Inverness – Casi veo al monstruo del Loch Ness

12.00

Ya estamos de nuevo en marcha. Desde hace unas tres horas  voy subida en un autobús rumbo a Inverness, capital de las Highlands o tierras altas. Lo que ignoraba es que íbamos a detenernos en cada pueblo y en cada parada en medio del campo por los que pasáramos. No me importa, no llevo prisa y así conozco la Escocia profunda. ¿Y cómo es esta parte del mundo? Pues, de momento, igual que España en lo que a paisajes y naturaleza se refiere: campos, campos y campos. Más verdes que marrones, pero también de estos últimos. También hay árboles y vacas, pero estas son blancas y negras, aún no he visto a las que tienen flequillo.

Reflejos rebonicos. ©Lola Hierro

Los pueblos son otra cosa. Son todos muy bonitos, hasta el más insignificante alberga casas de granito imponentes, con amplios ventanales y unos jardines que serían la envidia de Miss Marple, todos llenos de flores y con el césped impecable. Estoy intentando encontrar una casa que no me guste, pero hasta la más fea es bonita. Todas son unifamiliares, de dos alturas por lo general, con puertas y ventanas de cuidada carpintería en vez del aluminio cutre que se ve por ahí. ¿Por qué aquí tienen tan buen gusto y en España no?  En España tenemos algunos pueblos preciosos que son visitados precisamente por esa razón. Aquí, todos lo son. Todos tienen su iglesia de piedra con su campanario, su aguja… Supongo que, sobre todo, será una cuestión de dinero. ¿No hay pobres en Escocia? De algo debe servir que el país del que dependes (Reino Unido) sea la sexta economía del mundo… De hecho, en estos tres días solo he visto a una persona pidiendo limosna y ha sido en Aberdeen. Muy al contrario, encuentro en cada esquina establecimientos que piden trabajadores a media jornada o jornada completa: desde tiendas de ropa hasta cafeterías, sobre todo esto último. Es más, hasta los autobuses de Aberdeen lucen en su parte trasera un anuncio publicitario que dice: «¿Quieres ganar hasta 400 libras por semana? Hazte conductor profesional con nosotros!».

Mucha agua empieza a haber por aquí…©Lola Hierro

Paisajes escoceses desde el autobús. ©Lola Hierro

Volviendo a este autobús en el que me encuentro, he de decir que parece de la Imserso. Voy rodeada de abuelitas de pelo blanco que, cargadas con cestas de la compra, se suben y se bajan en cada parada que vamos haciendo, de pueblo en pueblo. Imagino que irán a los mercados, o a visitar a los hijos, o a la farmacia… aquí hay aldeas realmente pequeñas, algunas no tienen más que una calle principal con una docena de casas salpicadas a ambos lados. Si necesitan medicamentos o comida, dependen del transporte público o del coche. Las pobres…

Señoras esperando el bus. ©Lola Hierro

16.30

Ya puedo morir en paz. He visto el famoso Lago Ness y hasta he tocado sus aguas con la punta de los dedos. De hecho, ahora estoy justo en frente, sentada en medio de las ruinas del Castillo de Urquhart, una fortaleza medieval asentada al pie de este lago. Ness tiene mucha vida, y no de monstruos precisamente, sino de barcos a motor, unos de turistas y otros de particulares, que se pasean constantemente de un lado a otro atravesando sus profundísimas y oscuras aguas, que en algunos puntos alcanzan los 226 metros. Estoy bastante sorprendida y encantada. No me lo imaginaba tan grandísimo. Sus 56 kilómetros de largo le convierten en el segundo más grande Escocia, pero una cosa es leer esto en una guía y otra es verlo con tus propios ojos.

Empezamos a ver el lago Ness. ©Lola Hierro

La turista. ©Lola Hierro

Lo que me está haciendo rabiar y patalear son las 8 libras que he pagado para entrar. No lo tenía previsto. Solo quería vagabundear por los alrededores, sacar la foto de rigor, comer tranquilamente en su orilla, ver el paisaje… nada más. Lo mismo que hice ayer en en el castillo de Dunnotar. Pero aquí no se puede. No esperaba que Urquhart estuviera al pie de la carretera, pero a varios metros por debajo. Y que el único acceso al lago fuese por un ascensor que ya está dentro de las instalaciones anexas al castillo (cafetería, tienda, venta de entradas…). Esto significa que un visitante no puede acercarse al lago —no hablo ya del castillo, solo del lago— sin pagar la entrada al recinto. Loch Ness está rodeado de una frondosa superficie de pinos y, simplemente, no puedes tirarte a lo banzai desde la carretera por el barranco hasta la orilla. Solo se puede ver desde el castillo. Y solo se accede al este pagando. Desde arriba no se puede ni hacer una triste foto. Una cortina de vegetación tapa todas las vistas.

