Crónicas tanzanas VII: Busco leones y me encuentran jirafas

León en suajili se dice simba. Los de Disney se rompieron la cabeza a la hora de bautizar a sus personajes de El Rey León. Rafiki significa amigo, por ejemplo, y seguro que hay más palabras que me estoy dejando. Elefante se dice tembo y jirafa es twiga. Me lo sé porque son los nombres de algunos de mis alojamientos chispas en Tanzania. Qué bonito es este idioma.

Pego un salto en el tiempo. Me había quedado en Nairobi, en sus parques y mercadillos, y ahora he decidido volver a Tanzania, retroceder unos días y sumergirme en los recuerdos de un fin de semana espectacular que viví antes de meterme de lleno en la dura visita a Dadaab, el campo de refugiados donde 350.000 personas malviven en la frontera entre Kenia y Somalia. Antes de ese viaje, antes de mi salto a Kenia, tuve un par de días para descansar y divertirme… Lo primero no lo conseguí pero, lo segundo, de sobra.

Para hablar de esta aventura tengo que recuperar a un personaje memorable de estas crónicas tanzanas: Alfonso, cooperante de Ongawa, sabelotodo en cuestiones de agua y saneamiento, amigo reciente y aliado espectacular. Si no fuera por lo fácil que es enredarlo con planes locos, nada de esto habría ocurrido. Pero Alfonso es un chico fácil en este sentido, y menos mal. La cosa fue, más o menos, así:

Viernes 1 de mayo, día festivo en Tanzania y en medio mundo.

Alrededor del mediodía propongo una vez más —llevaba con la cantinela toda la semana— hacer un safari en el cráter del Ngorongoro, reserva natural, Patrimonio de la Unesco, hogar de toda clase de vida salvaje y lugar precioso, místico y mágico a más no poder. El martilleo de los días previos ha tenido éxito porque Alfonso acepta barco. El plan genial es encontrar un safari que empiece el sábado, día siguiente, y nos enseñe el cráter y otro sitio más, como el Serengeti, en dos días. Bueno, bonito y barato.

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El cráter del Ngorongoro. / Lola Hierro

Empezamos a buscar ofertas y empresas de safaris en Internet. Abrimos mil ventanas con el wifi a pedales de esta zona escondida de Tanzania. Después de media hora de búsqueda nos damos cuenta de que todo es caro y todo empieza demasiado pronto. Nosotros estamos en Same, a tres horas de Arusha o de Moshi, las dos ciudades cercanas al Kilimanjaro desde donde empiezan todos los safaris. Aunque cojamos el primer autobús de la mañana, no llegaremos antes de las 10 de la mañana.

Seguimos buscando

Media hora más tarde hemos encontrado opciones más asequibles en cuanto a precio y horario. Empezamos a llamar. Mejor dicho, empieza Alfonso, que es el relaciones públicas de este tándem. Yo, como una princesa malcriada, espero a que me solucionen el capricho.

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Por caminos así se hace el safari. / Lola Hierro

Alfonso se acuerda de que tiene una amiga que hizo un safari y quedó muy contenta. La busca, la encuentra, nos cuenta… Tiene buena pinta. Llama al señor, que se llama Jasper. Ofrece un itinerario. Discutimos la opción. El precio es genial pero no nos convence su oferta por un asunto de horarios. Rellamamos para declinar pero Jasper no se rinde y nos ofrece otra opción que nos va mucho mejor. Hay trato. Está hecho: Vamos a visitar el lago Manyara, que es otro lugar muy precioso y apetecible, y el ansiado cráter del Ngorongoro. Al día siguiente, bien temprano, nos vamos de safari. Son como las dos de la tarde y nos vamos a celebrarlo a un mercado masai donde compramos telas auténticas; tanto que huelen a cabra.

Sábado 2 de mayo

A las cinco y media de la madrugada, con todo a oscuras, sale de Same una pareja un poco desorientada. Somos nosotros, mochilas en ristre, de camino hacia la estación de autobuses. No tenemos ni idea de los horarios, solo cruzamos los dedos para que halla algún autobús pronto que nos lleve a Moshi, desde donde empezaremos nuestro safari soñado. Tras una caminata de media hora con TODO mi equipaje a cuestas (Alfonso, te mato), divisamos a lo lejos un autobús repleto de tanzanos somnolientos. Preguntamos y… ¡bingo! Va a Moshi y sale ya mismo. Potra extrema.

