ANDANZAS RUMANAS II: MARAMURES, LA ÚLTIMA TIERRA CAMPESINA

Tenía que madrugar mucho para coger un tren hacia Maramureş, cosa que no he hecho al final. Estoy tan cansada que decidí pasar del tren, dormir algo más y luego viajar en autobús. Así lo he hecho. Lo he pillado a las once y he llegado a las dos. Casi me muero de calor yendo primero hasta la estación y luego dentro del autocar; hacía —hace— un calor del averno. Pero ya estoy aquí, en la Pensión Iona, cerca del centro de la ciudad de Baia Mare, con una habitación con baño para mí sola. Me he duchado y he pedido un plato típico —polenta y cerdo— que ahora humea delante de mí.

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Así es Maramureş. / © Lola Hierro

El casco antiguo de Baia Mare se reduce a casi una placita con una iglesia y una torre. Y muchos cafés monos. El pueblo es un pueblo, sin más, con chalets en las afueras, muy primorosos. Todo está lleno de flores y de adornos de jardín y artesanía de madera. Alegre, folclórico y bastante recargado para mi gusto. Pero es agradable. Me he comprado un helado en esa plaza, de Liberatitii se llama, y la heladera me ha indicado un súper donde he podido comprar algunos alimentos para cenar y almorzar durante esta etapa de mi viaje. Para llegar hay que cruzar un puente sobre un río y me siento un poco como si viviera aquí… El pueblo, eso sí, está desierto. He tenido que caminar un montón para llegar a la pensión y no he visto un alma. Solo perros que me han asustado. También he ido caminando a la lavandería, donde me han soplado 17 euros por lavarme 11 prendas de ropa. Todo porque en la pensión no me permiten utilizar la lavadora ya que está en un cuarto ocupado por una familia.

Me he pasado toda la tarde en el dormitorio con el aire acondicionado puesto, aprovechando la intimidad para descansar, leer, escribir y cazar gamusinos. Y he dormido genial después de cenar mi yogur con ciruelas y frutos secos. Mi cama es el paraíso. Eso sí, los mosquitos me están devorando.

A la mañana siguiente…

Diría que Maramureş, esta región escondida en el norte de Rumanía en la que me hallo, es el último rincón campesino de Europa. Aquí las tradiciones se mantienen intactas: la gastronomía, la hospitalidad y una exuberante naturaleza son sus rasgos distintivos Este es el 15º condado más grande del país, y el 39% de su territorio son áreas naturales protegidas. Baia Mare, su capital, es una ciudad con una antigua mina que se fundó en el siglo XIII. En el XIV y XV se produjo su mayor desarrollo económico gracias a este yacimiento y a diversos privilegios reales. En 1469 se permitió que la ciudad fuese rodeada por murallas y a finales del XIV fue declarada Ciudad Libre Real. Todo esto nos cuenta nuestro guía mientras quemamos kilómetros de carretera y escuchamos música folk muy animada.

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Una campesina de por aquí. / © Lola Hierro

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Baia Mare. / © Lola Hierro

Hemos parado a comer ¡por fin! Estoy en Buşara y llevo toda la mañana visitando las altas y esbeltas iglesias de madera tan viejas como el mundo, algunas incluidas en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO. Voy en una excursión organizada que ayer conseguí in extremis en compañía de un matrimonio franco-canadiense viejuno y dos chicas rumanas. Una de ellas, muy simpática, nos hace de traductora.

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Dos de mis compañeras de excursión, observando una de las iglesias de madera. / © Lola Hierro

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Turistas mirando frescos con ayuda de una linterna. / © Lola Hierro

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Con el tractor. / © Lola Hierro

