Gervasio, gracias

Tengo once minutos para este blog, sólo once porque es lo que le queda de batería a mi ordenador, y dado que estoy en un avión, no puedo ponerlo a cargar. Con las explicaciones ya sólo me quedan diez.

Quiero escribir algo grandioso sobre todas las cosas que ha dicho el admirable y mi admirado Gervasio Sánchez, fotoperiodista que ha cubierto «cienes y cienes» de guerras y ha estado en un sin fin de zonas de conflicto. Cada frase que sale de la boca de Gerva, como le llaman sus cercanos, es un maldito titular. Y, por tanto, tengo siete millones de titulares.

Le he escuchado en diversas ocasiones durante los días que ha estado en Santander y me ha dejado impresionada, conmovida y aterrada ante las historias y experiencias que cuenta. Tiene una forma muy sencilla de narrar, pero muy intensa, de tal forma que siento que lo que han visto sus ojos también lo pueden ver los míos.

Me he dejado todas mis notas en Santander y, repito, estoy en un maldito avión. No recuerdo textualmente ninguna de sus frases. Pero en mi interior su mensaje permanece. Hoy, por ejemplo, en la inauguración de su exposición fotográfica de Sierra Leona, nos ha dicho que la única verdad de una guerra son las víctimas. Tantos y tantos niños con las extremidades superiores mutiladas, tantos y tantos niños soldado que han cortado esas manos a sus iguales… Todos ellos han quedado tocados de por vida, porque pienso que no sé qué será peor para un niño: estar falto de un brazo pero con la conciencia tranquila de una víctima, o llevar sobre los hombros el peso de la culpabilidad durante toda una vida viendo los horrores que tus actos han provocado. Ellos son más víctimas que los primeros.

Seis minutos. Gervasio me emociona. Me hace sentir con muchísima intensidad mis ganas de trabajar.
Me hace darme cuenta de que no estoy diseñada para ser un ratoncillo de oficina. Cada vez siento una necesidad mayor de salir al mundo, de ir a los sitios donde están los olvidados, y ver en primera línea cómo está el panorama, y luego volver al primer mundo y contarlo, y dar en las narices, pellizcar conciencias, y quizá, con muchísima suerte, conseguir que alguien haga algo por todas las personas que están sufriendo por ahí guerras, hambrunas, catástrofes naturales, epidemias, abusos sexuales… Lo que sea, hay para elegir.

Antes me despreocupaba más de las grandes desgracias de la Humanidad, me decía que si no puedo ayudar al mendigo de la esquina, ¿Qué iba a poder hacer por cientos de miles de personas que están tan lejos de mi y con problemas tan graves? Sigo pensando que poco puedo hacer yo sola, pero creo que mi deber como ciudadana del mundo es contribuir con mi trabajo a intentar cambiar las cosas. Es mi obligación y la de todo el mundo. El médico, curando, el profesor, educando, el millonario, donando pasta (siempre me encantó eso de “de profesión, millonario”), y el periodista, documentando.

Dos minutos. No puedo contar mucho de las historias de Gervasio hoy, pero prometo hacerlo otro día. De momento sólo puedo decir, y creo que esto es mucho, que él es una de las personas que ha despertado definitivamente y con más fuerza que nunca mi vocación, mi inspiración y mi entusiasmo.  Ya tenía los ojos medio abiertos, pero él ha ayudado a que los tenga ahora como platos. Espero poder darle las gracias algún día, y espero poder mostrarle algún día también un trabajo del que me sienta orgullosa .

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