EL AÑO DE LAS PRIMERAS VECES

Un año después me he releído. Ya se me notaba depre, triste, mal. Vivía a medias, escribía, y era verdad. Quería volver a hacerlo peligrosamente, como contaba en otro manifiesto muy viejuno de este blog, que ahora cumple ocho añazos, por cierto. Me propuse muchas metas alegres, pero sé que no me las creía mientras las tecleaba en el ordenador. No sabía lo mal que se me iba a poner el percal, pero mucho menos que, contra todo pronóstico, sí que iba a cumplir esos objetivos felices y optimistas. Bailar, correr, sonreír, viajar, leer y escribir más, llorar menos, abandonar el miedo.

Miedo y lágrimas. Esa era yo hace un año. En la nochevieja de 2016 comí las uvas con mi vestido de lentejuelas de siempre, sí, y con la melena arreglada, y el maquillaje y los tacones también. Pero en el sofá de casa de mis padres, apartada del resto de la familia. Llorando bajo una manta, con dolor de cabeza, me excusaba. Y no me levanté ni a brindar. Me miraban con preocupación, pero no insistieron para que me uniera. Me parece que por entonces era bastante difícil tratar conmigo. Así empezó 2017.

Muchas veces me preguntaba cómo podía sentirme tan desgraciada si tenía —tengo— una vida bastante buena. Con sus problemas y sus imperfecciones, claro, pero una maravilla si me pongo a comparar. «Eres lista, tienes un buen trabajo, eres guapa, tienes tu propia casa, tienes amigos, tienes a tu familia viva y cerca, y a tu novio…» Todas estas flores me echaban las pocas personas que sabían de mi estado. Yo no les creía. A mis ojos, ni yo valía tanto, ni mis relaciones personales y familiares eran tan idílicas, ni el trabajo era tan bueno.

Pese a todo, pese a mí misma, seguí adelante, como si nada. Con el trabajo, con los viajes, con las carreras por el parque (esto era de lo poco que me ponía contenta de verdad). Pero cada vez me notaba más negativa, más disgustada con el mundo, más susceptible y con muchas discusiones con las personas de mi entorno, hasta con las que más quiero. Sobre todo, con las que más quiero. Me acostaba triste, no dormía más de cuatro horas seguidas, me levantaba triste y no me fiaba ni de mí misma. Especialmente de mí misma. Yo pensaba que la vida era así, que yo ya iba a ser siempre así. «Estoy loca», decía a mis allegados. Y me decían que no, pero tampoco sabían qué más añadir. Ahora miro hacia atrás y me veo bastante inaguantable.

Un día de febrero tuve un accidente tontísimo. Estaba realizando un reportaje en Zanzíbar, un archipiélago de islas en Tanzania que yo adoro. Iba en un autobús público atestado y, de repente, el conductor frenó con brusquedad para evitar llevarse por delante a un ciclista despistado. Recuerdo que era un anciano vestido con una chilaba blanca y con unos cuantos cestos amarrados a su bici.

No fue nada y fue todo. Me hice un esguince cervical que no fue grave pero que me obligaba a parar. Que me diera de baja, me decía el médico. Que era una orden. Yo no quise. Pero me encontraba mal, me mareaba tanto que tenía que tomar pastillas para el vértigo, ya no podía hacer deporte y el ánimo se me acabó hundiendo del todo. Así, un día que no olvidaré nunca, el 20 de abril (como la canción de Celtas Cortos), tuve una discusión en el trabajo. Una sin importancia para una persona en sus cabales. Para mí fue la hecatombe. Ya había sufrido previamente un par de ataques de ansiedad preocupantes, de los que asustan a los que están contigo, pero este fue de traca. Se me vino el mundo entero encima, no sé qué me pasó por la cabeza, pero el caso es que rompí a llorar y a llorar y a llorar, y me empecé a quedar sin aire. La crisis duró unas cuatro horas en las que la enfermera de mi empresa y un equipo del Samur intentaron sacarme adelante. Pero ni con la pastilla esa que se pone debajo de la lengua me tranquilizaba. Hasta oxígeno me tuvieron que enchufar. Ese día me rompí; por suerte, me rompí.