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Un paisano. / © Lola Hierro

Esta región sí que pertenece a la Europa profunda. Viven como hace mil años, lo menos. Es muy verde, muy fértil y las mujeres llevan el cabello cubierto con un pañuelo. Son señoras viejas, no ancianas. Más viejas que las iglesias de las que se enorgullecen. Campesinas en el más estricto sentido de la palabra que pasean por las calles de su pueblo, en plena canícula, cubiertas de ropa de la cabeza a los pies, algunas hurañas y huidizas, otras amables y cercanas… Casi siempre cargadas con cestos, bolsas y hasta aparejos de labranza. En el campo, ellas y ellos remueven la tierra y reúnen el heno en enormes montones que salpican todo el paisaje, igual de verde que el de nuestra Asturias, se me ocurre. Tractores, carros tirados por caballos, graneros, pueblos diminutos y tradiciones arraigadas como el bordado o la destilación del palinka, la bebida alcohólica típica de por aquí… Así es esta parte del mundo.

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La canícula. / © Lola Hierro

No están acostumbrados por aquí a estos calores, y por eso, cree el guía, no hay apenas un alma por las calles. Sí se ven muchos cementerios con muchas lápidas, muchísimas casas también. Varias lucen arcos y puertas de madera en su entrada exquisitamente talladas con símbolos de protección y opulencia. Las viviendas, casi siempre unifamiliares, son primorosas porque en Maramureş se cuida y se aprecia la decoración: todas impolutas, floreadas, bien pintadas… Algo tienen, no sé qué, que las hace parecer sacadas de un mercadillo, como si fueran un decorado. Las construcciones más modernas, por otra parte, no pegan con el entorno.

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Paseos en bici, camionetas… / © Lola Hierro

Y luego las iglesias, claro, la razón por la que todos los viajeros llegamos aquí. Quien visite Maramureş debe realizar una excursión a las iglesias de madera. La mayoría son ortodoxas y fueron construidas entre los siglos XVII y XVIII después de que las autoridades austro-húngaras (que entonces mandaban aquí) prohibieran erigir templos de piedra a quienes profesaban esta fe. Como de la madera no se dijo nada… Se apañaron. Y siguen en pie, muy cuidadas y vigiladas, la mayoría cerradas con llave y candado que solo puede abrir el guardián de turno para los oficios y las visitas turísticas, previo pago de un donativo (que no es voluntario porque te ponen mala cara si no lo abonas) para contribuir a su conservación. Ojo, no me parece mal pagar. El precio no es muy elevado, entre tres y cinco lei rumanos, que viene a ser más o menos un euro. Lo único a tener en cuenta es que hay que llevar dinero en efectivo en billetes pequeños para poder abonar todas las entradas, pues son unas cuantas.

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La campiña. / © Lola Hierro

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Una de las iglesias de madera. / © Lola Hierro

Siguen en pie unas 40 iglesias, pero yo he visto las nueve más famosas a lo largo de seis horas y 240 kilómetros, dice mi folleto informativo, y he de reconocer que mi estado de ánimo ha evolucionado desde el quedarme sin aliento con la primera hasta el estar hasta el moño con la última. Son todas muy parecidas entre sí y a la vez únicas, con sus historias de siglos en sus muros y sus curiosas tejas, en el negro de su madera que descubre la avanzada edad de todas ellas y con sus pinturas murales características. Que, por cierto, hay que buscar  información detallada sobre todas las escenas bíblicas que encontraremos en el interior, porque allí no hay folletos informativos. Los guías y los guardianes explican algunas cosas, pero es mejor llevar información extra. Un consejo: si vas por libre y al llegar a la iglesia te la encuentras cerrada a cal y canto, busca un número de teléfono puesto en algún papel por algún sitio y llama. Suele contestar el encargado o encargada. Con que digas «biserica» (iglesia en rumano) es suficiente. Han sido estas:

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Una turista rodeada de frescos antiquísimos en una de las iglesias de madera. / © Lola Hierro

Budeşti Susani: Budeşti es una de las comunidades más grandes de Maramureş, así que cuenta con dos iglesias y dos parroquias distintas. Aquí la diferencia entre la mitad inferior y la superior de la aldea se hace con las palabras Josani y Susani. Esta separación no es administrativa, pero la usan los habitantes locales. El nombre Budeşti significa «Los parientes de Bud», una persona mencionada en un documento de Luis el Grande en 1361. Esta es la primera mención de la aldea, seguida de toda una serie de otros documentos durante toda la Edad Media.

