Caminos de cabras en Luang Nam Tha

Es definitivo: Laos necesita a Revilla y cuando vuelva a Cantabria voy a pedirle a nuestro presidente regional que haga un partido llamado PRL en vez de PRC y se ponga a fabricar carreteras, que los laosianos son muy majos y se las merecen.

El viajecito entre Luang Prabang y Luang Namtha, en el norte del país, era de 360 kilómetros y unas 5 horas en teoría. En la práctica fueron casi diez, porque entre otras muchas cosas nos topamos con unas obras o algo así en plena carretera que formaron un atasco considerable… Durante todo ese tiempo pude conocer Laos a través de la ventanilla de una furgoneta.  Y he aquí el consejo del día: si viajas por Laos, evita los grandes autobuses de dos pisos. Las carreteras son estrechas y llenas de curvas, los vehículos son demasiado altos, ergo… el equilibrio peligra. Y no es invención: vi un autobús de turistas volcado en una cuneta y completamente destrozado. Ya estaba vacío, claro.

Casa típica de Laos. / © Lola Hierro.

Atascazo laosiano. / © Lola Hierro.

Aguantando el calor durante el atasco. / © Lola Hierro.

Esperando en un atasco en pleno Laos. / © Lola Hierro.

Durante mi viaje por caminos de tercera he visto cómo se configura este país tan pobre y humilde. Aquí no hay ciudades, ni edificios, ni carreteras iluminadas… En Laos hay una naturaleza que milagrosamente se conserva bastante indemne a las incursiones chinas para conseguir materia prima (aunque este sería otro tema que abordar en el futuro). Los núcleos urbanos se reducen a sencillas agrupaciones de casitas de madera, paja y algunas veces piedra, que me recuerdan muchísimo a los hórreos españoles. La mayoría de estos pueblitos se sitúan junto a los caminos, a veces de forma tan aparatosa, encogidos entre el margen de la carretera y el consabido precipicio, que parece que los hayan plantado allí a la fuerza para estar más cerca del paso de los vehículos y las líneas de tensión eléctrica.

El día a día en Laos. / © Lola Hierro.

Tienda de comestibles, con cerdito a la derecha. / © Lola Hierro.

La gente vive en aparente calma, y digo aparente porque desde el otro lado de la ventanilla no puedo aportar muchos más datos. Vi niños jugando, ancianos descansando en las puertas de sus casas, hombres pelando ramas de bambú, mujeres junto a la carretera vendiendo una suerte de raíces o nabos a los conductores… Y salvo humanos, aves de mil especies y cerdos, no hay más.

Vacas flacas por la carretera. / © Lola Hierro.

¡Y un cerdito! / © Lola Hierro.

Tampoco hace falta, porque Laos es el primer lugar de Asia donde realmente crees haber retrocedido un siglo, es donde descubres que hay reductos que resisten el efecto de la globalización. Laos es pobre, sí, aunque es uno de los países asiáticos que más rápido medra, con una tasa anual de crecimiento de alrededor de un 2%.

Curiosidades desde la ventanilla del bus: ¿cazando gamusinos? / © Lola Hierro.

Yo creo que sus habitantes viven inmersos en una pobreza benevolente y son felices: tienen lo que necesitan porque son pocos y hay recursos para todos. Viven de la tierra y de sus animales con muchísima humildad, pero dignamente. Y, por tener nosotros más tecnología y más modernidades, ¿somos más felices? Creemos que hay mucha más alegría en las pequeñas aldeas laosianas que en las grandes y lujosas urbes europeas.

Vendedora de raíces al pie de la carretera. / © Lola Hierro.

Aquí los niños juegan en el campo, sin juguetes, sólo con su imaginación, y eso me ha traído a la mente los tiempos en que en España no necesitábamos una videoconsola o un móvil de última generación con Messenger para estar contentos, sino que con las chapas de las botellas de refrescos o con una cuerda vieja para jugar a la comba ya tenías todo lo necesario para ser feliz. Hablando de chapas: por primera vez en… ¿quince años? he visto niños coleccionándolas, recogiéndolas del suelo como hacíamos los de mi generación de pequeños.