💙

Una publicación compartida de Lola Hierro (@lolahierro) el

Estuve dos meses de baja laboral. La primera semana me enchufaron Lorazepan (un ansiolítico muy fuerte) y parecía un zombi: me dormía de repente, en cualquier lugar, y no me enteraba de mucho. Por lo visto, mi cuello se había resentido más por culpa de mi estrés y nervios acumulados, y eso había que rebajarlo incluso a costa de dejarme varios días grogui en un sofá. Después acabó el asunto del ansiolítico, y menos mal, porque no me gusta estar empanada. Pero no encontraba solución. Hasta le cogí miedo al trabajo y solo de pensar en volver un día hiperventilaba. Hablé con un par de psicólogos y me decían que tenía que ser fuerte y aprender a afrontar mis problemas. ¿Y eso cómo se hace cuando sientes de verdad que no puedes con la vida? La teoría está muy bien, pero la práctica es harina de otro costal. Estoy segura de que más de uno y de una que me esté leyendo ahora se habrá hecho la misma pregunta cien veces.

Ahí estaba yo a mediados de mayo: desesperada, desganada, profundamente triste y harta de mí misma y de la vida, cuando topé de carambola con dos personas que dieron un vuelco a mi situación: por un lado, con una doctora joven que sustituyó por un tiempo a mi médico de cabecera. Por otro, con un psicólogo que supo responder a mis preguntas. Y entonces ya pude coger al toro por los cuernos. Comencé a trabajar conmigo misma, con mi cabeza averiada. Al principio fue duro, pero empecé a mejorar. No me paro en los detalles porque esta es la parte más aburrida de la historia, pero sí quiero resaltar que el esfuerzo bien valió la pena porque, poco a poco, semana a semana, yo me iba sintiendo mejor. Esta fue la primera vez de todas las primeras veces que me esperaban en 2017. Llegó tarde, casi a la mitad, pero está bien así. El 20 de junio, dos meses después de que mi mente estallara, volví a trabajar con una sonrisa en los labios y bastante tranquila y en paz conmigo misma y con mi entorno.

Amiguis. Como diría Lina Morgan: «Gracias por veniiiiiiir» 💃🏻😘 #premiosmanosunidas

Una publicación compartida de Lola Hierro (@lolahierro) el

Claro que no acabó aquí el trabajo, de hecho sigo con él. Continúo yendo al psicólogo, aunque cada vez quiere verme menos, y me dice que lo estoy haciendo muy bien, que he mejorado y que no tema recaer porque eso ya no es posible, que he cambiado. También sigo tomando algo de medicación para la depresión moderada que me fue diagnosticada, pero tampoco me preocupa esto porque no me provoca efectos secundarios, no me atonta ni me ha convertido en un palo sin sentimientos. Estoy muy en contra de este tipo de fármacos, pero debo reconocer que, en este momento puntual de mi vida, me ha ayudado a tranquilizarme lo suficiente como para poder ponerme a hacer los cambios en mi interior que tanto necesitaba. Eso sí, las pastillas no valen de nada si no hay una buena psicoterapia detrás. Diría que en mi caso, el 90% de la mejoría ha venido por la ayuda psicológica y el 10% por la química.

No siempre es fácil, pero sí es infinitamente mejor que antes. Han pasado muchos meses y aún hoy me sorprendo cuando abro el ojo por la mañana y me doy cuenta de que me siento contenta. Pienso en ir a trabajar y me gusta, pienso en todas las cosas que voy a hacer ese día y sonrío. La vida, de nuevo, es emocionante. Los problemas siguen estando pero, tal y como me decían sin saber explicarme cómo hacerlo, ahora mi manera de enfrentarlos es mejor.

Aquí estamos, pasándolo fatal. #bbq #amigos #tengounponi #marbellaciudadsinley

Una publicación compartida de Lola Hierro (@lolahierro) el

El cuello se curó en cuanto mi cabeza se curó. Volví a correr, más y mejor. Sigo corriendo. Por primera vez completé los 10 kilómetros que me había comprometido en mis metas de 2017. Por primera vez hice crossfit y halterofilia, unos deportes que me están poniendo fuerte, que me encantan y me divierten. También he hecho rafting, paddlesurf, y he aprendido a hacer el pino, un poco de yoga, he subido dunas y montañas, he leído más (28 libros a 31 de diciembre), me he ido de viaje sola otra vez, primero a Rumanía y Polonia, luego a Botsuana, Namibia y Zimbabwe, en el sur de África. De estos paseos han salido dos cuadernos de unas cien páginas cada uno. He encontrado en la escritura manual una afición olvidada.