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Frescos iluminados con una linterna. / © Lola Hierro

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Dimitri, el guardián de una iglesia que se enfadó porque no pagamos. / © Lola Hierro

Esta de Susani, por ser la primera que he visto, me ha dejado boquiabierta, jamás he visto tanta profusión de bordados y tapetes. Dimitru, el guardián que nos la enseñó, se enfadó porque no pagamos donativo alguno. No nos habían advertido, qué le vamos a hacer. Fue construida en 1760, es de confesión greco-católica y está dedicada a San Nicolás. La iglesia tiene forma rectangular, como de costumbre, con un techo unitario de doble alero. El pronas se amplió hacia el oeste durante el siglo XIX, lo que hace que esta sea más larga que la mayoría de las otras iglesias. Esto también significa que la torre no está en el extremo oeste, sino que está mucho más cerca del centro. Al igual que muchas otras, esta también fue erigida en el lugar de una anterior. De hecho, fue pintada alrededor de 1550. No queda pintura original en la bóveda de naos.

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Horror vacuii de tapetes. / © Lola Hierro

Budeşti Josani: De 1643, esta sí es Patrimonio de la Unesco. Es ortodoxa y también está dedicada a San Nicolás. Es una de las que aún hoy se utiliza como parroquia. Dicen que esta es un buen ejemplo de la iglesia típica de Maramureş, ya que aún conserva su forma original. El interior no ha cambiado mucho, pero en 1922, como en tantas otras iglesias, se hicieron algunas modificaciones que afectaron las pinturas murales. Se abrieron aberturas en la pared que separa los pronaos y los naos para permitir también a las mujeres seguir la liturgia. Todas las ventanas se ampliaron y se añadió un balcón a la pared oeste de la nave. La iglesia es famosa por objetos que pertenecieron a dos luchadores por la libertad del siglo XVIII contra los Habsburgo austriacos: la capa de malla de Pintea el Valiente, un proscrito legendario de la región, y la bandera de Ferenc II Rákóczi, un noble de Transilvania. También hay iconos de los siglos XV-XVII pintados en madera y vidrio. En uno de ellos hay una inscripción en eslavo: «Este icono fue hecho por el mismo pecador Gheorghe». Las paredes interiores de la iglesia están pintadas con pequeñas escenas, casi en miniatura, enmarcadas con bandas de colores. En 1762, uno de los pintores más famosos de iconos e iglesias, Alexandru Ponehalschi, pintó el pronaos, el naos y el iconostasio, así como varios iconos. Este artista también pintó la de Susani.

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La madera tallada, en todas partes. / © Lola Hierro

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Cruces de cementerios, también de madera. / © Lola Hierro

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Los cementerios por aquí son muy llamativos. / © Lola Hierro

Călineşti Căieni: De 1630, greco-católica y dedicada a la virgen María. Se encuentra en una colina junto a un cementerio, un poco aislada pero con vistas hacia el pueblo. Cada muro está construido con solo cinco vigas de roble, cada una de casi medio metro atadas con clavijas de madera unidas por las esquinas usando una técnica antigua. A principios del siglo XIX, la iglesia se modificó drásticamente. Toda la pared norte del edificio se movió tres metros hacia el norte, la nueva pared se hizo con vigas de abeto y la vieja se destruyó. Con ella desaparecieron también las pinturas murales del siglo XVIII. La puerta de entrada masiva es impresionante debido a su tamaño y proporciones. Una cruz tallada en el dintel es su única decoración. Luego, la bóveda y las paredes del coro están cubiertas con pinturas murales.

