Orangutaneando en Bukit Lawang

Quién me iba a decir que mi mejor experiencia del momento iba a ser fruto de la pura casualidad. He visitado el Parque Nacional Gunung Leuser, en el tercio norte de Sumatra, uno de los pocos lugares, junto con Borneo, donde aún pueden encontrarse orangutanes viviendo en libertad en plena jungla.

Niños saliendo de la escuela.

No pensaba ir ya que tengo mi estancia en Indonesia muy limitada porque el 23 de marzo he de coger un vuelo a Singapur, y todavía me queda bajar hasta la isla de Lombok, más allá de Java y Bali. Pero los amigos que conocí en Tuk Tuk, los ibicencos Mari y David, me recomendaron muchísimo que fuera a hacer un trekking por la jungla. Tales fueron las maravillas que me contaron que cogí la mochila y volví a poner rumbo al norte, hacia el pueblecito de Bukit Lawang.

La llegada fue tan penosa como de costumbre en estos países: miles de horas en autobuses de todo tipo y con gente por todas partes, conductores caraduras, intentos de timo cada dos por tres… pero ya me voy acostumbrando y no me lo tomo a mal. De hecho, aprovecho el inciso para decir que las gentes indonesias me han conquistado con su amabilidad, su fácil trato y su cariño. Los hay que se portan así para sacarte algo, pero también hay muchísimos que te quieren ayudar de forma desinteresada.

A este segundo grupo de personas pertenece Ali. Él ha sido mi guía por la jungla, y pese a que podía haberme liado con mil historias, me ha demostrado que posee una honradez y un corazón que no le cabe en el pecho. Gracias a él, ahora Bukit Lawang y el Gunung Leuser se han quedado con un pedacito de mí

Conocí a Ali en un bemo -tipo de autobús pequeñajo y cutre- atestado de gente, camino del parque nacional. Al igual que otros guías que ya me habían hablado, él se presentó como tal. Lo que me convenció para elegirle fue, por una parte, un álbum de fotos y cartas de recomendación que me enseñó donde turistas que han estado con él antes le ponían por las nubes. Y además, la franqueza de su mirada. Mi madre me dice que una mirada lo dice todo, y yo  me dejé llevar por ese consejo. No me equivoqué.

Aldea de Bukit Lawang, que aún se recupera de las inundaciones que dejaron 300 muertos.

A todo esto, he de señalar que lo del guía no fue capricho sino que es obligatorio contar con uno para entrar en la jungla. Cuando llegué a Bukit Lawang, Ali me ayudó a encontrar mi hostal, un encantador complejo de dos cabañas enormes repletas de habitaciones con porche en la planta superior de cada uno. Pertenece a una mujer llamada Nora, a quien ayudan un grupo de chavales de unos 20 años. Como uno de ellos me dijo, son los niños de la jungla. El hostal está al pie del río, que tiene unos rápidos vertiginosos, y se encuentra tan cerca de la selva que he podido ver monos saltando de árbol en árbol con solo levantar la mirada. Incluso alguno ha conseguido meterme miedo. La mayoría se escapan hacia el interior de la jungla cuando ven a humanos cerca, pero hay otros muy desvergonzados que, no solo no se asustan, sino que intentan amedrentarte para conseguir lo que les interese, generalmente comida. Hubo uno que me miró de una manera tan amenazante que me obligó a dejar en el balcón la manzana que me estaba comiendo y encerrarme en mi cuarto. Soy una cobarde, lo sé.

Bichejo indonesio. Soy una cobarde, también me daba miedo, casi más que los monos.

