Con el sol pegado a los talones por el Maasai Mara

Son las siete y media de la mañana y aquí me encuentro, totalmente despejada (aunque un café no me vendría mal) y sentada en el porche de mi casita de madera, envuelta en una manta de cuadros. Tengo el portátil en las rodillas y aunque escribo, cada dos por tres levanto la vista para mirar el sol, que está elevándose rápidamente, como siempre pasa por estas latitudes en África. Lo entreveo detrás de las ramitas de los árboles que rodean mi cabaña, que parece la del tío Tom. Llevo dos días en este pueblo, Sekenani, a las puertas de la reserva nacional del Maasai Mara, y estoy absolutamente feliz.

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Vista del Valle del Rift, de camino al Maasai Mara. / © Lola Hierro

 

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Desde antes de entrar a la reserva del Maasai Mara ya encuentras algunos animalitos. / © Lola Hierro

 

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Con todos ustedes, Lenard, un guía de diez. / © Lola Hierro

El Maasai Mara era mi asignatura pendiente. Es el destino turístico más famoso de Kenia y ahora que lo conozco entiendo la razón, porque deslumbra, te deja sin aliento desde que pones el pie aquí por primera vez. Está en el suroeste del país, pegado a la frontera con Tanzania. De hecho, no hay frontera física, no es más que una raya en el mapa, y continúa en el lado tanzano con otro nombre también muy conocido: Serengeti. El lado keniano tiene 1.510 kilómetros cuadrados que acogen a toda clase de fauna salvaje. Y doy fe de que es así porque en día y medio hemos visto todos los animalicos habidos y por haber.

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El guepardo es uno de los animales más difíciles de encontrar. Nosotras dimos con cuatro juntos. / © Lola Hierro

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Este felino manchado cuyo nombre no recuerdo es una rareza también. A nosotras nos hizo detenernos en esta pista y posó para la foto. / © Lola Hierro

Llevamos dos días recorriendo las pistas de este parque y sorprendiéndonos cada minuto. Nuestro guía, Lenard, y nuestro conductor, Rono, se lo han currado de verdad y gracias a su pericia hemos visto cuatro de los llamados Cinco Grandes (león, elefante, búfalo, rinoceronte y leopardo, el que nos ha faltado), además de otro montón de mamíferos, aves y reptiles como jirafas, cebras, ñus, impalas, elands, hipopótamos, cocodrilos, facóqueros, guepardos… Hace rato que perdí la cuenta y tengo que revisar las fotografías para acordarme de todos.

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El búfalo, uno de los cinco grandes. / © Lola Hierro

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Unas jirafas muy presumidas, parecían modelos posando. Como esta, tengo unas cuantas fotos más de ellas en diversas posturas. / © Lola Hierro

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Un facóquero o, más fácil, Pumbaa, el amigo de Simba en la peli ‘El rey león’. / © Lola Hierro

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El Maasai Mara es el lugar más turístico de Kenia. Las mujeres masai lo saben y abordan las furgonetas cargadas de turistas para venderles abalorios fabricados por ellas mismas. / © Lola Hierro

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No quiero comprar nada, prefiero hacer fotos a pajaritos como este, de mil colores. El interior de sus alas es azul intenso y verlo volar, una maravilla. / © Lola Hierro

No hemos tenido más que un día y medio, pero ha cundido. El primero de ellos comenzamos a las dos de la tarde, después de un viaje en coche de cinco horas desde Nairobi, la capital. Son solo 250 kilómetros: los primeros discurren por una carretera decente que atraviesa el Valle del Rift y deja unas vistas imponentes. Por cierto que en las zonas de la carretera con vistas panorámicas existen docenas de puestecitos de recuerdos regentados por masais (o eso dicen) que venden mantas de cuadros, pieles y artesanía variada. Ni pregunté los precios, no quiero andar comprando todo el santo día.