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Lo más bonito es cómo se filtra la luz en estas iglesias tan pequeñas e intimistas. / © Lola Hierro

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Impresionante altar pintado hasta el último rincón. / © Lola Hierro

Ieud Deal: La más antigua de Maramureş, también de la virgen María y de confesión greco-católica. Durante mucho tiempo se pensó que la iglesia actual, de más de 600 años, era la original. Pero gracias a dos libros del siglo XVI encontrados en su interior, ahora se sabe que los tártaros prendieron fuego a la construcción inicial en el siglo XVII y fue totalmente destruida.  La arquitectura bien conservada y ligeramente modificada durante el siglo XVIII, junto con las pinturas interiores de finales del mismo siglo, hicieron que fuera incluida en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. Los frescos del interior son algunos de los mejor conservados de la pintura mural postbizantina en la región.

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Exterior de una de las iglesias. / © Lola Hierro

Poienile Izei: Levantada entre 1604 y 1632 con vigas de abeto. Es ortodoxa y dedicada a San Paraschiva. Por los detalles constructivos se deduce que la iglesia original era mucho más baja, y que se hizo más alta en el siglo XVIII. Esta es otra de las ocho incluidas en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. Gheorghe de Dragomireşti la pintó al estilo post-bizantino en 1794 y sus frescos están muy bien conservados y son de gran colorido. Las inscripciones aportan mucha información sobre el período en que gobernó el emperador Francisco de los Habsburgo. Cuenta con unas puertas dobles bellamente pintadas con enredaderas y con las imágenes de San Pedro y San Pablo en la parte superior.

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Altar de uno de los templos, desde arriba. / © Lola Hierro

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La virgen María, en un fresco. / © Lola Hierro

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Aquí no podíamos pasar las mujeres. / © Lola Hierro

Deseşti: Con el mural del Apocalipsis, de la Unesco, de 1770 y dedicada al mismo de antes, Paraschiva. Y ortodoxa. Gracias a la belleza y buen estado de conservación de sus pinturas, también está incluida en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. La iglesia fue construida con gruesas vigas de roble de corte cuadrado sobre una base de piedras de río. La puerta de entrada está en la fachada oeste y tiene un marco ancho y decorado simplemente con tallas de cuerdas trenzadas y motivos triangulares que se supone que son colmillos de lobo. Esta es una de las pocas iglesias cuya planta original no ha sido modificada con un pórtico nuevo. Hay una inscripción en el presbiterio que dice que Radu Munteanu, de la aldea de Ungureni, y Gheorghe Zugravu (zugravu = pintor) pintó las paredes interiores en 1780.  El famoso artista Alexandru Ponehalschi pintó el iconostasio y los otros iconos en la iglesia en 1778-1780.

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Aspecto de una de las iglesias desde fuera. / © Lola Hierro

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Distintas estancias. / © Lola Hierro

Şurdeşti: Esta fue la iglesia de madera más alta de Europa, con su torre de 54 metros y una altura total de 72 metros, hasta que hace unos años se construyó un nuevo templo de 78 metros de altura en el monasterio de Peri en Săpânţa. Greco-católica y de 1766 según afirma una inscripción en caracteres cirílicos grabados sobre la puerta de entrada. También incluida en la lista de la UNESCO y sus patrones son los santos arcángeles. Aunque esta se encuentra fuera del área histórica de Maramureş, es una iglesia típica de la región y de ella se dice que es una de las más armoniosas y perfectas desde el punto de vista estético. Por cierto, es la única donde no se permite tomar fotografías.

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La súper torre. / © Lola Hierro

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Velas de distintos credos. / © Lola Hierro

Museo de las mujeres de Dragomireşti: Una aldeana con pañuelo en la testa nos enseña todo lo que hay que saber en este lugar, abierto en 2001 en una casa que data de 1772 para homenajear la figura de la mujer por su papel esencial en el desarrollo de la humanidad. Explica los detalles de madera de la puerta, con la novia y las damas y el árbol de la vida… Dentro, nos cuenta la leyenda del enorme huso, regalo de un hombre a una mujer que amaba y a quien ella no correspondía. Tiene en su base varias piezas de madera entrelazadas de manera imposible, y el hombre le dijo a la joven que, si conseguía desenredarlas, él renunciaría a su amor. La chica lo intento varias veces sin éxito, hasta que al cabo del tiempo terminó por enamorarse de él, se casaron, fueron felices y comieron perdices.