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Paisajazos desde la ventanilla. / Lola Hierro

Al principio somos felices y optimistas: el autobús va medio vacío y, nosotros, tan anchos. No nos dura mucho la buena estrella. Esto es África y aquí, un vehículo que no vaya hasta la bandera no es tal. Al poco rato ya voy completamente apretujada contra la ventanilla y con un tipo sudado y obeso a mi lado que me está aplastando medio culo con su lorza. Alfonso tiene más suerte porque entre él y la ventanilla ha puesto las mochilas y nadie se las quita de ahí, así que se puede dormir sobre ellas. Yo miro el paisaje y escucho música y, aunque vamos como sardinas en lata, me siento inmensamente feliz mientras miro cómo, poco a poco, el sol se eleva y se va haciendo de día.

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Picnic incluido en nuestro safari. Muy apañado. / Lola Hierro

Desde Moshi, todo es un poco caótico. Viene a buscarnos Jasper a la estación de autobuses. A mí me da por comer compulsivamente y me cargo de patatas fritas y plátanos. Nos vamos en un coche a una oficina; pagamos. Luego a otro coche, luego a otro… No sé cuántas veces cambiamos. Partimos hacia el lago Manyara y me emociono cada vez que veo pastores masai en los márgenes de la carretera con sus rebaños de ganado. Entre masai y masai, llegamos al hotel, el Twiga, con muy buena pinta. Nos dan una habitación estupenda, limpísima, con dos camas grandes, una para cada uno de nosotros, baño incluido, mosquiteras en buen estado… Inmejorable. Habíamos contratado dormir en una tienda de campaña por ahorrar pero la diferencia entre una opción y la otra son unos 10 dólares, creo recordar. Como llueve todos los días un rato, hay mosquitos y hace fresco, decidimos que tiramos de dormitorio con todas las de la ley. Nos reciben cuatro o cinco ranitas minúsculas. A alguien más amante de la fauna le hubiera hecho ilusión, pero yo ordeno que me las quiten de encima inmediatamente. Paso de compartir mi espacio con bichos de ninguna clase. Bastante tengo con los de dos patas.

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Masai al fresco. / Lola Hierro

Ya, por fin, nos vamos a ver el lago Manyara. No estamos solos, viene con nosotros un holandés muy joven, muy alto y muy flaco que ha contratado la misma excursión. También nos acompaña nuestro conductor y guía, Pemba, un tipo de cincuenta y tantos años, curtido, sabio, jovial… Un personaje. Él nos conduce hasta el Parque Nacional del Manyara, denominado así en 1960. Son 330 kilómetros cuadrados de los cuales dos tercios están ocupados por el lago del mismo nombre, que durante la época seca casi desaparece y durante la húmeda todo lo inunda.

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Así todo el rato, jugándonos el tipo. / Lola Hierro

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Paisajes preciosos en el parque Manyara. / Lola Hierro

Llegados a este punto busco en mi guía de viajes qué contar sobre el parque y sobre el lago, pero no hay palabras cálidas, toda la información que encuentro es muy protocolaria y muy de folletín turístico. Que sí no sé qué de la composición del suelo, que si la flora y la fauna, que si las referencias geográficas… No lo compro. Ir a visitar el Manyara en abril es meterse en un festival con más barro que una alfarería. Es botar y botar con el todoterreno y dejarte los cuernos en alguna parte si no tienes cuidado. Es atravesar ríos mientras rezas todo lo que sabes para que no sea tan profundo como parece, es ir haciendo fotos como un japonés, es maravillarte con cualquier cosa que sale a tu encuentro: desde un ñu hasta una acacia. Es ir estirando el cuello por la abertura del techo en busca de jirafas, elefantes, pumas y leones. Sobre todo, leones, que son los más difíciles de ver. Yo quiero un león. Me quedé sin verlo en Kenia y de esta no pasa: tengo que encontrarme con uno.

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Cebras de paseo. / Lola Hierro

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El elefante solitario. Anda que no dan ganas de llevárselo a casa. / Lola Hierro

La diversión añadida en el Manyara es la ruta en sí misma, el botar y botar en medio de un paisaje que ni en tus sueños más pintorescos habías imaginado. Los bichos son un plus que lo hacen, si cabe, aún más mágico. Avanzamos por pistas de tierra cubiertas por frondosos árboles y, de repente, nos encontramos con un elefante. Está solito el pobre, algo que me extraña porque suelen ir en manadas. Nos cuenta Pemba que los machos adultos, cuando ya son viejos, se van a vivir/morir en soledad. Yo me quedo con ganas de adoptarlo.

