MEMORIAS DE ASIA, X: PERSONAJES DE BAGÁN

Los tres días explorando Bagán han sido caóticos, pero muy entretenidos. Con diferencia, me quedo con los templos en ruinas de los que solo queda el ladrillo visto. Y con las vistas generales del conjunto de vestigios desperdigados por las llanuras. En las distancias cortas no se puede apreciar tan bien toda la majestuosidad que aún poseen. Aunque, por otra parte, sí que se encuentran detalles inesperados, como minuciosos relieves y frescos en los muros interiores que, milagrosamente, aún sobreviven.

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Templos en ruinas de Bagán de los que me gustan. / © Lola Hierro

Esto ofrecen los miles de templos que quedan en esta antigua ciudad esplendorosa de Myanmar, antigua capital de Birmania. Llegó a albergar 10.000 construcciones, pero tras terremotos, guerras y desastres varios, quedan unos 2.000, según algunas guías. Otras suben la cifra hasta 4.000. En cualquier caso, son muchísimos e imposible conocerlos todos.

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Frescos en el interior de un templo. / © Lola Hierro
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Artesanía a la venta en la entrada de un templo. / © Lola Hierro

Lo que no me gusta tanto es entrar en las pagodas y templos nuevos, me cansa, es como ir a una iglesia a ver a gente rezar. La Shwezigon Paya se queda en una visita de tres minutos durante la que ni siquiera doy la vuelta al perímetro. Ananda Temple es mucho más bonito por fuera, este sí que me gusta. En la entrada anterior escribí una pequeña lista con algunos de los templos más espectaculares, originales o que, simplemente, me sorprendieron.

Ahora, lo mejor de Bagan son los personajes que estoy conociendo. A parte de que aquí todo el mundo es amable a más no poder, yo he dado con personas muy especiales. Por ejemplo, Very Clear. Este es el significado de su nombre, no recuerdo cómo era en birmano. Lo encuentro en no sé qué templo trabajando en sus pinturas de arena, una artesanía típica de por aquí. Me lío a hablar con él y me explica cómo las realiza, con capas de arena del río cercano, el Irawadi, pegamento y pinturas. Al final le compro una, claro. Proviene de una familia de artistas y artesanos, como casi toda la población de Bagán que ya no se dedica a la pesca.

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El río Irawadi. / © Lola Hierro
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El amigo Very Clear con el lienzo que compré. / © Lola Hierro

En otro templo conozco a Piu Piu, una señora “soltera y sin hijos: cero problemas”, que es muy echada p’alante y cachonda. No para hasta que me lleva a su chamizo para impregnarme thanaka en la cara, esa pasta amarillenta que hacen a partir de la corteza de un árbol y se utiliza, creo, para protegerse del sol. Me dibuja dos hojas muy bonitas en los mofletes y me quedo con ella un ratazo mientras me abanica para que se seque la pasta, y me vacila lo más grande. Asegura que las camisetas y telas de longhi, que son made in China, las ha hecho ella con sus manos, y se descojona. Y me toca el pecho varias veces para soltarme, entre risas, que mis tetas son muy pequeñas pero que erguidas, que al menos no se me caen. Una loca la tía; al final le compro tres pulseras.

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Piu Piu, señora «soltera y sin hijos, cero problema». / © Lola Hierro

También conzoco a Eh Eh, que como no tiene los pantalones que busco me lleva al puesto de sus amigas y me abanica mientras lo elijo y negocio precios. Esto pasa en el templo Shwezigon, cuyo largo corredor de entrada está abarrotado de tiendas y hace mucho calor porque no corre el aire.

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To Tue, en su puesto de longhis y cocos. / © Lola Hierro
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La hermana y la sobrina de To Tue pasaban el día a la sombra, en un templito. / © Lola Hierro

Más tarde también hago buenas migas con To Tue, una chica de 25 años que el día anterior intentó venderme un longhi, y le dije el típico «hoy, no, mañana», para quitármela de encima. Y me la encuentro. Es muy buena chavala, además me echa 24 años, así que le compro un pantalón y un longhi de seda de hilos turquesa y oro, muy bonito. Me quedo un rato con ella, descansando bajo la sombra de un árbol y bebiéndome un coco que ella misma me vende. Llegan en seguida tres pastoras con sus vacas y me dan pie a unas fotos bien chulas.

