La primera sensación no es nada halagüeña. El calor abrasa la piel. Una fina capa de polvo de color pardo cubre absolutamente todo, incluido a ti. Hay basura por todas partes, y no existen carreteras, sino caminos de arena. Carrocerías destripadas de toda clase de vehículos de cuatro ruedas brillan tanto bajo el implacable sol que deslumbran a quien se atreve a fijar la vista. La chatarra quema las manos de los neófitos, no así las de los trabajadores experimentados, curtidas, encalladas y resistentes tras años y años dedicadas a esas labores. Esos hombres miran de reojo al forastero, desconfiados porque aquel no es un lugar para turistas, ni para blancos, ni para aventureros. Nadie necesita visitar el mercado del hierro de Bamako, también llamado Sougouni Coura, salvo que quiera comprar algo en él. ¿Y quién estaría interesado en adquirir alguna de esas chatarras de tercera, cuarta o quinta generación? Desde luego, no una mujer blanca, extranjera y recién llegada.

Entrada al mercado del hierro. / © Lola Hierro

Paseo entre chatarra. / © Lola Hierro

Unos chicos enredan en una montaña de tubos. / © Lola Hierro
Puedo contar muy poco sobre Sougoni Coura. Busco información en Internet y solo doy con una noticia de un asesinato en 2014 en una web de noticias en francés. Y apenas nada más. El resto de los resultados que muestran los buscadores hacen referencia al mercado central, el turístico, donde se venden cosas más cotidianas como ropa y alimentos. No hubiera logrado llegar jamás de no ser porque me llevaron quienes ya habían estado antes y conocen esos dominios. Lo que sí he logrado es dar con el lugar exacto en el mapa de Google. Con la montaña Koulouba al noroeste, el hipódromo al sur y el mercado de Bamako al oeste, es más o menos fácil localizarlo.

Así son las calles del mercado, si es que pueden recibir ese nombre. / © Lola Hierro

Carretillas para dar y tomar. / © Lola Hierro
Es un inmenso recinto al aire libre que está en las afueras de Bamako y ahí se recolecta, se compra y se vende cualquier cosa que contenga ese material. No hay límites claros, pues ya desde antes de llegar a las calles que lo rodean se encuentran personas y negocios dedicados a este material. Uno sabe que está en él cuando se encuentra en una pista de arena a cuyos lados se amontonan coches despanzurrados y sin la mitad de la equitación, vigas y tubos de metal rojizo y medio oxidado apilados unos sobre otros, montañas de planchas lisas, como si hubieran sido o fueran a ser techos de a saber qué clase de edificio. También pequeñas piezas: carcasas, tuercas, tornillos, arandelas… Y todo debe venir de los lugares más insospechados de la Tierra… O eso hace pensar un contenedor enorme en el que se lee Gaza, tirado en medio de un montón de escombro. Lo que sea, pero todo de hierro.

Vehículos que conocieron una vida mejor. / © Lola Hierro

¿Gaza?. / © Lola Hierro

Y la Cruz Roja, también. / © Lola Hierro

Un Renault hecho polvo. / © Lola Hierro
Sumergirse aquí no parece buena idea a priori. Sacar la cámara incomoda a más de uno, que no duda en gesticular con los brazos para dar a entender que no quiere salir en ninguna foto. Otros miran, curiosos, pero sin atisbo de hostilidad. Y, una vez dentro, cuando has recorrido los primeros 100 metros de la vía que da acceso al corazón de este mercado, piensas que igual dar un paseo no es tan mala idea.

