PERIPECIAS DE UNA GUÍA DE VIAJE, II: NIÑERA DE SAFARI

Septiembre es un mes muy bueno para visitar Tanzania. Durante las horas centrales del día, el calor aprieta lo suficiente como para ir en camiseta y pantalón corto, pero el resto del tiempo hace un fresquito suave que no requiere más que un jersey fino. Y por la noche se agradece una colcha. Si tienes que hacer un safari y ser niñera de un puñado de viajeros, el buen tiempo te quita un problema.

Escribo esto mientras me elevo por los cielos en una avioneta de Air Tanzania rumbo a Zanzíbar, donde vamos a pasar unos días menos movidos que los anteriores, espero, que han sido un no parar de madrugar y de ir y venir.

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Una jauría de perros impide el paso de los vehículos. / © Lola Hierro

Los safaris cansan, no sé por qué, ya que en realidad no haces nada más que ir todo el rato sentado en un todoterreno con el techo levantado y, como mucho, te pones de pie para sacar la cabeza por arriba y ver mejor… O te bajas un rato para comer en plan picnic. El caso es que cada día llegas reventada al hotel. Este safari ha sido agotador porque nos hemos pegado unos buenos madrugones. 

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Una chica prepara pinchitos de carne a la parrilla en un pueblo de Tanzania. / © Lola Hierro

El primer día toco la corneta a las seis de la mañana porque tenemos el tiempo justo para desayunar y salir zumbando hacia el Parque Nacional de Tarangire, terreno protegido que es el sexto más grande de Tanzania. Nos esperan por delante unas tres horas por carretera para llegar. Arusha —donde nos encontramos— y Moshi son las dos principales ciudades del norte tanzano desde las que salen todos los safaris a parques nacionales y excursiones al monte Kilimanjaro, el más alto de África. Pero, claro, la juerga no está ahí mismo, hay que llegar a ella. Cualquier lugar visitable se encuentra a partir de las tres horas de trayecto desde estas ciudades, así que en algún momento hay que pegarse el viaje en coche salvo que tengas pasta para contratar un vuelo privado que te lleve al aeropuerto de Karatu, ya mucho más cerca de donde está la pomada.

El desayuno es la primera sorpresa para mis viajeros porque se encuentran con costumbres que ya casi ni recordaban. A mi madre le hace ilusión ver cómo se hierve la leche al fuego (que no vitro) porque en el hotel no se estila el microondas. Y que esta sea tan entera y tan densa, no como el aguachirri que la gente bebe ahora. A José Luis le deja a cuadros que le pasen su huevo frito hasta dejarlo como un bloque de cemento. “¡Con la buena pinta que tenía cuando lo he mirado!”, se lamenta. La fruta, eso sí, les entusiasma a todos. Es que aquí en Tanzania nunca he comido una mala. Plátano, piña y sandía, no saben qué les ha gustado más. Yo tengo mi encuentro con el Africafé, esos polvos que aquí llaman café pero que no. Es amor y odio lo mío… Está malo, pero ya le he cogido cariño después de tantas tazas bebiéndolo sin dolor. Mis viajeros también descubren los panecillos sin levadura llamados chapatis y creo que les gustan porque más de uno se lo ha pedido cada mañana.

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Dos mujeres, con sus burros y bidones, van a buscar agua. / © Lola Hierro
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Una chica camina por el margen de una carretera mientras habla por el móvil. / © Lola Hierro

Pasadas las siete y media nos lanzamos a la carretera en nuestro todoterreno después de haber sufrido lo indecible para meter el equipaje de siete personas más el chófer en el maletero. Vamos como agujas en pajar, pues este coche no está pensado para llevar tanto bulto, yo creo. La idea de la empresa de safaris era que dejáramos las maletas en el hotel y nos fuéramos solo con una muda para tres días, pero ya les adelanté que ni hablar del peluquín, que este grupo no es de mochileros perroflautas y necesitan sus trastos consigo. Total, que nos hemos marchado hasta los topes, pero contentos, rumbo a Tarangire.

