Turquía IV: Éfeso, donde las piedras hablan

Estoy haciendo otra de esas cosas que siempre prometo no volver a hacer: coger un autobús nocturno. No ha sido por el dinero sino por el tiempo: el autobús desde Denizli (ciudad cerca de lugar turístico #1) a Nevsehir (ciudad cerca de lugar turístico #2) tarda diez horas en completar el recorrido. Perder diez horas de día en invierno es perder el día entero, y yo voy justa. Así que aquí me hallo, en un autobús muy moderno en el que tenemos hasta teles individuales, pero muy incómoda porque me ha tocado ir en el pasillo y no tengo donde apoyar la cabeza. Se me cae para los lados cada vez que me duermo. Mi única solución para no morir de la desesperación es escribir un rato sobre mis dos primeros días en la Turquía profunda. Pienso extenderme porque no tengo otra cosa que hacer. Ahí voy:

Para empezar, no estoy tan en las profundidades del país. Para quien no conozca Turquía, sí (mi madre ha flipado al ver la ubicación que le he mandado por whatsapp) pero cualquiera que conozca mínimamente cómo se mueve aquí el turismo sabrá que estoy en el meollo.

La última vez que escribí estaba en Estambul a punto de volar a Izmir, a donde llegué porque es la ciudad con aeropuerto más cercana a Éfeso, el mayor conjunto arqueológico greco romano del mundo y el lugar donde, supuestamente, la virgen María, San Pablo y San Juan vivieron aquí tras de la muerte de Jesucristo. Esto ultimo no es que me importe demasiado pero le da un rollo místico a la cosa.

Para visitar las ruinas de Éfeso hay que  llegar hasta la pequeña ciudad de Selçuk, muy cerca del mar Egeo, al oeste del país. Cuando llegué a Izmir no tenía ni idea de cómo se iba: si era en tren, autobús o taxi, si estaba lejos o cerca, si era caro o barato. Decidí seguir unos letreros que ponía “estación de tren” y, en seguida, llegué a una parada. No había empezado a mirar los horarios cuando la taquillera de la estación me preguntó con una enorme sonrisa que dónde quería ir. Le conté mi situación y en menos de 30 segundos me había arreglado la papeleta para coger un tren que llegaba en solo 5 minutos y que me dejaba directa en Selçuk. Por el módico precio de 4,5 liras o 1,5 euros más o menos.

Muy a gusto en el tren. / © Lola Hierro.

Ya en la estación, recién llegada, me di cuenta de que la gente parecía más cercana que en Estambul; igual de hospitalarios, pero más sonrientes. Varios paisanos que no hablaban ni papa de inglés se deshicieron en atenciones conmigo para explicarme cual era mi vía y hasta una familia entera me adoptó porque ellos viajaban a la misma ciudad que yo. La mañana era soleada, la gente amable, el tren llegaría en pocos minutos, todo era idílico cuan aldea del Arce turca… hasta que se oyó el primer golpe: PLAF! Y el primer grito: sdfjhd@xekfjds!!! (algo en turco muy chungo seguro). Me giré sobre mis talones, igual que el resto de pasajeros que estábamos en la vía, y cual fue nuestra sorpresa al ver que… ¡dos empleados de la estación se estaban peleando a puñetazo limpio! Nunca averigüé la razón de la disputa, pero se dieron fuerte y mucho; había hasta diez personas intentando separarles y cada vez que parecía que lo habían conseguido, se volvían a enredar. Entonces el tren llegó y me olvidé para siempre de ellos: el viaje me esperaba.

Los trenes en Turquía tienen fama de lentos, y yo doy fe de que es cierto. Fui muy cómoda pero pisando huevos los escasos 60 kilómetros que me separaban de Selçuk. A mi llegada, hice en un suspiro los asuntos prácticos de intendencia: buscar hostal, dejar los bártulos y salir a la calle.  El alojamiento ha sido Anz Guesthouse, una gran elección. Económico, limpio y cómodo. Desayuno incluido, dueños majísimos y, lo más importante: una ducha con abundante agua caliente. La única pega es que por la noche pasé nun poco de frio pero lo arreglé cogiendo otra manta.