Al sacudirme la tristeza y los nervios, conseguí comer bien. Todas estas cosas mejoraron mi aspecto físico y, al verme como yo quería, me subió la autoestima. Arreglé mi tatuaje viejo y feo, y ahora presumo del nuevo. Dejé de pelearme con mis seres queridos, dejé de dar importancia a quienes no aprecio tanto, o nada, Empecé a reírme con mis amigos otra vez, a no contarles penas en cada encuentro. Y ya no recuerdo cuándo fue la última vez que lloré. En septiembre, me parece.

El círculo vicioso se ha convertido en un círculo virtuoso. Al sentirme más fuerte, más segura de mí misma, al quererme más, me atreví a más. A decir lo que pienso, por ejemplo, sin ponerme a temblar. A decir que no, si es lo que toca. A hablar en público en cualquier contexto, a hacer preguntas, a apuntarme a planes que antes me daban miedo/corte…

Así se te quedan las manitas después de un WOD infernal de air squat y burpees pull up. Traducción del lenguaje crossfit al castellano: sentadillas (como agacharte a coger algo del suelo pero con la espalda recta) y un movimiento parecido a una sentadilla + fondo + salto de la rana hacia arriba para colgarte de una barra y subir todo lo posible, que en mi caso es apenas nada. En total, 210 de las primeras y 100 de los segundos, en 20 minutos y 50 segundos. Sigo siendo paquete pero estoy muy contenta porque lo he acabado ¡y sigo respirando! Eso sí, no sé si me escuecen más las manos o los muslos #crossfit #muerteporsentadilla #meprecipitodelburpee #necesitounaducha #wod #consecuenciasdelcrossfit #entrenar

Una publicación compartida de Lola Hierro (@lolahierro) el

A mí no me da vergüenza contar al tendido toda esta experiencia. Creo que existe un tabú enorme a la hora de hablar de la depresión, de los ataques de ansiedad, de querer morirse y no saber cómo hacerlo, de ir a psicólogos, de decir que tomas antidepresivos o ansiolíticos. Yo he asumido con mucha naturalidad este proceso, pero sí percibo en algunas ocasiones que hay personas que se incomodan cuando me escuchan hablar de este tema. Y también ha habido quienes, intuyendo que algo me había pasado y que estaba mejorando, me han pedido apoyo o consejos en secreto, como si fuera algo muy malo. No debería ser así. Creo que el miedo a que te señalen como una loca o loco, o a dar lástima, a que se compadezcan de ti o a que te consideren menos válido impide buscar ayuda a quienes la necesitan.

Me pregunto quiénes me leereis y qué pensaréis de que me exponga así. Habrá quien creerá que tengo ganas de llamar la atención. Pues igual un poco sí. Me gustaría que, si me llega a leer alguien que está pasando por un episodio parecido, mi historia le ayude a ver que hay una salida por muy negro que parezca todo. Yo no sé por qué me deprimí, no hubo razones exógenas como una tragedia personal o algún hecho traumático. Pasó y punto. No de un día para otro, sino poco a poco, muy despacio me fui apagando y, un buen día, ya no era ni la sombra de la que había sido.  Sé que quienes me conocen algo y no sabían de esto se sorprenderán, porque de cara a la galería siempre he parecido alegre, vital y despreocupada.

Puede parecer una nimiedad, pero para mí esto ha sido todo un logro. La última vez que hice el pino debía tener 14 años. Han pasado 20 y lo he conseguido de nuevo. Me siento muy feliz porque me doy cuenta de que ahora puedo gracias al fruto de mi entrenamiento durante los últimos meses: soy más ágil y más fuerte que en muuuuucho tiempo. ¡Y me gusta! Hace un año y pico no podía ni agacharme sin que me doliera todo, y ahora estoy todo el día haciendo el cabra. Hoy, además, he alcanzado otro hito: hacer sentadillas con 40 kilos en la espalda. Una burrada para mí, solo han sido dos, pero cuando empecé no podía hacer ni una. Y sin pesas, claro. Todo esto y más cosas he hecho este domingo en un box nuevo de crossfit que ha montado un colega que se llama Darío y es un crack. Se llama @myfcrossfit y me ha gustado muchísimo la visita. Pero para ser justa, he de decir que quienes estás detrás de mis avances son @crossfit_db y sobre todo @ja_cervaz. Gracias! #felicidad #meprecipitodelburpee #sehacerelpino #entrenar #mesientofeliz #crossfitgirls

Una publicación compartida de Lola Hierro (@lolahierro) el

Después de vivir esta experiencia tan extrema, no me ha quedado más remedio que rebautizar al 2017. Del año de querer morirme al año de las primeras veces. Me gusta más este nombre. Y ya no le pido nada a 2018, porque lo que quiero lo voy a intentar conseguir por mí misma, no me lo tiene que traer nada ni nadie. Eso sí: he recibido el año con un vestido de lentejuelas nuevísimo, con el pelo despeinado porque yo soy así, el maquillaje, los tacones, toneladas de brilli brilli y, lo más importante, con mucha alegría porque creo que me he curado. Y me siento bastante feliz, la verdad. ¿Para qué negarlo? Gracias a todos los que habéis tenido y seguís teniendo que ver en esto. Feliz año. Feliz vida.