Niños jugando en una aldea. / © Lola Hierro.

Con todas estas reflexiones a cuestas llegué a Luang Namtha, meca del ecoturismo, al que en Laos se da mucha importancia –por suerte-. Desde aquí se puede visitar la reserva nacional del Nam Ha, una extensión de 222.400 hectáreas llena de flora y  fauna interesantísima. Puedes toparte con panteras, tigres, elefantes, gibones y otras especies en peligro de extinción. Al igual que en Luang Prabang, existen muchas agencias comprometidas con el turismo sostenible que ofrecen excursiones a precios competentes y con poco impacto ambiental. Puedes elegir desde dar un paseo de una jornada por los alrededores y visitar aldeas de minorías étnicas o tirarte tres días por la jungla haciendo kayaking, senderismo y durmiendo incluso en estos pueblos, lo que te da la oportunidad de conocer más a fondo cómo viven y cómo son estas tribus.

Puentes imposibles. Este lo crucé con extremo cuidado. / © Lola Hierro.

Yo, lo de siempre: soy pobre, así que me lo monté por mi cuenta alquilando una bici y buscando un mapa donde venía señalada la ubicación de varias aldeas de muchas minorías étnicas de la zona. Estas son tribus provenientes en su mayor parte de China, que se asentaron en el país y viven, más o menos, siguiendo sus costumbres ancestrales, aunque cada vez más en sintonía con el siglo XXI. Se calcula que existen unas 49 etnias diferentes, colocando el país a la cabeza del sureste asiático en cuanto a variedad.

Mujeres de la etnia ‘black thai’. / © Lola Hierro.

En fin, que me fui con la bici para disfrutar de lo que lo iba a ser un día de ejercicio, conocer aldeas y pasar calor. Mi primer destino fue el punto del mapa que señalaba una cascada en teoría muy espectacular, tanto que cobran entrada. Fue el dinero más inútilmente gastado porque cuando conseguí llegar, observé –estupefacta ante mi estupidez por no haberlo previsto- que estaba más seca que el Manzanares. Lo que durante la estación húmeda debe ser un fabuloso torrente perfilando el bello paisaje que lo rodea, ahora no es más que un secarral vulgar y corriente. Mi gozo en un pozo.

Casas de los ‘black thai’. / © Lola Hierro.

Por lo menos, tuve ocasión de toparme con varias aldeas, casi desiertas, eso sí. A mi paso, sus inquilinos me miraban con curiosidad, a veces, con indiferencia, otras. Pero desde luego, comprobé que nadie está muy dispuesto al diálogo. Quienes sí parecen mostrar más interés por el turista blanco son los niños. En una ocasión, y cansada de pedalear, desmonté de la bicicleta para remojarme un poco en el río. En el mismo había un grupo de cuatro críos de la etnia lenten, según supe después, bañándose alegremente.

Niños lenten. Los más majos que me he encontrado durante todo el viaje. / © Lola Hierro.

Los cuatro niños lenten. Ojalá pudiera volver a verles. / © Lola Hierro.

Al principio se mostraron desconfiados, y guardaban las distancias muy serios mientras me veían quitarme los calcetines y las deportivas, como sin entender muy bien la situación al ver a una tipa de piel blanca y de ojos verdes metiéndose casi totalmente vestida en el agua (nótese que ellos iban como sus madres los han traído al mundo). No obstante, en cuanto me puse a salpicarles con una sonrisa, cambiaron el semblante y se hicieron mis amigos. De entendernos, ni papa, pero creo que nos caímos muy bien mutuamente.

Y aquí partiéndose de risa. / © Lola Hierro.

A partir de este momento empezó mi declive, aunque yo aún no lo sabía. Mañana, el desenlace.

3 respuestas a «Caminos de cabras en Luang Nam Tha»

  1. PIN ROSES

    Genial ! a ver si me pierdo por Bang Pong … este verano… pena que no pille las fiestas de AÑO Nuevo….. y !!!!
    Cuidate !!!!!
    saludos

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