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La entrada al museo de las mujeres de Dragomiresti y la guía que explica el significado de los símbolos de la puerta. / © Lola Hierro

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Esculturas de madera representando a mujeres en distintas tareas. / © Lola Hierro

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Recreación del interior de una casa tradicional. Demasiadas alfombras para mi gusto. Qué suplicio limpiarlas todas… / © Lola Hierro

También está aquí un ejemplar del árbol de los cacharros, nombre con el que yo misma he bautizado semejante fenómeno antropológico-artístico: En los jardines de las viviendas de esta región suele haber árboles por doquier. Con que haya uno vale, en realidad. Pues bien: las familias cuelgan cacerolas varias en lo alto de sus ramas, y cuantos más cacharros hay, más ricos son esos inquilinos. Y lo más importante: Una olla roja en lo más alto significa que en esa casa vive una joven casadera. El árbol de este museo luce una, y dicen que es porque la antigua propietaria fue una solterona que la mantuvo ahí hasta que falleció. Y luego la dejaron por recordarla. El museo también cuenta con un telar aún en uso, y nuestra anfitriona nos muestra lo bien que funciona: tanto que ella misma está en plena producción de una alfombra.

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Máscaras tradicionales. / © Lola Hierro

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Panes con forma de oveja. / © Lola Hierro

El jardín luce figuras de madera de mujeres de distintas maneras y realizando distintas labores. En el interior se ha recreado una vivienda tradicional campesina con su horno, su plancha de hierro, sus millones de alfombras, manta y tapetes bordados, maniquíes ataviados con ropa tradicional, ejemplos de diferentes panes que se hornean según la fiesta que se vaya a celebrar —hay uno con forma de oveja incluso— y, como no, algunos souvenirs. Muy feos, la verdad sea dicha.

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La tienda del museo… con los ‘souvenir’ feúchos. / © Lola Hierro

 

Relatos sobre Polonia, Eslovaquia y Rumanía

POLONIA

  1. Andanzas polacas I: Wroclaw en tres actos
  2. Andanzas polacas II: Las tres tentaciones de Cracovia
  3. Andanzas polacas III: Auschwitz, lección no aprendida
  4. Andanzas polacas IV: Varsovia renace, pero no olvida
  5. Andanzas polacas V: Praga, aquel peligroso barrio de hipsters

ESLOVAQUIA

  1. Andanzas eslovacas: Bratislava en alegre soledad

RUMANÍA

  1. Andanzas rumanas I: Cluj Napoca es imbatible
  2. Andanzas rumanas II: Maramureș, la última tierra campesina
  3. Andanzas rumanas III: Prisiones tristes, cementerios alegres
  4. Andanzas rumanas IV: No vayas sola a Dej Calatori
  5. Andanzas rumanas V: La chica del autobús
  6. Andanzas rumanas VI: ¡Por fin Bucarest!
  7. Andanzas rumanas VII: Bomba de humo en Bucarest
  8. Andanzas rumanas VIII: Bucarest alternativo
  9. Andanzas rumanas IX: Vama Veche y los sentimientos encontrados
  10. Andanzas rumanas X: Brașov a pedazos
  11. Andanzas rumanas XI: En Sighișoara se me fue Paco Salvador
  12. Andanzas rumanas XII: Lluvia y pandilleros en Sibiu
  13. Andanzas rumanas XIII: Teleférico y realeza en Sinaia
  14. Andanzas rumanas XIV: Sospechosa de explosivos

EXTRA

 

5 respuestas a «ANDANZAS RUMANAS II: MARAMURES, LA ÚLTIMA TIERRA CAMPESINA»

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  4. Daniel

    Gracias Lola por llevarnos en la mochila a pesar del calor. El regreso al pasado que propones siempre es una salida para alguna situación en que nos come lo moderno por los pies 🙂

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    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Hola Daniel, gracias por pasarte. Sí, Maramures está fenomenal para desconectar de la civilización. Del calor ya no tanto, recuerdo que me asé bastante, jejej
      un besote!

      Responder

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