Crónicas tanzanas X: Amani es un bosque encantado

A veces toca hacer senderismo por la sierra madrileña. Otras, por el precioso hayedo de Ucieda, en Cantabria, o por la selva de Irati, en Navarra. Nunca pensé que en el país de los leones, los safaris, los dhow y las playas de arena blanca y agua turquesa también se pudiera uno apuntar al turismo de montaña. Pero sí.

Amani es una reserva natural que se encuentra en el noreste de Tanzania, en la región de Tanga. La población más cercana donde hay cierto nivel de desarrollo es Muheza, un pueblo tan desangelado como auténtico a 35 kilómetros de distancia. No esperes encontrar aquí un retrete como los de casa, pero tampoco creas que te librarás de vivir como un aldeano-tanzano, te guste o no. Muheza no es lo más bonito que ha parido Tanzania pero es el sitio perfecto para saber cómo vive ese segmento de la sociedad trabajador, rural y pacífico. Es un lugar entrañable y solo de pensar en él me contagio de una tremenda melancolía. Así que volvamos a Amani…

Bosques

El bosque de Amani. / Lola Hierro

Hojas rarunas

Plantas nunca vistas. / Lola Hierro

No creo que haya muchos viajeros con ganas ni tiempo suficiente para hacer senderismo por montañas tanzanas. Pero, por si los hay, aquí van unas coordenadas: Amani es una reserva natural situada en plenas montañas Usambara que se encuentra protegida desde 1997 porque su flora y fauna son únicas. Aquí no hay elefantes, ni rinocerontes ni jirafas, pero sí se encuentran especies endémicas de aves, reptiles como camaleones y de mariposas; estas son las más famosas del área protegida. La flora es otra maravilla, pues existen árboles y plantas que uno nunca ha visto antes, y cada uno de ellos esconde una historia muy particular.

Llegados a la reserva

Bienvenido a la reserva natural. / Lola Hierro

Este texto es un poco más práctico que el resto porque no he encontrado mucha información para quienes quieran visitar este parque, así que la voy a dar yo, dentro de lo poco que recuerdo, porque la verdad es que este último viaje a Tanzania y sus días posteriores han sido tan intensos que me han hecho olvidar muchos detalles. Voy por partes:

Transporte

La entrada a la reserv

La parada del autobús en Amani. / Lola Hierro

Hay tres opciones para llegar a Amani desde Muheza: en piki-piki, es decir, moto con chófer, en taxi o en dalla-dalla, es decir, un minibús de siete u ocho plazas. Recomiendo la opción del taxi por ser la más segura y rápida. A la ida intenté el dalla-dalla, que cuesta, creo, menos de un euro. Llegué a subirme al vehículo pero, tras un buen rato esperando, decidí coger un taxi. La razón, además del tiempo que estaba perdiendo, fue la seguridad: en octubre ya llueve bastante por esta región y la carretera que lleva a la reserva es de tierra, y temía encontrarla en muy mal estado. En el taxi, si bien es algo más caro, me sentí más segura, y no me equivoqué. El trayecto dura entre una hora y hora y media y, cuando llevábamos algo más de la mitad, encontramos unos charcos inmensos en los que el taxi se atascó. El conductor subió las ventanillas para no llenar el interior de salpicaduras, pisó a fondo el acelerador y salimos del trance sin mayor complicación.

Un rato después de haber llegado a la reserva vi pasar el minibús en el que me había subido al principio, así que pensé que, si a la ida había podido llegar, a la vuelta no habría problemas. Esta fue la razón por la que decidí bajar en transporte público a la vuelta, y no pude equivocarme más. El dalla-dalla llegó a las seis y diez de la mañana, bastante puntual para lo que es Tanzania. Entonces todo parecía bonito porque dentro sólo estaban el chofer y tres mamas con sus bebés y con otro niño de unos siete años. Partimos, y cuando ya me las creía tan felices, el conductor paró para que subiera más gente. De golpe y porrazo ya no éramos uno por cada asiento, sino tres. Me hubieran aplastado dos tanzanos gordos de no ser porque me puse burra y dije que a la parte de detrás, donde estaba yo con un chico, una madre y un bebé, no pasaba nadie más. Debieron cagarse en mis muertos blancos, pero me salí con la mía. El problema gordo llegó en el charco del día anterior. No sé qué clase de astros se alinearon para que ocurriera la desgracia: el conductor debió pensar que, llevando la furgoneta sobrecargada de gente y mercancías, la mejor idea era coger carrerilla con el autobús y meterse a lo grande en el charco. No funcionó. Y no sé si fue porque llevaba demasiado peso encima como para salir del bache o porque se quedó sin gasolina justo cuando estábamos más hundidos. Supongo que por ambas cosas. No sé cómo hacen los tanzanos para calcular el combustible que van a necesitar durante un viaje, pero lo hacen fatal. Aunque no les afecta lo más mínimo. El chófer esperó tranquilamente a que pasara un chaval en moto, le enchufó un bidón vacío y le mandó a hacernos la compra.