Pero volvamos a la aventura. Dadas mis circunstancias, acordé con Ali el trekking más económico: un día entero por la jungla para intentar ver orangutanes. Fueron 50 euros con almuerzo incluido. Las excursiones más caras, de todas maneras, cuestan unos 200 euros pero te llevan una semana entera a vivir a la jungla, con avistamiento de tigres y elefantes. Aquí tuve una muestra más de su buena fe, ya que le confesé que no llevaba tanto dinero encima pensando que habría un cajero por ahí (craso error… ¿desde cuándo hay cajeros en la selva?). Él me dijo que le podía pagar cuando volviese a la ciudad de Medan, a tres horas de allí, y que a él no le importaba hacer el viaje conmigo. Además, me incluyó en el precio de la excursión el descenso por los rápidos en neumáticos hinchables, algo que por lo general tiene un coste extra.

Ali, mi guía: un diamante en bruto.

Al día siguiente, bien temprano, quedé con él. Al principio llovió y pensé que no vería orangutanes, pero Ali me cogió por banda y me llevó por unos caminos diferentes, por donde no iban otros guías. Nada de orangutanes, monos… nada de nada. Eso sí, la selva nos pareció una auténtica pasada.

La jungla está llena de palmeras: un atropello al medio ambiente.

Ali me contó muchísimas cosas sobre este lugar. Por una parte, resulta que él no es un simple guía sino que es el manager de la zona de un proyecto llamado “Green Life”, comandado por unos checos y con financiación europea e indonesia. Se dedican a intentar parar la brutal deforestación que está sufriendo la jungla por culpa de las plantaciones de palmeras y de los llamados “rubber trees” o palmas aceiteras. Tanto el aceite de palma como el pegamento que se obtiene son una importante fuente de ingresos para la población local, pero esto ha dado como resultado la pérdida de casi un 70 por ciento de la jungla de Sumatra, lo que a su vez ha reducido el numero de orangutanes, ahora en peligro de extinción, que pierden su espacio natural para vivir. De este proyecto de Ali y de la recuperación de la selva hablaré en un próximo capítulo, porque me ha parecido un asunto muy interesante y digno de toda la atención del mundo.

¡Orangután a la vista!

En fin, mi guía, debido a su preparación, a lo involucrado que  está en este proyecto y sobre todo, a su más que evidente amor por la madre tierra, me contó millones de cosas. Me enseñó cómo las hojas del árbol llamado Wild Cinammon o canela salvaje, curan la diabetes. Vi más plantas medicinales, como una que cogió para curarme las picaduras de mosquito. Y funcionó.

También me mostró a unas enormes hormigas, llamadas «hormigas limón», a las que se les arranca el culo –sin que sufran daño pues les crece otra vez- porque sabe a esa fruta. Se comió dos ante mi mirada atónita. Son unos bichos enormes, tan grandes como medio dedo meñique.  Me obligó a pegar la oreja a un árbol enorme al que le salía una especie de manguera del tronco: eso lo construyen las termitas y por ahí entran y se comen el árbol entero desde el interior. Lo que se escucha dentro es como un mundo aparte, un rumor de una ciudad pequeñita o algo así.

Hormigas limón.

También me llevó hasta dos árboles muy curiosos: uno es el “árbol brújula”, llamado así porque le crece una raíz con forma de espolón siempre señalando el este. El otro se llama Damar y es enorme y altísimo, el más alto que jamás he visto.

Pero eh, esto no fue todo. ¡Al final vi orangutanes! Ocurrió de la forma más tonta. Paramos para descansar un rato y comer algo de fruta. Bueno, pues fue sacar unos plátanos  y apareció de repente un orangután hembra que se nos fue acercando de árbol en árbol como quien no quiere la cosa. Le fuimos dando la preciada fruta poco a poco y al final la tuvimos tan cerca que ella misma nos los cogía de la mano. ¡Fue increíble! Creo que jamás olvidaré esos momentos, tan cerca de un animal tan parecido a nosotros, con esa mirada tan expresiva, y a la vez, tan peligroso como puede llegar a ser. Fue un subidón tremendo.

Esta se comió todos los plátanos en dos minutos.

Es taaaan mona. Tiene mirada humana.

