Llegué a Bergamo de rebote, como siempre, solo para hacer escala. Como tenía seis horas por delante, decidí dejar la mochila en el depósito de equipaje del aeropuerto y salir a visitar la ciudad amurallada. El plan sale un poco caro, pero merece la pena el gasto, sobre todo si la alternativa es quedarse en ese aeropuerto muerto de asco, pero también porque esta ciudad bien vale una excursión. Entre Milán y Verona, al norte de Italia, Bergamo no suele llamar la atención porque no está en el top ten de ciudades turísticas italianas, pero debería estarlo, pues es mucho más que el sitio donde han plantado un aeropuerto feo e incómodo.
Ya iba con idea de que iba a ver un pueblo demasiado bien vendido, pero no. Bergamo es un sitio que posee bazas suficientes como para ser un destino turístico en sí mismo y no uno que solo visitas si te toca hacer una escala larga. Tiene dos partes: la ciudad vieja -arriba, en una montaña-, y la nueva, que está abajo, y la llamo así por diferenciarla de la otra, ya que también tiene muchos edificios históricos.
La parte más bonita es la medieval, dentro del recinto amurallado. Esperaba encontrarme cuatro calles y dos plazas de cualquier manera, con la típica iglesia sin nada de particular, y lo que se ha plantado ante mi ha sido una preciosa villa empedrada donde abundan las casa señoriales, los palacetes, escalinatas, callejones, plazas y placitas, torres y hasta una catedral, la de Santa Maria Maggiore. Creo que es una iglesia en realidad, pero la denominan así.
Bergamo es una especie de Toledo, o Salamanca, pero en pequeño y a la italiana. Todo está cuidado al detalle, todo tiene su pedacito de historia prendida de sus muros. Es muy importante destacar un detalle: el conjunto urbano se levanta sobre la cima de lo que un día debió ser colina o montaña. Se puede andando, en funicular o en autobús o coche, y yo recomiendo la tercera opción porque, primero, es asequible (1,5 €) y segundo, el camino a pie es muy cansado. El funicular está bien si vienes de la ciudad nueva, pero en mi caso me subí a un autobús que hacía linea directa entre el aeropuerto y la misma muralla de la parte alta. Si vas caminando, hay que seguir una carretera empedrada que rodea la colina haciendo círculos, siempre cuesta arriba, con escaleras a veces y que nunca se acaba. Aunque por otra parte, aproximadamente a la mitad del trayecto es desde donde hay mejores vistas de la parte de abajo, así que antes o después uno tiene que darse el paseo.
Como lugar con un turismo emergente, está repleta de tiendecitas muy atractivas. Lo que más se vende en sus dos calles principales es ropa -qué buen gusto tienen los italianos-, regalos y comida. Los precios son altos pero el producto, sobre todo el textil, es bueno. Y se encuentran ganas. Husmeando y husmeando, di con una tienda de ropa femenina de punto muy bonita y bien hecha, con material de calidad. Estaban liquidando y todas las prendas habían sido rebajadas a diez euros cada una. No compré nada pero me quedé con ganas.
El lado negativo de esta idílica estampa son los precios: comer en un restaurante o bar es prohibitivo, y no hay -o no he encontrado- uno no turístico. Quien opte por un sencillo trozo de pizza para comer en la calle, vas a tener que aflojar como mínimo unos 4 euros.Una bola de helado son 2 euros en la Piazza Vecchia, el centro de la ciudadela. Pero aunque sea caro, es fantástico pasear mientras se te deshace en la boca un auténtico gelatto italiano -de melón y frambuesa en este caso-, sintiéndose una como un viajero libre, perdido entre los callejones de una villa medieval italiana remota con vistas a los Alpes. ¡Como en las pelis!.
Si me tengo que quedar con una sola cosa de Bergamo, elijo callejear sin rumbo. Si puedo elegir dos, añado ver el atardecer sobre la ciudad nueva desde uno de los miradores que hay en la muralla veneciana que rodea la ciudad vieja. En un día sin nubes como el que me tocó, luz es especial, es inevitable que te envuelva el sosiego y la melancolía.
Y si puedo añadir una tercera cosa, apunto la iglesia-catedral de Santa María. He entrado sin saber qué me iba a encontrar y casi me da un a embolia al darme de bruces con tanta información a la vez. Santa María fue románica en su día, y de hecho por fuera lo sigue siendo en gran parte. Por dentro ha sufrido muchas transformaciones con el andar de los tiempos, y ahora es barroca, o más que eso.
Uno entra y no sabe dónde mirar primero: pinturas murales de enormes dimensiones, tapices antiquísimos florentinos y flamencos, un coro soberbio, un Cristo crucificado de madera un poco tétrico colgando en el altar mayor, el ábside central profusamente decorado, igual que los techos abovedados, donde no se dejaron ni un centímetro sin pintar… ¡vaya techos!. Es un lugar que invita a sentarse un buen rato para fijarse en cada detalle.
El resto de la ciudad también es muy interesante, sobre todo porque mantiene un espíritu muy de pueblo. Las viejas se asoman a la ventana para ver a la gente pasar, el ambiente es muy sosegado y el turismo ya se hace notar pero no de forma tan agresiva como en Praga o Budapest.
Me ha gustado ver a los niños bergamescos jugando a la rayuela en el parque infantil de la Piazza Vecchia, vigilados por sus madres desde los bancos, que charlaban animadamente entre ellas. Parece que no fuera con ellos el ir y venir de forasteros. También he visto a gente joven en uno de los miradores, y también muy a su bola, como en cualquier otro sitio.
Bergamo es una ciudad a la que yo me iría a vivir sin problemas en un momento de la vida en el que buscara tranquilidad, pero sin aislarme. Tiene vuelos a todas partes, así que lo tendría muy fácil para seguir viajando por ahí. Hay ambientillo pero no agobia, no hay humo de coches ni semáforos ni remolinos de gente ni millones de carteles luminosos que destrozan el paisaje de las ciudades. Yo me alquilaría un apartamento intramuros y me dedicaría a escribir y a vivir apaciblemente, como las viejecitas que me crucé durante mi excursión. Quien sabe, a lo mejor me jubilo aquí.
Que gran reseña! Nunca pense que Bergamo fuera a esconder todo eso… y yo que pensaba que solo estaba el aeropuerto…
Deberías darte una vuelta por Turín, tienen mucho en común.
Saludos de un estudiante chileno en Italia