No me han importado los turistas, no me ha importado el calor extremo, no me ha importado el elevado precio de la entrada, y no me han molestado las obras de restauración que afean en parte el paisaje. Ni siquiera me ha desanimado el cansancio que, a los dos meses de viaje a este ritmo frenético, cada vez se acusa antes. He disfrutado de Angkor Wat en toda su magnificencia cada segundo, he adorado cada piedra, cada rugosidad de los relieves milenarios que hay por todas partes, cada árbol centenario enredado en los robustos muros de cada templo, cada escultura, cada estatua de Buda… Angkor me ha maravillado más que cualquier otra cosa que haya visto en mi vida.
Los templos de Angkor están ligados indefectiblemente al imperio jemer o khmer, un poderoso reino que ocupó los territorios de las actuales Camboya y parte de Laos, Tailandia, Vietnam y Birmania entre los siglos IX y XV, ahí es nada. Este complejo es la máxima expresión de su esplendor. Ocupa unos 200 km2, aunque las últimas investigaciones apuntan a que pudo llegar a tener 3.000 km2 de extensión u haber albergado a más de medio millón de habitantes, lo que lo convertiría en el mayor asentamiento humano anterior a la Era Industrial. Independientemente de esto, ya se considera la mayor estructura religiosa jamás construida. Fue idea del rey Javayarman II, que quiso edificar aquí el epicentro del poder político, religioso y cultural de su reinado, una ciudad sagrada que, pese a su deterioro actual, sigue siendo el reflejo inequívoco de la magnitud que tuvo este imperio.
A pesar de su importancia, estos templos fueron misteriosamente abandonados hacia el siglo XVI, seguramente por la decadencia del imperio jemer. Todos los edificios fueron gradualmente sepultados por la jungla: árboles, raíces y follaje se apropiaron de muros, habitaciones y escaleras. Sólo quedó inmune el templo central, Angkor Wat, que siempre ha estado ocupado por monjes budistas. Angkor fue descubierto por occidente en el siglo XIX y en 1992 declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad.
Sirvan estos tres párrafos para que el lector se haga una idea de lo que me he encontrado. Y da igual cuánto se escriba sobre Angkor Wat porque una cosa es leerlo y otra muy distinta verlo. Madrugué el primer día y tomé un tuk tuk para recorrer el recinto. Muchos mochileros van en bici, y en teoría es lo que yo debía haber hecho, pero entre que me quedan cuatro días en Asia y que estoy en la época de más calor, me dije: «date un lujazo, Lola», y eso hice. Menos mal, porque las distancias son muy considerables. Está a siete kilómetros de Siem Reap, más los interminables caminos que hay que recorrer de un templo a otro. Y tampoco ha sido tan caro: he gastado 20 dólares por un señor con tuk tuk que además hablaba inglés y me hacía de consejero. Desde mi humilde experiencia recomiendo que se tire de un transporte a motor si hace demasiado calor y se dispone de poco tiempo. Si hace bueno, debe ser genial recorrerlo en bici porque además todo el terreno es llano, y eso facilita las cosas.
Angkor forma parte del imaginario de Camboya, tanto que hasta sale en su bandera. Y es la principal atracción turística del pais. Como si de un Disneyworld se tratara, a la entrada del recinto se venden bonos para visitarlo en uno (20$), tres (40$) o siete días (no recuerdo el precio).
Una vez dentro, decidí hacer caso a mi conductor-guía y empezar de menos a más. Todo el mundo visita primero el templo más grande, famoso y espectacular, es decir: Angkor Wat, el que sale en todas las fotos, pero mi nuevo amigo me hizo el siguiente razonamiento, que me convenció: ir de lo más pequeño a lo más grande, para sorprenderme y maravillarme cada vez más.
He visto varios templos, pero solamente voy a hablar de los cuatro que más me impresionaron y que durante más tiempo visité: la ciudad fortificada de Angkor Tom, con Bayon y Baphuom dentro de ella, Ta Prohm y Angkor Wat.