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Bea saca una foto de José Luis haciendo el tonto. / © Lola Hierro

La primera parada de rigor ha sido para recoger las cajas del picnic de hoy… Más trastos que se han ido al fondo del coche, donde van Macu y mi madre. Ellas llevan también toda la comida que compraron el día anterior, son las dueñas de la despensa o “el rinchi”, que es como Macu ha bautizado ese minúsculo espacio donde tiene que pasar tres días. Delante van Bea y Paco, y delante mi padre y José Luis, que son como un dúo humorístico. Yo voy en el asiento del copiloto, que para eso soy la única que sabe inglés. Tengo que estar pendiente de lo que dice Jimmy, el conductor, y traducir.

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José Luis y mi padre, dúo artístico. / © Lola Hierro

Por el camino, paramos en otro supermercado: más chocolate, jamón, queso, patatas fritas, pistachos, pan… Por si acaso no nos dan bien de comer durante el día. ¡Y una botella de ron Capitán Morgan! Claro, hace falta hielo, pero no encontramos por ningún sitio y la nevera del todoterreno no funciona, y encima huele fatal porque se le cayó leche dentro y se agrió ahí. Al menos eso nos explica el conductor.

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Un matatu se detiene en una aldea para recoger pasajeros. / © Lola Hierro

Hemos tenido un par de horas de camino durante las que vemos las escenas que tanto me hicieron enamorarme de Tanzania en su día: la vida de campo, los huertos, los pueblos y sus bulliciosos mercados al pie de la carretera, las señoras en los puestos de fruta, los niños yendo o volviendo del colegio perfectamente uniformados… Para mis compañeros ha sido todo un descubrimiento, como ver una película por primera vez. Yo estoy muy atenta a sus comentarios, a sus impresiones, y me recuerdan cuando todo aquello era nuevo a mis ojos. También nos hemos encontrado con docenas de pastores, la mayoría masái y vestidos a la manera suya tradicional, rodeados de sus rebaños de cabras o de vacas en algún caso. Lo mismo: para el grupo es todo un acontecimiento, y les llama mucho la atención, por ejemplo, lo delgados y altos que se ven, lo jóvenes que parecen todos…

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Un pastor azuza a sus vacas. / © Lola Hierro
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Pastores masái en el campo del norte de Tanzania. / © Lola Hierro

POR EL TARANGIRE

El Parque Nacional de Tarangire cubre una superficie de 2.600 kilómetros cuadrados en el noroeste del país, lindando con el valle del Rift y atravesado por el río del mismo nombre. Es un territorio generalmente muy seco, pero su vegetación es muy verde también, con grandes extensiones de bosques de acacia y otros árboles de los que se alimentan los elefantes. Los meses de junio a octubre son los mejores para ver vida salvaje aquí, como cebras, ñus, elefantes, elands, búfalos, leones, guepardos, hienas y jirafas.

Yo tenía esperanzas de encontrar miles de ñus y de cebras, dado que estamos en la época de la gran migración en la que todos estos mamíferos se desplazan desde esta zona, en el norte de Tanzania, hacia más al norte, es decir, el sur de Kenia, pasada la frontera, donde está el parque Masai Mara. Así lo vi hace tres años cuando fui con mi madre en verano. Pero hemos llegado tarde porque no hemos encontrado apenas ejemplares. Bueno, a ver, hemos visto muchos, pero no miles y miles.

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Cebras a la orilla del río. / © Lola Hierro
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Avestruces hembra de paseo. / © Lola Hierro

De hecho, el comienzo es desmoralizador porque nos vemos totalmente solos. Hasta que saludan unas cebras, como suele ocurrir. De hecho, estas y los ñus siempre son los que se ven más. Creo que a los diez minutos nadie tiene ya memoria libre en el teléfono de tanto vídeo, foto, selfie y de todo.

Les pido que no hablen alto porque que espantan a la fauna, que no tiren porquería al campo, que no den de comer a ningún animal y que, desde luego, no se bajen del coche. Obedecen a todo, como siempre, salvo en lo de no hablar alto. Que lo intentan, eh, pero es que hay tanto sobre lo que charlar, tantas sorpresas por todas partes… Para casi todos ellos es la primera vez que ven un elefante en libertad, por ejemplo, o una jirafa, o lo que sea. Y se fascinan. Encontramos grupos de cebras y ñus bañándose en un laguito, y las fotos quedan muy artísticas. Los animales pasan el día ajenos a nosotros y juegan, corretean, se pasean… Luego me dirán que es como estar metidos en la película de El Rey León.