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Pastoras de Bagan. / © Lola Hierro
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Pastoras con sus vacas. / © Lola Hierro

Mi último contactazo es Ye Zaw, un chaval que se ha ofrecido a enseñarme templos por los que poder escalar. Esto es importante: antes era muy fácil subirse a lo alto de una ruina y ver el amanecer o el atardecer, pero en 2016 hubo un terremoto gordo que destruyó muchos templos, y estos se han cerrado al público porque los daños sufridos los hace peligrosos e inestables. También me han contado que el año pasado se cayó un turista de lo alto de uno y se mató, cosa que no me extrañaría nada, viendo cómo se sube la gente, tan a lo loco. 

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Esta es la única foto con Ye Zaw, en uno de los lugares donde vimos el atardecer. / © J.C.

La verdad es que el primer día pasé de hacer caso a estos chavales guías y me fue mal porque solo encontré una colina enana para presenciar el atardecer y no vi nada. Y mi ilusión era ver la puesta de sol aquí en Bagán, así que cuándo Ye Zaw me ofreció su ayuda, con él que me fui.

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Colina enana desde la que no pude ver un buen atardecer el primer día. / © Lola Hierro

Primero subimos a una pagoda pequeñita. Llegamos a lo alto por unas escaleras muy empinadas y estrechas del interior. Si no te las muestran, jamás las encuentras tú solo. Luego nos iba a llevar al segundo pero… La moto se quedó sin batería, más o menos a un kilómetro del restaurante que me gusta. Intentamos llamar al hotel para que me den otra, pero con mi teléfono no puedo porque solo he contratado internet, así que la llevamos a la carretera principal y ahí Ye Zaw llamó con su móvil. Mientras esperábamos a que viniera alguien del hotel, aproveché ese tiempo muerto para comer.

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Señoras saliendo de un templo. / © Lola Hierro

Y ya sí, con moto hasta arriba de potencia fui al segundo templo. Cabe destacar lo gracioso que fue ver cómo se llevaban la otra los empleados del hotel: con una cuerda atada a la que sí funcionaba. Y también cabe destacar la hostia ridícula que se pegó una guiri al subirse a la suya porque, al arrancarla, aceleró en vez de frenar y se empotró contra la valla del restaurante ante la sorpresa de su acompañante. Yo me parto de risa con la boca pequeña porque un rato antes, Jose me animó a conducir la nuestra y fui un desastre que casi atropello las mochilas y las cámaras. Estábamos en un descampado enorme, sin árboles ni ningún tipo de obstáculo. Y yo, con mi descontrol, solo me salía ir como una flecha hacia nuestros bultos.

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Un paisano labra el campo. Vistas desde un templo al que subí. / © Lola Hierro

Lo del atardecer ha sido un poco decepcionante. Primero, porque no hubo puesta de sol naranja debido a las nubes. Me he equivocado de estación del año para venir. Segundo, porque el templo, bastante alto por cierto, se petó de turistas. Y hablaba mucho y muy alto, era imposible hallar un poco de paz allí.

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Vistas del atardecer que ya pude ver bien. / © Lola Hierro
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Un guiri subido a lo alto de una pagoda… Insensato. / © Lola Hierro

Pasé mucho vértigo y, aún así, subí bastante, pero hubo quienes se encaramaron a lo más alto de todo. Al menos las vistas molaban mucho, se ven muchos otras ruinas desde allí. Ahí mismo me despedí de Ye Zaw, a quien le compré una pintura de arena, qué menos, con lo bien que se portó. Me explicó que dejó la escuela a los diez años y que toda su familia es de artistas. Y yo le conté que había conocido a una mujer que hacía objetos lacados y decorados con cáscaras de huevo (se ven por todos lados) y me dijo que esa es su hermana. Más bien creo que lo que intentaría decirme es que su hermana también sabe hacer ese tipo de cerámica. Pero no me extrañaría tampoco que lo fuera porque esto es muy pequeño y aquí se conocen todos. Hay mucha pobreza en este país, es tremendo cómo gente como Piu Piu, To Tue, Very Clear o Ye Zaw salen adelante.

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Niños birmanos volviendo del colegio. / © Lola Hierro

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