Ni una triste hojita del bosque he llevado conmigo. He dejado huellas y me he traído fotos de todo. Hoy ha llovido todo el día, incluso ha hecho fresco, lo suficiente como para usar la sudadera por la mañana. Me tomo la vida con calma y, por eso, no he salido hasta casi las diez de la mañana de mi acogedor hotel de Kanchanaburi, este remoto pueblo tailandés donde planeo conocer maravillas de la naturaleza y vestigios de la Historia reciente en unos pocos días. Destino: Hell Fire Pass Memorial, un espacio al aire libre donde observar los restos del gran proyecto ferroviario que acometieron los japoneses entre 1942 y 1943 para conectar por tren Tailandia y Birmania, en plena II Guerra Mundial. Querían expandirse hacia este último país desde Tailandia, que ya tenían controlada, y la rutas marítimas eran muy peligrosas: se perdía mucho material, armas y personas. Por eso se les ocurrió hacer un tren que atravesara la jungla, con toda la complicación que eso conllevaba.
La ruta que los japoneses quisieron construir en este entorno, entre las colinas de Tenasserim, era muy complicada de llevar a cabo: hubo que cortar rocas hasta 17 metros de profundidad, había escasas herramientas y estaba lejos de todo. Para llevar a cabo esta obra hercúlea, los prisioneros realizaban jornadas de 18 horas de trabajos forzados cada día.
Emplearon a más de 200.000 hombres; la minoría (16.000) eran prisioneros de guerra aliados. El resto, asiáticos de diversas nacionalidades a los que se les ofrecieron buenas condiciones de trabajo a ellos y sus familias. Era falso, pues en seguida fueron explotados, vivieron en condiciones infrahumanas y esclavistas. Murieron alrededor de 90.000 de hambre, cólera, disentería, accidentes laborales o por las palizas de los capataces. De estos, en concreto, fueron al menos 69.
El ferrocarril se llegó a poner en dos años, luego la guerra acabó… Y hoy queda este memorial, inaugurado en 1996, y parte del trazado original, que aún se puede recorrer entre Bangkok y Nam Tok Sai Yok Noi. Su nombre (Hellfire Pass o paso del fuego infernal) viene de que se decía que la visión de los prisioneros demacrados trabajando de noche a la luz de las antorchas se asemejaba a una escena del averno.
El museo al aire libre es un recorrido entre taludes, una ruta senderista al fin y al cabo, por la que se ven los restos de todo aquello: traviesas, los huecos de donde se ponían las barrenas de explosivos para romper la roca más dura… En muchas partes del camino ya no se distinguen , en otras sí. Este recorrido tiene una parte fácil y para verla solo hay que bajar 328 escaleras (las he contado, sí). Luego, todo el recorrido es plano.
La segunda ruta es opcional y se supone que más difícil, que hay que estar “fit” y “healthy” según pone en un letrero (en forma y saludable en cristiano) y hasta te dan un walkie talkie si te decides a adentrarte en ella. Yo me he asustado un poco al principio, pensaba que igual me costaba mucho esfuerzo completarla… Pero qué va. Es casi todo plano, apenas hay algunos escalones por aquí y por allí y el suelo resbala porque no ha parado de chispear en todo el día. Pero vamos, que la hacen hasta mis sobrinos.
El caminito, de 2,5 kilómetros y vuelta, es una preciosidad. Atraviesa la jungla y parece que de un momento a otro va a salir Mowgli a tu encuentro, aunque en realidad solo se ven lagartijas y algún mono que otro saltando entre las copas de los árboles. El animal más presente, el mosquito. A mí me han cosido a picotazos y espero que nos me hayan pegado el dengue o algo así. Pero qué bonito, qué vistas de kilómetros y kilómetros de mil verdes diferentes. En lo más lejos de ese paisaje, entre la neblina, hay montañas que dicen que ya son Birmania. El sureste de Asia en todo su esplendor.