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Una jirafa me saca la lengua. / © Lola Hierro
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Cebras haciendo coreografías en el río. / © Lola Hierro

Estamos muy esperanzados con la idea de ver a los big five o cinco grandes, es decir: búfalo, elefante, león, leopardo y rinoceronte. Esta clasificación la hicieron los colonos a principios del siglo XX para designar a los cinco animales más difíciles de cazar por su grado de peligrosidad.  Tenemos suerte y vemos hasta un leopardo, sí. O a medio, más bien. El desgraciado está subido en un árbol y no se le ve la cabeza, pero sí las patas y el rabo colgando.  Sin prismáticos hubiera sido imposible, y con ellos tampoco es que se distinga mucho. Al final, solamente gracias al teleobjetivo de 400 milímetros de mi cámara tenemos una prueba de que no lo hemos soñado ni el ron se les ha subido demasiado a la cabeza. Y eso que se lo están bebiendo a palo seco y sin hielo.

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¿Alguien ve al leopardo? Juro que está, pero es lo máximo que pude sacar. / Lola Hierro
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Solo hemos visto este león y a mí me parece que está un poco despeluchado. / © Lola Hierro

Tengo que hacerles una encuesta para saber qué animal les ha gustado más, pero creo que han sido el león y el elefante. De los segundos nos pasamos el día entero viendo, pues en Tarangire hay más de dos mil ejemplares y están por todos lados. Nos da mucha pena cuando nos encontramos a una manada de más de 20 en el río, vacío ahora, extrayendo agua y barro del subsuelo con ayuda de la trompa. No hay apenas porque estamos en la estación seca, y los pobres hacen lo que pueden, sin mucho éxito. Están asaditos de calor y no se pueden refrescar. Criaturillas…

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Un elefantito busca agua con su trompa en el lecho del río seco. / © Lola Hierro
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Varios elefantes intentan extraer agua. / © Lola Hierro
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Los seis viajeros, en pleno papeo. Minutos después, tuvimos que salir por patas ante el sospechoso acercamiento de dos elefantes. / © Lola Hierro

Con esta escena delante hemos almorzado bajo una acacia donde pegaba algo de sombra, pero sin bajarnos del coche. No habíamos terminado de comer cuando ha llegado una pareja de paquidermos con ganas de demostrar que ese era su territorio, y se nos han acercado tanto y de forma tan desafiante que Jimmy ha tenido que soltar su muslo de pollo y arrancar el coche para salir de ahí como alma que lleva el diablo. Experiencias africanas a tope, vamos. Vemos una leona, sí, ya casi al final del día, y de lejos, bajo un árbol. Al menos nos mira un momento, algo es algo. Sí que nos encontramos varios facóqueros (pumbas) y otros tantos chacales. Las hienas, sin embargo, no abundan.

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Los acróbatas del hotel, en plena función. / © Lola Hierro

Me preocupaba un poco la llegada al hotel donde vamos a dormir las dos próximas noches porque Seka lo cambió en el último momento. Que decía que otros clientes se habían quejado del personal del que íbamos a ir en un principio. ¿Dónde nos iba a meter entonces? Pues el hotel elegido es una preciosidad y un lujo verdadero. Nos han recibido con toallas frías, un zumo de frutas natural y todo el equipo del establecimiento bailando y cantando en la puerta la canción del Jambo bwana que se suele cantar a los turistas. El grupo se ha quedado de piedra ante semejante muestra de hospitalidad, claro.

Luego ya, cuando han visto las preciosas cabañitas circulares, con su aire acondicionado, sus colchones mullidos y su baño impecable se han puesto muy contentos y tranquilos. Y yo más. Antes de cenar hemos asistido a un espectáculo de un grupo de saltimbanquis que hace unas acrobacias imposibles, una pasada. Y ya después, la cena, que en este hotel es deliciosa, y muy completa. Creo que el día de hoy me lo han aprobado.

CAPÍTULOS DE LA SERIE ‘PERIPECIAS DE UNA GUÍA DE VIAJES’:
I. El experimento tanzano
II. Niñera de safari
III. Tanzania con nuevos ojos
IV. Tanzanitas y botellas de ron escondidas
V. Desde una playa zanzibarí
BONUS: Cuánto cuesta viajar a Tanzania sin estrecheces

4 respuestas a «PERIPECIAS DE UNA GUÍA DE VIAJE, II: NIÑERA DE SAFARI»

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