Una vez en la calle, me pasó lo de siempre: me equivoqué de camino para ir a Éfeso.  Miré el mapa al revés y me salí del pueblo por unos caminos de tierra donde solo había alguna casa humilde, gallinas, gatos y algún tractor. Tiré un buen trecho hasta que un paisano, el pobre, me vio caminando por sus prados toda convencida, con más pinta de guiri que Mr Bean, y me indico el buen camino.  De verdad, qué majos son los turcos. Yo soy muy desconfiada con cualquiera que dice querer ayudarte porque mis paseos por Vietnam, Indonesia o Marruecos me han acostumbrado a esperar que me pidan dinero o que quieran venderme algo después, pero en este país la gente se enrolla muchísimo y no te piden nada a cambio. Como mucho, que mires su tienda, pero la miras avisando de que tienes menos dinero que uno que se va a duchar y asunto arreglado,  no insisten.

Creo que me he perdido… / © Lola Hierro.

(*Inciso: en este autobús moderno en el que voy son también muy atentos; tanto que no paran de ofrecer agua, café y té gratis. Y como a los españoles nos va lo gratis, me lo estoy bebiendo todo. Y aquí no hay baño… creo que debería dejar de beber té ahora.)

Volviendo a la visita a Éfeso, me veo obligada a advertir de algo al futuro viajero: ¡alquila una bici! Yo no lo hice y me arrepentí mucho. Cuestan una lira la hora (30 céntimos, ¡por dios!) y el camino hasta las ruinas la pide a gritos. Son 3 kilómetros, dos y pico completamente planos por una avenida arbolada y uno con un pelín de pendiente. Yo no la cogí y me estuve arrepintiendo todo el trayecto porque me aburrí soberanamente y me daba la sensación de que iba muy despacio.

Este es el camino bueno hacia Éfeso. / © Lola Hierro.

Por el camino, además, se deja a la derecha una columna de proporciones gigantescas. Es, ni más ni menos, que el único resto que queda de lo que un día fue el templo de Artemisa, considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. Merece la pena desviarse cien metros para contemplarlo de cerca. Volviendo al camino, no entiendo por qué, pero a los dos kilómetros estaba reventada, y cuando ya estaba maldiciendo como una hidra, apareció tras una curva un minibús turístico cuyo conductor, que iba de vacío, paró ante mis narices y me ofreció ir gratis. Menos mal.  De todas maneras, también hay dolmus (mini buses públicos) que por 2,5 liras te llevan desde Selçuk.

Dentro de un libro. / © Lola Hierro.

Increiblemente en pie. / © Lola Hierro.

Ya sí que llego a Éfeso. Realmente no quiero describir este momento de la aventura porque no sé cómo hacerlo. Éfeso es… un lío, para empezar. A ver, está todo muy bien indicado con paneles en turco e inglés, pero el conjunto arqueológico ocupa un espacio tan grande que uno se agobia. No soy una experta en la materia como para ponerme a pontificar sobre Historia del Arte, quien quiera saber más de estas piedras, que mire una enciclopedia, yo voy a intentar contar  dar una explicación somera y más adelante elaboraré una guía práctica para visitar Éfeso sin volverse loco, algo que eché en falta cuando busqué información en internet.

Puerta de Adriano. / © Lola Hierro.

De romanos va la cosa… / © Lola Hierro.

Fundada por griegos en el siglo XI a.C a orillas del Egeo, alcanzó su máximo esplendor bajo el Imperio romano, cuando llegó a tener 250.000 habitantes. Éfeso es a Turquía como Pompeya a Italia. Antes fue ciudad portuaria, pero el exceso de sedimentación acabó por separarla de la costa. Fue destruida por los cimerios, ocupada por árabes, selyúcidas, persas, conquistada por Alejandro Magno (como todo) y redescubierta por los turcos. Fue un importantísima ciudad comercial, tiene la biblioteca más antigua del mundo, la de Celso, que en su día albergó más de 120.000 pergaminos,  y fue la primera ciudad del mundo donde se iluminaron sus calles principales y donde fue hallada la primera publicidad de la historia. Acogió a ilustres turistas como los emperadores romanos Trajano y Adriano, a Marco Antonio y Cleopatra, a Julio César y a Cicerón.

