Crónicas etíopes (IV): El descanso del guerrero

Los días en el hospital de las montañas se acaban. Han sido insuficientes para entender bien todo lo vivido, pero demasiados para mi mediocre capacidad de resistencia. Mis recién estrenadas amigas doctoras y enfermeras me cuentan que suelen irse algunos fines de semana a conocer otras ciudades de Etiopía para desconectar del trabajo alguna vez. Porque están tan volcadas con el hospital que hasta los sábados y domingos se van con sus enfermos o a atender las urgencias aunque no estén de guardia.

Es sábado y van a Awassa, una ciudad que está al sur del país, no sé a cuántos kilómetros, pero sí a cuántos autobuses: a tres. Uno del hospital al pueblo más cercano, Arsi Negele. Media hora de trayecto que se convierte en casi una después de varias paradas en medio de la nada para recoger espontáneos. Otro de allí a la ciudad de Shashemane, famosa porque es la cuna del rastafarismo. Y otro de esta a Awassa. En total, dos horas largas para un trayecto de pocos kilómetros. Esto es África.

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Awassa, una ciudad donde en principio solo llama la atención este cucurucho.

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Este niño nos dio la bienvenida al lago.

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A orillas del lago hay mucha vidilla.

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Un pescador en el lío.

Vamos a la bonita ciudad de Awassa por tres razones: por su lago maravilloso donde se pueden ver hipopótamos, porque hay un mercadillo chulísimo y porque se come un pescado tipo dorada a la brasa digno del mejor espetista gaditano. Llegamos de noche y nos metemos en un hotel que nos han recomendado y se llama Circle of Life. Los amarillos, rojos y verdes con los que se ha pintado todo me dicen que es un alojamiento muy jamaicano, aunque también podría ser patriótico sin más ya que los colores son los mismos que los de la bandera de Etiopía. Las habitaciones están tirando a sucias, pero los baños se llevan la palma. Quien no quiera bajar del nivel de cutrerío de India no debería alojarse aquí nunca. Lo bueno es que el hotel tiene wifi y nos volvemos locas con nuestros teléfonos móviles, ávidas de abrir nuestros tropecientos e-mails, de leer todas las notificaciones de Facebook y de responder las docenas de whatsapp pendientes. Somos víctimas de la tecnología, pero en nuestro descargo diré que en Etiopía solo existe 3G en Addis Abeba y que en el hospital donde trabajan mis nuevas amigas ni siquiera hay cobertura muchos días. Por alguna razón que ignoro, la electricidad y el teléfono están unidos, así que cuando falla la primera, el segundo tampoco funciona. Cosas de por aquí.

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Esto es un marabú. Pensaba que eran más bonitos.

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Y esto es un señor observando marabúes a medio metro de él.

Pasada la fiebre cibernética, acabamos el día en un animado restaurante enclavado junto al lago, en una zona que, salvando mucho las distancias, recuerda a los paseos marítimos de las ciudades mediterráneas en verano, con sus terracitas, su gente en la calle, su música alta y ese ambientillo así como de vacaciones. Cenamos esos magníficos peces de los que tanto me habían hablado durante el camino. Doy fe de la buena fama y recomiendo a todo el que se acerque se pruebe este manjar.

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Señores que te observan desde la orilla.

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Terracitas molonas donde comer pescado.

No tengo mucho que contar de Awassa en realidad, solo decidí hacer esta entrada del blog para recomendar una visita a este apacible rinconcito del mundo, y creo que en parte me ha gustado tanto porque fue un bálsamo para mis sentidos después de haber conocido el hospital de las montañas. Me ha venido bien darme medio día libre en el que, en realidad, no hicimos nada más que pasear por la orilla del lago observando a los pelícanos y los marabús, que aquí se acercan a las mesas donde los hombres comen para llevarse los restos que caen al suelo, comer más pescado y, eso sí, la actividad estrella: ir en busca de hipopótamos.