Mi furgoneta a punto de morir

Y así acabó mi furgoneta… / Lola Hierro

Senderos

Qué habrá por este camino?. / Lola Hierro

Mientras esperábamos dentro del automóvil, ocurrió la catástrofe: llegó un autobús más grande y quería pasar como fuera. No cabía pero aún así lo intentó. A la derecha tenía bosque. A la izquierda, nosotros con agua por encima de las ruedas y un precipicio. Aceleró el tío lince y no nos dio por unos pocos centímetros ya que derrapó en cuanto entró en el barrizal, claro, como nosotros. Entonces cundió un poco el pánico entre las mamas que estaban dentro de la furgoneta conmigo, pues todas querían salir de golpe y a la vez porque pensaban que nos íbamos a ir precipicio abajo. Ahí descubrí que debo ser mejor persona de lo que me creo porque las ayudé a todas a salir por la ventanilla del techo (las puertas estaban inutilizadas) y luego salí yo, la última. Al final no llegó la sangre al río: el autobús maniobró no sé cómo y salió, el chico de la moto volvió con gasolina, nuestro chófer se las arregló para sacar el dalla-dalla del barro y ya, por fin, nos montamos todos de nuevo y llegamos a Muheza sin que pasara nada más. Eso sí, yo fui con el miedo en el cuerpo todo el viaje. Para la próxima, me cojo un taxi.

Alojamiento

Mi baño, de lujo

El baño, de lujo. / Lola Hierro

Mi dormitorio

Mi dormitorio, de más lujo aún. Qué recuerdos… / Lola Hierro

Lo bueno de Amani es que es facilísimo resolver el asunto de dormir. Hay varias opciones pero a mi juicio la mejor es la que yo escogí, dentro de la reserva natural, donde se encuentra también la cantina. Para llegar a ella hay que parar previamente en el centro de atención al visitante y pagar por entrar a la reserva natural. Creo que son 10 dólares, ojalá me acordara mejor. El hotel del que hablo no es un edificio, sino un conjunto de construcciones de una planta con porche en las que hay varias habitaciones. Los precios son de 15, 20 y 30 dólares por persona y lo cierto es que, después de ver las dos más caras, no encontré ninguna diferencia. Las habitaciones son bonitas, están limpias y tienen baño occidental, algo que se agradece mucho. Eso sí, también tienen más fauna que la propia selva. Enemigos de los animalitos: pensad bien si queréis dormir aquí porque lo mismo encontráis una cucaracha, que una salamandra, una mantis, una araña, un saltamontes gigante… Pero nada más grave que estos bichitos. Es importante señalar que por la noche refresca bastante, pero la camas están bien provistas de mantas y edredones.

Comer

Cocinera

Cocinera maga. / Lola Hierro

Comedor

El comedor. / Lola Hierro

Comida híper buena

Almuerzo riquísimo. / Lola Hierro

Solo hay un sitio donde alimentarse en la reserva: la cantina del hotel. No es una mala opción, ni mucho menos. De hecho, si yo viviera en Muheza me pegaría el paseo de una hora para ir a almorzar alguna vez allí. En las cocinas están dos mujeres que son auténticas reinas de la gastronomía tanzana. Con los poquitos ingredientes que se encuentran en este país, y más en esta zona rural y empobrecida, ellas hacen magia. Allí he comido el mejor pilau, el mejor repollo, el mejor pescado del continente. Tanto el almuerzo como la cena que probé fueron de lujo… hasta el ugali me gustó, y eso que suele ser muy insulso. Por el dinero, ni preocuparse: no llegué a pagar ni dos euros por plato.

