Y en el Cabo de Gata resucité

Esta es una entrada de fotos bonitas. El otro día hablaba de los horrores que presencié en Almería cuando estuve haciendo un reportaje para El País sobre la trata de mujeres en los invernaderos de Roquetas de Mar. Me traumaticé un poco esos días, la verdad, y creo que si no me volví loca fue por la compañía de mi querido amigo Pablo Juliá, que me ofreció su casa, su compañía y sus galletas Chiquilín.

El último día me encontré con que había terminado todas mis labores periodísticas. Necesitaba un descanso, así que acepté una propuesta que me había lanzado el día anterior otro querido amigo y también profesor en su día, Rafa Doctor Roncero: una excursión por el Cabo de Gata. Él es una de las personas que más sabe de Arte (así, con mayúscula) en España y también de las que mejor conoce este parque natural porque tiene una vivienda en Níjar desde hace una pila de años. Fue una vez, se enamoró del lugar y acabo comprando una de esas casitas enjalbegadas tan bonitas de las que presumen los pueblos andaluces.  Con él y con Paco Bezerra, dramaturgo ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática y natural de un pueblito cercano, pasé un día estupendo que me permitió despejar un poco la mente. Rafa y Paco son dos tipos muy versados en un montón de cosas, así que tuve un día de lo más completo entre lugares preciosos del Cabo y conversaciones interesantísimas. ¡La compañía, desde luego, fue inmejorable!

En algunos sitios, el Cabo parece sacado de Parque Jurásico. © Lola Hierro.

Pasarela hacia la playa. © Lola Hierro.

Pasamos primero por Níjar, donde almorzamos, pero inmediatamente después cogimos el coche para ir hasta Las Negras, un pueblecito pesquero de aire bohemio que estaba casi vacío. Toma su nombre del monte que está a la izquierda del pueblo, El cerro negro, que está formado por material volcánico. La erosión ha esparcido por el pueblo y por el mar guijarros oscuros que dan a la orilla del mar ese color. También se dice que es por unas criadas negras que tuvo una buena familia de los alrededores hace muchos años, cuando no se veía gente de este color por allí.

Las Negras. Qué paz… © Lola Hierro.

En Las Negras hay una atmósfera que te atrapa, que no te deja separar la vista del vaivén de las olas. Tomamos un té en un pequeño bar llamado La Bodeguiya y que está excavado en la roca y adornado en un estilo muy hippie que me encantó.

Cafeterías monísimas en Las Negras. © Lola Hierro.

Estos pollos protagonizaron una triste historia de amor. No seré yo quien la haga pública. © Lola Hierro.

Las placas de las calles de Las Negras son una chulada. © Lola Hierro.

Partimos raudos con el coche después del té hacia otro punto: las minas de Rodalquilar, donde antaño se extraía oro. ahora están cerradas y en ruinas, igual que las casitas donde vivían los mineros, que apenas se mantienen en pie. Las minas son un escenario inmejorable para rodar películas de estilo post apocalíptico o de rollo extraterrestre. Imponen mucho las construcciones agujereadas con letras apenas perceptibles por el desgaste,  las plataformas circulares y el aire decadente de todo el conjunto.

Las ruinas de Rodalquilar. © Lola Hierro.

Un amigo. © Lola Hierro.

En Rodalquilar siguen viviendo unos cuantos vecinos en unas casitas de una sola planta con patio delantero que son una monada. Dan ganas de jubilarse allí.

Mucho viento por el camino. © Lola Hierro.

Varada. © Lola Hierro.

No podíamos terminar el día sin visitar la cafetería donde Rafa siempre se toma un café y una concha de Codan. Me hizo mucha ilusión encontrar esos bollos que yo comía siempre de pequeña, durante la hora del recreo en el colegio. El bar en cuestión está muy cerca de la iglesia de la Almadraba de Monteleva, que es un templo solitario situado junto a una carretera que recorre la línea de costa.

La almadraba por la tarde. © Lola Hierro.

La almadraba de Monteleva y el pueblito del mismo nombre. © Lola Hierro.

Rugiendo al mar. © Lola Hierro.

Nos pilló la puesta de sol, hacía un viento fortísimo y el mar estaba embravecido, fue como ver a la naturaleza en plan niña adolescente: asalvajada y auténtica. Respiramos aire puro, gritamos al viento, a las olas, a las nubes, fotografiamos nuestras siluetas a contraluz y nos impregnamos la piel y el pelo de salitre. Fue una cura física y mental.

Me resulta aterrador que el cielo y el infierno estén tan cerca…

Últimas luces en el Cabo de Gata. © Lola Hierro.

 

Para saber más…

*Siete tentaciones ocultas del Cabo de Gata, en la revista Traveler
*Reportaje en EL PAÍS: Las olvidadas de los invernaderos
*Doumentando la trata de mujeres en Almería: El behind the scenes de una reportera
*Y aquí, más fotos del Cabo de Gata y de Almería

 

Una respuesta a «Y en el Cabo de Gata resucité»

  1. José Carlos DS

    Es una maravilla de lugar, aproveché en una escapada que hice hace un par de años por Almería para ir durante una mañana y desde entonces estoy diciendo que tengo que volver, pues se me hizo tremendamente corta la experiencia 🙂

    ¡Saludotes!

    Responder

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