Vagueando en Hanoi – Parte II: la casa de Ho Chi Minh

Mi segunda visita estrella ha sido, por supuesto, al panteón donde tienen a Ho Chi Minh embalsamado. ¿Y qué hizo este pobre hombre para que le colocaran ahí? Pues este señor, político comunista y poeta, es el padre del Vietnam moderno. Fundó el VietMinh o Frente para la Liberación de Vietnam, con el que consiguió echar a los franceses. La guerra contra estos obligó a Francia en 1954 a reconocer la existencia en Indochina de cuatro Estados independientes: Laos, Camboya, Vietnam del Sur y Vietnam del Norte, este último bajo gobierno de Ho Chi Minh, que desde entonces y hasta su muerte ocupó el cargo de  presidente de la República. También pudo con los americanos que apoyaban al sur prestando apoyo desde el norte al movimiento guerrillero comunista o Vietcong. Sus acciones llevaron a la independencia y la unificación definitiva del país bajo un régimen comunista en 1975, aunque no llegó a ver esto ya que murió en 1969 de un paro cardiaco.

Zona militar cerca del mausoleo.

El tito Ho se encuentra metido dentro de una reluciente urna de cristal, bien peinadito, vestidito e intacto, como si se hubiera muerto ayer y no hace 40 años. Está protegido por cuatro militares con bayonetas y dentro de un formidable edificio situado dentro de un no menos gigantesco recinto, eso sí, contra su voluntad. Ho escribió en su testamento que quería ser incinerado y que sus cenizas se repartiesen por el norte, centro y sur del país, pero sus colegas del partido le ignoraron completamente, y en vez de eso, construyeron para él el edificio donde está metido, de inspiración muy soviética y tan feo como espectacular. No obstante, no deja de ser muy simbólico, ya que se ha levantado con mármol extraído de uno de los refugios del Vietcong en las montañas de Da Nang y en el exterior tiene una inscripción en vietnamita que reza: “No hay nada más precioso que la Independencia”. Hacer una visita a Ho Chi Minh no es cosa de broma. Está prohibido introducir cámaras o teléfonos móviles, hay que descubrirse la cabeza al entrar, pero llevar cubierto el resto del cuerpo, no meterse las manos en los bolsillos, guardar silencio absoluto… y por supuesto, siempre estás vigilado por militares apostados en cada rincón y en cada esquina. Todo es muy honorífico y respetable,  y por supuesto la visita es muy breve, no te dejan detenerte delante del cuerpecillo, que parece de cera. Sin embargo, resulta paradójico tanto miramiento si pensamos que los primeros que han faltado gravemente al respeto a Ho Chi Minh han sido los vietnamitas por no dejarle descansar como él quería.

El mausoleo.

En el mausoleo hay más militares que hormigas en el mundo entero.

A mi, sinceramente, me ha dado mucha pena que no se respetara la última voluntad de este señor, que fue muy importante  en su día pero que ahora mismo no es más que el cadáver de un viejecito intentando descansar en paz. Aún así, es tremendo el respeto (a su manera) que se rinde al héroe nacional. El mausoleo es visitado por cientos de personas cada día desde hace cuarenta años, no sé de ningún muerto que reciba tantas visitas, seguro que ni Elvis.  Y en concreto, me enterneció el recogimiento de cuatro ancianos, a todas luces veteranos de la guerra, que con sus chaquetitas verdes y sus gorras entre las manos pasaron a ver su líder con todo el respeto del mundo en sus miradas. A saber qué habrán pasado estos señores y lo que les habrá dado o quitado Ho Chi Minh. Me hubiera gustado mucho escuchar sus historias, porque seguro que las tienen.

Y también hay muchas excursiones escolares.

Dejando a Ho en su urna, no he hecho nada más que callejear por Hanoi buscando perro y conociendo un poco el casco viejo, lleno de tiendas, señoras con cestas que llevan colgando de un palo de bambú, puestos de comida… En esta zona de la ciudad proliferan las agencias de viajes de poca fiabilidad y los comercios con souvenirs para turistas, así como los restaurantes de comida occidental, todo ello a precios muy elevados, claro.

Comen en la calle.

Si es que les gusta la calle más que a un tonto una tiza.

Hasta cocinan en ella.

¡Ehhhpaaaaañaaaa!

En medio, se levanta la catedral de San José, que sin parecerse a ninguna de las grandes que tenemos en España, como la de Burgos, León o Santiago, sí es muy digna y más bonita que muchos templos budistas o confucianos que he visitado en este viaje.

Altar mayor de la catedral de San José.

Un altar de la catedral de San José.

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