Excursiones

Camino al bungalow

Aquí empieza la ruta. / Lola Hierro

Se puede conocer Amani por cuenta propia, pero no lo recomiendo porque no está tan preparada como las rutas senderistas de España, bien señalizadas y tal. No, esto es más improvisado. Se nota que se han hecho esfuerzos y se siguen haciendo en lograr que la reserva natural se convierta en un destino turístico en toda regla pero aún queda camino por recorrer. Los senderos y los mapas brillan por su ausencia, de tal manera que resulta muy fácil perderse si no se va con alguien que conozca las rutas. Por eso opté por un guía. Lamentablemente solo estuve un día y una noche, así que probé una de tres horas con un señor que me dijo que era guía local pero estaba pluriempleado en no sé qué otra cosa. No recuerdo su nombre, es otro de los datos que se me han ido de la cabeza como si nunca hubiera estado allí. Si no fuera por las fotos, empezaría a creer que lo he imaginado todo en un momento de enajenación mental transitoria.

Caminos del bosque

Una marcha facilita. / Lola Hierro

Mi guía con un árbol medicinal

Mi guía, mostrando las hojas de un árbol medicinal. / Lola Hierro

Mi guía sin nombre me paseó desde la misma puerta de mi habitación hasta lo alto de una cumbre. En el hotel empiezan las rutas, o al menos alguna de ellas. La nuestra duró una tarde: desde después de almorzar hasta que cayó el sol. Mi compañero era un hombrecillo con aspecto de funcionario. Lucía una ropa demasiado grande en un cuerpo demasiado delgado; calzaba mocasines con una suela de dudosa calidad y portaba en un enorme maletín en bandolera con un portátil dentro. ¿Para qué lo querría? Misterios sin resolver.

Mi guía

Troncos caídos por culpa de la lluvia. / Lola Hierro

Una vaina extra plana que volaba

Una vaina extra plana que volaba. / Lola Hierro

Mi amigo resultó ser un gran conocedor de la fauna y la flora de Amani; sobre todo, de esta última. Recuerdo que me enseñó un árbol de cuyas hojas se obtiene un extracto que sirve para elaborar una bebida parecida a la Coca Cola. El árbol coca cola, lo llamé. También llamó mi atención sobre unas vainas muy ligeras que se van volando por ahí para diseminar las semillas que llevan dentro.

Hojas únicas

Hojas sombrilla. / Lola Hierro

Otoño

Parece otoño. / Lola Hierro

Hubo mucha información por el camino, un sendero cubierto de hojas secas, a veces enfangado y en continuo ascenso. No hubiera llegado a la cima sin este guía, pues en muchas ocasiones dejamos el camino principal y nos metimos entre árboles cubiertos de musgo, por donde apenas se cuela la luz, para ganar tiempo supongo, o quizá porque las últimas lluvias habían obstaculizado más la vía original.

Vistas desde lo alto

La recompensa del final. / Lola Hierro

Vistas desde lo alto IV

Vistas desde lo alto. Un regalo. / Lola Hierro

Subiendo y subiendo, a veces ayudándonos con las manos para no caernos al suelo, llegamos a lo alto de a saber qué montaña. Allí, descansé el cuerpo y la mente. Lo que tenía ante mis ojos era un paisaje espectacular, ¡era África! Pero una África verde, boscosa, selvática, virgen, húmeda, silenciosa, cargada de brumas y de misterio, pero al mismo tiempo bañada por un sol cegador que ya contaba sus últimas horas antes de decirme adiós. Allí me quedé, sentada en unos banquillos de madera dispuestos para hacer picnic. Pero yo no hice nada de eso, solo me asomé un poco al precipicio, con mucho cuidado, para observar bien lo que tenía ante mí. Después, me senté y me quedé quieta y callada un rato, creo que una hora en la que incluso pegué alguna cabezada. Había encontrado un sitio mágico que me estaba maravillando. Pero me conozco y ahí ya supe que no iba a volver nunca más. La vida sigue, el mundo está esperando a que lo descubra y no se puede mirar atrás, solo podemos avanzar. Pero el pasado, los recuerdos, siempre quedarán.

Yo en Amani

La recompensa al final del camino.

 

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3 respuestas a «Crónicas tanzanas X: Amani es un bosque encantado»

  1. Pingback: Illas do abandono

  2. Ama d casa

    Como siempre muy bonitas las fotos y la ruta tiene q dar mucha paz lo peor los animalitos xq soy bastante miedosilla ya estoy esperando el próximo repor saludos

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    • Lola Hierro Autor de la entrada

      Me alegra que te gusten! Bueno, por los animalillos tampoco hay que preocuparse tanto, que al final no hacen nada. Aunque te reconozco que sí, que a veces dan cosilla, ejeej
      besotes!!

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