LA VIDA SOCIAL DE LA CIUDAD DE LOS COCODRILOS

Te asomas a la ventanilla del coche en busca de las siete diferencias. O 15 o 50. Todo es igual y diferente al mismo tiempo. Los mismos comercios informales a pie de carretera, el mismo tráfico y los mismos colores explosivos en la ropa de las mujeres, las mismas que cargan con niños a la espalda. La misma contaminación de toda gran ciudad africana que no te deja ver el cielo azul ni el sol, tan solo una masa gris o amarillenta uniforme. El mismo calor que aplasta, que atonta.

Pero luego, Bamako es otra cosa. En lengua bambara, su nombre significa el lugar donde hay cocodrilos, más o menos. No los he visto, pero tiempo al tiempo. La luz es diferente, menos cálida quizá, y la calima no te deja ver las montañas mandinga en esta época del año. Y aquí se habla francés y bambara. La ciudad está desparramada, es decir, que hay que caminar mucho para ir de un edificio a otro, de una calle a otra. Las vías asfaltadas se mezclan y cruzan con las de grava roja sin ningún criterio aparente. Siempre tienes la sensación de estar en las afueras, es imposible ubicar un centro neurálgico como tal. La mayoría de construcciones son de una sola planta. Hay semáforos y señales de tráfico; la mejor es la de la mujer con turbante y culo respingón que monta en bicicleta. Hay motoristas sin casco, puestos que venden gasolina embotellada en botellas de cerveza tipo litrona de Mahou, por ejemplo. Y en realidad casi todo esto también está en Etiopía o Kenia o Tanzania pero al mismo tiempo se ve muy distinto.

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Puesto de gasolina. / © Lola Hierro

He entrado en Bamako, capital maliense, de una manera bien distinta a otras entradas en otros países africanos. Por la puerta grande y en cochazo, como ya contaba hace unos días. Me he alojado en un hotel supuestamente pijo y me han llevado a cenar a restaurantes todavía más pijos. Hasta un tailandés he probado. No se parece mucho a la verdadera comida de ese país pero el garito es lo más, tiene hasta una piscina iluminada en medio de un jardín de césped impecable y es todo elegantísimo y occidentalísimo.

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Al cole. / © Lola Hierro

Sé todas estas cosas porque en Bamako estoy teniendo más vida social que en Madrid. Y eso que cuando juego en casa no lo hago nada mal. Los tres primeros días de esta expedición por Malí están siendo una locura: entre que no paro de trabajar y de hacer amigos, apenas duermo ni descanso nada, pero no importa, ya dormiré cuando regrese a casa. Los primeros días han sido para cubrir el Fórum de Bamako, un evento que celebra la fundación del mismo nombre desde hace 16 años para invitar a africanos de renombre a debatir y reflexionar sobre sus problemas más apremiantes: desarrollo, conflicto, derechos de las mujeres, inmigración… Este año, el encuentro estaba especialmente centrado en seguridad dado que estamos en un momento complicado para África por culpa de las acciones terroristas de grupos como Boko Haram, Al Shabab, AQMI, el ISIS y otros barbudos malévolos.

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Bang bang!. / © Lola Hierro

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Motocamioneta. / © Lola Hierro

Ya he dado buena cuenta del Fórum en El País así que no me extiendo; me quedo tan solo con la oportunidad que me ha supuesto para conocer a muchas personas, tanto malíes como extranjeras que me han abierto un poco más las miras. Uno de ellos es Modibo, oficial de protocolo o “la persona que se encarga de que tu vida sea más fácil”, según se presentó. Y bien que lo hizo. Durante los primeros días yo no he conseguido hacer funcionar mi tarjeta SIM maliense y él me acompañó a hacer los trámites para arreglarla. Que son pocos y sencillos, en realidad, pero esto es África y aquí todo va mucho más lento.

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Restaurante callejero. / © Lola Hierro

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La puerta de África. / © Lola Hierro