Antes de marchar, también puede visitarse el otro museo, el interior, que está en un edificio. Este abrió en 1998 y fue puesto en marcha gracias al trabajo conjunto de los gobiernos de Tailandia y Australia (muchos prisioneros fallecidos aquí eran australianos). El espacio ocupa 200 metros cuadrados y la entrada es gratuita, así que admiten cualquier tipo de donativo, que se destina a la conservación del recinto. Aquí se proporciona información histórica sobre el ferrocarril y los hechos que acaecieron durante la construcción de la vía férrea, acoge exposiciones temporales y también se puede ver aquí un vídeo de siete minutos que muestra imágenes de la construcción y entrevistas con varios exprisioneros de guerra australianos. Este museo abre de 09.00 a 16.00 todos los días.
Momento autostop
Hemos completado el recorrido sin problema y hemos llegado al borde de la carretera empapados por el sudor, el agua de la lluvia y la humedad del ambiente y hambrientos. Queríamos comer, pero no había puestos ni restaurantes cerca, así que nos hemos lanzado a la carretera a esperar al autobús. No venía, no venía… Y cada vez llovía más. Entonces he sugerido hacer auto stop. De primeras me he sentido ridícula por levantar el dedo, porque pensaba los conductores no pararían. Cuando un vehículo se ha detenido y la conductora ha hecho una señal para subir con ella, nosotros nos partíamos de risa mientras corríamos hacia el vehículo. Que no nos podemos creer nuestra buena suerte, vaya.
La conductora se llama Poh, o eso he entendido, y ella y su marido son tailandeses, de una ciudad cercana, y están de vacaciones por aquí. Tienen un coche con una televisión detrás, con cámaras frontal y trasera en los retrovisores que es la repera.
Nos han llevado por la misma carretera en línea recta hasta las cataratas de Sai Yok, que es donde también se coge el tren para recorrer el tramo aún en uso del macabro ferrocarril. En ese lugar, Poh ha detenido el coche para hacer un descanso y almorzar. Hemos comido por poco más de un euro y visitado esa cascada en menos de una hora. Es pequeña, como un tobogán de un parque acuático ancho. En ese momento había varios niños a remojo, pero no me he bañado porque aún hay poca agua y, además, seguía lloviendo.
Solo hemos hecho cuatro fotos junto a la cascada y luego nos hemos subido, literalmente, encima de ella. Merodeando un poco no hemos encontrado nada más de interés que ese pequeño mirador y una locomotora antigua llena de adornos y flores, como si la adorasen. A las cuatro y media de la tarde, hora a la que teníamos que volver al coche de Poh, ella no estaba. Por un momento he pensado que nos habían dejado ahí tirados, pero no podía ser, ¡la señora era muy maja! En la parada de autobuses contigua al aparcamiento hemos encontrado a un chaval que vino en el mismo que nosotros a la ida y me ha confirmado que en 10 minutos llegaba. Menos mal, porque estábamos a 60 kilómetros.
Y en estas, Poh ha aparecido. ¡No se había marchado! Pero nos tenía que decir que no podía llevarnos hasta el hostal porque está muy lejos de su destino. Pese a que se lo agradecimos mucho y le pedimos que marchara tranquila, no quiso irse hasta que nuestro autobús llegó y nos vio entrar en él. Agotados y durmiendo como leños, llegamos al hostal.
Coste de vida en Kanchanaburi (II)
- Bus al museo: 50*2=100 baht
- Comida en restaurante local para dos personas: 170 baht
- Bus de vuelta al hotel: 40*2=80 baht
- Dos helados y un brick de leche en una tienda: 100 baht
- TOTAL: 450 BAHT O 12 EUROS
*La cena y el hotel se pagaron el último día
Lola : gracias por compartir esta experiencia . Ha sido un placer leerte!
Gracias Delia!! Es muy recomendable!
Gracias Lola por este reportaje sobre el tren que construyeron los japoneses en plena jungla. Las fotos tambien muy bonitas . Namasté
Gracias Montse! Si alguna vez vas por Tailandia te recomiendo que visites la zona 🙂