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Niños en la orilla, idílicamente.

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Pajarraco precioso tornasolado cuyo nombre ignoro. Actualización: Francis Reyes, director del hospital rural de Gambo y amigo, me comenta que probablemente es el gran estornino de  orejas azules.

Solo fuimos a la caza y captura (cámara de fotos mediante) de semejante animal Olga y yo porque la otra parte del equipo, Carol y Cristina, decidieron irse al mercadillo, que al parecer es muy variado y está lleno de vida y de colores. Pero solo daba tiempo a una cosa. Nos pegamos un desayuno muy copioso en un lugar que también recomiendo: Time Café, aunque más bien debería llamarse “No time”, porque las camareras son bastante lentas, para no perder la costumbre del resto de camareras del país. Otra vez, el tiempo: esto es África, no lo olvides, Lola. La espera, no obstante, merece la pena si lo que te has pedido es un zumo mixto sin mezclar. El resultado de tal experimento es una copa gigante de cristal con cuatro o cinco franjas de colores en función de lo que hayas pedido. En nuestro caso: naranja, verde y amarillo anaranjado, es decir: papaya, aguacate y mango. El sólido vino en forma de gigantesco sándwich de atún con tomate, un toque de picante y patatas fritas.

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Pelicanos. Esto sí los tengo controlados.

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Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela…

Con la tripa a rebosar, nos ponemos en marcha hacia el lago otra vez para buscar hipopótamos. Esta experiencia puede ser un timo o no, dependiendo de cómo te salga la jugada. A lo largo del paseo que bordea el lago, que es inmenso por cierto, hay muchos chicos que ofrecen sus servicios como barqueros. Por 500 birr (20 euros) te ofrecen amplias barcazas con techo y a motor para ir en busca del animalito. El éxito o fracaso de la operación depende de tres cosas: el número de personas que viajen, la pericia del barquero y las ganas de los hipopótamos de dejarse ver. En nuestro caso, fallaron las tres. Olga y yo no conseguimos encontrar a otros tres turistas que quisieran compartir experiencia, así que pagamos todo entre las dos. Una vez en el agua, los hipos se resistieron. Yo iba medio asustada, imaginando a un tremendo mastodonte bramando con su enorme bocaza abierta a medio metro de mí mientras yo le disparaba fotos dignas de National Geographic. Pero nada más lejos de la realidad. Tras casi media hora de búsqueda en la que solo veíamos pescadores y pajarracos exóticos (que tampoco están mal). Pero de repente… ¡zas! A unos 50 metros distinguimos una cabeza con dos orejitas ridículas observándonos en silencio y sin moverse. No nos hizo caso; se echó a nadar y mi primera experiencia hipopotamera se quedó en un quiero y no puedo.

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Debajo de TODA esta agua TIENE que haber algún hipopótamo… ¿no?

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Sustaco. Me siento observada.

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Esto es todo lo cerca que los vi… qué ruina.

Tras el primer chasco, animamos al barquero a que siguiera buscando, pero no sé si es que no me entendía o que era muy vago o que le dan miedo los hipopótamos, pero el hombre ignoraba completamente nuestras solicitudes y, en vez de acercarse a donde veíamos movimiento, se alejaba más y más. Sé que estos animales son peligrosos, muy territoriales y muy violentos cuando sienten que se invade su espacio pero, de verdad, estábamos excesivamente lejos.

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Nuestro barquero, un tipo no muy espabilado pero majete.

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Aves acuáticas desconocidas.

¿Pude verlos al final? A las fotografías me remito. Esto que se ve a continuación es lo mejor que pude tomar y gracias a que llevaba un zoom en la cámara. Esto quiere decirse que en directo los vi bastante más lejos y, como encima no veo tres en un burro, se puede decir que me quedé compuesta y sin hipo. Aún así, no tengo sensación de que me timaran porque el paseo por el lago en sí fue una maravilla y repetiría sin dudar, con o sin bicho en el plan.

