Turquía III – Un palacio sumergido y un tablao flamenco

Coger un avión a las seis de la mañana es una putada. Salir de un hogar calentito y acogedor a las 4 de la madrugada para llegar al aeropuerto es una putada. Pero la aventura lo merece. Hoy me marcho de Estambul porque voy a adentrarme en la Turquía profunda para:

a) Conocer algunos sitios de obligada parada como Éfeso, que es donde voy ahora.

y

b)  Continuar los reportajes que me han traído hasta aquí.  Y así estoy, a las cinco de la mañana en una cafetería del aeropuerto de Sabina Gohcen, desayunando un burek de queso y un té mientras aporreo las teclas para no quedarme frita.

Al menos hoy –por ayer- no he gastado tantas energías. Mi actividad se ha reducido a trabajar en casa de Baturay, visitar la Basílica Cisterna, frustrarme por llegar demasiado tarde para ver Hagia Sophia, deambular, confundirme de tranvía dos veces y echar la noche tomando cosas por ahí en tejados que son terrazas y tablaos flamencos en el centro de Estambul. Sí , sí, no me invento nada.

La parte de currar me la ahorro por aburrida. La visita a las cisternas ha sido un acierto; he cogido el ferry y he caminado hasta el barrio de Sultanhamet, el mismo de Hagia Sophia y la mezquita azul, hecha toda una experta, sin mirar el mapa ni una sola vez. Y hasta he improvisado un recorrido distinto con excelentes resultados. Como, además, iba con la cámara guardada, nadie me ha tomado por guiri y me he sentido muy a gusto caminando como una ciudadana más.

Hoy también nos han acosado las gaviotas en el ferry. / © Lola Hierro.

De camino a Sultanahmet. / © Lola Hierro.

Tiendas majas en mi nuevo camino. / © Lola Hierro.

Mi idea inicial era visitar el palacio Topkapi y la mezquita Hagia Sophia con el carnet de prensa para que me saliera gratis, pero he llegado tarde y me he quedado con las ganas. Resulta que Hagia Sophia cierra a las cinco en invierno, pero la venta de entradas termina una hora antes. Dato importante que yo no tuve en cuenta. Así, la que era mi tercera opción del día fue la única que me quedo. Menos mal que fue así, menos mal que tuve que elegir por narices esta visita. Estaba incluso por saltármela y ahora me alegro mucho de no haberlo hecho porque lo que he visto bajo las calles de Estambul me ha dejado a cuadros.

Un palacio sumergido. / © Lola Hierro.

La basílica cisterna o Yerebatan Sariyi (palacio sumergido) es la más grande de las 60 que proveían de agua a Estambul. Posee un conjunto de 336 columnas de capiteles jónicos, corintios y algunos dóricos que terminan en techos abovedados. Pertenece a la época del emperador bizantino Justiniano I, que ordenó su construcción en el 532. El recinto fue construido para asegurar el aprovisionamiento de agua en caso de que el acueducto de Valente (el que llevaba agua a la ciudad) sufriese un asedio. Hoy en día, el recinto está perfectamente conservado. Si no fuera por el ruido y el coñazo que dan las hordas de turistas que van a lo loco y sin respetar nada, el sitio sería perfecto. Aún así, esto no le resta encanto. Por 10 liras (5 si eres periodista), te puedes pegar un paseo muy interesante entre un verdadero bosque de rotundos pilares que hunden sus raíces en un agua oscura y misteriosa donde apenas se distinguen unos cuantos peces. La tenue iluminación, apenas unas leves antorchas enclavadas en la base de cada columna, es la clave de semejante ambiente tan sobrecogedor.

Cientos de columnas. / © Lola Hierro.

Bosque de columnas. / © Lola Hierro.

Esta resbalaba mucho. / © Lola Hierro.

