Tras mis aventuras en Cameron Highlands, donde pude escapar de las agobiantes temperaturas que hay en estos países, decidí mover el culo en dirección a la ciudad de Georgetown, en la isla de Penang, una de las más fascinantes de toda Asia porque, debido a su estratégica ubicación, fue el primer asentamiento británico de este área.
Actualmente, Georgetown es una mezcla desordenada de templos de todas las religiones: budista, islámica, cristiana, tamil y confuciana. Junto a ellos conviven los antiquísimos edificios coloniales, algunos muy bien restaurados, blanquísimos y primorosos, y otros bastante deteriorados por el paso del tiempo, pero no por ello con menos encanto.
Mi objetivo era plantarme en esta isla sin pagar ni un ringgit, dada mi anterior suerte con el autoestopismo. En realidad, el autobús sólo cuesta siete euros, pero si tenemos en cuenta que mi presupuesto ronda entre los 5 y 10 euros diarios, se puede entender el interés en ahorrar todo lo posible. Así pues, el lunes de buena mañana me plantó en la salida de Tanah Rata con el dedo en alto. Al cabo de un buen rato sin suerte, un señor me acercó hasta el pueblo siguiente. Allí seguí intentándolo y no llevaría ni diez minutos cuando aparecieron mis salvadores: un matrimonio ya entrado en años que iba nada menos que a Georgetown, a visitar a su hijo enfermo de leucemia. La verdad es que fueron encantadores conmigo, me llevaron todo el trayecto, que son unas cuatro horas, y hasta me compraron agua fresquita. Tuve una suerte bárbara, porque mi destino está a más de 400 km de las Cameron y ya me veía haciendo autoestop varios días seguidos de pueblo en pueblo. Es improbable que vuelva a dar con ellos, pero deseos de todo corazón que su hijo se recupere. Me contaron que en junio le hacen un trasplante de médula, y yo cruzaré los dedos muy fuerte para que todo salga bien.
Volviendo a mi viaje, puedo decir orgullosamente que me planté en Georgetown el lunes a las tres de la tarde sin haber gastado nada. En seguida me puse a buscar albergue en la zona de Chinatown por ser la más barata, y de nuevo, encontré un hotelucho por el mismo precio irrisorio que el anterior: 10 ringgit, que vienen a ser dos euros y medio por persona y noche. Este se llama Ping Seng y es igual de cutre que el anterior, pero al menos tengo mobiliario: un lavabo, un somier de tablas, un ventilador, un armario de madera con la puerta rota y una mesa con dos sillas. Lujo asiático.
De Penang me habían dicho que es la capital gastronómica de Asia, así que en seguida me puse a explorar con igual interés los templos y edificios por un lado y los puestos de comida por otro. Y nada me ha decepcionado. De lo primero, puedo afirmar que esta ciudad es una completa amalgama de religiones que conviven sin problema. He visto templos chinos como los de Kuang Yin Ten, donde honran a la diosa fortuna, o la Khoo Kongsi (khoo es casa), el más antiguo templo familiar de la ciudad, de 1906, lleno de dragones y adornos multicolores. De los hindúes me he sorprendido con el de Sri Mariammam, de 1893 y también el más antiguo de su religión.
En este se adora a una diosa muy apreciada por los tamiles. Es una pena que no me dejaran sacar fotos porque era muy bonito por dentro, lleno de estatuas de todos los dioses hindúes, muy coloridas y vistosas. La mezquita del Kapitan Keling, no obstante, me ha dejado un poco fría, y las dos iglesias católicas que vi, la de St. George y la Catedral de la Asunción, son de un estilo colonial muy corriente, al igual que los edificios civiles como el Ayuntamiento.
Lo que más merece la pena de la ciudad es, en mi opinión, callejear por Little India y Chinatown, que ocupan toda la antigua zona colonial, para admirar esos edificios tan deteriorados que conocieron días mejores.
También aproveché el día para conocer la zona del ayuntamiento de la ciudad, que está junto al paseo marítimo. Me recordó un poco a las playas del Sardinero de Santander, con su casino blanco y todo. Me fijé en que a los autóctonos les gusta reunirse aquí para pasear, hacer ejercicio, sacar a los niños a que jueguen… Es un sitio muy tranquilo por donde apenas pasan coches y se puede dar una vuelta con toda tranquilidad. Desde aquí continúe siguiendo siempre la línea de la playa hasta llegar a la zona portuaria y a los muelles, que no me dijeron gran cosa. Debe ser por el cansacio que ya acumulaba a esas horas del día.
En cuanto a la comida, he tirado de restaurantes indios para almorzar y puestos callejeros chinos para cenar. No tengo ni idea de lo que estoy comiendo pero está todo muy bueno, dejo algunas fotos como muestra. Destaco los platos hindúes de un restaurante vegetariano llamado Woodland, y la fritanga de los puestos callejeros que no sé qué es.
Mañana parto hacia Indonesia, cambio de país otra vez para adentrarme en la Isla de Sumatra. Espero que haga menos calor que aquí, donde he llegado a tener momentos de auténtico agobio, pensando que me estaba deshidratando de tanto sudar. El calor sofocante es lo único “malo” que me está pasando. ¡Quiero fresquito!
Animo muchacha, no quiero ni pensar lo que me parece la foto de la comidita esa…..espero que otras tengan mejor presencia…pero si estan ricas…..cerrar los ojos, no creo que me interese las recetas…lo pensaré…bueno mucha suerte para sumatra.