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¡Qué momento de relax!

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Más pajarracos de los que no sé absolutamente nada. Igual estaba viendo un hito de la naturaleza… Nota: Mi apreciado Francis Reyes me comenta que son cormoranes, algunos de pecho blanco y otros de pecho negro.

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La vida del lago.

Awassa quedó atrás después de zamparnos, ya todas juntas de nuevo, más pescados a la brasa en otro restaurante muy cercano al lago. Luego cogimos los petates y nos subimos a un autobús hasta Shashemane, donde mis amigas continuaron hacia el hospital. Yo me quedé porque ya no me daba a tiempo a coger otro vehículo para llegar a mi siguiente destino, así que busqué el hotel que me habían recomendado: Rift Valley Hotel. Llegué en un tuk tuk con ganas de un lugar cómodo en el que descansar, una ducha abundante y wifi en la habitación para hablar con mi gente desde la cama, como una señora. Estaba dispuesta a pagar tres veces más el precio que he establecido como tope para los hoteles.

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Me quedó con esta bucólica imagen para no acordarme de los malditos del hotel de Shashemene,

La primera me la dieron en la frente: no había wifi en las habitaciones, ni siquiera en la cafetería o el restaurante; solamente en los jardines. Acepté porque estaba cansada y, siendo ya de noche, no me parecía prudente irme por ahí sola a buscar hoteles con wifi. Pero mi gozo cayó aún más dentro del pozo cuando constaté que ni siquiera el wifi del jardín funcionaba. “Pasa a veces, lo arreglaremos en tres días”, me dijeron. Ya, aquí todo pasa a veces… Me quedé con las ganas de hablar, aunque al menos sí me funcionó el WhatsApp. Me dormí pronto, y a la mañana siguiente vino la segunda sorpresa: el agua caliente también se había esfumado. Me di una ducha helada lo más rápido que pude y salí pitando de ese lugar sintiéndome, esta vez sí, bastante engañada.

Ahora, aquí en Zway, donde me encuentro bien cobijada en una misión católica, me siento a gusto y las cosas me parecen más fáciles. Todo lo que se tuerce luego se endereza, por lo menos así parece ocurrir en Etiopía: es una de cal y otra de arena.

7 respuestas a «Crónicas etíopes (IV): El descanso del guerrero»

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  6. Jesús Alfonso Gallego Moreno

    Querida Lola.
    No veas los recuerdos que me ha traído leer tu post sobre tus días en el lago. Arsi Negele, Shashemane eran las dos ciudades que atravesaba al ir y venir de Addis Abeba en dirección a Gambo con Francisco y a las que nos dirigíamos los dos domingos que salí con mis amigos italianos que hice estando en la misión.
    También nos fuimos al lago. Y tuvimos aventuras parecidas. En aquellos tiempos, recuerdo que uno de los domingos fuimos a un lago en que la infraestructura estaba en construcción y había sido afectada por la guerra contra Eritrea. A la vuelta se nos pinchó la rueda y estuvimos a punto de dormir en el coche si no llega a ser por un viandante que avisó a Gambo y desde allí vinieron con recursos para poder cambiar la rueda (nosotros no habíamos podido y se había echado la noche encima). Digno de contarlo con más detalle.
    El otro domingo de salida, fuimos a otro lugar con infraestructuras mucho más desarrolladas, donde mis amigos italianos me hicieron entender que era una de las zonas donde los etíopes «pudientes» venían a veranear. Ahí fue curioso el contraste entre un niño con móvil, y otro que portaba un enorme haz de leña. A todos nos llamó la atención. No porque no supiéramos que existía esa diferencia sino porque la veíamos tan cerca y en Etiopía.
    Bueno. Quizá valga la pena te cuente la historia con mucho más detalle en otro medio.
    Por el momento. Un fuerte abrazo, y disfruta de Kenia.

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