No sé si el camión está en uso o forma parte del paisaje de chatarra. / © Lola Hierro

En moto entre un millón de cosas de hierro. / © Lola Hierro
No se sabe cuántas personas trabajan allí, éste es un ejemplo más de la economía informal tan frecuente en África. Algunos tienen su pequeña empresa: los talleres Coulibaly, por ejemplo. No sé si emiten facturas por las ventas de material o los arreglos. Otros no tienen ni siquiera un local que abrir y cerrar; simplemente cargan chatarra, seleccionan y separan, van de un lado para otro…

Curioso utensilio encontrado por ahí… / © Lola Hierro

Un tanque, creo. / © Lola Hierro
No hay apenas mujeres ni niñas en el mercado. Las pocas que se encuentran se dedican a vender algunos alimentos básicos como fruta. Sí que hay algunos adolescentes, como los que comparten un plato de arroz con vegetales dentro de una furgoneta verde muy llamativa. Tienen la puerta lateral abierta; unos están sentados dentro y otros fuera, de pie. No se sabe muy bien a qué se dedican, si trabajan allí, si esperan a alguien. Son cordiales. Sonríen, saludan, preguntan al viajero.

Este niño me ganó al futbolín. / © Lola Hierro

De los pocos niños que encontré, y ya fuera del mercado. / © Lola Hierro

Los risueños chicos de la furgoneta verde. / © Lola Hierro

Mujeres vendiendo comida en el mercado. / © Lola Hierro
Existe un negocio muy curioso dentro del mercado del hierro: la fabricación de ollas a partir de restos de metal fundido. Del material que existe al principio al producto final hay todo un abismo de diferencia y parece cosa de magia el resultado de la transformación. Se utilizan virutas de metal que, puestas todos juntos en un montón, parece un estropajo de aluminio gigante. Ese material se funde en un recipiente puesto al rojo vivo y después se introduce en un molde de madera y ya no sé muy bien cómo es el resto de pasos, pero sí que en algún momento se cubre entero con arena hasta que se enfría y luego se desmolda. Y ya tienes un caldero.

Virutas que serán convertidas en un caldero. / © Lola Hierro

Fundiendo las virutas. / © Lola Hierro

Proceso de fabricación de una olla, parte I. / © Lola Hierro

Proceso de fabricación de una olla, parte II. / © Lola Hierro

Proceso de fabricación de una olla, parte III. / © Lola Hierro

Un montón de ollas recién hechas. / © Lola Hierro

Ollas buenas, malas y regulares. / © Lola Hierro
Este recinto inhóspito que parece que va a morder pasa desapercibido al mundo, pero en lugares como este es donde yo encuentro a la verdadera África, la cotidiana. Ni una naturaleza de dejar sin aliento como en los parques nacionales de Kenia, ni bailes tradicionales ni safaris como los que salen en los folletos turísticos. Tampoco miseria, guerras y hambre, el trío de tópicos más habitual sobre este continente. No, el mercado del hierro es un lugar más donde se mueve la economía y donde transcurren vidas anónimas.

Vendedor de pollos. / © Lola Hierro

Rebuscando entre planchas de hierro. / © Lola Hierro
Me quedé con la idea de que se puede visitar sin peligro es mercado del hierro aunque seas rubia, blanca y extranjera. Y que las miradas que una atrae son las mismas que en cualquier otro lugar de África, como siempre pasa cuando tu color de piel desentona con el de la mayoría. Pero ahora que estoy de vuelta en Bamako, un mes después de mi primera vista, me he llevado un chasco. Este sitio debe ser un poco más peligroso de lo que yo había pensado. ¿Por qué? Porque ha tocado hacer una nueva incursión y me han dejado en casa… Pero no importa, como dijo una vez Terminator… ¡Volveré!
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Como siempre me ha gustado mucho y las fotos una pasada
Gracias bonita, me encanta que te pases por aquí 🙂
Oooooh, que recuerdos me traen tus fotos!. Mali me robó el corazon como no ha hecho ningún otro destino. Aún no me creo que no acabara en un hospital en bamako después de dos días en moto por esas calles, fue una locura y una imprudencia súper divertida!. Me gusta tu blog, me inspiras!
Muchas gracias Nikev, me alegra encontrar gente que comprende y comparte mi amor por Malí. Abrazos y gracias por pasarte!