Esto no fue todo. Tras otro rato de marcha vimos cruzar el tucán más grande que nadie se pueda imaginar por delante de nuestras narices. Fue tan fugaz que no me dio tiempo ni a sacar la cámara. Pero qué bonito, qué majestuoso fue. Como estar en el jardín del Edén.

Llegó la hora de la comida y  Ali me dio el nasi goreng (arroz frito con verdura y huevo) más sabroso que he probado, quizá fue porque en el campo todo sabe mejor, como dicen las madres, pero sí, me supo a gloria. Eso y la cantidad de fruta que comimos: mangos, fruta de la pasión, más plátanos y piña. ¡Cómo voy a echar de menos la comida indonesia cuando vuelva a España!

Ali alimentando un mono punki.

Y una vez seguimos la marcha, volvimos a dar con otro amiguito: un mono punki (ahora no recuerdo el nombre técnico). Se llama así porque tiene el pelo de la cabeza de punta. Era guapísimo, y nos abordó por lo mismo que la orangután: ¡el olor de los plátanos no deja a nadie indiferente! Éste se puso tibio a fruta y cacahuetes . Tenía unas manitas súper suaves y los cogía de forma muy delicada. Pasamos un rato muy divertido con este mono, pero el muy desgraciado no se fue sin cagarnos y mearnos encima desde lo alto de una rama a la que se volvió a subir cuando no hubo más comida. Suerte que no nos dio a ninguno.

¡Qué gracioso su peinado!

Y así fue la recta final de nuestra aventura. Desde este momento todo fue bajada a través de la jungla hasta el centro de alimentación de los orangutanes, donde ví llegar hasta seis ejemplares para recibir leche y más plátanos que los guardas del parque les habían llevado.

Y de ahí, al río, donde nos esperaba un señor de la aldea muy amigable para realizar el descenso prometido por Ali. Esto sí que fue una pasada. Primero, porque cuando me estábamos dando un remojón antes de coger los flotadores, aparecieron nada menos que doce macacos más atraídos por la fruta que Ali se estaba comiendo. Les tuvimos entre nosotros un rato, hasta que se acabó la comida. Lo gordo vino a la hora de encarar los rápidos… porque no es lo mismo la atracción del parque acuático, con socorristas y todo artificial y controlado, que hacerlo en un río en medio de la jungla de Sumatra, donde te puede pasar cualquier cosa. Pero tanto Ali como su compañero, el encargado del súper flotador de cuatro personas que usamos, me llevaron genial. Yo sólo tuve que ponerme cómoda y divertirme. Y así llegamos, calados, cansados y muy felices, hasta la misma puerta de mi hotellillo.

Salvemos a los orangutanes por favor.

Me ha dado mucha pena irme de Bukit Lawang. Uno de los niños de la jungla me regaló una pulsera para que me acuerde siempre del hogar de Nora y de sus chicos, y con Ali he hecho muchas promesas de volver a vernos. Estoy muy interesada en el proyecto Green Life, y es más, creo que podría ayudar de alguna manera. Pero de esto, repito, hablaré el próximo día.

PD: Desde aquí quiero mandar un fuerte abrazo a Mari y a David, con quienes pasé ratos muy bonitos en el Lago Toba (y en el accidentado viaje de vuelta). Y por supuesto, aunque no sé si entenderá algo, a mi guía y ahora también amigo Ali. Sólo por haberle conocido a él ya ha merecido la pena el viaje.

2 respuestas a «Orangutaneando en Bukit Lawang»

  1. NABIA OREBIA

    tienes toda la razón, nacho! y qué maja nora eh? y los chavales que trabajan en el hostel también! Me regalaron una pulserita y todo, de recuerdo. definitivamente, es un sitio para volver 🙂

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  2. NACHO

    Acabo de estar en las puertas del cielo, también me hospede en lo de Nora aunque con diferente guía. Y después de tanto caos en medan y la manera de manejar esos buses no te imaginas que te vas a encontrar con algo tan especial como ese lugar, con la simpleza y la transparente mirada que tienen tantas personas en Oriente y sobre todo en estos países. Abrazo

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