzas rumanas VIII: Bucarest alternativo
  9. Andanzas rumanas IX: Vama Veche y los sentimientos encontrados
  10. Andanzas rumanas X: Brașov a pedazos
  11. Andanzas rumanas XI: En Sighișoara se me fue Paco Salvador
  12. Andanzas rumanas XII: Lluvia y pandilleros en Sibiu
  13. Andanzas rumanas XIII: Teleférico y realeza en Sinaia
  14. Andanzas rumanas XIV: Sospechosa de explosivos

EXTRA

 

3 respuestas a «ANDANZAS POLACAS IV: VARSOVIA RENACE, PERO NO OLVIDA»

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