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Estos bichos solo se encuentran en un país como Tanzania. Brutal. / Lola Hierro

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Un sediento ejemplar de babuino, arriesgando la vida para beber de un charco. / Lola Hierro

A partir de entonces, se abre la veda de bichos: cebras, babuínos, ñus, impalas, jirafas y monos con los testículos azules. Sí, sí, tal cual. Hay unos monos que tienen los huevecillos de color azul pitufo. Son los reyes del día, claro. También los flamencos; los hay a miles en el lago pero, por desgracia están demasiado lejos de nosotros y no acertamos más que a ver una línea rosa allá lejos, en el horizonte. Los hipopótamos también llaman poderosamente nuestra atención porque son los animales que más muertes humanas provocan en África. Parece que por gordos y lentos son inofensivos, pero nada más lejos de la realidad: son unos desgraciados que, en el menor descuido, salen del agua con una agilidad inusitada para sus dimensiones y de un bocado pueden zamparse a un niño de una sentada.

 

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Mono con los huevos azules. Juro que la foto no está retocada, son así de fosforitos. / Lola Hierro

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Babuinos en la sabana. / Lola Hierro

Antes de irnos, tenemos un momento místico con jirafas que se acercan a vernos y todo y, ya para terminar del todo todísimo, Pemba nos lleva a ver un manantial de aguas termales. Dice que si metes un huevo, en tres minutos lo tienes cocido. Meto la mano y creo a Pemba al instante. (Qué dolor…) Con una mano un poco escaldada (estoy exagerando) pero el ánimo intacto, llegamos de noche a nuestro hotel hechos polvo de tantas horas de safari pero muy contentos.

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Pemba explicando algo y Alfonso y el holandés haciendo que les interesa. / Lola Hierro

Domingo 3 de mayo

Madrugón del terror. No sabemos ni dónde tenemos la mano derecha. Lo único que compensa el sueño es que vamos a meternos dentro del cráter del Ngorongoro, algo con lo que llevo soñando desde que sé que ese lugar existe. Pemba vuelve a ser nuestro chófer y nos recoge puntualmente a la hora que habíamos acordado, después del desayuno. Nos vamos tan contentos, esta vez sin holandés: todo el coche para nosotros, como dos reyes. Llegamos a la puerta del parque, Pemba se va a recoger los tickets y, mátame camión, que se nos sube un babuino al capó del coche. Me pego un susto de muerte y mi querido compañero de aventuras se echa unas buenas risas a mi costa. Cría cuervos…

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El mono que se subió al capó del coche, como si nada. / Lola Hierro

Tras un buen rato esperando iniciamos esta excursión que se nos antoja, si cabe, más espectacular que la anterior. Sabemos que vamos a introducirnos con el coche dentro del Ngorongoro. Imaginad un cráter gigantesco -son más de ocho mil kilómetros cuadrados- donde ya no hay lava ni actividad volcánica sino una llanura verde e inmensa donde no hay nada más que animalitos y donde se te pierde la vista mires hacia donde mires ya que apenas hay árboles que la tapen. Lo único que te separa del horizonte son las propias paredes de esta formación geográfica, que son de más de 600 metros de altura.

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Este ave raruna con cresta punki es el pájaro que sale en la bandera de Uganda. Un bicho de la casta. / Lola Hierro

El pequeño inconveniente al que nos enfrentamos es el clima: ha amanecido muy nublado y llueve un poco; cae lo que en Santander llamamos calabobos. Se nos cae un poco el ánimo al suelo porque, según avanza Pemba por una carretera apenas visible por la bruma, el tiempo se va poniendo peor. Nos vamos a perder el paisaje.

