Crónicas tanzanas VI: Hostal Royal Manzanares

En este viaje por Tanzania que me ha acabado situando en Kenia hay un lugar de obligada parada. Un lugar donde una se siente en familia, como en casa. Un lugar donde encuentras seguridad, tranquilidad, amistad y calor de hogar. Hablo del hostal de Nairobi donde me he alojado todas las veces que he aterrizado en esta ciudad, por una razón o por otra.

Se llama Stop Over Guesthouse y lo elegí la primera vez sin saber si me gustaría o no. No me lo recomendó nadie, no tenía más referencias que las de los buscadores de Internet. Hubo tres razones poderosas que me llevaron a él: está cerca del aeropuerto, tiene wifi y es de lo más económico de Nairobi. Con el tiempo, estas se han convertido en razones accesorias, pues las personas que viven y trabajan allí han alcanzado categoría de amigos o, más bien, de familia.

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Comando limpieza…

El hostal ocupa una casa entera de dos plantas con algunos añadidos para los dormitorios comunes, un jardín con flores y un tendedero, una zona para lavar y un par de porches con mesas y sillas. El chalet es muy luminoso; el salón comedor tiene dos enormes ventanales de forja blanca que ocupan dos paredes enteras. Es un gusto ponerse a trabajar en la enorme mesa donde se sirve el desayuno para todos cada mañana, pues entra una luz maravillosa. La cocina es de uso común, las habitaciones son con baño privado o sin, según lo que se esté dispuesto a pagar. En la planta superior, donde hay más dormitorios, también se ha dispuesto un espacio para trabajar pegado a otra terraza enorme por donde entra más y más luz. Al Stop Over le hace falta una buena mano de pintura y está un poquito viejo pero la limpieza es excepcional: baños, cocina, sábanas, toallas… Todo está impecable. Lo garantiza una histérica del orden y la pulcritud.

Yo les cuento a George, Anne y Antonio que una vez existió una serie de televisión en España llamada Hostal Royal Manzanares que protagonizaba una actriz cómica entrañable llamada Lina Morgan y que contaba en clave de humor los avatares diarios de los clientes de un hostal en Madrid. Y que su hotel es como este ficticio que les describo.

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George, Anne y Antonio. / Lola Hierro

Anne regenta el Stop Over. Es una chica más menos de mi edad, enorme sonrisa y mayor corazón, que lleva el negocio con puño de hierro sin que eso reste hospitalidad y amabilidad. Ella es quien me ha bautizado con un nombre en kikuyu, la etnia mayoritaria de Kenia, a al que ella pertenece. Me ha llamado Wanyiku, que significa buena suerte.

George tiene 20 años, estudia audiovisuales y trabaja aquí como chico para todo. Arregla grifos, hace recados, ayuda a los viajeros despistados. George se ha convertido en mano derecha en Nairobi porque siempre sabe ayudarme con todo: desde ponerme saldo en el teléfono con el dichoso sistema M-Pesa, que no acabo de entender, hasta… no sé, hasta todo.

Y luego está Antonio, cliente del hostal. Tiene 25 años, viene de Angola y estudia algo relacionado con negocios internacionales en una universidad cristiana de Nairobi. Antonio llegó hace poco, a principios de 2015, y vive en este hostal mientras busca compañeros para alquilar un piso. Su historia es brutal: Su padre, soldado, fue asesinado en la guerra que desangraba su país cuando él era muy pequeñito. Unos años más tarde, su madre murió por una enfermedad que no sabe describir. Tenía nueve años y vio cómo uno soldados mataban de un disparo en la cabeza a su primo dentro de su propia casa.

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Antonio haciendo la cena. / Lola Hierro

Después de ese episodio, su hermano mayor, que le saca 10 años, decidió que ambos se irían a Luanda, la capital. Caminaron durante un día entero hasta que unos militares los encontraron, los montaron en un helicóptero que voló hasta Luanda. Allí, tuvo suerte, quizá por primera vez en su vida, pues fue a caer en manos de la iglesia católica. Eran dos niños sin familia, sin dinero, sin recursos y totalmente indefensos y solos. Antonio recuerda cómo le midieron su brazo de niño desnutrido y cómo lloró de miedo cuando defecó todas las lombrices que se habían instalado en sus tripas. Con los curas estudiaron y vivieron muchos años. Su hermano mayor se hizo profesor y hoy, desde Luanda, paga los estudios de Antonio en Nairobi. Él sueña con una vida próspera pero, sobre todo, con que su país deje de ser esquilmado por políticos corruptos y multinacionales podridas de dinero y de malas intenciones.

Antonio, George y Anne son mis amigos en Nairobi. Después de tres visitas al hostal, hemos estrechado mucho los lazos gracias a la convivencia diaria. El hostal es un refugio donde esconderse del mundanal ruido cuando una necesita sentarse a escribir, a trabajar o, simplemente, a descansar pero, por lo demás, funcionamos como una familia: vamos a la compra, cocinamos para todos, lavamos la ropa en amor y compañía y nos vamos de paseo cuando tenemos tiempo libre.

