Erg Chebbi, Merzouga, Hassilabied, los bereberes, el sol, el desierto, los colores, los sonidos… el silencio. Todo merece el viaje infernal en autobús desde Fez hasta las dunas en las que me encuentro ahora, a 30 kilómetros de la frontera con Argelia. Ha sido llegar y olvidarnos de las suspicacias y la tensión de estar en guardia siempre para que no te den gato por liebre.
Hemos llegado a Merzouga, un pueblito de 1.500 habitantes al borde del desierto del Sáhara, a las 5.30 AM y sin tener ni idea de cómo dar con el Auberge Tamariste, que es donde anoche reservé un par de camas. Aquí viven fundamentalmente bereberes, una tribu autóctona del Magreb.
Unos minutos antes de llegar a nuestro destino se ha subido al autobús un cazaturistas que, en cuanto me vio, me ofreció “alojamiento económico” en Merzouga, pero en seguida han llegado otros hombres que decían venir del Tamariste para recogernos. Como no me acababa de fiar, han llamado por teléfono a Laxen, el dueño del hostal, que me ha asegurado que podíamos irnos con ellos . Y con nosotros se han venido Nacho y María, nuestros nuevos amigos andaluces, a los que conocemos desde hace un rato pero que se han apuntado nuestro plan.
Yo había reservado dos camas en una habitación mixta, pero cuando hemos llegado al hostel, una señora que ha resultado ser hermana de Laxen nos ha dado a cada pareja una habitación doble con baño privado a cada uno. ¡Menudo lujo! En ese momento aún no éramos conscientes de la hospitalidad bereber, pero Laxen y su hermana han sido los primeros que nos la han mostrado. Hemos cogido las camas como desesperados sin creernos aún demasiado nuestra buena suerte. Dios, estaba tan cansada que no podía dormirme. Hemos pasado una noche terrible, el autobús era muy incómodo porque no se reclinaba y muy frío, y encontrar a este bereber y su Tamariste ha sido como dar con un oasis en el desierto, nunca mejor dicho.
Al despertar, Laxen ya estaba allí y nos ha explicado su oferta para nuestro tiempo en Hassilabied. He de decir que este y Merzouga son dos es pueblitos pegados a este trocito de desierto del Sáhara, que alcanza 22 kilómetros de longitud y 5 de ancho, y cuyo paisaje domina una duna enorme, Chebbi, de hasta 250 metros de alto. Hace unos años solo había familias bereberes pero últimamente se ha puesto muy de moda ir a hacer turismo al desierto, y en estas pequeñas aldeas han proliferado los albergues y hoteles de mayor o menor categoría donde se ofrecen actividades como pasear en camello por las dunas, dormir una noche en una jaima del desierto, hacer excursiones en todoterreno o conocer la cultura nómada. Y a eso hemos venido nosotros. Uno de las principales razones que me llevaron a elegir Marruecos como destino viajero fue conocer el desierto, pues hasta ahora nunca había estado en uno.
Laxen nos ha agasajado con un espléndido desayuno a base de té a la menta, pan casero con aceite de argán, jalea, mantequilla y olivas. Le hemos contado nuestra intención de dormir en el desierto, y nos ha ofrecido por 30 euros una excursión que incluye una ruta de hora y medio en camello a la ida y otra a la vuelta, cenar y dormir en la jaima y desayunar en su hostal al día siguiente. Y lo mejor es que podemos quedarnos con la habitación hasta el día siguiente aunque no durmamos en ella para vaguear hoy, ducharnos, dejar las mochilas… Hemos aceptado de inmediato, tan contentos.
Laxen es un chico encantador, y con solo 26 años lleva de maravilla el hostal. Es el pequeño de ocho hermanos, nació en medio del Sahara, llegó a Merzouga con 7 años y estudio en un colegio de Rissani, una población más grande a unos 35 kilómetros de donde estamos. Nos ha contado que Merzouga al principio solo tenía 50 familias bereberes procedentes de las tribus de hombres libres del desierto, llamados amazigh en su lengua. Ser un amazigh implica que puedes moverte libremente por las dunas, el color azul intenso de su ropa y turbantes les da paso libre entre las fronteras. Esto ha terminado a raíz de las tensiones fronterizas entre Marruecos, Argelia y Mauritania (la frontera, de 1.500 kilómetros, está cerrada desde 1994), y aunque ellos siguen mostrando con orgullo su símbolo, un hombre con los brazos levantados, y luciendo su azul amazigh, ya no pueden transitar por donde quieren, pues cruzar la frontera conlleva penas de un mes de prisión tanto en el lado marroquí como en el argelino. Eso ha provocado que en los últimos años llegaran a Merzouga y Hassilabied otras 150 familias más que antes vivían en las dunas, supongo que también animadas por la posibilidad de hacer negocio con el turismo y cansados –quién sabe- de las duras condiciones de la vida nómada.
