Edimburgo: de un niño gritón a una ardilla

13.00

Pues aquí estoy… en un Mc Donalds apestoso saltándome todos mis principios: desde no entrar nunca en uno de estos fast food, y menos cuando estoy de viaje, hasta no comer alimentos tan malos para la salud. Encima tengo a un MALDITO NIÑO gritón a mi lado… yo creo que está sordo, porque no tiene ni cuatro años y no para de hablar y de gritar, y sus padres no le regañan. Le estrangularía ahora mismo.

Hoy está siendo un día agotador, ya noto el peso del viaje, la verdad. El único día que he descansado fue ayer, que llegué a Edimburgo a las cuatro de la tarde y no hice más que quedarme en el hostal y conocer a los españoles que trabajan allí. En todas partes son majos y se les ve contentos.

Hoy he ido al castillo de Edimburgo ya que al final he conseguido una entrada gratis para visitarlo como periodista. Menos mal, porque, si no, no me hubiera merecido la pena pagar 16 libras. Y no es porque no merezca la pena, es una fortaleza colosal que domina la ciudad desde Castle Rock, un viejísimo cono volcánico erosionado que en su día fue un punto estratégico en la ruta desde Inglaterra a Escocia. En las faldas de esta cumbre se han librado numerosas batallas, desde las de la época romana hasta la última, protagonizada por las tropas jacobitas de Bonnie Prince Charlie (o Carlos de Estuardo) en 1745. Desde entonces y hasta 1920 fue la base principal del Ejército británico y, hoy, se ha convertido en una atracción turística donde cada ladrillo está impregnado de la historia de estas tierras y cada rincón cuenta una hazaña. Me es difícil hablar del castillo sin convertir esta entrada en una aburrida lección de historia o un panfleto para turistas. A vuelapluma, estos son los lugares que más recomiendo.

Recreaciones de época. ©Lola Hierro

El museo del interior del Castillo, con la historia de Escocia. ©Lola Hierro

Pórtico de entrada: Está flanqueado por las estatuas de Robert the Bruce y William Wallace, héroes del independentismo escocés

Argyle Battery: Es una batería de cañones antiquísimos desde la que se obtienen unas vistas maravillosas de Edimburgo hasta el mar.

Los cañones de Argyle. ©Lola Hierro

Vistas de Edimburgo desde el castillo. ©Lola Hierro

One O’Clock Gun: Un cañón enorme de la II Guerra Mundial que lanza una salva todos los días a la una de la tarde. Hay otro que le llama Mons Meg, fabricado en 1449, al que tienen mucho cariño los escoceses.

Mons Meg, del siglo XV. ©Lola Hierro

St. Margaret Chapel: Una diminuta capilla que es el edificio más antiguo de Edimburgo. El rey Alejandro I ordenó erigirla en 1130 en recuerdo de su madre, la reina Margarita, que fue canonizada en 1250.

Interior de la capilla de St. Margaret. ©Lola Hierro

Scottish National War Memorial: Unas instalaciones fastuosas para recordar a los escoceses que dieron su vida en las dos guerras mundiales y otras contiendas posteriores. Me ha impresionado mucho lo bien organizado que está su solemnidad y su fastuosidad para recordar a sus muertos. En el interior, de mármol, hay un montón de libros, cada uno de una guerra, donde vienen los nombres de todas las víctimas. El último es de la guerra de Afganistán. También hay libros con los nombres de las enfermeras escocesas que murieron prestando servicio, hay gárgolas, esculturas estandartes y banderas de todos los regimientos que fueron a librar batalla… es un lugar impresionante porque atestigua lo bien considerados que están los militares escoceses. Es un sentimiento nacionalista que en España no se entiende, me parece a mi.

