Dubrovnik, donde todo cayó

«Szdreavo!!! Aquí va una entrega de nuestras aventuras en los Balcanes. No sé cómo voy a resumir estos dos días, han sido frenéticos. El último que escribí acabábamos de llegar a Dubrovnik. Al día siguiente dimos un paseo por las murallas que rodean la ciudad, las vistas son una pasada. Hemos tenido la gran suerte de que está haciendo mucho sol y mucho calor, y la verdad es que el paseíllo por encima de los tejados de la ciudad, fue una gozada. Ese día también probamos comida croata, Rafa se compró todos los souvenirs del mundo que, por cierto, son súper feos y caros, y básicamente paseamos sin rumbo por las callejuelas de la ciudad.

La playa de Dubrovnik, desde lo alto de la muralla. / © Lola Hierro.

Cúpula aún en obras, recuerdo de la guerra. / © Lola Hierro.

Vendedor de mantelería. / © Lola Hierro.

Lugares de Dubrovnik. / © Lola Hierro.


Por la tarde fuimos a la playa que hay al otro lado de la muralla, desde donde vimos el atardecer. Yo me desmarqué del grupo, me subí a una roca a la orilla del mar, me descalcé y me quedé ahí un buen rato pensando en mis cosas. Para mí ese fue el mejor momento del viaje. Estuve alrededor de una hora a mi bola, mirando el mar y pensando, relajándome y tocando el whistle (sí, me lo he traído para practicar, jejejeje) Me di cuenta en ese momento de que sí que necesito tener momentos de soledad. Yo pensaba que me daba miedo estar sola, pero la verdad es que, acostumbrada a vivir sola, a trabajar parte del tiempo sola, etc, todos estos días, con estos tíos constantemente conmigo, me he sentido un poco agobiada.

Por la noche nos pillamos unas pizzas y nos fuimos en buena armonía a cenar a un faro, a la orilla del mar. Esa noche me acosté pronto ya que al día siguiente había que madrugar para salir a las ocho hacia Bosnia otra vez, así que yo, que quería desayunar a mi aire y darme otra vuelta por ahí yo sola, me levanté un poco antes y me subí a la muralla con una naranja y con el mp3. Allí estuve otro buen rato viendo a los niños salir de las casas para ir al cole, viendo lo tranquilo que estaba el mar… ha sido otro de mis momentos chispas. Es que no sabéis qué calma me ha transmitido ese mar y esa ciudad, me recuerda a las mañanas de verano de mi infancia y adolescencia en Alicante».

Las patinadoras de Dubrovnik. / © Lola Hierro.

Maravilloso mar… / © Lola Hierro.

Este es un fragmento de otro e-mail que envié a mis amigos y familiares justo después de volver de Dubrovnik, ciudad croata a la que llaman la perla del Mediterráneo, y no es para menos, ya que es una preciosidad de sitio.

Mis palabras me han hecho recordar momentos concretos, flashazos que tengo guardados en no sé qué rincones de mi memoria. Recuerdo el silencio que envuelve las callejuelas del interior de la muralla, donde no se oyen ni las pisadas de los transeúntes gracias a esas losas de piedra tan lisas y pulidas. Recuerdo el olor a lavanda y canela de la tienda de productos ecológicos donde me dejé gran parte de los ahorros, y lo simpática que era su dueña, una chica rubia, no demasiado joven, que me explicaba con mucha paciencia qué contenía cada té, cada frasco de sales y cada bote de especias.

Vuelta a casa tras un día de trabajo. / © Lola Hierro.

El puerto de Dubrovnik. / © Lola Hierro.

Baldosas tan pulidas, calles tan silenciosas… / © Lola Hierro.

Perdida por las calles de Dubrovnik. / © Lola Hierro.

Recuerdo la luz del atardecer sobre los muros de piedra de la ciudad y la muralla, y esa luz tan cálida, que es la que más me gusta para hacer fotos. Recuerdo el silencio y el frescor de esa mañana en la que desayuné una naranja al son de Marea, subida a la muralla, justo antes de que los niños salieran a la escuela, y recuerdo a los pescadores, y a los chavales a los que se les coló el balón en la casa de al lado y tenían que saltar el muro, y los sabores del restaurante indio donde comimos y del otro más rústico-ecológico donde cenamos, en el que probamos la ternera a la lavanda y era como comer carne con los caramelos violetas esos que nos daban las abuelas de niños. ¡Y por no hablar del borracho que nos abordó en el supermercado! No le entendimos nada, pero era muy gracioso. O a Mamma Anka! Qué mujer más bonachona, cariñosa y… madre.

Momentos. / © Lola Hierro.

Desde lo alto de la muralla. / © Lola Hierro.

El campanario. / © Lola Hierro.

Pero lo que más recuerdo es la sensación de paz que me invadió cuando me senté en una roca y, por primera vez en toda mi vida, conseguí liberar mi mente y hacer algo parecido a meditar. Fue como si se hubieran abierto unas enormes compuertas dentro de mi y toda la ansiedad, la tristeza, el pesimismo y el cansancio se hubieran caído al mar. Allí sentí por primera vez en un año que no iba a tocar más fondo, que ya estaba subiendo. Y ese fue mi momento de mayor felicidad.

Atardecer. Donde todo cayó. / © Lola Hierro.

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