 

15 respuestas a «EL AÑO DE LAS PRIMERAS VECES»

  1. Pingback: LA MISANTROPÍA, O CRECER HACIA ADENTRO | Reportera nómada

  2. Ira

    Hace un año y medio, tal vez algo más, que dejé de leer tu blog, bueno… tu blog y cualquier cosa que no fuese un periódico (somos compañeras de profesión, eso sí, nos separan unos cuantos km) La ansiedad pudo conmigo. Incluso estuve un año sin viajar (mi gran pasión). Caí enferma, me rompieron el corazón y me hundí. ¡Toqué fondo! Creí no salir, pero siempre se sale. Y a día de hoy, aunque con mucho trabajo por delante, puedo decir que lo peor ya ha pasado. De hecho, ya estoy planeando un par de viajes…

    Hoy, vuelvo a “visitarte” y me encuentro con esto. ¡¡Me alegro un montón de que estés bien!!

    Tengo que ponerme las pilas y leer todo lo que has escrito desde entonces.

    ¡Toca volver a disfrutar!

    Un abrazo

    Responder
    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Rebienvenida entonces! Me alegro mucho de que te encuentres mejor, parece que vamos a la par 🙂 ´Y pásalo muy muy bien en esos nuevos viajes, seguro que te hacen mucho bien, a mí sí que me han espabilado un montón

      Responder
  3. Víctor Candela

    Muchísimas gracias por contarnos tu historia. Ahora mismo tengo una depresión diagnosticada (tengo 17 años, cumplo en Mayo).
    No estoy que se diga bien. Hay días que se me ve «nornal», si se puede decir de algún modo: no estoy triste, pero tampoco feliz. Simplemente estoy.
    Los días que me da el bajón de ánimos, me derribo. Me vienen a la cabeza ideas de todo tipo: de encerrarme en el cuarto de baño y llorar (alguna vez lo he hecho en el instituto, durante todo el día), de autolesionarme, lo cual no he llegado a hacer aun (tengo una cualidad que no sé si llamarla defecto o virtud: Soy incapaz de hacer nada que me planteo hacer, ya sea ponerme a estudiar seriamente o darme fuertes cabezazos de forma reiterada contra la pared. Nunca llego a ejecutar el pensamiento), abandonarlo todo (los estudios, las amistades, incluso mi hogar) o de morirme.
    En esos periodos, tengo une mentalidad en la que no me importa nada, y ya ni me preocupa que me hagan daño, que me abandonen, que me den una nota nefasta en un examen trimestral de física, etc. Me bloqueo completamente, y soy incapaz de hablar. No me salen las palabras. Es una sensación horrible: querer hablar con alguien que sabe que estás mal pero ser incapaz de hablar.
    Me encierro en mí mismo y es muy difícil hacer que me abra (aunque como he dicho, quiera), y es un momento que odio.
    Tampoco es que mi entorno sea muy adecuado para mejorar: discusiones familiares constantes, amistades falsas (hasta el punto de que hablan constantemente a mis espaldas, echándome mierda y diciendo que lo hago todo por atención y beneficio propio, con tal de alejar a la gente de mi entorno y dejarme solo), y malos resultados académicos (a finales de Primaria solía sacar nueves, dieces, y algún que otro ocho, pero muy pocos, y ahora, en 2o de Bachillerato, te pongo el ejemplo directo: 6 de 10 suspensos, y el Trabajo de Inversigación sin entregar, el cual es un 10% de la nota de corte y esencial para aprobar Bachiller).
    Quiero volver a ser feliz, pero no feliz en plan «estoy de fiesta un viernes noche, qué bien me lo estoy pasando, etc», sino del plan «no tengo problemas, mi entorno me favorece, me va bien en la vida, soy emocionalmente estable y positivo…», pero ahora mismo veo mi futuro como tí has redactado; en negro. Veo todo borroso.
    Hoy día no me apetece hacer apenas nada, ni llevar a cabo mis aficiones (informática y fotografía), no soy capaz de centrarme a la hora de estudiar, odio ir al colegio por lo que puedan pensar o decir de mí…
    De nuevo, muchísimas gracias por compartir tu historia. Es muy necesario concienciar a la gente de estos temas.
    Un saludo.