Con Modibo he recorrido en taxi las calles de Bamako y he tomado el pulso a la ciudad. No es solo lo que se ve por la ventanilla, es también cómo funcionan las cosas por aquí. Y funcionan despacio. He invertido una mañana y una tarde enteras con él para arreglar el teléfono. Visitamos un centro de Orange y había una cola tremenda. Fuimos a otro y no sabían. Con todas las explicaciones pertinentes y atascos de tráfico se nos fue casi la mañana. A la tarde fuimos de nuevo al primero y ya estaba cerrado. Buscamos un tercero y estaban bajando la persiana. En Bamako las recargas de móvil son vendidas por chicos con chalecos naranjas en los que se lee Orange o Malitel y están pululando por toda la ciudad, no hay que ir a una tienda. Así se vende todo: desde tarjetas SIM hasta cabeceros de cama, mosquiteras, cerámica, ropa, gafas de sol… Es más fácil comprar en plena calle que en plan indoor.  Después de mucho parlamentar con unos y otros (aquí esto es así, me dijo Modibo) uno de esos chicos de chaleco naranja nos condujo a un segundo y este a un tercero que ya vestía sin esa distinción. Y luego a un cuarto y a un quinto que nos recibieron en un callejón en obras. Con ellos volvimos al punto de partida y un señor con uniforme militar, esposas y arma al cinto hizo unas brujerías en el móvil y voilà! funcionó. Aunque nunca sabré si era un soldado de verdad o postureo. Me da que la segunda pero el arma…. Ay…

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Todo se vende en la calle. / © Lola Hierro

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La leche también. / © Lola Hierro

Durante este viaje está ocurriendo lo mismo que ocurre en otros viajes a lugares donde hay cierto riesgo. Desde España te ponen —o te pones tú sola— la cabeza como un bombo pensando en todos los riesgos y peligros a los que te enfrentas. Luego llegas y te das cuenta de que no estás en el Call of Duty y que todo es mucho más fácil y relajado de lo que pensabas. Vale, es cierto que aquí se vive en estado de emergencia desde el asalto de hace tres meses al hotel Radisson Blu y es cierto que los barbudos —los yihadistas— están matando soldados en el norte del país día sí y día también. ¿Hay que tener cuidado? El que buenamente se puede, pero tampoco se tiene que vivir en permanente estado de alarma porque, por muchas precauciones que tomes, nadie está a salvo de que le toque la perra gorda y se lo lleven por delante en un atentado. Y eso es así aquí y en París, por desgracia.

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Señoras de tertulia. / © Lola Hierro

Pero, ¿por qué tanto alboroto? Ahora viene un poco de una historia que es verdaderamente difícil de resumir. Malí es un país inmenso pero casi toda su población se concentra en el sur. El norte es un territorio inmenso, puro desierto en la franja del Sahel, por donde campan desde tiempos inmemoriales los tuareg, una tribu que no conoce de fronteras ni de leyes y que reclama ese territorio al que llaman Azawad y que abarca partes de otros países fronterizos. También se esconden por ahí grupos próximos a Al Qaeda, muchos llegados tras la caída de Gadafi en Libia porque se quedaron sin trabajo de mercenarios. (Lo de Libia desestabilizó toda la región, la verdad).

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En la modista. / © Lola Hierro

A partir de 2012 se aliaron con los tuareg para conquistar el norte. Unos por el territorio, otros para instaurar la sharía o ley islámica. Casi lo consiguen y llegaron a tomar ciudades importantes como Tombuctú, Gao o Kidal. Prohibieron la música, el futbol… y cortaban las manos de los ladrones y lapidaban a mujeres supuestamente adulteras. Todo esto lo cuenta mucho mejor que yo el reportero y amigo Pepe Naranjo en las crónicas que publicó en El País por entonces. En Bamako la gente ya pensaba que se les venían encima, según me cuenta Modibo. Aunque él asegura que no pensaba salir corriendo, que se hubiera liado a tiros si hace falta contra los barbudos. Esto no llegó a pasar porque en 2013 los franceses entraron con toda la caballería y les echaron de nuevo al desierto, desde donde la lían cada vez que pueden pese a que las tropas internacionales siguen ahí presentes.

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Lavando un poco… / © Lola Hierro

Esta situación se ha traducido en inseguridad porque no hay semana en la que no haya un ataque contra tropas de la Misma, la misión en Malí de la OTAN, allá en el norte. En Bamako ha habido dos ataques: a la popular discoteca La Terrace, en verano de 2015, que dejó cinco muertos aunque podían haber sido más porque los terroristas lanzaron las granadas sin tirar de la anilla. Y el segundo, el bestia, ocurrió el pasado noviembre, cuando asaltaron el Radisson Blu, el hotel mas chic de la ciudad, tomaron 140 rehenes y mataron a 27. Desde entonces el país está bajo estado de emergencia. Suena muy peligroso pero, vamos a ver: París ha tenido en un año más atentados que Bamako. Primero fue lo de Charly Hebdo, luego el ataque fallido en un tren gracias a que había unos estadounidenses que redujeron al asaltante. Y luego los atentados múltiples de antes de la Cumbre del Clima. Y nadie se lleva las manos a la cabeza si dices que te vas a París. Es la historia de siempre con África…

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Mujeres del Fórum. / © Lola Hierro

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Ellas no estaban en el Fórum, pero también son de bandera. / © Lola Hierro