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Bisonte a remojo. / Lola Hierro

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La raya rosa del fondo son flamencos, lo juro. / Lola Hierro

Pero como en las películas, cuando estamos llegando al borde superior del cráter las nubes empiezan a subir y nosotros comenzamos a ver algo. Y sí, ahí está, toda esa enorme superficie casi virgen a nuestros pies, esperándonos.  El silencio es absoluto siempre y cuando no te topes con otro todoterreno, cosa que no nos ocurre hasta pasadas varias horas. Una sensación de estar metida en un sueño recorre todo mi cuerpo. Bajamos y bajamos, despacito, hasta tocar esa descomunal sabana donde ñus, impalas, búfalos y elefantes se pasean entremezclados como si estuvieran en su casa. Es que es su casa, caramba. No nos hacen ni caso, apenas nos miran. Unos pastan, otros duermen, otros se remojan en alguna charca, otros juegan, se persiguen o se pelean… Y nosotros, boquiabiertos, sin dejar de hacer fotos y vídeos y queriendo verlo todo y llegar a todo, queriendo bebernos ese valle sin dejar una gota.

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Ñus al borde de la carretera. El de los cuernos hacía un ruido, una especie de ronquido. Si lo imitabas, él contestaba. / Lola Hierro

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Una manada de elefantes en amor y compañía. / Lola Hierro

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Facóqueros, o los pumbas de toda la vida. / Lola Hierro

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Ñus viendo la vida pasar. / Lola Hierro

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Cebras a lo suyo. / Lola Hierro

Pasan las horas, nos cruzamos con más vehículos cargados de turistas y nos caen todos fatal porque nos molestan, hacen ruido y son unos guiris analfabetos. Como si nosotros no lo fuéramos… Qué nazis somos a veces los viajeros. A todo esto, conseguimos divisar con mucha dificultad y ayudados por unos prismáticos a un par de rinocerontes. Nuestro eficaz Pemba intenta acercarse todo lo posible a ellos pero están lejos de las carreteras y está prohibido salirse de ellas. De leones, por cierto, ni rastro.

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Elefantes hastiados de nuestra presencia. / Lola Hierro

Llega la hora del almuerzo después de cuatro horas, por lo menos, dando vueltas con el coche de un lado a otro. Llegamos a un merendero donde han construido unos aseos públicos, algo que nos parece fatal porque están alterando este lugar tan bonito. Por suerte, no han hecho nada más; yo me esperaba ya un chiringuito de playa en versión tanzana. Estamos junto a un lago lleno de hipopótamos y Pemba nos dice que no nos acerquemos. Debemos ser los más tontainas porque otros turistas que van llegando sí que se aproximan, sin miedo, para hacer primeros planos a los aparentemente pacíficos animales. Yo me quedo alerta con la cámara lista para grabar por si sale algún hipo y se come a alguien. Sería un documento tremendo para Vídeos de primera. El karma me castiga por desear la tragedia: estoy comiéndome un plátano y soy atacada por una especie de águila enorme que quiere robármelo. De la embestida y el susto me caigo al suelo y hago el ridículo, pero no me ocurre nada más grave. Bueno, sí: que me quedo sin plátano.

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El aguilucho cabrón que me atacó. / Lola Hierro

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Hipopótamos aparentemente pasotas. / Lola Hierro

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Turistas en el merendero. / Lola Hierro

Llega a su fin la jornada, tenemos que volver. Aquí comienza el estrés porque yo tengo que coger un avión a las siete de la tarde con destino a Nairobi y estamos a tres horas de viaje y, por cierto, no tengo el billete todavía. Comprarlo es una odisea porque a esas horas solo se puede pagar con M-Pesa, un sistema de pago a través del teléfono móvil del que yo carezco porque no vivo ahí. Suerte que Alfonso sí y que al final, tras muchos apuros y carreras, todo sale bien y yo llego a tiempo para coger el vuelo. Y así, deprisa y corriendo, casi sin tiempo para decir adiós, acaba la aventura tanzana. Ah, eso sí: al final no vimos un león, sino dos.

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Dos leonas durmiendo la siesta. Menos da una piedra. / Lola Hierro

 

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2 respuestas a «Crónicas tanzanas VII: Busco leones y me encuentran jirafas»

    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Hola Sandra, esto es un blog personal, no una agencia de viajes. Te recomiendo que contactes con una para que te den esa información. Si te refieres a lo que yo pagué, creo que fueron 300 euros y algo y el chico que lo organizó se llamaba Jasper, pero han pasado dos años y no me acuerdo, lo siento. Si quieres buscar por tu cuenta un safari, hay dos buscadores muy interesantes: tourradar.com y safaribookings.com Un saludo

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