Detalles de la biblioteca de Celso. / © Lola Hierro.

La biblioteca de Celso. / © Lola Hierro.

Los pies de un romano. / © Lola Hierro.

Para muchos, Éfeso será solo otro montón de piedras rotas. Pero cualquiera con un poco de interés por nuestras raíces, por el arte, por la historia de la humanidad… notara ese hormigueo en el estómago que da cuando se está a punto de asistir a algo emocionante. Éfeso conmueve porque es muy fácil armar con la imaginación las piedras tiradas por el suelo y resucitar una ciudad próspera y vibrante, con dos ágoras, un estadio, una biblioteca envidiable, letrinas, casas de putas y avenidas repletas de puestos de especias, inciensos y perfumes.

De paseo. / © Lola Hierro.

Recinto de las letrinas. Habría quien meara en la piscina, seguro. / © Lola Hierro.

Siesta sobre capiteles / © Lola Hierro.

Es una ciudad donde se palpa tanto la vida que un día tuvo que aún se distinguen las marcas de las ruedas de los carros en las calles enlosadas junto a las vetas grabadas para evitar que la gente resbalara, o las firmas de los obreros en las piezas de piedra que tallaban para poder demostrar que habían trabajado mucho y que se merecían cobrar el sueldo. Es la ciudad de las piedras que hablan en latín y en griego, aunque no sepas qué te dicen (nunca aprendí griego y del latín de BUP no recuerdo más que el rosa-rosae). Debe ser buenísimo saber leer esas lenguas y entender todo lo que hay escrito en ellas.

Mosaico perfecto a la izquierda y vetas para evitar los resbalones a la derecha. / © Lola Hierro.

Debe ser la firma de un trabajador, por lo que entendí. / © Lola Hierro.

En Éfeso hay que tocar las piedras. Pones la mano sobre el frío mármol de un pedazo de columna, cierras los ojos y te estremeces imaginando cuántas manos se posaron ahí antes que la tuya. Hombres, mujeres, ancianos, niños, atletas, amantes, enemigos, filósofos, mendigos… hasta Julio César o Cleopatra, a lo mejor.  Cuántas historias de todo tipo han visto esas ruinas y qué poco sabemos de ellas. Y cuánto queda por descubrir porque, lo más emocionante de Éfeso no es lo que está a la vista, sino lo que permanece oculto, ya que el 80% de la ciudad está aún por excavar. Si en este 20 se ha descubierto la biblioteca de Celso, una maravilla arquitectónica perfectamente conservada, ¿qué nos estaremos perdiendo?

Piedras que hablan. / © Lola Hierro.

¿Qué dirá está? / © Lola Hierro.

Yo creo que esto es griego. / © Lola Hierro.

Con todos estos pensamientos me recorrí la ciudad de cabo a rabo dos veces, una de ida y otra de vuelta. Por el camino, además de pensar mucho, hice fotos, y me frustré bastante porque el cielo estaba nublado y no pude sacar bonitos atardeceres de mil colores como los que salen en las revistas. Por otra parte, hay muchos turistas, asique es imposible conseguir una foto en la que no salga nadie. Por eso, recomiendo integrar al guiri en la foto. Siempre encuentras personajes peculiares que merecen ser inmortalizados, como los japoneses paparazzis de gatos o el empleado del recinto que barría la arenilla como si pudiera dejar un espacio así sin una mota de polvo.

Señoras que… pasean por Éfeso. / © Lola Hierro.

Como si pudiera dejarlo todo sin una mota de polvo, el pobre. / © Lola Hierro.

Paparazzis gatunos. / © Lola Hierro.

Los gatetes posan en Éfeso. / © Lola Hierro.

