Crónicas tanzanas VIII: Se casó la hija de los Mrutu

Llegó un buen día. Una invitación muy elegante en papel satinado, de color crema y una cinta fucsia que invitaban a un evento de extraño nombre: el send-off de Lidia, la hija de los Mrutu. Ellos pertenecen a una de las familias que vive en Same, capital del distrito del mismo nombre, que está situada al noreste de Tanzania, a un par de horas del poderoso Kilimanjaro.

¿Qué es un send-off? ¿Cómo hay que vestirse? ¿Qué se regala? A nada de eso respondía la misiva, que sí indicaba, sin embargo, el lugar y la fecha de la celebración, un par de días después. Pero no hay nada como preguntar en esta vida, así que en seguida supe que un send-off es una ceremonia previa a una boda en la que la familia de la novia ofrece a ésta a la del novio. Es comparable a la tradición occidental en la que el padre de la novia camina con ella por el pasillo de la iglesia y se la entrega al futuro marido, que la espera en el altar. Algo así pero más largo y con muchos más rituales y parafernalia. En teoría solo pueden tomar parte los tíos y tías de los contrayentes, pero hoy en día la cosa se ha modernizado y los padres ya acuden y toman parte en los actos.

Una invitada

Una invitada espera a que comience el evento. / L. H.

Mesa de invitadas

Una mesa de invitadas. / L. H.

Es un jueves cualquiera, un día laboral. A las cinco de la tarde las oficinas comienzan a cerrar. Ese jueves, una hilera de coches rompen la placidez de esta villa rural tanzana. En uno, la novia va bien resguardada al lugar del evento. No se la ve porque los cristales del automóvil están tintados. En los que la preceden, unos cuantos músicos provistos de trombones, trompetas y tambores tocan una música muy animada. Queda poco, apenas una hora, para que se inicie la celebración y nos ha pillado con la casa sin barrer.

Una invitada presumida

Familiar de la novia, muy presumida ella. / L. H.

Bebé

El bebé, aguantando estoicamente. / L. H.

A todo correr una llega al que habitualmente es el almacén trasero de un bar de copas donde los lugareños suelen reunirse para ver partidos de fútbol televisados. Hoy, le han lavado la cara y lo que suele ser un espacio sombrío y sin encanto se han convertido en el salón de fiestas de una princesa Disney: los colores elegidos son el amarillo chillón y el rosa fucsia, y con ellos se ha adornado todo lo adornable: centros de mesa, guirnaldas, flores artificiales, telones… Además se han revestido las sillas con fundas blancas, blancos son también los manteles de las más de 20 mesas redondas preparadas para los invitados. Hay un escenario con un trono, como si fuéramos a recibir a unos reyes, hay alfombras, hay una carpa blanca que cubre el feo techo del garito y hay lucecitas de colores por suelo, paredes y columnas, como si fuera navidad. Los Mrutu no han escatimado en la decoración.

Una invitada muy seria

Decoración fantasticosa. / L. H.

Los invitados llegan tarde, pero porque los protagonistas llegan más tarde aún. La cita era a las seis en punto pero no es hasta una hora más tarde, y ya de noche cerrada, cuando todos empiezan a tomar asiento. De bienvenida, un zumo de mango y un pincho de carne que un grupo de chicos jóvenes reparten en la entrada.

Hay dos protagonistas indiscutibles en esta celebración: el equipo de música y el maestro de ceremonias. El primero hace retumbar hasta los manteles durante toda la noche gracias a un intrépido disco jockey que pincha éxitos de ayer y hoy, desde el tan de moda Mama Africa de Bracket hasta —atención— Mama, I love you de las Spice Girls, que suena muy convenientemente cuando llega el momento de la ceremonia en el que se ensalza la figura materna en general y la de la novia en particular.

Pequeña princesa

Hay hambre entre los invitados. / L. H.

El otro líder de la noche es el maestro de ceremonias, un señor que se granjea más odios que simpatías esa noche. Micrófono en mano, orquesta una ceremonia de más de cuatro horas en la que va hilando con teatralidad los rituales, discursos y temazos del atento disco jockey. Toda su verborrea es en suajili, obviamente, pero de vez en cuando tiene la amabilidad de decir algunas palabras en inglés para la mejor comprensión de los wazungu (extranjeros) invitados por los Mrutu.

La novia y la dama

La novia, Lidia, a la izquierda, con su dama de honor. / L. H.

Padres orgullosos

Los padres de los novios y el maestro de ceremonias dando la tabarra. / L. H.

Entre tanta tradición, la novia, Lidia, luce sonriente y aparentemente un poco agobiada. Su vestido amarillo chillón y fucsia es el más llamativo de la sala; su maquillaje, el más brillante, su peinado, el más enlacado. Está acompañada por su dama de honor, igual de encorsetada pero bastante más seria; con cara de pocos amigos, diría yo. Ellas dos han ocupado su sitio, en un altar un par de escalones por encima del resto de invitados. A veces de pie, a veces sentadas, atienden a todo lo que cuenta el maestro de ceremonias: ahora cortan tres tartas adornadas con bengalas y ofrecen los pedazos a familiares de una y otra familia; ahora siguen las instrucciones del fotógrafo, que toma las imágenes de las dos familias en plena celebración, y no al final; ahora aplauden a un par de bailarines que salen al escenario repentinamente, ahora besan y saludan a todos los invitados, que en un momento dado se ponen en fila india para transmitir sus buenos deseos. Y, por supuesto, atienden todos los discursos de todos los familiares, que son unos cuantos y nada cortos, por cierto. Me dijeron una vez que en Tanzania a la gente le gusta hablar en público y preparan muy bien lo que van a decir. Si eso es verdad, doy fe de que en esta ocasión se cumplió.