En fin, la noche del sábado me fui a cenar con unos nuevos amigos, los soldados españoles de la misión de la EUTM que están aquí entrenando a tropas malienses. Entre el solomillo y el pastel de chocolate que nos calzamos en un restaurante precioso a orillas del Níger, nada africano por cierto, pero muy rico y bien elaborado todo, me contaron que estos atentados tienen lugar los viernes, que evite salir ese día. Pero precisamente el viernes estuve con un grupo de expatriados españoles, todos cooperantes de distintas ONG, cenando en el tailandés glamuroso que he mencionado antes. No pasó nada, como era de esperar. ¡Lo normal es que no pase nada! Pero sí que es verdad que todo el mundo percibe que la seguridad en los sitios que más frecuentan los extranjeros es mayor que antes: en cada restaurante al que quieres acceder te abren el bolso y te pasan el detector de metales antes de abrirte el portón de la valla de seguridad, que viene a ser una puerta de Moria custodiada por un par de hombres que pueden ir armados. Por fuera parece que estás ante una prisión. Por dentro te encuentras lugares lindísimos con césped, fuentes, farolillos, piscinas y comida cara. Esta no es el África que me gusta descubrir pero no está de más conocer cómo viven aquí los occidentales. Tampoco está de más hacer amigos y la verdad es que todas las personas que estoy conociendo son muy simpáticas y me han acogido como a una más.

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Chicas guapas del Fórum. / © Lola Hierro

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Así es Bamako también. / © Lola Hierro

De hecho, el sábado me dio tiempo hasta para ir a una discoteca en una calle (por llamarla de alguna manera) que está repleta de bares de copas. Blabla se llama la elegida por mis acompañantes. Bien bonita, en el bar han hecho lámparas que parecen platillos volantes usando palanganas de plástico de muchos colores. Pasando una puerta al fondo te topas con una barra, mucho mayor que la del bar de la entrada, y una pista de baile enorme. Lástima que tuvimos que marcharnos pronto porque los militares tienen toque de queda y no pueden salir hasta más tarde de las 12. Como cenicientas.

Los días del Fórum han sido interesantes, aunque yo me quiero ir al campo ya. He hablado con muchas mujeres, jóvenes y mayores, sobre el respeto a sus derechos en el país, sobre su ascenso y su protagonismo en las esferas política, económica, cultural… He conocido mujeres de bandera pioneras de su tiempo, he conocido jovencitas prometedoras, profesionales en la cresta de la ola… pero todas me advierten de que esto no es lo que hallaré en las profundidades del país, que es donde me voy ahora.

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Esto no es el campo, es aún en la ciudad. / © Lola Hierro

Y a todo esto: al final no conseguí solucionar mi problema con el agua y he tenido que ingeniármelas para asearme. Me ha pasado de todo: desde que se me inundara el baño hasta quedarme sin una gota con todo el jabón por la cabeza y el cuerpo. Por suerte mis días en el Massaley, así se llama el puñetero hotel, se han terminado y ahora me encuentro en el hostal de Teresita, también llamado El huerto del cura. Es mi hogar en Bamako. A mí me gusta buscar hogares en los sitios donde tengo que pasar unos días, sentirme lo más en casa posible. El hostal de Teresita, una española que lleva una vida entera en esta ciudad, es mi rincón. Tiene un patio muy cómodo donde uno puede trabajar a gusto, habitaciones limpias con baño y aire acondicionado y su comida es famosa en toda la comunidad expatriada.

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Tráfico. / © Lola Hierro

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La chica de la curva. / © Lola Hierro

Desde su porche, donde acabo de desayunar, digo adiós porque en un rato marcho rumbo al este con Geólogos sin Fronteras, una ONG de la Facultad de Geológicas de la Universidad Complutense. Dicen que me van a enseñar innovación tecnológica pura y dura en el corazón de Malí, donde la pobreza es crónica. Estoy deseando salir y ver con mis propios ojos cómo se vive en este país. Llevo el jersey puesto porque a esta hora (ocho de la mañana) hace fresquito, pero no sé por qué intuyo que en pleno Sahel me va a sobrar…

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Si no es por el café ya habría muerto (de sueño). / © Lola Hierro

OTROS TEXTOS SOBRE MALÍ

Relatos publicados en Reportera Nómada: 

Reportajes y artículos publicados en El País:

Artículos publicados en el blog África no es un país:

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9 respuestas a «LA VIDA SOCIAL DE LA CIUDAD DE LOS COCODRILOS»

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  9. Ama d casa

    Hola hola q bien q ya estas aquí te había echado d menos interesante y como siempre las fotos estupendas esperó el próximo un besazo

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