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Una pareja de ñus. Están por todas partes. Unos cuatro millones cruzan en esta época el río Mara. Es la gran migración que tiene lugar cada año. / © Lola Hierro

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Las cebras acompañan a los ñus en la gran migración. Esta también tenía madera de top model. / © Lola Hierro

El último tramo para llegar hasta el Maasai Mara es el complicado: una vez llegados a Narok, la última ciudad grande antes de adentrarte en la nada, hay otra carretera que cubre un tramo de 83 kilómetros y es toda de piedras y arena, y en tan malas condiciones está que completarla nos llevó otras dos horas. Llegamos a Sekenani, nuestro pueblo por ahora, cubiertas de polvo, agotadas y con el culo dolorido de tanto bote. Las personas asmáticas o con alergia al polvo lo deben pasar mal en temporada seca aquí. David, nuestro chófer, nos ha explicado que el Gobierno nacional se ha comprometido a arreglarla a partir de septiembre después de que el mes pasado tuviera lugar una protesta en Narok y los trabajadores del sector turístico que van y vienen a menudo por esta vía la cortaron durante cuatro horas. Estando septiembre a la vuelta de la esquina, me extraña que no estuviera presupuestada ya, así que o es eso o es que no van a hacer nada, pero a saber… El tiempo dirá.

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Estos paisajes desoladores a mí me chiflan. Parece el lejano oeste (y lo es). / © Lola Hierro

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La carretera que une Narok con Sekenani (puerta de entrada al Maasai Mara) está en pésimas condiciones. Cuando tomé esta foto estábamos en uno de los mejores tramos, y aún así la polvareda y los botes eran constantes. / © Lola Hierro

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Esto apareció en medio del idílico paisaje del Rift. / © Lola Hierro

Lo bueno de recorrer esta distancia tan larga y penosa es el premio durante y después de ella. Durante porque no hay nada que me guste más que observar la vida al borde de las carreteras africanas. Los puestos minúsculos donde se vende desde arroz a cuchillas de afeitar. Los niños saludando a tu paso. Las mujeres con bebés a cuestas yendo de un lado para otro, los señores en bici cargados con mercancía inimaginable, los puestos de fruta, las casas cubiertas con publicidad pintada sobre los muros con colores brillantes, las polvaredas que levantan los rebaños de vacas y cabras con el pastor (masai o no) detrás de ellas…

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Vida en los márgenes de la carretera: mujeres y niñas caminando hacia no se sabe dónde. / © Lola Hierro

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Vida en la carretera: la nada y un chaval en ella. / © Lola Hierro

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Vida en la carretera, donde están los mejores puestos de fruta. / © Lola Hierro

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Vida en la carretera: los rebaños sempiternos de una región masai donde predomina la ganadería. / © Lola Hierro

El otro regalo es el propio Maasai Mara, un lugar que te devuelve a tu sitio, que te recuerda lo más básico de la naturaleza humana y animal, que desvela ante tus narices la grandiosidad del ciclo de la vida. Bondad, maldad, supervivencia, coexistencia, vida, muerte, juego. Una no deja de sorprenderse cuando ve cebras pastando a apenas 50 metros de una leona, tan tranquilas. Seguro que saben que pueden ser cazadas de un momento a otro, pero la depredadora está dormida y no hay nada que temer, no se alejan para protegerse. Cuando la leona quiera cazar, comenzará un juego que parecen tener asumido. Es lo que toca.

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Un avestruz macho (las hembras son más claras) de paseo por el Maasai Mara. / © Lola Hierro

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Un zorrillo, pero no recuerdo la especie concreta, muy madrugador. / © Lola Hierro

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El ciclo de la vida en vivo: buitres a punto de devorar los restos de lo que un día debió ser un ñu o una gacela. / © Lola Hierro

Ejemplos como este se ven a cada paso en cualquier reserva natural de Kenia o Tanzania, y el Maasai Mara no es una excepción. Y, además, cuando todo esto se ve bañado por la luz del amanecer o del atardecer, se dibujan estampas espectaculares. Creo que cuando más he disfrutado ha sido al hacer fotos a las seis y media de la mañana en medio del parque, que empezaba a desperezarse y lucía dorado todo él: animales, árboles y nosotros mismos. Hasta los todoterrenos que circulan por las pistas del parque se ven bonitos.

