Crónicas tanzanas XI: Y este cuento se acabó

Me despedí de Tanzania de la manera más dulce y sin dolor, ya que me fui sin saber que ya no iba a regresar. Casi fue mejor así. Si hubiera pasado los últimos días pensando que no iba a volver a pasear por sus playas, ni a comer ugali en los barecitos de los pueblos, ni a chapurrear suajili, ni a comprar kangas en los mercados, ni a jugar con los niños,  ni a oler la tierra mojada… Si me hubiera tenido que despedir de todas y cada una de las cosas que amo de ese país, mis últimos días habrían sido muy tristes. La vida nos hace dar giros inesperados, y a mí ya me tiene un poco mareada de tanto vaivén.

No pisaré Tanzania en mucho tiempo. He viajado tres veces este año y lo he amado intensamente. Pero no puedo quedarme anclada en un sitio por mucho que me guste. El corazón y la cabeza me dicen que debo seguir hacia adelante porque aún me queda mucho mundo por descubrir y muchos países de los que enamorarme. Y a mí es que me encanta enamorarme.

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Pase de modelos un lunes. / Lola Hierro

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Mira, una caracola. / Lola Hierro

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Juegos en la arena. / Lola Hierro

Mis últimos días fueron de cuento de hadas. Viví en un rincón poco conocido llamado Kigombe, en una cabaña muy rústica pero con todas las comodidades, casi al pie del mismo mar. Es un sitio para occidentales porque tiene muchos más servicios de los que una ya se había acostumbrado viviendo a la tanzana. Tuve un baño como el de casa y hasta comida variada. Hasta lechuga encontré, un lujo en Tanzania. Fueron días de placer, de descanso, de no tener que preocuparse por nada. En parte, fueron unas vacaciones de verdad y, en parte, fueron de mentira, porque nada de lo que yo tenía en mi cabeza se correspondía con la realidad.

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Declaración de principios. / Lola Hierro

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Lujazos occidentales. / Lola Hierro

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Los bungalow. / Lola Hierro

Estuve muy pensativa esos últimos días. Me ha costado reconocerlo, yo estaba convencida de que en Tanzania estaba mi lugar, en que igual debía buscarme una casa en medio del bosque y quedarme allí. Pero por otra parte me daba cuenta de que si me comprometía con este país, me iba a perder el resto. Si cada día libre lo pasaba allá, entonces ¿cuándo volvería a Etiopía a ver a mis seres queridos, o a Turquía o Albania? ¿Cuándo podría descubrir América Latina, Irán, Jordania, Birmania y el otro extremo de África que aún no he pisado? Me creía bastante feliz, aunque lo cierto es que me daba la sensación de que estaba renunciando a algo. Pero al mismo tiempo me sentía tan dichosa y tan en paz…

Marineros

Marineros de mi dhow. / Lola Hierro

Velamen

Velamen. / Lola Hierro

Mi penúltimo día fue uno de los más increíbles que he vivido en Tanzania, desde que lo pisé por primera vez aquel domingo de abril, recorrí en coche la carretera del aeropuerto de Kilimanjaro a Same y vi masai en los márgenes del camino. Este penúltimo día en Tanzania monté en un dhow, esos barcos de vela tradicionales que he fotografiado veinte mil veces ya.

El capitán II

El capitán y la isla desierta al fondo. / Lola Hierro

Navegando II

Navegando. / Lola Hierro

Pepi en la orilla

El barco Pepi en la orilla. / Lola Hierro

Un banco de arena

La isla paradisiaca y medio invisible. / Lola Hierro

Hacía algo de brisa, y el capitán la utilizó para hacer navegar a nuestro velero por el Índico con todo su brío.  El sol caía sobre mis hombros de manera implacable y ni una sola nube se avistaba en el cielo. Sabía que me iba a quemar, pero no me importó: me sentía libre en la proa, de pie, intentando no caerme con el vaivén de las olas del mar. Luego, me senté a estribor y observé a los marineros hacer su trabajo. En un momento de la travesía decidieron desplegar las velas y, oh, caramba, qué grandes eran. Qué majestuosas. Nunca había visto algo así.

Pájaros II

Gaviotas y otras aves marinas. / Lola Hierro

Le bauticé Félix

Le bauticé Félix. / Lola Hierro

El dhow navegó y navegó hasta llegar a una isla desierta de verdad. No tiene nombre, no sale en ningún mapa, estoy segura de que casi nadie sabe de su existencia. No hay en ella árboles ni plantas ni animales. Solamente la habitan unas cuantas gaviotas que van y vienen, algún cangrejo despistado y las algas y caracolas que el mar deposita en la orilla. No hay más. Es un islote onírico: ni siquiera existe siempre. Solamente cuando la marea baja éste queda al descubierto. Es realidad durante unas horas al día, como la Cenicienta antes de las doce. Es un espejismo, igual que ahora siento que lo son todos los recuerdos que guardo de Tanzania. Algo que no sabes si era verdad o si lo soñaste.