    Responder
    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Hola Víctor, te agradezco muchísimo la confianza para compartir conmigo tu estado de ánimo. No soy psicóloga ni experta en la materia, solo soy una más que ha tenido problemas y está ahí, en la brecha, tratando de salir de ellos. ¿Sabes? Según te leía me iba identificando con todo, has descrito muy bien cómo me sentí yo durante muchísimo tiempo, años de hecho. Mira, por ejemplo: yo pensaba que tenía en contra todo mi entorno porque mi familia y amigos y conocidos eran conflictivos o en el fondo no me apreciaban… ¿Y sabes qué? Desde que empecé a mejorar, no he vuelto a tener una bronca con mis padres, hermanos, novio y amigos, ni he pensado mal de nadie, he dejado de estar a la defensiva. Entonces pienso: si ellos no han cambiado su manera de ser y, sin embargo, todo ha mejorado… ¿No será que yo era quien veía la realidad distorsionada? Y esto es solo un ejemplo. Creo que debes pedir ayuda profesional cuanto antes porque además eres súper joven y jo, justo estás a punto de empezar la que yo creo que es la mejor etapa de la vida. Ir al colegio/instituto es un peñazo porque estás haciendo algo impuesto, obligatorio, pero cuando te haces mayor de edad y eliges si quieres currar, ir a la uni, estudiar un módulo.. Ahí empiezas a tomar las riendas de tu vida y eso mola mucho porque te sientes libre y capaz de lo que quieras. Si que te recomiendo que apuestes por lo que más te guste hacer en la vida, aunque sea una cosa muy bizarra. Mira, a mí me dijeron cuando empecé Periodismo que me ganaría la vida en un Mc Donalds, ene l mejor de los casos. Y no, me la gano de lo mío.
      De verdad, pide ayuda, yo te puedo dar el contacto de mi psicólogo si quieres probar. No te abandones porqeu eso nunca da buen resultado. Creo que has hecho lo más difícil, que es reconocer el problema. El siguiente paso es coger el toro por los cuernos.

      Te mando un abrazo fuerte y todo el ánimo del mundo.

      Responder
      • Víctor Candela

        Muchas gracias, de verdad. Puede que me pase eso, que veo la realidad alterada…
        Respecto al psicólogo, ya voy a uno (dos de hecho: el del Hospital Clínic de BCN (por tema del TDAH) y a Antoni Ramos (busca «Galtón Toni Ramos» en Google y te saldrá), que es especializado en TDAH y ha atentido casos muy complejos. Voy con él porque mi madre lo conoció en un congreso de medicina (mis padres son médicos) y le contactó.
        Me va bien, y he hecho progreso, pero aun me queda por hacer.

        Muchas gracias los ánimos y la ayuda de verdad. <3

        Responder
  4. J.T.

    Exponerse siempre siempre nos resulta complicado, tal vez porque nos hace vulnerables y a nadie le gusta sentirse así, al menos no mucho rato. Una de las cosas que más he valorado de esta tu casa, y creo habértelo dicho en alguna ocasión, precisamente es ese grado de exposición, esa forma de contar las cosas en primera persona y, sobre todo, de sentirlas. Quizá por eso siempre vengo aquí.
    Este post pese a que parezca distinto a la mayoría de los otros no se aleja demasiado de ellos. Hablas de sentir y de un viaje. Que nos hables de él así quizá sea porque pareces haberlo terminado o estás en proceso y al escribirlo colocas piedras sobre las que construir y a la vez observar(te).
    No te conozco de nada (bueno, supongo que me entiendes porque sé quién eres claro) pero al leerte hoy me he alegrado como si te conociera y he terminado sonriendo.
    Termino este ladrillo. Pese a que dices que notabas que te ibas apagando creo que nunca dejaste de dar luz, simplemente a ti te costaba verla. Hoy te has visto las sombras y quizá por eso brillas más.
    Feliz año! Muchos kilómetros, sonrisas y, como dices tú, brillis.

    Responder
    • Lola Hierro Autor de la entrada

      muchísimas gracias por tus palabras, J.T., significa mucho para mí que se aprecie esta parte más íntima que muestro al mundo de vez en cuando. un abrazo fuerte y feliz vida 🙂

      Responder

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.