Entrada al War Memorial. ©Lola Hierro

War Memorial, por fuera. ©Lola Hierro

War Memorial, por dentro. ©Lola Hierro

Honours of Scotland: Las joyas de la corona escocesa. Quien haya visto las británicas en la torre de Londres, quizá quede decepcionado, pero hey, los escoceses tampoco se quedan cortos. Son las más antiguas de Europa y estuvieron muchísimo tiempo desaparecidas: En 1707, cuando se firmó la Union Act con la que los ingleses controlaban definitivamente con Escocia, fueron guardadas bajo llave en un cofre y enterradas. La corona (fundida con el mismo oro que perteneció a la del héroe Robert the Bruce), el cetro y la espada fueron olvidadas hasta que en 1818 el escritor sir Walter Scott consiguió encontrarlas y desenterrarlas. Con ellas está la famosa piedra del destino, un bloque de arenisca con dos aros de hierro a los lados del que se dice que fue traído de Tierra Santa y que fue utilizada por los reyes escoceses para ser coronados.  Fue robada en 1296 por Eduardo I de Inglaterra, que la llevó a la Abadía de Westminster, donde permaneció siete siglos, hasta que fue devuelta a Escocia en 1996.

Rincones del castillo de Edimburgo. ©Lola Hierro

National War Museum of Scotland: Un auténtico despliegue de la historia militar escocesa. Hay cientos de objetos de los últimos 400 años expuestos: uniformes, armas, banderas, cacharros de intendencia, documentos, pinturas… He de confesar que, a esas alturas, ya iba tan agotada que he pasado muy rápido por ahí.

Una estatua ecuestre en la entrada al museo. ©Lola Hierro

Banderas y posters del Ejército. ©Lola Hierro

Vestuario militar. ©Lola Hierro

Me he estresado mucho hoy, no sé por qué me he empeñado en buscar regalos para todo el mundo y no es una tarea fácil: aquí todos los souvenirs son feos y caros. No valen la pena ni los imanes para la nevera. Al final me he hartado y no llevo nada a nadie, solo un puto imán que me ha costado la broma de 2 libras, y era el más barato que he encontrado después de mirar, por lo menos, 20 tiendas. Lo del whisky no vale la pena; si no quiero facturar la mochila tengo que comprar botellas de chupito, y vale cada una 4 libras.

Edimburgo lluvioso. Un asco. ©Lola Hierro

Así se ve Old Town. ©Lola Hierro

Sir Walter Scott pasado por agua. ©Lola Hierro

La lluvia tampoco ayuda a arreglarme el ánimo. Me he paseado por Princess Street, arteria comercial de la zona nueva de la ciudad, porque no quería perder la oportunidad de ver de cerca el monumento al escritor Sir Walter Scott. Es una aguja gótica construida tras su muerte, en 1832, por petición popular, y es mucho más imponente que en las fotos, me ha encantado. Las tallas del exterior representan personajes de sus novelas y, en el interior, hay una exposición sobre su vida.

Princes Street desde lo alto de Calton Hill (con teleobjetivo). ©Lola Hierro

18.55

Me he reconciliado con el día y con Edimburgo. La tarde ha levantado poco a poco, muy despacito. Ha dejado de llover y las nubes se han marchado y han dado paso a un cielo muy azul. Todo esto ha ocurrido desde que me he puesto en marcha hacia Calton Hill, otra de las zonas más privilegiadas de esta ciudad. Es un parque que se eleva sobre Princes Street y que regala unas (otras) maravillosas vistas. El parque, además, es como una acrópolis porque está plagada de monumentos, la mayoría del siglo XIX. Uno de ellos me ha chocado por encima del resto: el National Monument, dedicado a los caídos en las guerras napoleónicas. Es un mausoleo de estilo griego que quiere imitar al Partenón pero que cuenta solo con seis columnas. Se quedó inacabado porque se acabó el dinero destinado a su construcción. Da la sensación de estar completamente descontextualizado.