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Dos mujeres paseando por Nairobi. / Lola Hierro

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El lago del Parque Uhuru, como El Retiro de Madrid. / Lola Hierro

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Calles del centro de Nairobi. / Lola Hierro

Mi último domingo en Nairobi, George, Antonio y yo nos fuimos al centro de la ciudad. Yo aún no había visto casi nada de Nairobi, solamente algún centro comercial, las oficinas de Acnur, las del Departamento de Refugiados del Gobierno… Todo muy interesante, vamos. Me faltaba pasearla, y me apetecía a pesar de las advertencias que he escuchado —tan estúpidas como inservibles— acerca de la terrible inseguridad, la delincuencia y no sé cuántas aberraciones más. Supongo que Nairobi será peligrosa a veces, que habrá ladrones y  maleantes como en todas partes, etc pero, cuanto más viajo, más me doy cuenta de que no debo tomar demasiado en serio a los agoreros porque siempre pasa que luego todo es mejor que lo que me habían pintado.

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Edificios del centro. / Lola Hierro

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Paseos. / Lola Hierro

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Camellos en el Parque Uhuru. / Lola Hierro

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Atracciones para niños. / Lola Hierro

Volviendo a nuestro paseo… Sí, decidimos pasearnos y elegimos el Parque Uhuru, que se ve muy parecido al madrileño Parque del Retiro. Un lago, domingueros, actividades para niños, familias, puestos de aperitivos y chucherías, mucho verde y mucha paz. Lo único que lo distingue es que en el jardín keniano vi un camello, algo que no me ha ocurrido aún en Madrid.

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Qué bien acompañada voy por Nairobi, che!

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Un señor vendedor de cosas indeterminadas. / Lola Hierro

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Pareja feliz. / Lola Hierro

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Rascacielos. / Lola Hierro

El centro de Nairobi es muy agradable los domingos de buen tiempo. No así sus atascos, ni sus ruidosas estaciones de autobuses o matatus, pero el centro como tal, sí lo es. Me recuerda mucho a una ciudad europea, salvando las distancias, claro. Ese domingo nairobiano encontramos durante nuestro paseo un aparcamiento que se convierte en una pista de patinaje los días festivos. Puedes alquilar un par de patines y dar rienda suelta a tus dotes de bailarín sobre ruedas… algo que nosotros no hicimos. En mi caso, porque mi inexperiencia y mi suerte seguro que me hubieran dejado algún hueso roto.

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Patinadores. / Lola Hierro

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El señor que alquila patines. / Lola Hierro

También nos hemos encontrado un mercadillo de objetos maravillosos. Hay masais y no masais vendiendo artesanía preciosa: cestillos, telas, abalorios, objetos de cocina, esculturas, pinturas… Qué sé yo, de todo, y todo bien envuelto en una explosión de colores interminable.

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Joyas maravillosas y comprables. / Lola Hierro

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Arte para llevárselo todo a casa. / Lola Hierro

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Bolsos, lámparas, carteras, vestidos… ay… / Lola Hierro

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Pendientes, estatuillas… Lo quiero todo. / Lola Hierro

Llegados a este punto nos encontramos ante un inconveniente: mi vena consumista se disparó de manera totalmente desproporcionada al capital disponible. Máxime cuando los tres sabíamos que los precios iban a ser desmesurados para mí, la mzungu, la turista, la blanca, la que supuestamente tiene la pasta. Y aquí, George decidió que no se resignaba a que timaran a su amiga la rubia —o sea, yo—, algo palpable desde que entramos en el mercadillo, pues no cesaban de acercarse comerciantes intentando venderme hasta a su madre por precios elevadísimos. Entonces, se nos ocurrió un plan: Yo me iba con Antonio a ver cosas, así como una pareja normal y corriente. George se iba por otro lado como un pobre hombre solitario. Cada vez que yo viera una cosa que quisiera comprar, le hacía una foto al susodicho objeto y se la mandaba  a George por Whatsapp. Y él la buscaba y me la compraba a precio de keniano.

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Máscaras de colores y artesanía en madera. / Lola Hierro

Después de una hora dando vueltas, esquivando ofertas chungas y jugando a los espías, nos reunimos para dar cuenta del botín y hacer cuentas a ver qué tal había salido el experimento. Pues funcionó. El valor de todas las compras ascendía a 25 euros. Al sumar los precios que me habían dado a mí, salían 97 euros. Soy de letras, pero hasta yo me di cuenta del enorme ahorro. ¡Qué satisfacción!

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Las tres únicas que no me timaron con los precios. Majísimas. / Lola Hierro

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Con mi amigacha, que me coronó reina masai. / Lola Hierro

Con todo el botín salimos de allí tan ufanos, cargados de bolsas, camino del Hostal Royal Manzanares, cuyo salón comedor luce desde ese día un cuadrito con unas jirafas. Si alguna vez vais al Stop Over y lo veis colgado encima del aparador, dadle la vuelta, a ver qué os encontráis…

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7 respuestas a «Crónicas tanzanas VI: Hostal Royal Manzanares»

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  4. Andrés

    Como siempre desde que te sigo, me ha encantado este reportaje ! Preciosas las fotos y anécdotas sobre el mercado. Y sorprendido por lo bonita que se ve la ciudad . enhorabuena por el blog ☺

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