Recorrer el circuito lleva, como mínimo, media hora. Y no es por su tamaño, sino porque es imposible no detenerse una y otra vez para quedarse hipnotizado con ese bosque de piedra. Al final del todo quedan los restos de dos columnas con la cabeza de Medusa tallada en sus bases. Medusa, personaje de la mitología griega, era esa mujer con la cabeza llena de serpientes. En una versión del poeta romano Ovidio, Medusa era una hermosa doncella  y sacerdotisa del templo de Atenea, pero cuando fue violada por Poseidón, el señor del mar, en el  templo, la enfurecida diosa transformó el hermoso cabello de la joven en serpientes. Las cabezas están boca abajo una y de lado la otra para anular la maldición que dice que cualquiera que ose mirar los ojos de Medusa quedará convertido en piedra.

Turisteando. / © Lola Hierro.

Trasiego turístico. / © Lola Hierro.

Medusa con unos turistas. / © Lola Hierro.

Uno de tantos que hacía fotos a Medusa. / © Lola Hierro.

Una vez fuera, he tirado algunas fotografías a Hagia Sophia con la luz de la hora azul. Como se puede ver en las imágenes, está muchísimo más bonita a esta hora, y las luces de colores que salen de la fuente que hay en el jardín que separa este templo de la mezquita azul aumenta la belleza de la foto. Momentazo Instagram, vamos.

El chico del café. / © Lola Hierro.

Aya Sophia al atardecer. / © Lola Hierro.

Momento Instagram con Aya Sofia. / © Lola Hierro.

A continuación ha sobrevenido el primero y, por suerte, único de mis desastres de hoy. Me he perdido dando vueltas en el tranvía. Pero no ha sido culpa mía, sino de una señora de la que me he fiado y  me ha confundido. Tenía que coger un tranvía y moverme desde donde me encontraba hasta Karakoi, que está cruzando el cuerno de oro y donde estaba también José esperándome. Solo eran cinco o seis paradas en línea recta. El problema es que el tranvía en el que me he subido ponía que solo llegaba hasta la parada anterior. He preguntado a una buena señora que, con toda su buena intención, me ha dicho que fuera con ella porque iba al mismo sitio. Al llegar a Eminönü, la parada anterior a la mía, hemos seguido dentro. Y nos hemos ido para otro lado. Conscientes del error, nos hemos bajado y hemos subido en otro tren que nos ha llevado de nuevo a Eminönü. Y ahí ya hemos tomado un tercero que nos ha dejado donde yo quería ir.

Dos observaciones: los turcos, o al menos lo que me han tocado en mis trenes, no ceden el paso a los que salen ni locos. Hay que empujarse con saña para salir. Segunda: sí, podía haber caminado hasta mi parada y haberme ahorrado problemas, pero había que cruzar todo el puente de cruza el cuerno de oro y, con el frío que hace, no estaba por la labor.  Vaga y friolera que es una.

Ya con José, hemos ido al centro cultural SALT de Galata, que está en la calle de los bancos. Esta vía es, como su nombre indica, donde se encuentran las sedes de muchas entidades nacionales y extranjeras. Y en el centro cultural José suele ir a trabajar. Esa era la idea pero nos hemos liado a hablar y a beber café. No he hecho fotos porque ya estaba muy oscuro, pero la planta de arriba tiene unas vistas espectaculares de la ciudad. Súper recomendable.

Hablando y hablando, nos ha dado la hora de la cena. Yo ya tenía más que claro que me iba a ir de empalmada al aeropuerto. Odio coger vuelos tan tempraneros y odio no dormir en toda la noche. Siempre digo que es la última vez. Y siempre repito. Es como lo de los autobuses nocturnos. Bueno, nos hemos adentrado en el barrio de Beyoğlu que, aunque no se podía apreciar al detalle por la oscuridad, me ha encantado lo que he intuido y he decidido que si alguna vez vivo en esta ciudad, buscaré piso en esa zona.  Los edificios son muy viejos y muy barrocos, con balconadas y chaflanes, y recuerdan un poco a un viejo París.

Mi futuro barrio. / © Lola Hierro.