El lago y los barquitos. ©Lola Hierro

No me ha quedado otra que abonar la entrada, claro. Hoy toca cenar menos. El castillo de Urquhart, donde me encuentro ahora escribiendo, debió ser una fortaleza muy bien defendida y equipada en su día, pero ahora no quedan más que la torre  del homenaje, a la que aún se puede subir, y cuatro muros ruinosos. Hay referencias históricas que datan la existencia de un castillo —no se sabe si el mismo— en el siglo VI, en la época de San Columba, uno de los monjes que introdujo el cristianismo en Escocia y que, supuestamente, convirtió a esta religión al señor del castillo, Emchath, y a su hijo Virolec. Con más seguridad se sabe que en el siglo XIII la familia Durward construyó la fortaleza que ha llegado hasta nuestros días. Desde ese momento, fue arrebatado por los ingleses y recuperado por escoceses sucesivamente a lo largo de varios siglos; el castillo era importante por su situación estratégica. Esta sangrienta historia terminó cuando fue parcialmente destruido en 1692 por los ingleses para evitar que los jacobitas (partidarios de poner en el trono a la familia Estuardo y que toma el nombre de Jacobo II, rey escocés y católico) lo recuperara, y nunca fue reconstruido.

La entrada al recinto, con una catapulta que da la bienvenida. ©Lola Hierro

Lo que queda de Urquhart. ©Lola Hierro

La torre del homenaje. ©Lola Hierro

Las puertas del castillo de Urquhart. ©Lola Hierro

Lo que queda de Urquhart está bien señalizado con paneles que explican qué es lo que hubo una vez allí. Donde ahora se ve hierba y piedras, sabemos que un día hubo unos establos, o una cocina, o un puesto de guardia, o el dormitorio de los señores del castillo. El centro de visitantes lo explica muy bien con una maqueta enorme y con una pequeña exposición de objetos recuperados durante los trabajos de arqueología y restauración que se han llevado a cabo en los últimos años. Hay puntas de flecha, goznes de puertas y, sobre todo, objetos realizados en metal, que son los que se han conservado.

Inverness, una tarde cualquiera. ©Lola Hierro

Calles centrales de Inverness. ©Lola Hierro

21.00

Inverness es muy bonita. Pequeña pero muy animada, de calles empedradas donde es fácil encontrar artistas callejeros y comercios con cuidados escaparates. El castillo de Inverness, de arenisca roja y construido en 1834,  no se puede visitar por dentro, es muy grande  pero tampoco es de los más bonitos que he visto, no tiene pinta de interesante salvo por la estatua de la entrada, que es de Flora Mcdonald, una mujer noble que ayudó a escapar al rey escocés Carlos el bello disfrazándolo de criada. La catedral de St. Andrews, por el contrario, es una maravilla. Se trata de una copia de la parisina Notre Dame pero en miniatura. Lo mejor, no obstante, es pasear por el margen del río Ness desde la catedral hasta el centro de la ciudad por una pista peatonal repleta de árboles y bancos en los que los escoceses se sientan a ver pasar la vida.

St. Andrews, desde la otra orilla del río. ©Lola Hierro

Catedral de St. Andrews. ©Lola Hierro

Lectoras. ©Lola Hierro

La pequeña ciclista. ©Lola Hierro

Domingueros de paseo. ©Lola Hierro

El castillo de Inverness envuelto en la niebla. ©Lola Hierro

Este caminito lleva hasta uno de los puentes que atraviesa el río y que desemboca en pleno centro de la ciudad, que tiene muchas calles peatonales llenas de comercios y con mucho ambiente. Siendo tan pequeña, creo que en Inverness podría vivir muy a gusto. Muy cerca está el mercado victoriano, al que he ido pensando que sería de verdad un mercadillo de época. La decepción ha sido grande cuando he visto que sí, que la infraestructura es como de principios del siglo XX y así se conserva, pero que las tiendas son bastante corrientes e, incluso, feas. Y está lleno de turistas comprando imanes y postales. Tal cual.

El río Ness a su paso por Inverness.

El mercado victoriano no es nada del otro mundo. ©Lola Hierro

Un último apunte, el más importante: no he visto al monstruo del lago, aunque a veces la vista te quiere engañar porque el movimiento de las olas te hace creer que hay «algo» ahí. No obstante, encontré unos bonitos patos de plumas azules. Algo es algo.

Los monstruitos del lago Ness. ©Lola Hierro

Pincha aquí para ver más fotos.

3 respuestas a «Inverness – Casi veo al monstruo del Loch Ness»

    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Hola, gracias por pasarte. No, los precios no están actualizados. Estas son historias sobre experiencias vividas en un momento puntual de mi vida, nada más. Un abrazo!

      Responder
  1. Pingback: ¿Cuánto cuesta Escocia? Guía para pobres (y no tanto) | Reportera nómada

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