Zaragoza expulsa a los artesanos de sus fiestas

Zaragoza ha estado en fiestas desde el día 10 hasta el domingo 17 de octubre por eso de homenajear a su virgen del Pilar. Y como en toda ciudad que se precie, los artesanos de todas partes del globo -pero muy especialmente de Latinoamérica- tomaron las calles con sus puestos para ofrecer a los transeúntes todo tipo de trabajos manufacturados: bisutería de plata y piedras, de semillas y madera, trabajos de cuero, música, pañuelos, pinturas, relojes… El domingo, el Paseo de la Independencia era, a primera vista, un hervidero de tiendas ambulantes. Y junto a ellas, docenas de senegaleses vendiendo bolsos de imitación que hacen las delicias de las señoras u ofreciendo los últimos éxitos del top-manta.

Como digo, a primera vista todo era muy idílico. Pero, afinando un poco la capacidad de observación, se podía notar algo más: la tensión y el desasosiego. Rostros inquietos que miraban a un lado y a otro mientras, distraidamente, informaban de los precios de sus productos a los clientes; mujeres que vendían sus fulares semi camufladas entre las columnas de los soportales del paseo o jóvenes africanos que se ponían muy nerviosos si les intentabas sacar una foto. ¿Por qué? Pues la primera respuesta la obtuve de Jerry, un chico nicaragüense que vendía unas joyas de plata y piedras muy bonitas y muy finas, de estilo élfico.

En cuanto me puse a hablar con él un par de minutos, me puso sobre la pista. Me dijo que este año la policía había sido especialmente déspota durante las fiestas, hasta el punto de que la mayoría de sus compañeros se habían tenido que ir antes de que finalizasen porque se quedaron sin nada que vender. ¿Por qué? Porque los agentes lo requisaron todo. Y por mayoría, me habla, a voz de pronto y según su propia estimación, de un 80%.

«¿Y no se pueden pedir licencias al Ayuntamiento?», me digo. Y sí, por supuesto que se puede, pero Jerry asevera que sólo las han concedido a los pintores de cuadros y caricaturas. Para él, el trato del consistorio de Zaragoza es el peor de toda España y, la ciudad, la que peor les ha recibido en los 11 años en los que él lleva dedicándose a la orfebrería.

En ese 80% y en señalar a la capital aragonesa como la más fustigadora coincidía Carolina, una chica argentina con rastitas rubias situada dos puestos más lejos. Me contó que, si las ventas ya son bajas por la crisis, la situación empeora si encima estás mirando a todos lados esperando a la secreta en vez de poder atender a los clientes como se merecen, Y me contó una historia. Artesana del cuero, ella no tuvo ningún problema, pero me aseguró que muchos compañeros suyos no habían corrido la misma suerte. «Una cosa es que actúen contra los que venden bolsos falsificados, porque creo que eso es ilegal, pero ¿qué tienen contra gente que hace pulseras con cuero o piedras o contra las latinoamericanas que están vendiendo pañuelos palestinos? Nos meten a todos en el mismo saco y no hacemos nada malo, respondemos a una demanda que no vulnera las leyes del mercado, y es sólo durante unas fiestas, no estamos aquí todo el año».

Y, a continuación, dirigió mi vista hacia una mujer de rasgos indígenas, muy menuda y vestida de azul que, apoyada contra un pilar, vigilaba con cara de preocupación una enorme caja de cartón. «Esa señora vende pañuelitos y a su marido ya le han quitado la mercancía dos veces, está muy nerviosa, así que ya no saca el material, por si acaso…», me contó.

Es más, señaló que ella misma ha visto cómo se habían llevado los útiles de trabajo de alguno de sus compañeros artesanos, quienes tuvieron que marcharse de Zaragoza por no poder seguir con su labor. «Los primeros días fueron un verdadero circo, y por eso nosotros nos pusimos en otra zona de la ciudad, más alejados. Hoy, después de 10 jornadas, es el primero que estoy más o menos tranquila», me decía Carolina. Y añadió: «me gustaría ir y abrir uno de los maleteros de los coches de policía y sacar todo lo que se han llevado para volver a repartirlo a sus dueños. Me pregunto qué harán con ello, porque además ningún medio de comunicación se ha interesado por esto, nadie hace nada».

A la pregunta de si ella había temido por la seguridad de su negocio, me respondió que en parte sí, porque no sabes nunca si te va a tocar la china, ya que, además de los agentes corrientes, hay mucha secreta, por lo que casi siempre les han pillado desprevenidos. De todas maneras, ella aseguró conocer sus derechos, y apuntó, muy resulta, a que si le quisieran requisar algo, pediría que se hiciera un inventario de todo. «De los senegaleses se aprovechan más, porque ellos no saben bien el idioma y, como además no tienen papeles, no pueden pedir nada».