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Amanecer en Maasai Mara, cuando hasta el culo de los coches es bonito. / © Lola Hierro

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Amanece en el Maasai Mara y yo no me creo esta luz. / © Lola Hierro

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Y aquí lo contrario: atardecer sobre Sekenani y alrededores. / © Lola Hierro

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Sigo sin creerme que yo haya visto y fotografiado esta puesta de sol. / © Lola Hierro

Solo con el paisaje ante nuestros ojos me ha compensado venir hasta aquí, pero es que encima he tenido la enorme suerte de encontrar cientos de animales y escenas dignas de un documental de National Geographic. Uno de los momentos más interesantes ha sido cuando nos encontramos un rinoceronte negro herido. De primeras, ver uno de estos ejemplares es tener muy buena suerte, pues quedan poquísimos (unos 2.500, de los que el 20% están en Kenia). Nos lo encontramos de repente, a apenas cinco metros de nuestro vehículo. Pero tenía sangre en una pata y un corte similar a los causados por flechas, nos ha explicado Lenard, nuestro guía, quien también aseguró que muy posiblemente fuera culpa de algún furtivo. El animalito ha tenido suerte de que le encontráramos, pues Lenard y Rono, que son dos tipos muy responsables y con un evidente amor por su trabajo, llamaron inmediatamente al Kenyan Wildlife Service (algo así como la agencia protectora de la fauna salvaje). Les dimos las coordenadas para que vinieran a socorrer al rino y nos quedamos quietos en la carretera hasta que llegaron.

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Lenard y mi madre, profundizando sobre el rinoceronte negro. / © Lola Hierro

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Atención, rinoceronte herido. / © Lola Hierro

Llegados a este punto he de contar una cosa que no me ha gustado nada. Durante la espera, que duró una media hora, llegaron dos vehículos más con los distintivos del hotel Sentrim Mara cargados de turistas, debían ser familias o de un safari en grupo. Les indicamos donde estaba el rinoceronte, que apenas se veía ya porque se había colocado detrás de un arbusto y estaba comiendo hojas plácidamente. En los parques y reservas naturales, los vehículos tienen prohibido salirse de las pistas y carreteras porque molestan a los animales, aplastan los pastos y destruyen la flora con las rodadas. Infringir esta norma está castigado con multas de 100 dólares a cada uno de los ocupantes del coche. Pero los conductores de estos dos hicieron caso omiso y se adentraron en la zona de pastos para que sus clientes vieran mejor al animal. Me pareció fatal, la verdad. Qué pena que no les pillaron y les multaron.

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Los todo terrenos deben circular siempre por las pistas destinadas a tal fin, nunca fuera de ellas. Aquí se ve muy bien. Por cierto, a la derecha el campo se quemó a propósito para renovar la tierra y los pastos. Pero qué miedo como se les vaya de las manos… / © Lola Hierro

 

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Es importante no destrozar los pastos y arbustos con los coches para jirafas y demás puedan vivir a sus anchas. / © Lola Hierro

 

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Estos chilenos aparcaron sus motos en el hotel y me los encontré metidos en un todo terreno por el parque. Así, sí. / © Lola Hierro

Además de casi tropezarme con un rinoceronte negro, hemos vivido otro momentazo de película en el río Mara. Hasta allí nos fuimos para intentar pillar la gran migración de los ñus, que es en julio y agosto. Para quien no lo sepa, este es uno de los fenómenos más impresionantes de la naturaleza, es el mayor movimiento migratorio animal del mundo: moviliza a unos cuatro millones de ejemplares de estos mamíferos, pero también de cebras y gacelas Thomson.

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La gran migración nos pasó por delante. / © Lola Hierro

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Estas no tenían mucha prisa. / © Lola Hierro

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Literalmente, por delante. Son muy tontainas los ñus y no se quitan de en medio hasta que no tienen el morro del coche pegado a su culo. / © Lola Hierro

Se empiezan a mover en mayo y cubren una distancia de unos tres mil kilómetros durante la que mueren unos 500.000 ejemplares de media. Los animales se van acumulando a orillas del río Mara, se lo piensan mucho, y cuando son demasiados acaban cruzando en masa. Pues bien, nos perdimos el espectáculo por los pelos. Fuimos al río rodeadas de estos animales, que correteaban, brincaban y se cruzaban constantemente con nosotros, todos en la misma dirección. Nos sentíamos esperanzadas porque unos españoles que conocimos el día anterior en el hotel nos dijeron que ese día habían visto que una buena manada estaba a punto de cruzar. Cuando llegamos, no encontramos ni un solo ñu y dimos por hecho que ya se habían marchado. Luego nos enteramos de que el cruce fue media hora después de nuestra llegada pero cuatro kilómetros río arriba. ¡Qué rabia me ha dado!

