Príncipe Pío: la estación que nadie quiso

Abres los ojos, agudizas el oído. Por el lado izquierdo: luz, ruido, cines, comida rápida, publicidad, alboroto. Por el lado derecho: silencio, abandono, vacío, escombro, polvo. Desasosiego. El contraste resulta absurdo. No es el escenario de una novela de ficción, sino uno muy real. Miles de madrileños pasan cada día por él, sin reparar en el inquietante entorno que les envuelve. Es la cabecera de la estación de Príncipe Pío, en pleno centro de la capital, junto al río Manzanares, e inexplicablemente abandonada desde hace 14 años.

Se trata de un mismo edificio cuyas dependencias han corrido una suerte muy distinta. El primero de ellos, situado en el paseo de la Florida, se levantó a finales del siglo XIX para albergar las líneas de tren destinadas a comunicar la capital con el norte de España.  El segundo, que comprende la parte frontal y los dos torreones que dan a la Cuesta de San Vicente, fue construido en 1928 para dar cabida a la terminal de llegadas. Tras un periodo de esplendor, la Guerra Civil y la construcción de la estación de Chamartín en 1967 sentenciaron a muerte la vieja Estación del Norte, que en los años noventa acabó por echar el cierre definitivo. El primer edificio, sin embargo, fue rescatado del olvido y se transformó en 2005 en un centro comercial vanguardista y resplandeciente, completado con las modernas instalaciones de Metro y cercanías de Renfe.

La zona renovada con un intercambiador de Cercanías de Renfe y un moderno centro comercial. / © Lola Hierro

La cabecera no corrió la misma suerte. Fue declarada Bien de Interés Cultural por su innegable valor histórico y arquitectónico, tuvo muchos novios, y todos querían convertirla en un grandioso teatro. No era para menos, debido a su impresionante arquitectura de estilo neoclásico francés mezclado con elementos modernistas, a sus altos torreones coronados por esbeltas cúpulas, y sobre todo a su amplísimo interior de 6.800 metros cuadrados. Pero al final quedó soltera, después de una interminable saga de juicios, proyectos fallidos y contratos de toda índole.

A grandes rasgos: Las competencias sobre el inmueble pertenecen al Administrador de Estructuras Ferroviarias (Adif), entidad pública dependiente del ministerio de Fomento. Hasta 2009, lo gestionaba conjuntamente con Riofisa, una empresa dedicada a la explotación de espacios ferroviarios que ha modernizado otras estaciones como Plaza de Armas en Sevilla, Vialia Estación en Salamanca o  la de María Zambrano en Málaga.

La parte delantera se utiliza como aparcamiento para los empleados de Renfe. / © Lola Hierro

En 1998, el empresario Luis Ramírez pone por primera vez sobre la mesa la idea del teatro, idea a la que se suma rápidamente la SGAE. Firmaron un contrato,  pero pasó el tiempo y no se presentó proyecto alguno dentro del plazo establecido, así que Riofisa rompió ese acuerdo y pactó con Stage Holding, una famosa productora de musicales que tiene en su haber éxitos como El Rey León o Cabaret.

Estos, en 2005, anunciaban a bombo y platillo su propuesta: un teatro al estilo de Broadway con capacidad para 1.674 butacas y  con una inversión de 26 millones de euros que estaría listo en 2007.  Mientras, la SGAE pleiteó, recurrió, perdió, y aún así volvió a presentar otro proyecto también en 2007. Porque ese año la estación seguía como estaba: muerta de asco. De estos dos proyectos no se volvió a saber nada, y la siguiente noticia que se publicó en la prensa fue en 2009, para informar de que Riofisa dejaba la estación en manos de Adif, y por tanto, de Fomento.

El motivo por el que Stage desapareciera del mapa fue, en palabras de Enrique, portavoz de la compañía, porque la estación era un espacio de alta protección y las obras que la compañía necesitaba acometer iban en contra de esa protección. «Además, era muy compleja la estructura de permisos porque dependía de tres administraciones. Todo junto hacia el proyecto para Stage o cualquier operador, inviable en lo práctico por la sorprendente, pero real, protección del perímetro y por el coste», asegura.

El patio delantero suele estar cerrado. / © Lola Hierro.

Actualmente, el gestor único vuelve a ser Adif. Son los responsables de conservarlo, aunque no tienen la obligación de darle un uso concreto. La entidad asegura que “se están realizando los estudios necesarios para definir las líneas generales de un proyecto de rehabilitación integral”. Sería una magnífica noticia si no fuera porque esta es la misma información que Adif ya dio a la prensa en 2009 y en 2011. Es más, desde el Ayuntamiento de Madrid, un directivo vinculado a Urbanismo discrepa: “No se va a hacer nada de nada, si había algún estudio está completamente parado”, afirma un alto cargo del consistorio. “Es por culpa de los recortes –asegura- pero desde Adif nunca lo van a reconocer”.

Un reloj por el que no pasan las horas. / © Lola Hierro.

Jorge y Lucas, dos empleados de esta empresa que trabajan en la parte restaurada, coinciden con esta afirmación: “No hay dinero ni para pagar las nóminas, así que no creo que se vayan a poner a arreglar nada por aquí”, comentan. Ambos utilizan el patio frontal para aparcar sus vehículos, igual que hace el resto del personal. Es el único uso que se está dando al recinto. Ese y el de escenario eventual para trabajos audiovisuales. Álex de la Iglesia eligió la espectral estación para rodar algunas escenas de Balada triste de trompeta. Melendi grabó en 2011 su videoclip Perdóname Ángel, y el fotógrafo Rubén Morales tomó unas instantáneas para un proyecto particular, previo pago de cien euros. Para todo lo demás, el acceso al inmueble está absolutamente prohibido.

Abandono. Los grafitis han llegado hasta las cúpulas. / © Lola Hierro

La historia es una de las más grotescas del patrimonio madrileño, y 14 años después de que se planteara el primer proyecto, este gigante arquitectónico sigue condenado a la más absoluta indiferencia, en completo desuso y rozando el estado de ruina. Sus otrora modernas estructuras de hierro lucen polvorientas, la mayoría de los cristales están rotos, las heces de paloma y el olor a orín espantan a quien se acerque, y los grafiteros no han perdonado ni un solo muro, llegando con sus pintadas hasta lo más alto de las cúpulas. Así permanece la vieja estación del norte, solo acompañada por  su enorme reloj que ya no da la hora. Una isla de soledad en medio de un mar de gente.

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