Uno de esos desafortunados es Wad, a quien me encontré con un grupo de otros cinco compañeros. Todos ellos ofrecían gafas de sol, sombreros de lentejuelas de colores y cachivaches que emiten luces y sonidos. Tonterías para ir de fiesta, vamos. La noche antes, mientras me divertía por los bares de la ciudad, les vi recorriendo las calles de marcha y yo misma compré un maravilloso sombrero de mafioso que me encanta. Ellos confirmaron la versión de sus compañeros. A Wad le han quitado todo lo que podía vender y cuando le conocí estaba mano sobre mano sin saber qué hacer. Apenas hablan español, y no supieron decirme mucho más que «policía racista, policía muy mala».

Y en esas estaba yo cuando de repente se armó el revuelo y vi a todos los inmigrantes que tenían el top manta montado recoger a toda prisa y salir corriendo. Porque dos agentes entraron en escena. La reacción de los vendedores fue rapidísima y en poco más de diez segundos no quedó por allí nadie que pueda ser sospechoso de realizar actividades ilícitas. Salvo un chico joven, presumiblemente senegalés también, a quien no le dio tiempo de coger una de sus enormes bolsas de plástico. La policía habló con él, examinaron el contenido del paquete y a continuación se lo llevaron, sin rellenar ningún papel, sin pedirlo tampoco al inmigrante, que no se quejó demasiado sino que, sencillamente, se dio la vuelta y se marchó.
Sin embargo, no todos ven con tanta benevolencia la actividad de estos vendedores sin permisos. Uno de los comerciantes de la zona, que posee una tienda de accesorios y bisutería, asegura que sí, que el Ayuntamiento da las licencias para la venta ambulante con cuentagotas porque «toda esta gentuza empezó a vender sin pedir licencias». Eso provocó, en opinión de este tendero, que los comerciantes aragoneses que sí las pagan se quedaran «con una mano delante y otra detrás».

Este hombre añadió con notable indignación que en su pequeña tienda sufre robos todos los años y, especialmente pocos días antes de las fiestas del Pilar. Lo más indignante para él es «mirar los puestos y ver como ellos están vendiendo los productos que casualmente a mi me han desaparecido de la tienda». Este señor, que no quiso revelar su identidad, asegura que como a él le sucede a la mayoría de la gente que tiene comercios en la zona.

Ante la última actuación policial, apunta a que los agentes actúan así, sin hacer papeleos ni preguntas, porque ya están sobre aviso de los robos y saben «perfectamente» qué productos han quitado a los demás, y solo tiene que verlos para saber si son robados o no. «Esto lleva pasando muchísimos años». Por cada collar que se llevan de mi tienda, ellos ganan un par de euros pero a mi me supone una pérdida bastante grande y tener que hacer una denuncia, papeleos del seguro, volver a hacer pedidos…», acusa este comerciante. «Que pidan permisos y dejen de robar», concluye.

Y mientras tanto, en el interior de los mismos soportales frente a los que se había desarrollado toda la acción, otros puestos más ocultos a la vista de la ley seguían vendiendo a los zaragozanos como si nada. Un par de señoras, más bien setentonas y muy bien vestidas, me dijeron que a ellas les gustan mucho los bolsos, y que les da igual que sean falsos porque son prácticamente iguales. Les pregunté  sin cortarme si conocían los problemas de los artesanos y vendedores con los cuerpos de seguridad y contestaron ser ajenas a todo, aunque creen que el conflicto debe ir más con los del top manta que venden discos y dvd ya que los bolsos «no son falsificaciones, sino que se diferencian en algunas cosas».

En cualquier caso, parecía darles igual tanto a ellas como a todos los transeúntes que se estuvieron dejando el dinero en los puestos mientras escuchaban de fondo el concierto de Loquillo en este último día de fiesta. Da igual de dónde haya salido la mercancía, da igual que se trate bien o mal al que la facilita, da igual que sea legal o ilegal. Lo importante es llevar un Prada colgado del brazo.

PD: Obtuve la versión del comerciante gracias a que él mismo se puso en contacto conmigo a través de un comentario en otro blog. Desde aquí me gustaría darle las gracias por aportar su versión a este problema, me ha sido muy valiosa para completar esta entrada. También quiero recordar, para quien no lo tenga en cuenta, que yo no tengo la verdad absoluta de las cosas, simplemente aquí recogí una serie de testimonios e impresiones de una serie de personas sobre un tema concreto. No estoy dando ni quitando la razón a nadie. Y por supuesto, todo el que quiera aportar su punto de vista, puede enviarme un correo electrónico y contarme. Estaré encantada de publicarlo.

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