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Unos despistados. / © Lola Hierro

 

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El Mara, un poco escaso de agua por esta parte. De ñus y cebras, ni rastro. Estaban cuatro kilómetros río arriba. / © Lola Hierro

Al menos tuvimos compensación, que era lo que quería contar al principio de esta parrafada: a la llegada al Mara no encontramos ñus ni cebras, pero sí un espectáculo atroz: siete feroces cocodrilos devorando el cadáver panza arriba de un hipopótamo. Letal. Cualquiera pensará que soy una sádica, pero lo cierto es que no pude dejar de mirar por los prismáticos, grabar vídeos y hacer fotos. Lo más morboso de la escena, no obstante, es que el banquete de los reptiles tuvo lugar a apenas cinco metros de un buen grupo de hipos vivos a quienes no parecía importar que un compañero suyo estuviera siendo descuartizado ahí mismo. Y tampoco les debía preocupar mucho convertirse en el siguiente plato. ¿Cómo podían estar tan panchos? Misterios de la naturaleza.

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Hipos descansando muy plácidamente. / © Lola Hierro

 

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Después de haberse puesto las botas con el cadáver de un hipo, este cocodrilo se pasea por delante de otros dos. ¡Y no pasa nada!. / © Lola Hierro

En cuanto al festín, fue aterrador. Los cocodrilos sufrían para arrancar pedazos de carne del fiambre, que tenía toda la garganta abierta. Pero no era tan asqueroso como uno pueda imaginar, pues al estar en el agua no se veía sangre por ningún lado. El hipo estaba muy hinchado y con las patas moradas, pobrecito, y sus asesinos hincaban los dientes donde podían y, ayudados por su fuerte cola, se retorcían sobre sí mismos con furia para arrancar la carne. En fin, una barbaridad.

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Festín. Siento si la foto da asco a algún lector o lectora, pero… ¡tenía que enseñarla! ¿No es tremendo?. / © Lola Hierro

Algo que me ha sorprendido del Maasai Mara es no haber encontrado apenas elefantes. ¿Dónde estaban? En dos días tan solo vimos una manada a lo lejos un día y un macho solitario al siguiente. Este, muy graciosillo, decidió plantarse frente a nuestro coche y caminar por la carretera muy despacio. Si nos acercábamos un poco más de la cuenta, se detenía y daba la sensación de que iba a darse la vuelta y venir a por nosotros. En ese momento me hacía mucha gracia, luego me he enterado de que este es el animal al que los habitantes de Sekenani y alrededores temen más. «Un león te ve y si en ese momento no tiene hambre o no quiere cazar, sigue su camino. Pero si un elefante te detecta, estás muerto», me ha contado hace un rato el director de un colegio de primaria de este pueblo.

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Señor elefante solitario acechándonos. / © Lola Hierro

Este señor me explicaba, entre otras cosas, que una de las mayores necesidades de la escuela es una valla eléctrica para evitar que los paquidermos entren al recinto y ataquen a los niños. ¿Pero esas cosas pasan? Vaya que sí. Sin ir más lejos, el pasado 18 de julio un elefante mató a un señor en los alrededores de Sekenani. «Era un vecino que llegó un poco borracho a casa y su mujer no le dejó entrar. Debió decidir irse a dormir a una zona de bosque y ahí se topó con el animal», nos ha contado el director. «Este le cogió con la trompa, le subió por los aires, le arrojó contra el suelo y luego lo pisoteó repetidas veces. Días después, las hienas le encontraron y solo dejaron de él media pierna derecha y el intestino delgado», relataba el maestro muerto de risa, por cierto. Yo no sé si es verdad, he buscado la noticia en internet y no he encontrado nada, si bien es verdad que me la han narrado de manera casi exacta diversas personas de este pueblo.

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Sekenani city, un pueblo amenazado por elefantes, leones y demás fauna salvaje. Pero viven tan pichis. / © Lola Hierro

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Durante el atardecer, está así de poco poblado. / © Lola Hierro

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Elefantes a la vista. Que no me vean, que no me vean… / © Lola Hierro

Sea como fuere, el caso es que a mí los elefantes me caen muy bien y me gusta mucho verlos, aunque ni se me ocurriría bajarme del coche para acercarme a uno de ellos. Ni de ellos ni de ninguna otra especie, vamos. Por eso, cuando Lenard nos ha propuesto hacer un picnic debajo de una acacia me ha dado un poco de rollo, pero bueno, nos hemos liado la manta a la cabeza y no nos ha pasado nada.