Rastros del mar I

La orilla del mar. / Lola Hierro

Cangrejo

Un cangrejo. / Lola Hierro

Pero hasta los sueños, cuando estás en ellos, son reales. Y yo como tales sentí mis últimos días allí. En esa isla engañosa que a veces existe y a veces no pasé unas horas muy particulares. Comí un picnic bajo un toldo que los dos marineros del dhow habían armado con una tela y cuatro maderos. Recorrí toda la isla, de punta a punta, varias a veces. Por el centro y por la costa. Me bañé un poco en el mar, hice el muerto, dejé que el sol me quemara la cara sin ningún remordimiento. Hice muchas, muchísimas fotografías. La cámara, una vez más, fue mi mejor compañera. Por momentos me sentí la persona más sola del mundo. De primeras, esa sensación me produjo mucha tristeza, pero decidí no creérmela.

El picnic

Mi picnic. / Lola Hierro

El hogar del naufrago

El hogar de la naufraga. / Lola Hierro

Fueron mis últimas horas en Tanzania, aunque yo no lo sabía. Abandoné Kigombe con despreocupación, sin decir adiós al mar, a las caracolas, a los niños de la playa y a los barcos. Pensaba que iba a volver muy pronto. Fue mejor así. Ahora siento que me he dejado otro pedacito de corazón en esa tierra mágica y, como dije cuando me despedía de Etiopía, ya son muchos los trozos que voy desperdigando por el mundo, y duele cuando te los arrancan y se los quedan. Lo bueno es que siento que tengo otro hogar en este país, y que no se va a mover de ahí nunca, por mucho que cambie mi vida o la vida de las personas que allí conocí.

Voy a regresar a Tanzania, eso es seguro. No ahora, no este año ni el que viene, aunque nunca se puede dar nada por cierto porque el destino es muy juguetón. Voy a echar de menos pero también voy a seguir explorando porque es lo que me hace feliz. Voy a estudiar nuevos países y a bebérmelos con la misma sed con la que me he bebido Kenia, Etiopía y Tanzania. Aún no sé si seguiré por el Este para conocer Uganda, Ruanda, Burundi o Mozambique o si probaré Senegal y alrededores o si me adentraré en Namibia, que es otro de mis sueños. En realidad, solo cambiará el orden, porque África ya se metió hace mucho en mi corazón, mi cerebro, mi médula espinal y en cada uno de los poros de mi piel. De alguna manera siento que mi destino se ha quedado ligado a este continente para siempre. Que ya va a ser una constante en mi vida.

Recogiendo velas

El regreso. / Lola Hierro

Caracola II

Caracola en la orilla. / Lola Hierro

Por otra parte, éste es el último capítulo que escribiré sobre Tanzania. Me quedan muchas historias y muchas fotos en el tintero pero me las voy a guardar para mí. Hoy cierro estas Crónicas tanzanas, once capítulos que continuaron la serie de las Crónicas kenianas, con siete y, antes aún, Crónicas etíopes con 10. A estas hay que añadir los siete textos que bauticé Apuntes de Zanzíbar durante el verano. En total, la categoría África de este blog contiene 59 entradas.

Sin título

Mis niños. / Lola Hierro

Este relato saldrá a posteriori pero hoy, el día en que lo estoy escribiendo, es 14 de noviembre: se cumple justamente un año de mi primer viaje a África y del momento en que empecé a escribir sobre ella y desde ella. Esto significa que llevo doce meses escribiendo sobre África occidental. Mejores o peores, ahí quedan para la posteridad tanto los reportajes que publiqué en mi periódico como estas historias tan personales, tan íntimas, tan mías. Hoy cierro definitivamente esta etapa, con cariño inmenso y con nostalgia, pero sobre todo con la certeza de que África me ha cambiado la vida para bien. Siempre para bien. Y me la sigue cambiando.

No me voy. Sigo escribiendo. Y aunque todavía no sepa desde dónde, voy a seguir contando África mientras la salud me lo permita. Las ganas están intactas y el corazón, preparado.

Pincha aquí para leer más relatos de Tanzania

Mira aquí todas las fotos de Kigombe

10 respuestas a «Crónicas tanzanas XI: Y este cuento se acabó»

  1. pazcrisostomo

    Me encantan tus cronicas y amo tus fotos, me has dejado las ganas de visitar este continente que te atrapo, seria algo nuevo por mi y tambien he sentido tu nostalgia, a veces es mejor decir adios sin decirlo, Lola naufraga. Abrazos mil.

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  2. Claudia R.

    Y aquí seguiremos leyéndote de África y de donde sea.

    Tenemos suerte de tener el corazón grande y de que los pedazos que se nos quedan en lugares nos duelen «solo un poquito».

    Un besote gordo,

    Claudia

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    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Tú sabes bien de dejarte el corazón desparramado por el camino, verdad? Yo sigo, tú sigues, me encanta que nos movamos. Y el día que nos encontremos en un punto ya va a ser la releche, amiga 🙂 Besos desde Barajas 😉

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  3. Ama d casa

    Hola me haces viajar desde casa cierro los ojos después de ver las fotos y me parece q estoy en esos sitios.seguro q lo próximo q visites será igual d bonito e interesante . esperó q pronto nos lo enseñes .sigue así un beso

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    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Pues es la intención, lo que me gustaría es que todo el que me leyera se sintiera como tú y pudiera viajar conmigo sin moverse de casa. Yo sigo en ello amiga 🙂 Besos desde el aeropuerto de Barajas (me voy a buscar más relatos)

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