National Monument a medias. ©Lola Hierro

Vistas al estuario de Forth desde Calton Hill. ©Lola Hierro

También he podido ver de cerca el monumento al filósofo Douglas Stewart. Por este nombre no dice nada, pero si digo que es aquella construcción circular con varias columnas que sale en todas las fotos de Edimburgo, seguro que ya suena más. He de reconocer que soy una friki porque me lo he pasado en grande intentando hacer las mismas fotos que salen en las revistas de viajes. En ello estaba cuando he vivido un momento mágico que no me esperaba: justo cuando estaba intentando sacar la postal típica del monumento con Princes Street de fondo, el sol ha salido entre dos nubes y ha iluminado toda la escena.

Monumento a Douglas Stewart. ©Lola Hierro

El resto de mi tiempo lo he invertido en hacer unas fotos a algunos turistas subidos sobre un cañón y a darme de cabezazos contra la pared después de observar de lejos la montaña de Arthur’s Seat y comprobar que, en mi primera visita a la ciudad, no me subí a la que todo el mundo cree, que es la famosa y la más fácil. No, yo me subí sin saberlo a otro peñasco más pindio y más alto. ¡Normal que me costara tanto trabajo! ¡Y normal que la peña se riera de mi cuando les decía el sufrimiento que había sido llegar a lo alto! ¡Es que yo me subí a otra loma más alta! En fin… que soy rubia.

Arthur’s Seat y detrás… el risco al que me subí. ©Lola Hierro

22.00

Mi siguiente parada ha sido, de nuevo, en el monumento a Walter Scott. Ya no llovía y, aprovechando la tarde soleada, un gaitero se ha plantado en medio de la acera a tocar. ¡Por fin! después de haberme perdido las vacas con flequillo, no podía dejar pasar la oportunidad de ver de cerca a un gaitero. Allí estaba el señor: grandote, pelirrojo, vestido con el kilt del clan Wallace (cada clan tiene un patrón y unos colores distintos), dale que te pego. Le he dado unos peniques y luego he hablado con él. Se llama John, es del mismo Edimburgo  y aprendió a tocar gracias a su abuelo. Luego siguió por su cuenta en la escuela.

Atardecer en Edimburgo. ©Lola Hierro

Pues parece que va saliendo el sol… ©Lola Hierro

Un señor con un kilt esperando a que el disco se ponga verde. Como él. ©Lola Hierro

Atardecer en Princess Street. ¡Así, sí! ©Lola Hierro

Tardes en Edimburgo. En el centro, el gaitero John. ©Lola Hierro

A continuación he aprovechado el solecito y he paseado por Rose Street, otra calle comercial con mucho encanto y muchas tiendas que no me importan un huevo. Y he llegado a los jardines que hay entre New Town y Old Town, donde nos observa el imponente castillo de Edimburgo. Lo primero que he visto es una estatua ecuestre dedicada a los caídos en la II Guerra Mundial. Y luego otra de lo mismo, pero esta vez era un soldado de pie. Hay que ver.. estos escoceses tienen homenajes por todas partes. Son muy patrióticos y están orgullosos de su país, sus orígenes… Me da un poco de envidia. Creo que un país no avanza si sus ciudadanos no se aman, protegen y defienden lo que son. Creo que en España nunca llegará el día en que podamos homenajear a los caídos de ambos bandos de la guerra civil en un mismo acto. Las heridas están muy abiertas aún.

Rose Street, una bonita calle de tiendas peatonal. ©Lola Hierro

El castillo de Edimburgo nos vigila. ©Lola Hierro

Homenaje en versión ecuestre a los caídos en las guerras. ©Lola Hierro

Homenaje a los caídos en la IGM. ©Lola Hierro

Mi colega la ardilla. ©Lola Hierro

Las ardillas del parque han sido los últimos seres vivos con los que he interactuado hoy. Mis últimos minutos los he dedicado a recorrer, por última vez, la Milla Real de esta preciosa ciudad, esta vez con la suerte de poder fotografiar la ciudad con un bonito atardecer, sin tanta nube como la última vez. En el hostal me encuentro ahora, donde no puedo ni moverme del cansancio. Me duelen hasta las ideas, no tengo ni ganas de socializar.

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4 respuestas a «Edimburgo: de un niño gritón a una ardilla»

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