Tras el rico desayuno y una ducha que ha sabido a gloria, Laxen nos ha llevado a los cuatro españolitos a conocer Hassilabied bajo un sol de justicia. Primero nos ha enseñado el horno de pan, donde todas las familias de Merzouga cuecen sus hogazas a diario. Nos ha mostrado también el milagro que hace posible la supervivencia de esta población: un oasis donde gracias a un rudimentario pero ingenioso sistema de canalización de aguas, las 50 familias originales cultivan 50 parcelas de tierra con todo tipo de frutas y vegetales. Tienen de todo, y todo ecológico: tomates, pepinos, pimientos, cebollas, patatas, olivos, higos… y crece solo con agua, tierra del desierto y como mucho caca de camello. Lo que más me gusta es que me ha contado que estas familias comparten todo lo que cultivan con las que llegaron después y no tienen tierras. Me parece una comunidad muy solidaria, ya podía estilarse más eso en España.
La fuente que surte a Hasslabied es espectacular. Pese a la precariedad de un pueblito donde todo es de adobe y no existe el asfalto, el agua es potable y cristalina. A nuestra llegada había dos niñas recogiendo agua con unos bidones que tenía un filtro como el del café, para eliminar cualquier traza o residuo.
También nos han recibido allí tres niños de unos nueve años que llevaban en brazos un pequeño zorrito del desierto encadenado, monísimo. Querían dinero a cambio de dejarnos jugar con él pero no les hemos dado nada siguiendo el consejo de Laxen. Según nos cuenta, algunos niños en Merzouga pasan de ir a la escuela porque les sale más a cuenta quedarse por las calles pidiendo dinero o chucherías a los turistas. Estos les dan de todo y como los críos ven que es fácil conseguir cosas, luego no quieren estudiar. Ni dinero, ni caramelos, ni bolis. No se da nada a los niños. Yo les he mandado al colegio pero no me han hecho ni caso, claro.
La última parada de la excursión ha sido en una tienda bereber. Laxen nos ha pedido que no compremos nada por obligación, que no íbamos a recibir presiones. Y no las recibimos, cosa que se agradece mucho. Nos han dejado mirar todo sin agobiarnos. Aún así, Nacho y María han salido cargados con una alfombra, un par de fundas de cojín y unos pañuelitos. Han regateado muy duro y con esa gracia innata de los andaluces. Nacho, que es de Estepona, se quedaba con el vendedor. El bereber le pedía dinero y él, con su acento tan salao, le respondía: “Pero zi ya no tengo dírham, te loh e dao todoh!”. Yo me moría de risa.
El resto del día se nos ha ido bebiendo té a la menta, el whisky bereber que lo llaman aquí, repanchingados en el saloncito del hostal, que está muy fresco y resguarda muy bien del calor que hace fuera. Como dice Laxen, la prisa mata, y nosotros nos lo estamos aplicando aquí al pie de la letra. Por primera vez nos sentimos relajados, y además estamos haciendo muy buenas migas con nuestros nuevos amigos. A las cinco y media de la tarde, cuando el sol ya no pegue tan fuerte, nos tendremos que subir a los camellos para adentrarnos en el Sahara. La aventura está a punto de empezar.
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GASTOS
Taxi de Merzouga a Hassilabied: 10 DH por persona / 40 Dh total.
Desayuno día 1 + excursión por Hassilabied + ruta en camello + noche en el desierto + desayuno día 2 + 1 habitación en Auberge Tamariste: 300 DH
Botella de agua: 5 DH
Almuerzo: 45 DH
*El cambio es de 1 EURO = 11 DH
**Todos los precios que pongo son por persona, si es algo conjunto lo indico y lo divido para que salga el total de lo que yo pagué.