MEDELLÍN FUE MÁS DIFÍCIL QUE ABROCHAR UN BOTÓN REBELDE

Recuerdo que cuando era pequeña no quería convertirme en adulta. Ser mayor se veía muy complicado. Lo pensaba cuando tenía que atarme los cordones de las zapatillas o abrocharme unos pantalones rosas de una pana muy gruesa. Es que no había manera. Se me ponía rojo el dedo que metía por el ojal para intentar coger el botón. Al final lo hacía mi madre. Y yo pensaba: ¿Qué voy a hacer cuando sea mayor?

Hoy ya soy adulta, dice mi documento de identidad. Ahora soy yo quien ayuda a mis sobrinos con los cordones y los botones rebeldes. Y ahora tampoco quiero ser mayor porque esta edad te hace ser consciente de problemas y obstáculos mucho peores que aquellos que me preocupaban de niña.

En Medellín he pensado en todo esto. He pensado otra vez que quería que se parase el mundo para bajarme de él y olvidarme de todo. Y no es que no me guste la ciudad, ni que me haya deprimido. ¡Qué va, todo lo contrario! Mi primera visita a América Latina ha cumplido todas mis expectativas y, si cabe, las ha superado. Trabajar allí ha sido una experiencia muy distinta a las que he vivido en África o en Asia. Pero no peor. Solo distinta y muy intensa. Lo que ocurre es que me he topado de bruces con una realidad que en principio no planeaba tocar. Yo iba para escribir de urbanismo, de innovación y de emprendimiento. De hecho, ya envié desde allí un par de artículos sobre el Congreso Mundial de Emprendimiento al que asistí (éste en Economía de El País y éste en el blog África no es un país, para los interesados). Pero claro, hay asuntos transversales que no puedes esquivar: la desigualdad, la pobreza. Y, por encima de todo, las desgarradoras consecuencias de un conflicto armado entre el Estado, los grupos de guerrilla de extrema izquierda y los paramilitares de extrema derecha que desangra el país desde los años sesenta.

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Así es la pobreza de las comunas. Este niño vive en una casa muy precaria e insegura. / © Lola Hierro

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Entrada al Congreso Mundial de Emprendimiento, en la Plaza Mayor de Medellín. / © Lola Hierro

Parece que la guerra me persigue. Fui a Malí a escribir de tecnología y acabé escuchando a niños cuya infancia había sido cruelmente azotada por la que se vive en el norte del país. Llego a Medellín, ciudad de la que tantas odas se han escrito por su ya archiconocida transformación —de ciudad de delincuencia y narco a ejemplo de urbanismo y de integración (este reportaje lo explica genial y este otro también)—, y acabo metida hasta la cintura en las historias de docenas de personas que han sufrido la violencia de las FARC, o de los paramilitares, o del ejército, o de todos ellos juntos.

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Una señora vende pomada de coca y mariguana en el centro de Medellín. No tomé nota de su historia, pero recuerdo que me contó que apenas ganaba dinero con este pequeño negocio. / © Lola Hierro

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Amigas del barrio de Santo Domingo. Son alumnas de una academia de policía para niños. / © Lola Hierro

Y lo más llamativo es que da igual con quien hables: chicas bien de clase alta, campesinos, políticos, empresarias, funcionarios, comerciantes… Todos tienen un muerto o un desaparecido bien cercano. Los datos son espeluznantes: 220.000 muertos y seis millones de víctimas si sumamos a los desaparecidos, secuestrados, amenazados, torturados, a afectados por atentados terroristas, a quienes fueron reclutados a la fuerza, a los desplazados internos, a quienes perdieron seres queridos, a quienes fueron heridos por minas antipersona y a quienes sufrieron violencia sexual. Entonces una se pregunta qué demonios le pasa al ser humano para ser tan imbécil.

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Con uno de los hijos de Gloria y John Usuga, en la Comuna 8 de Medellín. / © Lola Hierro

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En lo alto de la Comuna 13, antaño muy insegura y hoy muy cambiada. / © Lola Hierro

Medellín me ha dejado exhausta física y emocionalmente. Ya iba tocada de Malí, y no tuve apenas tiempo para recuperarme. Sin haber apagado el chip africano estaba encendiendo el colombiano. Y llegar ha sido echar más leña al fuego. Han sido diez jornadas sin descanso en las que he tocado temas de todo tipo y he vivido experiencias muy variadas: he conocido a quienes mejor viven y a los más olvidados. He ido a una cena de gala en el marco del Congreso Mundial de Emprendimiento y me he ido de compras a un centro comercial súper pijo porque no tenía zapatos para semejante evento (los olvidé en Madrid… Rubia que es una). He sudado la gota gorda con un calor nada propio de esta ciudad a la que califican como la de la eterna primavera,  me he medio ahogado con sus niveles de contaminación pero he conocido los esfuerzos y las iniciativas de los más jóvenes para mejorar la calidad del aire de la ciudad. Me he escapado a las comunas, aquellas barriadas de los bordes que un día fueron tan inseguras que no podía entrar ni la policía. Hoy quedan muchos problemas por solucionar allí, pero al menos los vecinos pueden salir de casa, los niños jugar en las calles y las tiendas elevar sus persianas sin miedo a una bala perdida.