Fotos con la novia

Todos puestos para la foto. / L. H.

Saludos a la novia

La novia, en el besamanos. / L. H.

Bailarines 3.0

Los bailarines. / L. H.

Entre unas cosas y otras, las horas pasan. Los invitados se aburren porque apenas participan; la novia está cansada, al novio no le hemos visto aún porque, total, la fiesta en teoría no es para él. Y nadie saca la comida. En un extremo, enormes ollas made in India fuertemente custodiadas por un grupo de hombres y mujeres con gorro de chef hacen pensar que se va a cenar algún día, pero el maestro de ceremonias alarga la celebración hasta el infinito.

Los cocineros, listos

Cocineros, esperando. / L. H.

Unas tres horas después del inicio de la fiesta, hay un cambio: las invitadas, que por cierto llevan vestidos hechos con la misma tela, se levantan de sus puestos y van, muy presurosas, hacia unas cajas que han aparecido como por arte de magia y que están llenas de cacharros domésticos. En un divertido alboroto y al ritmo de una música muy animada, una a una van recogiendo un plato, un cazo, un cucharón… se colocan en fila india y se acercan a la novia, sus padres y sus suegros, a quienes le entregan esta suerte de ajuar simbólico.

Entrega de cacharros (XII)

Con la cacharrería a cuestas. / L. H.

Obsequio de cacharros (V)

Cola para entregar ajuar a la novia. / L. H.

Obsequio de cacharros (VI)

Las invitadas, cargadas de platos. / L. H.

Obsequios a los padres de la novia

El maestro de ceremonias, diciendo algo sobre los cacharros. / L. H.

Ahí no acaba la cosa, no. A continuación se repite la misma operación: misma fila y misma juerga, pero esta vez se airean billetes de chelines tanzanos que también se entregan a los mismos destinatarios. Y, finalmente, toca dar los regalos: todas vuelven a sus sitios, cogen los presentes que tenían preparados y regresan a la fila, esta vez con sus familias (padres, hijos, hermanos, abuelas…) para darle en mano a la novia aquello que cada uno ha decidido regalarle. ¿Cuál fue el regalo triunfador de la noche? Los kitengues y kangas, es decir, esas telas de miles de colores y estampados que ellas mujeres se ponen como prendas de ropa.

Ceremonia de entrega de dinero a la novia

Jolgorio con el dinero. / L. H.

Sophie entrega su regalo 2.0

Mama Sophie, llevando su regalo para la novia. / L. H.

La novia envuelta en un kanga

La novia envuelta en uno de sus regalos. / L. H.

Entregados todos los regalos y pronunciados todos los discursos, parece que nada más queda por hacer. Se acerca ese momento tan esperado: el de cenar. En algún momento de la ceremonia, la novia ha quedado oficialmente entregada a la familia del novio quien, por cierto, ha aparecido acompañado de su padrino al final de la ceremonia y se ha unido a su futura esposa ante todos los invitados. Ya se puede comer. Los músicos tocan, los cocineros abren las ollas y los invitados se sitúan en una nueva fila para a) lavarse las manos en un bidón con grifo muy bien dispuesto (cosa que en España ni se nos ocurre), b) coger un plato y c) dejar que se lo llenen hasta arriba de todo lo que quepa. Y en éste cabe todo: pollo, arroz, fideos, verduras, pan, salsas, fruta, guiso de plátano macho y ugali (pasta de sémola de maíz muy popular en Kenia y Tanzania). No es una comida muy diferente a la que se encuentra en cualquier mesón del país, pero nunca se come tanto y tan junto, así que da una idea de la opulencia de esta familia Mrutu.

Invitados por fin comen (II)

Por fin, hora de cenar. / L. H.

Más comida de boda

Plato de comida número 1. / L. H.

Comida de boda

Plato de comida número 2. / L. H.

El maestro de ceremonias se da cuenta, entonces, de que quizá ha repartido mal los tiempos, porque solo da media hora a los invitados para cenar y unos 20 minutos escasos para echar unos bailes. Apenas unos minutos después, la preciosa sala se empieza a vaciar: caras cansadas, niños dormidos, mujeres poco abrigadas que empiezan a tener frío… Ha terminado la ceremonia de entrega de Lidia Mrutu. Ella ha cenado con su futuro marido y con su dama de honor y s despide de los invitados, visiblemente agotada pero también contenta, a juzgar por su imborrable sonrisa.

La orquesta

Los músicos, ya un poco hasta el gorro. / L. H.

Se durmió la nena

Mucho sueño a última hora. / L. H.

Hemos vivido una ceremonia distinta, caótica, larga e incomprensible para quienes no hablamos suajili, pero también cálida y entrañable, llena de amor y de muestras de cariño, de complicidad y de alegría. Y no hacen falta idiomas para entender esto. Le deseo a Lidia Mrutu toda la felicidad del mundo con su hombre y con la vida que va a llevar a partir de ahora. Es bonito que triunfe el amor porque por desgracia esto ocurre menos de lo que debería.

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