No me canso de esta clase de viajes. Es cierto que son algo caros para un bolsillo mochilero, pero merece la pena hacer un esfuerzo económico, aunque sea una vez en la vida. Además, hay opciones para los viajeros más humildes. Supongo que acabaré escribiendo una guía con recomendaciones para todos los bolsillos, es decir, del precario al burgués bajo, porque yo no conozco nada más allá de esas categorías. Me da mucha pena que se me haya acabado el paseo por el Maasai Mara porque ha sido precioso, pero sé que voy a volver tarde o temprano. Entre otras cosas, porque aún tengo una asignatura pendiente con Kenia: ya he conseguido avistar leonas, pero todavía me queda toparme con el rey de la selva, un león macho. Nunca me he encontrado con uno pero seguro que son preciosos. Yo soy Leo (y tengo melena también). Está claro que nos entenderemos muy bien.

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¡Por fin vi una leona! Y así me recibió… / © Lola Hierro

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Las leonas son los animales más bonitos de la sabana y quien diga lo contrario, miente. / © Lola Hierro

Aunque me falta el grandullón, me marcharé de Maasai Mara más que satisfecha. No solo por la cantidad de animales que he tenido la suerte de contemplar en libertad, tan felices, sin ser esclavos de circos, zoológicos y a merced de humanos que los martirizan. Aquí viven a sus anchas, el intruso eres tú de hecho, y es hermoso. Pero aún así, aunque no hubiera visto ninguno estaría contenta igual, porque esta reserva natural es una maravilla allí donde se mire. De hecho, he disfrutado por igual las concentraciones de ñus como los paisajes solitarios, donde tan solo un árbol en medio de la nada ya compone un cuadro casi onírico. A las imágenes me remito.

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Naturaleza inhóspita y maravillosa. / © Lola Hierro

 

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Más naturaleza inhóspita, qué belleza. / © Lola Hierro

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La tierra en barbecho y este avestruz me dejaron una foto genial. / © Lola Hierro

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¿Y cómo lograste vivir, árbol?. / © Lola Hierro

Otros capítulos de este viaje:

*Sigue este enlace para ver todas mis fotos del Maasai Mara

14 respuestas a «Con el sol pegado a los talones por el Maasai Mara»

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  2. fofi jones

    Me has puesto los dientes largos con este post! Primero de todo, decir que me encanta tu blog y que llevo siguiéndote al día tu ruta por África. Segundo, gracias por recomendar la web de SafariBookings, no la conocía y ha sido un jarro de agua fresca para mi, ya que viajo de mochilero y en la mayoría de agencias que he buscado los precios son abusivos.

    En julio viajaré a Kenia durante dos semanas, y a pesar de buscar agencias en SafariBooking, me gustaría que me recomendaras tu alguna. La idea es hacer Masai Mara y Samburu en 6 días aproximadamente, pero no encuentro ningún tour que haga un pack con estos dos parques solamente, sabes si es posible hacerlo?

    La siguiente semana es irme hacia la costa keniata, como voy justito económicamente, la idea era ir en matatu o en el llamado «tren lunático» que hace la ruta Nairobi-Mombasa. Sabes cuanto puede salir de precio el viaje tanto en Matatu como en tren? He visto que los billetes de avión a Lamu salen por unos 60 euros… así que no se que hacer exactamente, si ir a Mombasa y de allí bajar a Diani Beach o ir directamente a Matatu y quedarme por allí al norte. A ti que te gusta más? se puede hacer toda la costa en una semana? Que me recomendarías?

    Lo siento por las preguntas, se que es difícil responder algunas cosas xD Ante todo, gracias por toda la información que escribes en tu blog, sigue así!!

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    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Hola Fofi Jones, te agradezco tu comentario, aunque no puedo ayudarte mucho porque me preguntas cosas que son más bien para una agencia de viajes. Yo recomiendo solo las cosas que conozco, así que te remito a las empresas de safari que he contratado, las que menciono en mis post y cuyos nombres ahora no recuerdo. Y en cuanto al resto, ni idea de los packs esos de parques, la verdad, y tampoco sé muy bien. Personalmente iría en avión a Lamu y de ahí a Malindi en otro vuelo y luego me movería en transporte local. De precios de matatus y del tren lunático no tengo ni idea. Un abrazo

      Responder
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