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En la Comuna 13 se pueden tomar estos helados artesanos de mango. / © Lola Hierro

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Carlos Cadena, activista de La ciudad verde, repartiendo mascarillas entre los ciudadanos para alertar del alto nivel de contaminación en el aire. / © Lola Hierro

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Vista aérea (y muy borrosa) de una zona muy pobre de Medellín. / © Lola Hierro

He conocido proyectos de investigación interesantísimos que se están desarrollando en la universidad, he montado muchas veces en el metro y el metro cable de los que tanto presumen los paisas. Y no es para menos. Hay mucho que contar de esta «cultura metro», que la llaman allá. Me he hecho amigos y me han llevado a comer, a cenar y a beber cerveza en la noche de Medellín. Me ha dejado muy loca saber que allí es muy habitual que a una misma persona le guste la salsa y el heavy metal. Y que los bares alternan ambos estilos de música para agradar a los parroquianos. Hay un bar llamado Menéala, salsa disco bar, cuyo rótulo está escrito con la tipografía del grupo Metallica.  Me cuenta una de mis nuevas amistades que el Metal se puso de moda en Colombia cuando ya pegaba fuerte la salsa. Y todo se enredó de una manera que a mí me parece incomprensible.

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Montar en metro cable es lo más. Esta foto ya se ha hecho mil millones de veces, lo sé… / © Lola Hierro

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Investigadoras investigando. / © Lola Hierro

Me he escapado fuera de Medellín, a Granada concretamente. Es un municipio muy castigado por el conflicto. Fue todo un viaje interior. Fue espeluznante conocer el museo montado por las víctimas que han bautizado como El salón del nunca más. Escribiré de ello porque no puedo dejar de recomendar a todo el mundo que vaya a pasar por Medellín que destinen un día para visitar Granada, buscar a la señora Gloria y pedirle que les haga la visita guiada en este templo, uno de tantos en el país que recuerdan y honran a quienes ya no están.

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Todo muy verde de camino a Granada. / © Lola Hierro

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Iglesia y plaza mayor de Granada. En ella fueron asesinadas muchas personas hace años. / © Lola Hierro

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Una chiva. Así se llaman estos vehículos. / © Lola Hierro

Me volví a España con sentimientos encontrados. Amargura y pesimismo por tantos testimonios tan duros, por tantos rostros de muertos y desaparecidos que te miran desde fotografías descoloridas expuestas en los museos en su memoria. Por la falta de expectativas de las personas que están en el estrato más bajo de la sociedad, de aquellas que no se cuentan en las estadísticas y en las que no se piensa cuando se diseñan políticas de lo que sea. Pero también alegría y esperanza por la capacidad de superación, de perdón y de reconstrucción de los colombianos, especialmente de aquellos a los que les mataron a un ser querido, o aquellos otros que llevan años buscando a un familiar desaparecido. Alegría por ser testigo del emprendimiento, del espíritu proactivo de los ciudadanos de Medellín, que tanto espabilaron para cambiar y mejorar su ciudad. Que tan orgullosos están de lo logrado. Eso es bonito porque te muestra que, si quieres, puedes. No en un día ni en un año. Ni en diez. Pero ahí van, paso a paso.

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La Casa de la Memoria de Medellín. Es otro espacio de recuerdo y homenaje a las víctimas del conflicto. / © Lola Hierro

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Gloria. A esta señora es a quien hay que buscar para visitar El salón del nunca más de Granada. / © Lola Hierro

Y así, al final, Colombia ha sido muy diferente pero muy igual a otros viajes, a otros aprendizajes. Por cada mala noticia, hay una buena. Por cada persona perdida hay otra que se ha encontrado, por cada lágrima hay una sonrisa. Y la vida es siempre un sube y baja emocional, un tren bala cargado de emociones que a veces amenaza con descarrilar. Si doy un paso atrás e intento mirar todo el cuadro de una vez, si lo miro intentando no dejarme llevar por ningún sentimiento, ni bueno ni malo, la enseñanza que extraigo es: mira, escucha, aprende y cuéntalo para que cada uno juzgue por sí mismo. Sé periodista.

2 respuestas a «MEDELLÍN FUE MÁS DIFÍCIL QUE ABROCHAR UN BOTÓN REBELDE»

  1. wil rai pat (@wilcarmi)

    Saludos, Lola, me encanta tu nombre, igual al de mi maravillosa abuela que ya no está físicamente. EXCELENTES tus artículos sobre Medellín y verdes alrededores, pueden ser impactantes, dolorosas y contrastantes las REALIDADES, pero reflejan la COMPLEJIDAD del mundo actual. Es nuestra tarea, las generaciones actuales, desde las capacidades de cada uno, como lo hace usted con sus reportajes, AYUDAR al cambio. La historia nos enseña; Europa también ha pasado por guerras e infamias para llegar a ser una sociedad tan avanzada, con estados y economías tan eficientes, aunque surjan problemáticas como; inmigrantes, islam, etc. pero es una sociedad avanzada, ej; no tolerar corrupción, ineficiencia, etc. Diferente a países subdesarrollados como Colombia, Malí, etc, donde hay mucho por hacer para que dichas SOCIEDADES rechacen corruptos y tampoco caigan en fanatismos políticos de extrema izquierda o derecha, ej, la paradoja China, que ya no es tan comunista, o Suecia y Europa donde el capitalismo no implica aberrantes DIFERENCIAS entre ricos y pobres, ese es el FUTURO por construir, uno más JUSTO. ¡Te felicito!

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    • Lola Hierro Autor de la entrada

      muchas gracias, la verdad es que tengo muy buenos recuerdos de Medellín y de los paisas valientes y trabajadores. No veo el momento de volver a Colombia para conocerla mejor. Un abrazo fuerte 🙂

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