El {maravilloso} mercadillo de Santa Catalina

Se llama Mercadillo de Santa Catalina (en francés, marché de Noël de Sainte-Catherine) porque está en la plaza bruselense del mismo nombre, a los pies de su famosa iglesia gótica, que aunque es de 1854, parece mucho más antigua por su aspecto descuidado. Es fácil llegar: está a menos de cinco minutillos caminando desde la Grande Place. Lo ponen durante la navidad desde el 30 de noviembre hasta el 6 de enero. Podría ser un mercadillo cualquiera, podría, pero este me resulta especialmente encantador por el buen ambiente que se respira. En sus más de 250 casetas no solo hay espacio para la venta de artículos de artesanía y alimentos típicos -que también-. Lo que más predomina son los puestos de comida y bebida: desde caracoles hasta Jägermeister pasando por todo tipo de repostería, conservas y recetas tradicionales belgas (no sé si flamencas o valonas). Frente a todos estos puestos se concentran grupos de amigos y familias enteras para pasar las gélidas tardes navideñas tomando algo, conversando y riendo. Las tres guindas del pastel son la enorme pista de hielo de mil metros cuadrados colocada en el centro de la plaza, la imponente y consabida noria siempre iluminada y un precioso tiovivo, de los más bonitos que he visto. Es el sueño de cualquier niño, pues no se trata de uno al uso, con caballitos y poco más: Este tiene un globo, un cohete espacial, un dinosaurio o un barco.

No tengo mucho más texto que añadir sobre el mercadillo, creo que las fotos detallan un poco mejor el ambiente que reina. Aquí van unas cuantas:

Conservas de todo tipo.

Brochetas y sandwiches de caracoles… no es para mí.

Dos rubios venidos del futuro vendían café.

¿Quieres salami?.

No podía faltar el archiconocido vino caliente.

No podía faltar el tiovivo fantástico: el Titanic y un montón de niños alucinando. Encima había un helicóptero.

Esta niña tenía más miedo que vergüenza, la pobre.

En la casita de la esquina estuve mirando bufandas.

Fresas bañadas en chocolate blanco. Esto SÍ es para mí.

Las pelotillas de luz me encantan. Me traje de Tailandia. 

Son bolas de tela en las que se introducen las típicas lucecillas del árbol de navidad. Quedan comme ça.

Un paisano que vendía champán.

Amigotes pasando frío mientras se hinchaban a chupitos de algo.

Estos gamberretes fanfarroneaban entre ellos sobre lo alto que podían saltar. Ninguno consiguió cruzar la verja.

Los restaurantes de la zona tienen muy buena pinta. Y con las luces, quedan monísimos.

Niños felices en el tiovivo chispas. Estos artefactos subían y bajaban. Quise ser pequeña.

Ambiente de mercadillo: patinaje, chupitos… y Sante Catherine de fondo, vigilándonos a todos.

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