En mis tiempos en el sureste asiático, decidía el día antes lo que iba a hacer a grandes rasgos, y los detalles los improvisaba. A fin de cuentas, no tenía prisa. En esta ocasión, he realizado un viaje de apenas una semana por Budapest y Praga, dos destinos que tenía muchísimas ganas de conocer. Como el tiempo y el dinero escaseaba, tuve que organizarme un poco más. Cuando estás en una ciudad nueva y no tienes pasta, siempre existe un recurso fantástico: conocerla a pie de calle, es decir, caminando. Me encanta andar por lugares desconocidos, perderme y encontrarme, ir sin demasiados planes para pensarlos y hacerlos sobre la marcha. Budapest es la capital de Hungría, está atravesada por el Danubio, el río más largo de Europa, que la divide en dos partes: Buda y Pest, una más medieval y otra más moderna. Para conocerla bien en día y medio, diseñé una ruta que salió casi a coste cero: solo gasté el dinero de la comida y el del transporte. He aquí mi experiencia, extraída del cuaderno de viajes que escribí esos días:
Caminata de bajo coste por Pest
He llegado a las diez de la mañana y a las once y media ya estaba duchada, acomodada en el hostal y pateando la ciudad. Budapest es un lugar ideal para visitar si no tienes mucho dinero porque es tan bonita por fuera que no hace falta entrar a ningún sitio para conocerla bien. Hay un Budapest de interior en el que se pueden conocer los famosos balnearios, sus muchos museos de arte, la ópera o el Parlamento. Yo me he dejado esa visita para otra ocasión y aprovechando el buen tiempo -el sol brilla y las temperaturas son altas- me he centrado en la calle.
Al salir del hostal no sabía por dónde empezar, así que he tomado un tranvía al vuelo y he acabado en Oktogon, una plaza atravesada por la famosa Avenida Andrássy, que une el centro de la ciudad con la Explanada de los Héroes. He dejado atrás la parte más comercial para adentrarme en la señorial, la distinguida, donde se palpa todo su esplendor burgués decimonónico.
Lo primero que he visto son las decadentes mansiones, muchas de ellas ahora abandonadas y en venta. Esta avenida me ha decepcionado al principio, la imaginaba más comercial y animada, una especie de calle Serrano de Madrid en versión húngara (Luego supe que esa era la parte que no recorrí, la más cercana al centro de la ciudad). Me ha llamado la atención su silencio y soledad: apenas había transeúntes, y los pocos que había eran viejitos tomando el sol en los bancos del bulevar o ciclistas pasando a toda velocidad. Y, precisamente, este ambiente me ha acabado enamorando.
A mitad de camino me he encontrado la Casa del Terror, un edificio que sirvió de centro de detención durante la ocupación alemana y que ahora es un museo dedicado a las víctimas de la represión política. La cornisa superior, con las letras vacías, y las fotografías de algunas víctimas sobre los muros infunden respeto y hasta temor.
Cuando creía que de alguna manera me había metido en un bucle infinito y que por mucho que caminara nunca iba a llegar a ningún sitio, apareció ante mis ojos Hósök Tere o la Explanada de los Héroes, erigida en 1896 para conmemorar los mil años transcurridos desde la conquista del territorio húngaro por las tribus magiares. Su tamaño es espectacular -de hecho es la más grande del país- y se utiliza para hacer concentraciones religiosas y manifestaciones. Allí mismo leí que la columnata en semicírculo se llama Monumento al Milenio y simboliza el nacimiento de la nación húngara. Todo muy patriótico.
He disfrutado como una cría tomando fotos a las gigantescas esculturas desde todos los ángulos y con todas las luces posibles. Es una de las cosas buenas de viajar sola: nadie te mete prisa cuando te paras a hacer fotos. En esta plaza se encuentra el Museo de Bellas Artes, pero no he entrado.
Una vez terminada mi ruta por la explanada, he cogido el metro hasta Kalvin Ter, una plaza en el centro de Pest. a unos pocos cientos de metros de la Basílica de San Esteban, que da a su vez a una plaza muy animada, llena de cafés y restaurantes. Hoy hace buen día y hay muchos turistas paseando por la zona, y también familias.
La basílica es imponente, tanto que sus cúpulas y agujas se divisan desde cualquier punto de la ciudad. Se hizo a principios del siglo XX, caben ocho mil personas y tiene 96 metros en su punto más alto. La entrada al templo es gratuita, pero hay que hacer una larga cola, todas las veces que he pasado por delante me ha dado una pereza extrema quedarme, así que he decidido que volveré un miércoles no festivo de pleno invierno, a ver si así puedo visitarla.
En un estanque de diseño moderno muy cercano he visto a dos o tres grupos de chavales tomando el sol con los pies metidos en el agua.
En una callecita aneja a la catedral ha tenido lugar mi primera experiencia gastronómica húngara, que ha sido un completo desastre. A falta de un lugar no turístico y de comida tradicional, -me ha sido imposible de momento encontrar algo de mi gusto- he acabado en una terraza cualquiera, el cansancio me superaba. La he elegido porque anunciaba quesadillas con guacamole, y se me habían antojado tremendamente. Aquí he podido descansar y comer en una calle peatonal, animada y bonita, pero el clavo ha sido considerable: malo y caro.
Las quesadillas eran una especie de pan metido en la tostadora con una loncha transparente de jamón y otra de queso por dentro, el guacamole era raro y ácido, y me han cobrado seis euros por eso y una botella de agua pequeña. A pesar de todo, me he llenado, así que por lo menos he cumplido el propósito de alimentarme para seguir caminando. Y además, tenía tanta hambre que me daba igual comer cualquier cosa.
Da gusto recorrer Pest con buen tiempo. Las terrazas están llenas de gente, y están muy cuidadas, invitan a que uno quiera sentarse y tomar algo. De las tiendas no puedo decir lo mismo, no son muy atractivas, al menos por lo que he visto de momento.
Muy cerca de la catedral se encuentran el Danubio y el Puente de las Cadenas, símbolo de la unión entre Buda y Pest. Su primera visión me ha impresionado porque es muy grande y los leones que tiene apostados a cada lado también son gigantescos, y preciosos. Pero no tiene cadenas, no sé por qué lo llaman así.
Cruzarlo ha sido toda una odisea: hace mucho viento estos días, y por poco me vuelo. Pero ha sido el primero de mis momentos chispas de este viaje. Me he colocado en el centro justo del puente, mirando el río, todo lo grande, caudaloso que es, y me he quedado un rato sumida en mis pensamientos, muy a gusto.