Troté entre piedras milenarias durante varias horas, quizá tres o cuatro, la verdad es que perdí la noción del tiempo. Subí los 92 escalones que llevan a lo más alto del estadio y vi casi toda la excavación arqueológica desde lo alto, recorrí el Paseo del Marmol, donde los capiteles corintios, los frisos y otros restos con inscripciones en diversas lenguas descansan apilados a cada lado,  me pasé un buen rato estirando el cuello para fijarme bien en los finos relieves del techo de la biblioteca de Celso, y terminé en la otra punta de la avenida de los Curetes después de haber metido las narices en todos los espacios en los que uno podía meterla.

Desde lo alto del estadio. / © Lola Hierro.

Avenida de los Curetes. / © Lola Hierro.

Cansada y hambrienta, puse rumbo a Selçuk en un dolmus del que me apeé frente a la estación de autobuses. Simon, uno de los empleados del hostal, me había dicho por la mañana que durante todo el día habría un enorme mercado callejero. Son mi debilidad, sobre todo los de las ciudades pequeñas, porque te permiten hacerte una idea bastante precisa de cómo es la vida de la gente de allí.

Un músico y sus fans. / © Lola Hierro.

Como en España. / © Lola Hierro.

Señoras que van al mercado. / © Lola Hierro.

El mercado, en efecto, es enorme. Ocupa una plaza y varias calles aledañas, y es como cualquier rastrillo de pueblo. La parte más extensa es para los puestos de comida: frutas, verduras, quesos, aceitunas, frutos secos, dulces… todos los alimentos tenían una pinta inmejorable. Pese a que eran ya las cinco de la tarde, estaba lleno hasta la bandera de mujeres con precarios carritos de la compra fabricados con varillas de metal, madres intentando que sus niños no se desmandasen, vendedoras ofreciendo su mercancía, hombres con bigote transportando pesadas cajas de comida…

Legumbres y frutos secos desconocidos para mi. / © Lola Hierro.

Granadas con pinta brutal. / © Lola Hierro.

Un poco más lejos hay varios puestos de ropa, juguetes, calzado, artículos de hogar… pero todo esto no era tan interesante. A decir verdad, eran cosas bastante feas, muy de mercadillo en el peor sentido de la palabra. Nada de artesanía, todo de andar por casa.

Un descanso entre la mercancía. / © Lola Hierro.

Vendiendo verde. / © Lola Hierro

Un paseo, un sándwich de salami (un salami que no es de cerdo, algo raro) y una adquisición de aceitunas y pastas después,  esta cansada mujer se volvió a su hostal con intención de dormir como un bebé. La noche anterior no llegué a acostarme porque estuve de picos pardos con mis amigos en Estambul , tras el viaje en avión, en tren, la caminata por Éfeso y la excursión al mercadillo, no podía ni con las pestañas.  A las ocho de la tarde, tras una reconfortante ducha, estaba completamente dormida. Al día siguiente me tocaba madrugar para visitar un castillo de algodón a varios cientos de kilómetros de allí.

7 respuestas a «Turquía IV: Éfeso, donde las piedras hablan»

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  4. Recorramos Europa

    Como me quedaban dos entradas por leer iba a comentar directamente la siguiente, pero al leer esta no he podido resistirme. ¡Yo quiero ir ahí! He entrado en momento pataleta, en serio, las ganas que me han entrado de coger un avión rumbo a Turquia no son normales. La biblioteca es sencillamente impresionante, me pregunto qué se sentirá al verla, supongo que cuando vaya (porque pienso ir) me quedaré mirándola tres horas con la cabeza para arriba :P.
    Me encanta el blog!

    recorramoseuropa.blogspot.com

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    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Jo, muchas gracias por todos tus comentarios, me hace pila de ilusión, en serio! Cuando te animes a ir echa un vistazo a Pegassus Airlines, me salió por 82 euros ida y vuelta desde Barcelona pero vuelan a más sitios de europa. no es tan difícil venir por aquí! y claro que sí, cuenta conmigo para todos los datos prácticos que necesites. Sacaré más post relacionados con el tema, pero si te adelantas, pregúntame! 🙂

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