Turquía X – Crónica de una despedida

Llegó el momento de decir adiós. Adiós a Estambul, a Turquía y a todas sus ciudades bonitas. Adiós a todos los buenos amigos que he hecho: a los sirios, a los turcos, a los españoles. Adiós a todas las personas que me ayudaron en el que ha sido mi viaje más surrealista y más intenso. Intenso a nivel físico y a nivel emocional. Un viaje en el que reído a mandíbula batiente, en el que he llorado un poco, en el que he pasado momentos de guasa, de miedo, de incertidumbre y de paz. Un viaje en el que he visto lo peor y lo mejor de la condición humana. Hoy ha sido un día melancólico. Lo pensaba esta noche, cuando regresaba a casa de Baturay en el ferry. Hacía un poco de viento, pero he salido a la cubierta para despedirme de esta ciudad, Estambul, que se queda un pedacito de mi. Y ya son muchos los que tengo repartidos por el mundo. Cada vez me siento más una ciudadana del mundo.

He destinado mi último día en Turquía a dos cosas importantísimas. La primera: visitar el museo mezquita Aya Sofía. Manda huevos que, tras 15 días en el país, aún no lo hubiese visto. Segunda cosa: despedirme de mis amigos. Es curioso cómo en unos días he establecido vínculos tan fuertes con algunas personas. Sobre Aya Sofía, he de decir que ha sido una absoluta decepción. La joya de Estambul y de Turquía entera me ha dejado fría porque la mitad del interior está lleno de andamios. Pierde toda la magia, pierde la simetría, pierde la grandiosidad. Primero basílica, luego mezquita, fue el templo de mayor superficie del mundo durante casi mil años, hasta que en 1532 se completó la de Sevilla. Esto, con los andamios, no se aprecia. Me he alegrado mucho de que mi entrada fuese gratuita (ventajas del carnet de prensa, una vez más), porque, de lo contrario, me hubiera cabreado mucho pagar 25 liras (8 euros) para ver eso. Por cierto: las mujeres no tenemos que cubrirnos aquí la cabeza porque no es una mezquita, sino un museo.

Los andamios cambian totalmente las vistas. / © Lola Hierro.

Techos de Santa Sofía. / © Lola Hierro.

Aya Sofia o Santa Sofía es  una de las iglesias bizantinas más impresionantes, suntuosas y magníficas de toda la cristiandad. Se pueden escribir folios y folios sobre su interior, sobre lo que queda de la primera iglesia que un día hubo allí, la segunda de techo de madera, la tercera y actual… y de su conversión en mezquita siguiendo instrucciones del sultán Mehmet II en 1453. Se pueden contar que sus mosaicos son de los más bellos que se conservan, aún cubiertos con pan de oro en muchas partes y que la iconoclasia que muestran es exquisita. Creo que todos los que hayamos sido educados en BUP nos acordaremos de las clases de Historia del Arte en las que el profe de turno se emocionaba describiendo las maravillas de Santa Sofía.

Mosaicos en pan de oro. / © Lola Hierro.

De visita. / © Lola Hierro.

Rincones de Santa Sofía. / © Lola Hierro

Todo lo que yo pueda decir sobre Santa Sofía se queda pobre al lado de cualquier libro de historia o cualquier guía turística, y tampoco me apetece repetirme. Hago una mención especial a la cúpula de 30 metros de diámetros, que realmente da vértigo cuando la miras. O a los mosaicos, que de verdad impresionan porque son los mismos que tantas veces vimos en libros. O a los enormes medallones con citas coránicas, mucho más grandes de lo que yo me esperaba. Cuando vuelva a Estambul (porque volveré), entraré de nuevo a verla (otra vez gratis) y espero que esté en mejores condiciones.

Lámparas y medallones. / © Lola Hierro.

Rincones de Santa Sofía. / © Lola Hierro.

Inmediatamente después de esta visita rápida, me encontré con Meritxell y con Gerard, mis dos amigos catalanes que conocí en Göreme la noche antes de mi partida. Paseamos por barrio de Sultanhamet, almorzamos muy bien en una pizzería recóndita que Meritxell había fichado y luego nos dirigimos a hacer algo que los tres teníamos pendiente: buscar el mejor atardecer de Estambul.

Atardecer desde el Estrecho del Bósforo. / © Lola Hierro.

Skyline de Estambul. / © Lola Hierro.

Muelles de Ushkudar. / © Lola Hierro.

El mejor atardecer de Estambul está en Ushkudar, un barrio de la mitad asiática de la ciudad. Es muy fácil llegar: solo hace falta coger un ferry desde el lado europeo, por ejemplo desde la parada de Eminönü, que es la más cercana a Sultanhamet. Por el camino, una de nuestras distracciones fue tirar miles de fotos a las gaviotas que acuden raudas a pillar la comida que les tiran los pasajeros de los ferries. Es increíble la cantidad de bichejos de estos que envuelven los barcos, y la confianza que tienen.

Marujas en el ferry. / © Lola Hierro.

Pasajeros oteando gaviotas. / © Lola Hierro.

Gaviota en posición ridícula. / © Lola Hierro.

Pedazo de gaviota. / © Lola Hierro.

Compañeras de viaje. / © Lola Hierro.

La gaviota desvergonzada. / © Lola Hierro.

El rincón mágico de Ushkudar se encuentra pegadito al agua del Estrecho del Bósforo. Para llegar solo hay que bajarse del ferry y caminar hacia la derecha unos diez minutos siguiendo la línea de costa. Durante el camino, encuentras una Estambul menos turística en la que se ve a los ciudadanos dedicarse a sus tareas diarias y donde se ven pocos turistas extranjeros. En un momento dado, encuentras el kiosco de Kiz Kulesi, toda una institución para los turcos. Es un minúsculo puestecillo de té situado al borde del mar que cuenta con unas magníficas gradas que terminan en el mismo muelle. Estos escalones están cubiertos de cojines y alfombras que acogen a propios y extraños para que presencien una bonita puesta de sol con la mayor comodidad del mundo. Doy fe de que se está a gusto, tanto que no nos queríamos ir cuando el sol se puso. 

El camarero del té. / © Lola Hierro.

Café a la orilla del mar. / © Lola Hierro.

El kiosko de Ushkudar. / © Lola Hierro.

Gerard, Meritxell y la gitana que les colocó una rosa. / © Lola Hierro.

Gente tomando tés en Ushkudar. / © Lola Hierro.

Nos sentamos allí, cogimos un té al vuelo y nos dedicamos a pasar el rato y a hacernos fotos, tan ricamente. Junto a nosotros, muchos estambulitas con niños/novi@s/amig@s o familia haciendo lo mismo. Y entre medias, gitanas que vendían rosas, viejecitos que vendían tabaco y panaderos que ofrecían bandejas cargadas de bollos.

El viejito de las pipas. / © Lola Hierro.

Atardecer de película. / © Lola Hierro.

Regresamos demasiado tarde, para variar, y solo nos dio tiempo a dar un pequeño paseo con Vindar y Khaled y en seguida me volví a casa de mi amigo Baturay para tener tiempo de despedirme de él. No quise prolongar demasiado las despedidas con mis nuevos amigos; es mejor así. Tengo que volver.

10 respuestas a «Turquía X – Crónica de una despedida»

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  10. MANUEL

    Hola Lola, buenos días.
    Continuo visitando tus Hermosos trabajos y Fotografias. Esta Area de Turquia es facinante. Este es un viaje soñado. Un dia lo hare .
    Saludos desde GDl. Mexico

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