Ta Prohm es una maravilla porque es la única en la que se ha respetado la invasión de la jungla entre sus estancias. Arqueólogos y restauradores determinaron no sé en qué momento que la vegetación que había cubierto los templos los estaba deteriorando, así que llevaron a cabo un proceso de deforestación masiva. Al poco tiempo se vio que era una mala idea porque las piedras, despojadas de la protección natural de las ramas y el follaje, se erosionaban con más rapidez por la acción del viento y la lluvia. Desde entonces se ha permitido que el trabajo de la madre tierra siga su curso, aunque el daño ya está hecho en parte.
No obstante, Ta Prohm se libró de esta tala, y es tan impresionante, tan místico, que una se queda sin palabras. Baste decir que fue el escenario donde se rodó una de las películas de Tomb Rider, y perfectamente se podría haber hecho alguna de Indiana Jones. Lo que descubres al entrar es una comunión imposible entre piedras y árboles. Los muros, o lo que queda de ellos, están en aparente equilibrio inestable, solamente sostenidos por largas e intrincadas ramas y raíces centenarias que las agarran fuertemente para que no caigan. He llegado a ver hasta un árbol crecido sobre un muro de más de cuatro metros.
Angkor Thom tiene una entrada que no puede ser más sorprendente: un puente de piedra cuyas barandillas son sostenidas por enormes figuras humanas hechas en varios bloques. Algunas están muy erosionadas y casi no se distinguen los detalles de las caras pero otras están perfectas. Este puente te lleva a atravesar un pórtico colosal, un adelanto de lo que guarda en su interior: portentos de la arquitectura como el templo de Bayon y el de Baphuon. Este último es conocido como uno de los mayores retos para la restauración arquitectónica. Es un templo enorme y medio destrozado, hay más piedras en el suelo que en su sitio, pero eso no le resta belleza. Por lo visto, antes de la guerra civil camboyana, alguien tuvo la peregrina idea de desmontarlo pieza por pieza para salvarlo de una posible destrucción. Esa tarea se quedó a medias y ahora se están intentando colocar las piedras en su sitio de nuevo, pero es una tarea muy difícil, lenta y costosa.
Entre los muros de Baphuon existen altorelieves de factura exquisita, muy bien conservados, que representan batallas del pasado y escenas mitológicas de todo tipo. No muy lejos está la llamada terraza de los elefantes, que como su nombre indica, es una especie de balconada sujetada por esculturas de cabezas de elefantes.
Bayon también está dentro de Angkor Thom y se ha convertido en mi favorito. Fue construido en el 1200 y en cada columna y cada pared hay alguna de las más de doscientas caras de Avalokitesh, el Buda de la Compasión, que vigila, hierático y solemne, a todo el que osa acceder a su templo. Imponen muchísimo, uno se siente como un intruso que está siendo vigilado desde todos los ángulos por un ser divino y terrible que va a descargar toda su furia de un momento a otro. Aquí también hay muchos bajorelieves que describen la vida cotidiana del imperio, hay terrazas, escaleras, habitáculos, corredores y estatuas de seres mitológicos.
Y por fin llegamos a Angkor Wat, el último y, supuestamente, el más impresionante, aunque para mi no haya sido así. Fue el palacio real y el templo más importante de todos, y el que siempre ha estado habitado por monjes budistas. También es donde más turistas encontré y el único que tenía telas verdes de las de obra cubriendo parte de su estructura. Es el más cuadriculado, el menos castigado por la acción de la naturaleza, y quizá todo eso sea lo que lo hace más aburrido o convencional que los otros. Más de catálogo.
De él me han llamado la atención sus exquisitos relieves, finos como una lámina de cobre, que narran batallas legendarias como la de Kurukshetra. Eso sí, se me hace imposible creer que alguien los haya visto todos. Ocupan metros y metros de paredes y son muy barrocos, con muchísima filigrana, motivos florales… un trabajo de chinos. También hay muchas representaciones de Apsaras o bailarinas, heredadas de la religión hindú.
Mi última incursión del día fue subirme al Bakan, que es el templo principal, justo en el centro del complejo. Las escaleras, casi verticales, son de vértigo, pero una vez que estás arriba descubres unas vistas impagables. Una vez allí arriba, y siendo ya casi las seis de la tarde, que es cuando se cierra, decidí que mi visita había terminado. Me da pena no haber dedicado más tiempo a este maravilloso lugar, y también a este maravilloso país que es Camboya, pero sé que voy a volver. Es mi único consuelo.