Por el camino he echado el ojo a unas cuantas tiendecitas con muy buena pinta y también hemos pasado por varios locales de comida, una gran cervecería irlandesa toda iluminada… y mucho trasiego. Aquí está, entre otras cosas, el tramo de metro subterráneo más antiguo del continente europeo. Solo le gana el metro de Londres. Que se sepa que Estambul disponía de este medio de transporte antes que Madrid, París o Nueva York.

Tranvía en el centro. / © Lola Hierro.

Cervecerí modernosa. / © Lola Hierro.

Tras unas rápidas pide (pizzas autóctonas) nos hemos ido a tomar brebajes. En mi caso, un té frío, porque sigo aplicándome con mi política de no alcohol. Hemos ido a un lugar fantástico, nada turístico, que recomiendo a todo el mundo. Se llama Balkon y, a primera vista, el lugar da mucho miedito. José me ha llevado a un portal cuyo interior estaba completamente destartalado, medio en obras, sucio… parecía que me estaba llevando a que me extrajeran los órganos para venderlos en el mercado negro. Hemos tomado el ascensor más pequeño y reventado del mundo, yo no tenía muy claro de que eso pudiera subirnos cinco pisos, pero sí. Y cuando hemos llegado arriba… ¡sorpresa! Hay un bar restaurante con un ambientazo del copón, donde la gente va tanto a cenar como a beber, y con unas vistas tremendas. El local tiene un piso más: una terraza al aire libre que ocupa toda la superficie del edificio y desde la que se ve Estambul entero y verdadero. Estaba cerrada pero nos han dejado subir a mirar un rato. ¡Qué fuerte el sitio!

Tablao flamenco en Estambul. Olé. / © Lola Hierro.

La bailaora. / © Lola Hierro.

El cantaor. / © Lola Hierro.

En fin, tras unos refrigerios, nos hemos reunido con mi querido Baturay, que venía de una historia de las suyas sobre cine (no olvidemos que es el director de cortos más famoso de toda Turquía) y nos hemos encaminado a la plaza Taksim. Allí, José tenía un plan genial para nosotros: un tablao flamenco que se llama La venta del toro en el que actúan todos los viernes dos bailaores españoles con una guitarra, un cajón y toda la parafernalia. Yo, que he visto un espectáculo de estos en muy contadas ocasiones (el Sacromonte y poco más) me he visto en Estambul dándole a las palmas y al ole!, el arsa! y “la madre que te parió”. La verdad sea dicha: los tipos son fantásticos. Bueno, yo no entiendo mucho de este baile, pero transmitían pasión y mucho arte y a mi me han parecido muy buenos. Baturay estaba flipando en colores, pero me ha dicho que le ha gustado mucho.

Y tras esta peculiar velada , nos hemos marchado en un dolmus (minibús) a casuca. Baturay y su novia Bedish a descansar y yo a preparar la mochila, que entre pitos y flautas nos han dado las tres de la mañana por ahí. El resto de la historia, la típica de coger un avión: joderse con el frío, joderse con el sueño, joderse con las colas del aeropuerto y buscar cada rincón posible y ratillo de espera para echar una cabezada. Dicho esto, me voy a toda prisa porque se me va el avión. ¡Éfeso me espera!

6 respuestas a «Turquía III – Un palacio sumergido y un tablao flamenco»

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  3. Recorramos Europa

    Hola!
    Acabo de descubrir tu blog y lo poco que he leído por el momento me ha parecido interesantísimo, te felicito 🙂
    Las columnas subterráneas sencillamente impresionantes, no conocía el lugar pero me lo apunto para mi futuro viaje a Istambul.
    Te sigo!
    Un saludo

    recorramoseuropa.blogspot.com

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    • Lola Hierro Autor de la entrada

      hola! muchas gracias, me gusta que te guste! Aún me falta mucha info por publicar de Turquía, me encuentro en pleno viaje! Si tienes cualquier duda, puedes escribirme y a l mejor te puedo ayudar. un saludo!

      Responder

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